martes, 30 de mayo de 2017

DE GOYTISOLO, TRUMP Y UN FISCAL EN EL PARAÍSO


Ha muerto Juan Goytisolo, un inclasificable, un rebelde, un escritor poético y cervantino que retrató como nadie las penurias cotidianas de los desclasados de posguerra, personajes de la clase baja, trabajadores, portuarios, chabolistas y rateros. Más tarde abandonó el realismo social para abrirse a nuevas experiencias literarias. Nunca perdió el espíritu crítico y rechazó sin ambages la España tradicional y conservadora, así como los dogmatismos políticos y religiosos. En 2012 anunció que dejaba la narrativa para siempre. "Es definitivo. No tengo nada que decir y es mejor que me calle. No escribo para ganar dinero ni al dictado de los editores". Fue uno de los más grandes de nuestras letras, aunque quedará para deleite de minorías. Entre otras muchas obras, nos deja la formidable Trilogía del mal (Señas de identidad, 1966; Don Julián, 1970, y Juan Sin Tierra, 1975).

La decisión de Donald Trump de sacar a Estados Unidos de los acuerdos contra el cambio climático aboca a la humanidad a un desastre ambiental irreversible a medio plazo. Mientras islas del Pacífico desaparecen con la subida del nivel del mar, mientras la temperatura del planeta sigue creciendo, los polos se siguen derritiendo y cada día desaparecen decenas de especies animales y vegetales, el psicópata paleto de Washington continúa dando instrucciones para liquidar la Tierra. De nada servirá que los Gobiernos de Francia, Alemania e Italia hayan respondido con una dura condena al anuncio de la Casa Blanca de abandonar el Acuerdo de París. Trump es un maniaco y contra un tipo que ha perdido el juicio solo cabe una cosa: el internamiento en un frenopático.

Moix, pese a que no ha tenido el valor de anunciar su dimisión personalmente y ha dejado que sea su jefe quien diera la cara por él, ya es historia. Su dimisión era inevitable por varias razones: primera y principal porque un fiscal que defiende a la sociedad frente a la corrupción no puede tener posesiones en paraísos fiscales. En segundo lugar porque tenía a la totalidad de la plantilla y asociaciones profesionales en su contra y ningún superior puede trabajar sin la confianza de sus equipos. Y tercero porque un mentiroso no puede dirigir el órgano encargado de defender la verdad. Eso sin contar con que Moix era "un tío cojunudo" para los corruptos de la Gurtel.

El fiscal jefe Anticorrupción, Manuel Moix, es dueño supuestamente del 25% de la sociedad Duchesse Financial Overseas, con sede en el paraíso fiscal de Panamá, según publica Infolibre. Esta sociedad posee un chalé en el municipio madrileño de Collado Villalba valorado en 550.000 euros. Un fiscal anticorrupción con posesiones en el paraíso de la corrupción. Lo que nos faltaba por ver. ¿Alguien da más? Ahora se entienden tantas connivencias, tantos silencios, tantas tibiezas. De confirmarse esta grave denuncia, Moix debería presentar su dimisión irrevocable de inmediato. Lamentablemente, eso solo ocurriría en un país serio, no en una monarquía bananera como es la española.

miércoles, 24 de mayo de 2017

LE PEN TENDRÁ QUE ESPERAR



(Publicado en Revista Gurb el 12 de mayo de 2017)

