(Publicado en Diario16 el 20 de marzo de 2020)
El 23 de septiembre de 2001, apenas unos días después de que las Torres Gemelas fueran atacadas por los comandos suicidas de Al Qaeda, la agencia Efe se hacía eco de una noticia sensacional: “Osama Bin Laden, el terrorista más buscado tras los atentados de EE.UU, fue asiduo de la localidad malagueña de Marbella en la época dorada del turismo árabe y frecuentaba con sus hermanos y compatriotas las discotecas de moda”. De esta manera, la agencia de noticias española repicaba una noticia en exclusiva que había dado el diario Sur de Málaga siguiendo la pista del terrorista más famoso de la historia. “A principios de los años ochenta, Bin Laden y algunos de sus 50 hermanos iban a fiestas con jeques y otros potentados árabes. Su familia estuvo en Marbella en varias ocasiones entre 1977 y 1988, según fuentes oficiales, y su comportamiento era similar al del resto de visitantes árabes. Hay constancia de su presencia en fiestas en Puerto Banús, así como en locales como Regine’s”, añadía la información.
Bin Laden fue uno más de los muchos saudíes sospechosos que recalaron en aquella ciudad sin ley que era Marbella, un oasis convertido por las autoridades españolas en balneario y refugio para gente con dinero pero con biografías oscuras. Mucho antes del 11S, concretamente en octubre de 1981, el diario The New York Times informaba de cómo la España recién abierta a la democracia del rey Juan Carlos I había visto en la inversión de los jeques árabes en la Costa del Sol un buen pretexto para la entrada de capitales e inversiones en nuestro país. Dinero negro, pero dinero fácil a fin de cuentas. “Expulsados hace cinco siglos por cristianos cruzados, los árabes están de vuelta en España, utilizando sus dólares petroleros para comprar tierras que fueron confiscadas a sus antepasados por la espada”, escribía el periodista James M. Markham, enviado especial a nuestro país para el rotativo neoyorquino.
La orden del más alto nivel era tratar bien a toda aquella gente que llegaba de lejanos desiertos con los maletines repletos de billetes ganados con el negocio del crudo. En poco tiempo, gracias a la permisividad y tolerancia con el crimen organizado del Estado español, en Marbella recaló lo peor de cada casa. Traficantes de armas, peligrosos terroristas, contrabandistas de droga, jeques corruptos, espías y cabecillas de bandas organizadas alternaban con total impunidad en los locales de moda y clubes de alterne de la noche marbellí. Las fiestas en la mansión y en el yate de superlujo del vendedor de armamento Adnán Khashoggi eran sonadas. A Khashoggi se le consideraba el hombre más rico del mundo con una fortuna de 40.000 millones de dólares. Por su casoplón con más de 5.000 hectáreas de campo, la conocida mansión Al Baraka, pasaban los personajes de la jet set del momento. Famosos, cantantes, periodistas, actores, actrices… Y, por supuesto, políticos españoles (locales y nacionales) con los que Khashoggi mantenía una estrecha relación.
Fue a finales de los años 70 cuando el Rey Fahd de Arabia Saudí desembarcó en la ciudad para convertirla en su lugar de vacaciones (mejor sería decir en su cueva de piratas). Tras él llegó una excelsa corte de turbantes. Los hoteles de lujo, los restaurantes de cinco tenedores y las discotecas exclusivas se llenaron de jeques vestidos con túnicas blancas repartiendo propinas a diestro y siniestro.
El periódico norteamericano de la época recogía además que “España ha dicho durante mucho tiempo que tiene una relación especial con el mundo árabe, y que no tiene relaciones diplomáticas con Israel. En 1977, el rey Juan Carlos fortaleció los lazos de España con Arabia Saudí en una visita de estado allí, y regularmente viene a Marbella para ver al Príncipe Fahd cuando está aquí”.
Probablemente, en aquel momento se sentaron los cimientos de una fructífera y férrea alianza entre las casas reales española y saudita, una relación amistoso-familiar pero también mercantil (siempre por el bien de España, por supuesto). Tras décadas de colaboración y negocios bilaterales, aquella compañía empresarial hispano-árabe ha dado grandes beneficios. Tanto es así que en las últimas semanas se ha conocido que el fiscal suizo Yves Bertossa ha abierto una investigación sobre las presuntas comisiones del AVE a la Meca, una jugosa mordida de 100 millones de dólares del Gobierno saudí que terminó en Lucum Foundation, la empresa offshore constituida en Panamá que supuestamente gestionaba las cuentas del rey emérito como beneficiario.
Todos estos lodos que hoy salpican a Don Juan Carlos provienen de aquellos polvos en la Marbella loca de los 70 y los 80. Adnán Khashoggi, Osama Bin Laden, el sirio Al Kassar… Nombres que convirtieron la Costa del Sol en santuario del delito y la corrupción internacional a gran escala. Personajes siniestros que se paseaban por la ciudad, con entera libertad, exhibiendo sus harenes y sus collares de oro. Del magnate saudí Khashoggi se dice que no le gustaba relacionarse con sus compatriotas árabes cuando navegaba con su flamante yate por las tranquilas aguas malagueñas. Él era más de contactos “con norteamericanos y europeos”, como decían los periódicos de la época. Los sucios negocios entre Oriente y Occidente a los que, por lo visto, alguien dio carta blanca en suelo español. Siempre por el bien del país, desde luego.
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