(Publicado en Diario16 el 20 de marzo de 2020)
Como otros grandes inventos de la historia, el papel higiénico nos llegó del sabio Oriente, concretamente de la China milenaria del siglo segundo después de Cristo. Fue un gran salto para la civilización humana, sobre todo si tenemos en cuenta que en la antigua Roma no existía papel higiénico y se usaba una esponja amarrada a un palo sumergida en un balde de agua salada que los ciudadanos romanos compartían alegremente y sin pudor. Una imagen espeluznante que mejor no recordar.
Ya en el siglo XIX, los avispados hermanos Clarence e Irvin Scott dieron con la fórmula mágica y comercializaron el papel higiénico en forma de rollo, de tal manera que su uso se extendió por todo el mundo y hasta hoy. En nuestro planeta globalizado una persona puede viajar de Bangkok a San Francisco, de Ciudad de El Cabo hasta Helsinki, y puede estar completamente tranquila, porque en cualquier aeropuerto, estación o restaurante habrá uno de esos fieles amigos enrollados que nos sacará de un apuro tan urgente como inesperado.
Quiere decirse que el rollo de papel higiénico, en su aparente simplicidad y genialidad, ha sido tras el hallazgo del fuego y la invención de la rueda, uno de los grandes avances de la humanidad, no solo por lo que supuso de confort, bienestar y superación de la lóbrega caverna para conducirnos a la luz de la civilización, sino porque nos libró de un buen puñado de enfermedades infectocontagiosas derivadas de la falta de higiene. El invento de celulosa cambió la vida de la especie humana, como La Fuente de Marcel Duchamp cambió la historia del arte con aquel célebre urinario que presentó, para escándalo de la sociedad, en la exposición de la Sociedad de Artistas Independientes de Nueva York de 1917.
El papel higiénico es, a fecha de hoy y mientras los chinos no saquen la vacuna, la mejor herramienta de prevención contra el microbio maligno. Un bien de interés público, un patrimonio de la humanidad más valioso en estos momentos que la Alhambra de Granada, la Estatura de la Libertad o la Torre Eiffel. Ahora nos damos cuenta de nuestro inmenso error cuando pasábamos por delante de las estanterías de las tiendas y veíamos un paquete inerte sin más y no la maravilla del progreso, la ciencia y la tecnología de nuestro mejor compañero, no solo de viaje, sino en la vida. Máxima protección policial al papel higiénico, multa al caradura estraperlista y declaración de bien de interés nacional. Pero ya.
Viñeta: Iñaki y Frenchy
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