La victoria de Emmanuel Macron en las elecciones presidenciales del pasado domingo en Francia han sido como una barrera de contención ante el ascenso meteórico que estaba  registrando el partido ultraderechista Frente Nacional, liderado por la populista Marine Le Pen, y de paso un balón de oxígeno para la maltrecha Unión Europea, que tras el Brexit atraviesa por el peor momento de su historia. De haber ganado Le Pen, la sombra del Frexit, la salida de Francia de la UE, hubiera sido inevitable, y el viejo continente podría haber retrocedido ochenta años atrás, concretamente a los tiempos anteriores a la Segunda Guerra Mundial, en un peligroso proceso de involución histórica. Macron, un exbanquero europeísta y liberal con cierto atractivo físico, ha conseguido convencer a las clases medias francesas de que el país necesitaba apostar por la moderación en un momento delicado marcado por la crisis económica, la oleada imparable de refugiados y el terrorismo yihadista de ISIS, factores de desestabilización que estaban siendo astutamente aprovechados por Le Pen para construir un discurso demagógico que ha calado en la sociedad y que ha convencido a uno de cada tres votantes franceses de que la causa xenófoba ultraderechista es la panacea para resolver los problemas del país.
Sin duda, la victoria de Macron era la menos mala de las soluciones, no solo para Francia, sino para Europa, y también para España. Con Le Pen sentada en el Palacio del Elíseo, y tras la humillante victoria de Donald Trump en Estados Unidos, lo que nos esperaba era más nacionalismo francés, un retroceso en las libertades y derechos civiles, la imposición de un sistema económico cada vez más injusto, el racismo como programa político y la extinción definitiva y total del espíritu europeo, que ha servido, entre otras cosas, para que los estados de la Unión puedan disfrutar del mayor periodo de paz y prosperidad de la historia. No vamos a ser nosotros quienes defendamos aquí a Macron, un calco del español Albert Rivera al que tanto hemos criticado en estas páginas. El nuevo presidente de la República Francesa no deja de ser un representante del centro-derecha francés de toda la vida, un conservador neoliberal que sin duda no va a introducir cambios revolucionarios en el injusto modelo económico-laboral de Francia, pero al menos sabemos que es un demócrata, un hombre que apostará sin ambages por los derechos civiles y por las grandes conquistas políticas y sociales que se alcanzaron en el país galo durante la Revolución Francesa, allá por 1789.
Con Macron, valores como la libertad, la igualdad y la fraternidad seguirán estando protegidos y vigentes, mientras que la intolerante y dura Le Pen, muy a su pesar, tendrá que esperar al menos otros cuatro años para imponer su ideario pseudofascista basado en un patriotismo napoleónico de pandereta que debería estar felizmente superado en el siglo XXI, en la hegemonía del Estado sobre el individuo, en el capitalismo salvaje y en la xenofobia como seña de identidad. Lo menos malo que se puede decir sobre la ideología que practican Le Pen y los más de diez millones de franceses que la han votado es que, cuanto menos, no es decente ni humanista, por mucho que algunas estrellas mediáticas de las tertulias políticas como Jorge Verstrynge se empeñen en diferenciar entre los regímenes totalitarios que se impusieron en Europa en los años 20 del siglo pasado y este nuevo fascismo de aspecto edulcorado y amable. El fascismo es el fascismo, no se puede ser un poco fascista o muy fascista, como tampoco se puede ser un poco demócrata o muy demócrata. O se es o no se es, y el señor Verstrynge debería saberlo, él que precisamente perteneció a lo peor de la infame ultraderecha española de los primeros tiempos de la Transición española. Llamemos a las cosas por su nombre. Que una líder como Marine Le Pen sea mujer, rubia, universitaria y un rostro afable que en principio no despierta el temor que Hitler infundía en el mundo, no significa que detrás de esta ella no haya un programa político ultra y siniestro ciertamente inquietante capaz de poner en peligro lo mejor de las conquistas democráticas.
Puede que Le Pen no suelte los exabruptos terroríficos contra judíos y negros que lanzaba Hitler desde el atril en sus buenos tiempos, puede que de su boca no salgan espumarajos verbales sobre la superioridad de unas razas sobre otras y la aniquilación total del comunista, pero en cierta manera, y en un cierto grado algo más atemperado, no le hace ascos a muchas de las medidas racistas que ya proponía el régimen hitleriano. Estamos convencidos de que el fascismo blando de Le Pen nunca podrá llevar al extremo sus ideas anacrónicas e inútiles sobre la supremacía de los blancos, como también lo estamos de que jamás podrá repetirse en Europa un pogrom basado en los campos de concentración y en las ejecuciones en masa, pero resulta evidente que en su ADN político está levantar muros, permitir que miles de sirios mueran ahogados en el Mediterráneo o permanecer impasible mientras cientos de niños refugiados enferman de hambre y frío, durante el invierno, en los campos europeos. Salvando las distancias, Le Pen es una fascistilla en acto que puede llegar a ser una fascistona en potencia en el caso de que alguna vez los franceses decidan darle votos y confianza suficiente para llevar a cabo sus delirantes y descabelladas ideas políticas. Recordemos que el fascismo no surgió de la noche a la mañana, sino que siguió una evolución lógica desde las cervecerías de Baviera hasta la quema del Reichstag y el estallido de la Segunda Guerra Mundial. El fascismo es una serpiente que muta y va cambiando de piel para adaptarse a los nuevos signos de los tiempos. Hace noventa años el fascista llevaba un brazalete con las esvástica en el brazo y se paseaba orgulloso y ufano por las calles de Berlín o París; hoy se sienta anónima y plácidamente en el sillón del consejo de administración de alguna gran multinacional.
Macron tiene por delante cuatro años para empezar a solucionar los problemas de Francia, que son también los problemas de Europa. Bruselas, y sobre todo Angela Merkel, deberían hacer todo cuanto esté en sus manos para ayudarle a empezar a transformar las políticas de austeridad en medidas auténticamente sociales que lleven algo de alivio a los millones de ciudadanos europeos que tras la crisis económica se han quedado sin trabajo y sin futuro y que configuran el caldo de cultivo perfecto para que florezcan partidos ultranacionalistas que como el Frente Nacional prometen orgullo y mano dura contra las razas inferiores culpables de los males de la sociedad. Le Pen, acechante, espera su momento. El fascismo siempre está ahí, agazapado, paciente, aguardando las debilidades y decadencias de la democracia para llegar al poder. Si Macron y Europa fracasan en la construcción de un nuevo espacio europeo basado en el Estado de Bienestar, una Europa de las personas, no del capital, donde los ciudadanos se sientan protegidos y amparados, dentro de cuatro años tendremos que asistir al triste espectáculo de tener que ver cómo la líder de un partido político ultraderechista y xenófobo usurpa el Gobierno del país que vio nacer los derechos humanos. Sería un drama para el mundo.
Tras las elecciones, el exprimer ministro, Manuel Valls, ha anunciado la muerte del Partido Socialista Francés, algo impensable hace solo cinco años, y su consiguiente candidatura de apoyo a Macron. La socialdemocracia en toda Europa, también en España, agoniza mientras millones de trabajadores buscan nuevos referentes políticos. El nacionalsocialismo no puede ser una alternativa para ellos. No debe ser una opción. Ya ocurrió en los años veinte del pasado siglo y ya sabemos cómo terminó todo aquello. Sería un error histórico de incalculables consecuencia que los europeos apostaran de nuevo por partidos nacionalistas y xenófobos como el Frente Nacional que en el pasado solo llevaron guerras, destrucción y horrores inimaginables a toda Europa. Por esa razón, mientras la izquierda se rearma, debe acogerse con alivio moderado que un político como  Macron se haya alzado con la presidencia de Francia, frenando los delirios de Le Pen. Sin duda es una buena noticia para todos. Cualquier cosa menos el brazo en alto y los cánticos hitlerianos.

Viñeta: Becs

SOR FERRUSOLA



(Publicado en Revista Gurb el 12 de mayo de 2017)

Lo último que hemos sabido del vasto cronicón judicial patrio es que han pillado a doña Marta Ferrusola, exprimera dama de Cataluña, del Principado de Andorra y del cantón suizo, haciéndose pasar por madre superiora para llevárselo entero. Así, travestida de monja, la mujer iba moviendo la pasta sucia del clan Pujol de un lado a otro, de un banco a otro, de un paraíso a otro, sin levantar ni una sospecha, y tiro porque me toca. Las monjas siempre han dado mucho juego en España. Una monja engatusó a Don Pablo en El Buscón de Quevedo; la novicia Inés, de Zorrilla, fue raptada por el taimado don Juan (en el caso de Ferrusola la zorrilla que secuestraba el dinero de los catalanes era ella); y se dice que Felipe IV se lo pasaba pirata con doña Margarita de la Cruz, una cándida monjita del convento de guardia que estaba a tiro de palacio y que hacía las veces de picadero barroco. En España la  Iglesia ha robado como la que más, y las monjitas y los curas, más o menos virtuosos o libertinos, siempre han estado ahí, en nuestra historia y en nuestra más castiza tradición literaria. Hacerse pasar por religioso para trincar, para limpiar el cepillo, es una costumbre tan típicamente española, tan tradicionalmente hispana, tan nuestra, que sorprende que un plan tan caposo y rancio haya salido de una mente diferencial, distinta, con seny, como la de Ferrusola. Pero es que la codicia no conoce de razas ni naciones. La codicia es en sí misma una gran patria a la que siguen encendidos patriotas ciegos de vicio. El pujolismo se había pasado media vida echándonos en cara que los catalanes eran diferentes a los españoles, que España era una tribu de fenicios jornaleros que robaban con descaro y a todas horas a la virginal nación catalana, mientras ellos pasaban por burgueses civilizados, responsables, laboriosos y cumplidores con Hacienda. Tanta nacionalidad y singularidad, tantos telares respetables de Tarrasa, tanta vanguardia y tanto Gaudí para terminar haciéndose pasar por una monja ladina y dando el palo del siglo, como cualquier pícaro gitanazo ibérico. Está claro que no se puede hablar. Marta Ferrusola en el papel de madre superiora no es algo demasiado distinto de Curro Jiménez disfrazado de cura y asaltando a los franceses en Sierra Morena.
Cuando Ferrusola escribía misivas escolásticas a los banqueros ordenándoles que traspasaran “dos misales de nuestra biblioteca a la biblioteca del capellán de la parroquia” (que en realidad eran dos millones de “peles” para su hijo mayor o para el otro) no solo caía en el peor delito que puede cometer la mujer de un político, el de sustraer el dinero del pueblo, sino que traicionaba la causa y el espíritu mismo de lo catalán. La puesta en escena de la madre superiora ferrusoliana es digna del mejor Almodóvar, nuestro director más genuino y español, y de haber sabido el manchego la madera que tenía la señora para meterse en la piel de una religiosa inmoral la habría fichado sin dudarlo para el papel de Sor Rata de Callejón, que Chus Lampreave interpretó magistralmente en Entre Tinieblas. Me dice Agustín Díaz Yanes, el director de Alatriste, que lo más parecido al decadente siglo diecisiete español es el siglo veinte y que el siglo veintiuno va camino de superarlo. Y tiene razón. España no ha salido de ese Barroco de reyes mujeriegos, de cortesanos aprovechados que pululan por palacio, de caciques provincianos y de curas tripones, eso ya lo sabíamos. Solo que ahora también sabemos que Cataluña no era el símbolo de la modernidad que nos habían vendido, ni el ejemplo de les coses ben fetes, ni el culmen europeísta frente al atraso secular y paleto de la meseta, ni el dinero racional y bien invertido, ni las cuentas claras tan alejadas de la rapiña castellana y vallisoletana. Otro mito que se cae. Detrás de la independencia, del soberanismo rampante, de la lengua propia, de la elevada cultura, de la patraña de que Cataluña era distinta al resto de España, no había más que una vieja pícara enlutada haciéndose pasar por monja y dando el timo de la historia, en la mejor tradición del lazarillo español, para pillar todo el dinero que podía, tal como pasa en cualquier otro lugar del mundo. Ferrusola, la madre superiora, nos ha demostrado que la identidad no está en el gen, ni en el idioma, ni en las fiestas y tradiciones, ni siquiera en el DNI. Sino en la esencia humana, mezquina y corrupta de lo mortal.

Viñeta: Igepzio

EL HOMBRE DEL SIGLO DE ORO

 (Publicado en Revista Gurb el 12 de mayo de 2017)

A pocos meses para el estreno de Oro, la nueva película de Agustín Díaz Yanes (Madrid, 1950), el director y guionista ha pasado por el Festival Valencia Negra para hablar sobre su cine y su última novela, Simpatía por el diablo. En los últimos años, y tras rodar Alatriste, la cinta que le ha dado reconocimiento internacional, Díaz Yanes se ha revelado no solo como un autor eficaz en el thriller y el género negro, sino también como un avezado experto en la épica histórica y el cine de aventuras, un territorio donde la industria española cinematográfica suele hacer aguas. Con algo más de presupuesto, quizá Díaz Yanes podría competir con las mejores superproducciones de Hollywood, pero eso, hoy por hoy, está lejos del cine español. "Alatriste fue un oasis en medio del desierto. Si se trata de llevar a cabo un proyecto que exige un cierto nivel alto de dinero no se puede hacer", reconoce el director. Ganador de dos premios Goya, Díaz Yanes cree que la España de nuestros días es un calco del país decadente que vivió el célebre capitán creado por Arturo Pérez Reverte. "El siglo diecisiete es lo más parecido al siglo veinte y me temo que al paso que vamos se está pareciendo cada vez más al siglo veintiuno. El diecisiete fue un siglo muy moderno en el buen y en el mal sentido de la palabra, pero también fue el siglo del principio de la decadencia en España, de las corrupciones, de los manejos oscuros, de la pérdida de todo. La verdad es que no avanzamos y no sé por qué cojones no avanzamos", asegura.


Entrevista completa en Revista Gurb

martes, 23 de mayo de 2017

UNA DE ESPÍAS


Ya ni los informes demoledores de la Guardia Civil sirven para llevar a la trena a los poderosos de este país enfangados en la corrupción. Según el juez, no se puede acusar a Rodrigo Rato de blanquear dinero con las empresas que él mismo privatizó durante los años de su mandato. La Justicia le acusaba de los delitos de blanqueo de capitales, malversación y cohecho tras haber supuestamente ingresado 71,9 millones de euros de sus sociedades. El magistrado considera que la investigación de la UCO solo aporta "sospechas sin sustento" y aunque la conducta del exministro sea "inmoral" todo está prescrito. Así que caso cerrado, todo archivado, a otra cosa mariposa.

El actor británico Roger Moore, que dio vida a James Bond en siete películas de la saga entre 1973 y 1985, ha fallecido en Suiza a causa de un cáncer. Moore es hasta la fecha el actor que más veces ha interpretado al personaje creado por Ian Fleming. Llegó para sustituir al gran Sean Connery, que impregnó de sex-appeal y masculinidad al espía más famoso de todos los tiempos. Moore, por su parte, aportó el estilo dandi, el porte elegante, ese gentlemen británico capaz de cargarse a un tío sin arrugarse el traje. Dicen las malas lenguas que tenía fobia a los disparos y que todas las escenas de acción las interpretaba su doble, algo que hubiera avergonzado a Bond. En el fondo, Moore era un tipo simpático y nada duro. De hecho, ha llegado al final de sus días trabajando para Unicef. Algo que James Bond tampoco haría.

Daesh ha reivindicado la matanza de Manchester que ha dejado 22 muertos y 59 heridos. Una vez más, el objetivo era un concierto de música, con lo que los yihadistas querían dejar claro que en su fanática visión de la religión no hay lugar para la expresión artística del ser humano. Esta vez, además, el público que asistía al concierto era en su mayoría adolescente e infantil, víctimas inocentes, lo que redobla la crueldad del atentado. Cada ataque es más sanguinario que el anterior. La pregunta es: ¿dónde está el listón de maldad de esta gente?

Pedro Sánchez asegura que se ha abierto una puerta al futuro del PSOE que ya no se cerrará jamás. También ha dejado caer que para refundar ese nuevo PSOE piensa unir el partido contando con todas las corrientes y sensibilidades internas. Muy bien, un gesto noble y loable. ¿Pero cómo se pueden unir dos cosas que se odian? ¿Cómo pueden confraternizar en un mismo proyecto común dos familias antagónicas ideológicamente que llevan meses matándose a navajazos dialécticos? Lo mejor que puede hacer el nuevo secretario general del PSOE es hacer limpieza, renovar Ferraz de una vez por todas, colocar caras nuevas en puestos de responsabilidad, superar la vieja guardia que ha mirado más por los intereses personales y de las puertas giratorias que por los intereses generales del país y refundar un PSOE que está pidiendo a gritos aire fresco y una vuelta a los principios originarios de la izquierda española.

domingo, 21 de mayo de 2017

VICTORIAS Y DERROTAS


La victoria de Pedro Sánchez hace justicia. Lo que hicieron en su día los barones del PSOE en el Comité Federal de la vergüenza no solo fue una ignominia y una sucia maniobra política, sino que pasó a la historia como el capítulo más bochornoso de un partido de profundos valores democráticos. Susana Díaz cae derrotada por su autosuficiencia y sus maniobras maquiavélicas. Se abre un resquicio de esperanza para que el PSOE pueda recuperar sus señas de identidad. Sánchez ha demostrado que las bases están con él frente al aparato del partido y los grandes medios de comunicación, que se entregaron sin condiciones a los barones. Habrá que ver qué dicen ahora los que traicionaron a Sánchez por mantener su sillón. Por una vez ha ganado quien tenía que ganar. Un hombre humillado que nunca se rindió y logró la victoria cuando ya lo daban por muerto.

Más allá de debates sobre el futuro del PSOE, más allá de discusiones bizantinas sobre socialismo, economía, Cataluña y bla, bla, bla, lo que demuestra lo de esta mañana en Ferraz es que en ese partido no hay amigos, ni camaradas, ni compañeros o compañeras, solo una cruenta, fratricida y cruda lucha de egos por el poder. El navajeo doméstico ha sido público, notorio y televisado.

Susana Díaz presume de chupa de cuero en alusión a la de Pedro Sánchez: "La mía tiene diez puntos más contra el PP y 20 contra Podemos. Es la que llevaba cuando gané en Andalucía", ha asegurado en el programa de Ana Rosa.

Gana Macron (65 por ciento). Pierde Le Pen (35). Pero la semilla del neofascismo ha calado hondo en la sociedad francesa. Es la última oportunidad para la libertad, la igualdad y la fraternidad. También es la última oportunidad para Europa. Si Macron no consigue resolver la crisis económica, si no da un giro a las políticas de austeridad que machacan a las clases bajas, Le Pen ganará dentro de cuatro años. El "combate político", como ha dicho la líder del Frente Nacional haciendo gala de un lenguaje belicista propio de Hitler, está servido. Hoy es el primer día de la cuenta atrás.

¿Qué tenemos que celebrar hoy, día 1 de mayo, fiesta del trabajo? ¿Que tenemos por Gobierno a una banda organizada que saquea, desvalija y esquilma el dinero del pueblo y de los trabajadores? ¿Que hay un millón y medio de españoles que viven en familias cuyos miembros están todos en el paro? ¿Que nuestros sindicatos ni siquiera se plantean la posibilidad de convocar una gran huelga general para exigir la devolución de todos los derechos laborales que nos han hurtado con la reforma Rajoy? Que el 1 de mayo no quede como una fecha más en el calendario, un puente para irse a la playa o una jornada de folclóricas manifestaciones. Que la izquierda se una y se rearme de verdad, que plante cara de una vez por todas al neoliberalismo criminal que corroe la democracia, que sirva para algo un día en que recordamos a los que en el pasado dieron la vida por defender los derechos humanos.

Traducido al cristiano, lo que viene a decirnos el fiscal Moix es esto: lo que hace daño a la democracia es que os enteréis de cómo se manejan en este país los hilos de la corrupción.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

sábado, 6 de mayo de 2017

EL GUSANO



(Publicado en Revista Gurb el 28 de abril de 2017)

Científicos españoles (todavía queda alguno por ahí) han descubierto un gusano que se come el plástico en lo que parece ser el invento último y definitivo para acabar con la contaminación de los derivados del petróleo. Los investigadores, en un alarde de creatividad literaria, han bautizado al voraz animalito como “gusano comeplásticos”, que también hay que ser pobre de imaginación. Aristóteles le echaba mucho más ingenio a la hora de colocarle el latinajo a una especie. Uno, que de ciencia solo sabe las cuatro reglas y poco más, no deja de asombrarse ante los logros de la tecnología. La ciencia es que avanza una barbaridad.
Pero ahora que ya sabemos que un gusano es capaz de meterse entre pecho y espalda toneladas de plástico tóxico deberíamos ir mucho más allá, hasta encontrar un bicho capaz de comerse toda la corrupción que contamina nuestro país. La Justicia, precaria de recursos y politizada por el Gobierno como está, jamás podrá resolver el problema de la basura política por sí sola, pero con un gusano tragón de esos el problema se terminaba en un cuarto de hora. Si nuestras mentes pensantes del CSIC consiguen hallar un gusarapo al que le prive la mugre hedionda de la corrupción, asunto resuelto. Sería mejor que un milagro. Ya lo que decía Henry Miller: si puedes ser un gusano, también puedes ser un dios. Así podríamos coger al bicho formidable y metérselo a Ignacio González en su ático babilónico de Estepona, para que vaya corroyéndole las alfombras persas, las cortinas de seda y las figuras de Lladró, que todo ricacho hortera tiene una en el salón. Más tarde podríamos agarrar al gusano insaciable, introducirlo subrepticiamente en el despacho de la felizmente dimitida Espe Aguirre, y que fuera merendándose, una tras otra, cada rana corrupta que la lideresa tiene metida en el cajón sin que ella sepa nada. Con un buen escuadrón de la muerte formado por esos gusanazos legionarios dispuestos a comérselo todo dejábamos España más limpia y reluciente que el ojo nuevo de cristal de Carlos Fabra, que se ha quitado veinte años y parece un chavalín con ese nuevo look teenager que se gasta ahora. Hay que ver lo que rejuvenece una cárcel española, ni el Balneario de Archena con sus baños turcos, sus hidromasajes de aguas termales y sus sesiones de chocolaterapia. Y ya puestos, si viéramos que la Fiscalía Anticorrupción y la Audiencia Nacional se ven desbordados ante tanto escándalo, tanto juicio y tanto navajero político como hay suelto, podríamos coger un buen puñado de gusanos prodigiosos y comilones y soltarlos por las tuberías del Canal Isabel II, que por allí ya no circula el agua sino billetes de quinientos, y que vayan tragando. O meterlos sin que nadie los vea en el despacho del ministro Catalá, que es una ciénaga pestilente, viscosa y toda emponzoñada de turbiedades, fangos, inmundicias y cochambre política. El despacho canicular del ministro es una cochinada de escándalos, una guarrada, y sería un caldo de cultivo ideal, un hábitat perfecto para nuestros gusanos laboriosos.
Con unas cuantas larvas dándose un festín que ni Chicote entre los escándalos de papel que brotan como setas por donde quiera que pisa Catalá, dejaríamos el despacho del ministro limpio como una patena y los gusanos hasta se quedarían a vivir con él para hacerle compañía, que los grandes hombres siempre están solos y preocupados por que se cierren pronto todos sus “líos”. Sin duda, en el invernadero pútrido del Ministerio de Justicia los gusanos crecerían felices y contentos, unos gusanos hermosos, rollizos, con alimento suficiente de casos para ir haciendo boca durante años. Los gusanos, que son seres inteligentes (por algo son gusanos científicos de laboratorio) pronto se reproducirían y treparían lentamente por los muros de Génova 13, hasta llegar a la planta del jefe Mariano, al que no le vendría nada mal un batallón de esos anélidos glotones para hacer limpieza en el partido. Nos habían hablado tanto de la inteligencia artificial, de los drones y robots, que ya no reparábamos en los pacíficos y funcionariales gusanos de toda la vida, seres de confianza que están en el mundo desde el Jurásico por lo menos, y que son mucho más ecológicos, baratos y eficientes que la UDEV. Uno cree que al paso que avanza la ciencia, más pronto que tarde no harán falta jueces, ni fiscales, ni inspectores de Hacienda, ni periodistas, ni soplones que destapen la corrupción, ni nada. Bastará con soltar unos cuantos de esos gusanitos especializados, tenaces y valientes para terminar con ella de un solo bocado. Con esos gusanos trabajando a destajo, día y noche –gusano animal contra gusano humano–, no harán falta policías ni espías de la UCO para acabar con la plaga. Porque ya lo dice el viejo proverbio español: quien mete la mano le pica el gusano.

Viñeta: El Koko Parrilla y Elarruga

SEMANA POCO SANTA



(Publicado en Revista Gurb el 14 de abril de 2017)

Nazarenos y beatas, cirios y mártires ensangrentados, vírgenes de oro, brumas de incienso y borracheras de vino malo. Señoras y señores, estamos en Semana Santa, esa fiesta ibérica que ha quedado para llenar los bares de guiris y para que la Guardia Civil nos calque la cartera, inmisericordemente, con el radar infalible de la Operación Salida. España  sigue siendo el pueblo más católico de Europa, del mundo me atrevería a decir, pero mucho me temo que esto de la Semana Santa, como la Navidad y el día de Todos los Santos, ha perdido gancho religioso y ha devenido en mero evento turístico-folclórico. Aquí la mayoría ya no habla de cómo estuvo el encierro de la Macarena o del Cristo de Medinaceli, sino del buen tiempo que hizo, del llenazo en las plazas hoteleras, del bajón del paro con el aluvión de camareros y sobre ese camping barato en la Alpujarra donde le dejan a uno llevar al perro y a la suegra.
El personal, salvo la COPE y cuatro cofradías de encapuchados empeñados en seguir metiendo miedo por la calle, pasa mucho de la imaginería de Gregorio Fernández, Juan de Juni, Salzillo o Berruguete y estos días los dedica más bien a estar tirado en un caluroso aeropuerto, en medio de una huelga incendiaria de pilotos, o en una estación llena de trenes averiados, que la Renfe siempre será la Renfe. Al menos antaño, con el 600, el turista culminaba con éxito la romería a la Manga del Mar Menor; hoy se conforma con pasar unas vacaciones en el balneario aéreo de Barajas, que por lo visto relaja mucho. Hasta en eso vamos para atrás. Quiere decirse que hemos renunciado, afortunadamente, a aquella "salubridad melancólica" de la religión de la que hablaba Felipe II. Y es como tiene que ser. La Iglesia, con sus desfiles góticos, sus cirios cistercienses y sus beatas ricas de lencería cara nos muestra cada año, descarnadamente, el gran espectáculo del dolor y de la muerte. El viejo mensaje sin reciclar de arrepentíos pecadores o iréis al infierno. Una puesta en escena que metía miedo en el siglo trece pero que hoy está felizmente superada porque nadie se la traga, salvo los de Hazte Oír, y ya ni esos, que todo lo hacen por sus cinco minutos de gloria en el programa de Ferreras. Por fortuna, la Semana Santa cada año es menos santa y más pagana, no hay más que darse una vuelta por Magaluf estos días. Aquello sí que es una orgía romana. "El cristianismo podría ser bueno, si alguien intentara practicarlo", decía Bernard Shaw, solo que nadie lo intenta ya porque nadie lo ha entendido bien, como el marxismo, y cuando tratan de llevarlo a la práctica salen cosas aberrantes como esa propuesta del PP de Barcelona de rescatar solo a los refugiados cristianos. Y a los niños moritos que les den bombazo. Dos mil años de cristianismo para llegar a esa mierda de conclusión.
Los pueblos evolucionan quitándose de encima el yugo de los espíritus y chamanes (quien dice chamán dice obispo franquista) y poniendo la razón del ser humano en el centro del universo, que es donde tiene que estar. De otra manera aún no habríamos salido de la tenebrosa Edad Media, qué digo de la Edad Media, de los sumerios y los acadios. Y si no miren ustedes en qué han terminado, por un exceso de hormonas religiosas, todos esos yihadistas que primero se lían la manta a la cabeza y después la lían con el chaleco bomba. Una ordalía de sangre, un sindiós. Qué manía les ha entrado con matar gente. Así es la religión llevada al extremo: irracional, exacerbada, fuera de madre. Una sobredosis de religión radicalizada y fuerte es peor que un chute de coca adulterada y achicharra muchas neuronas. La religión mal entendida es como el capitalismo salvaje, o le ponemos coto o nos lo pone ella a nosotros. Y para muestra un tuit. Se empieza por matar un cabrito en sagrado sacrificio y se termina torturando brujas, dilapidando adúlteras o quemando negros en Nueva Orleans, un deporte que vuelve a estar de moda con el locuelo Trump, el de la madre de todas las bombas. Los rezos y santos deben quedar como algo íntimo, personal de cada cual. Exhibirlos en procesión pública es un vestigio de los antiguos egipcios, que sacaban a pasear a sus momias para que se airearan, además de un foco de atascos y carteristas y un trastorno para los peatones, sean laicos o no, a los que se les cortan las calles sin preguntar. Hagamos un referéndum de autodeterminación de la Iglesia católica. No se atreven. Es mejor seguir tirando con el concordato caducado.
La religión es algo que está muy bien cuando quien la profesa encuentra paz espiritual en ella y lleva esa paz a los demás, pero cuando sirve como arma arrojadiza la cosa se nos va de las manos y principian las guerras santas, las cruzadas, los cruentos exorcismos, las barbas sucias sin afeitar, las misas en TVE y el obispo Reig Pla echando espumarajos por la boca contra abortistas y sodomitas. Pero no nos pongamos demasiado rojeras, que luego nos llama a capítulo la Audiencia Inquisicional. Disfrutemos de las cosas buenas de esta fiesta tan entrañable y tan nuestra: la manzanilla de Moriles, la Mona de Pascua –sin duda una celebración surrealista en honor a Tarzán– las torrijas que están para chuparse los dedos, el péplum de Kubrick sobre Espartaco, que sigue resultando sublime aunque lo repongan mil veces, y los indultos para delincuentes menores, siempre que no sean Bárcenas, Rato o Blesa los agraciados. Por cierto, cuentan que un jugador de baloncesto ha subido unas fotos a Instagram en las que confunde a los nazarenos con los del Ku Klux Klan. Por algo será.

Viñeta: El Koko Parrilla y El Petardo

ESPAÑA EN EL DIVÁN

(Publicado en Revista Gurb el 28 de abril de 2017)

Durante el último medio siglo, Amando de Miguel (Pereruela de Sayago-Zamora, 1937) nos ha estado explicando cómo somos los españoles. Tras más de 120 libros y miles de artículos publicados, el que fue pionero y primer sociólogo de la modernidad española sigue ostentando el título de catedrático emérito de la Universidad Complutense de Madrid. Él creó escuela en un momento en que la Sociología ni siquiera se contemplaba como una profesión y sus estudios siguen siendo referencia en todo el mundo. Hoy, a sus 80 años, continúa diseccionando lo que pasa en la sociedad española, que sigue en constante transformación. "De repente la cultura del esfuerzo y del trabajo ya no existe, hemos caído en la cultura del ocio, del trabajar lo menos posible, del defraudar si se puede, y en eso estamos, y eso también es la crisis. Todo eso es mucho más interesante que los aspectos meramente económicos". Para De Miguel la corrupción es algo grave, pero quizá no lo más grave: "La corrupción es un aspecto menos interesante, a mi modo de ver, que el enriquecimiento del político en la vida pública, que suele hacerse legalmente", asegura. Charlamos con un hombre que conoce como nadie al fenicio y pícaro español.

Entrevista completa en Revista Gurb

LA JUSTICIA OXIDADA



(Publicado en Revista Gurb el 14 de abril de 2017)

"La gente en este país no tiene mentalidad de que el dinero público es de todos los españoles, es decir, parece que si entran a robar en tu casa te están quitando lo tuyo pero si entran a robar en las arcas públicas no se sabe de quién es ese dinero, no hay conciencia de que ese dinero es de todos los ciudadanos". Manuel López Bernal, el fiscal que ha impulsado la investigación del caso Auditorio contra el presidente de la Región de Murcia, Pedro Antonio Sánchez, asegura que los fiscales se sienten “desprotegidos” cuando investigan tramas políticas organizadas. De hecho, unos desconocidos han entrado hasta por dos veces en la casa del fiscal anticorrupción de Murcia, Juan Pablo Lozano, e incluso en su propio despacho del  Palacio de Justicia, para sustraer datos secretos de su ordenador, un suceso que la Policía vincula con la delincuencia común, no con los múltiples casos de corrupción que asolan a esta comunidad autónoma. Hasta hace unas semanas, López Bernal era el fiscal jefe de Murcia, pero pocos días antes de la dimisión de Pedro Antonio Sánchez era relevado del puesto que ha ocupado durante los últimos once años. Algunos han querido ver una mano negra en su cese, aunque él lo niega. "Yo no creo que haya sido la retribución por investigar el caso Auditorio, todo eso sería hacer elucubraciones y yo tengo que suponer, tengo que creer que el fiscal general del Estado ha actuado correctamente en base a su criterio. Si de alguna manera no me han reelegido pues ya está, lo asumo y se acabó", asegura.

Foto: Pedro Martínez

Entrevista en completa en Revista Gurb 
  

EL ESTANQUE FANGOSO DE AGUIRRE

(Publicado en Revista Gurb el 28 de abril de 2017)
La Operación Lezo, que ha terminado con la detención y prisión incondicional del expresidente de la Comunidad de Madrid, Ignacio González, ha destapado toda la podredumbre que durante años se ha estado gestando en el PP madrileño. De nada sirven ya las excusas y coartadas de los altos dirigentes del PP que han atribuido los casos de corrupción en el partido a “episodios aislados” o a la persecución de un sector de la policía y de la Justicia con cierta animadversión a los populares. Todo eso no son más que excusas que caen por su propio peso. El caso Lezo no hace sino confirmar lo que todo el mundo ya sabía: que la corrupción en el PP es sistémica, institucionalizada, y que la mayoría de sus altos cargos figuran hoy como imputados en alguna causa. Mirar para otro lado o guardar silencio, como suele hacer el presidente del Gobierno, Mariano Rajoy, que incluso ha ido respaldando en público, uno por uno, a toda la recua de políticos corruptos de este país, ya no sirve de nada.  Rajoy pasará a la historia como el presidente que se puso detrás de Camps, el que calificó a Carlos Fabra de ciudadano ejemplar, el que ha apoyado a Bárcenas, Ignacio González, Granados, Rato y tantos otros.  Todo aquel que es elogiado por el presidente termina en la cárcel. Por no colar, ni siquiera cuela ya la vieja estrategia de echar las culpas a oscuras conspiraciones o a persecuciones de la oposición, un paraguas malo que no podrá capear todo el chaparrón de escándalos que salpican al Gobierno.
En ese maremágnum de podredumbre se ha producido, por fin y a la tercera, la dimisión definitiva de Esperanza Aguirre. Sus dos dimisiones anteriores como presidenta del partido en Madrid y de la Comunidad Autónoma habían sido de pega, de quita y pon, un "me voy yendo pero no me voy". Tras dejar el último cargo que le quedaba, el de concejal y portavoz del Grupo Popular en el Ayuntamiento de Madrid, podemos decir que Aguirre ya es historia. Ni siquiera las lágrimas de cocodrilo que la lideresa ha derramado en los últimos días por su delfín González servirán de atenuante para mitigar tan bochornoso espectáculo, una Aguirre que por cierto esta misma semana ha tenido que prestar declaración como testigo por el caso Gurtel. Espe, la inocente y cándida Espe, nunca sabe nada, pero su nombre siempre planea sospechosamente en todos los sumarios.
Los delitos que el juez Eloy Velasco imputa a Ignacio González son los más graves que pueden recaer sobre un político en activo. Integración en organización criminal, blanqueo de capitales, falsificación, prevaricación, malversación de caudales público y fraude. ¿Qué más necesitaba Esperanza Aguirre para presentar su dimisión? Ella fue quien colocó a González en el cargo, ella ha sido quien lo ha defendido y sustentado durante todos estos años de investigación, mientras el juez instructor iba acumulando pruebas documentales irrefutables, testigos comprometedores y grabaciones demoledoras contra el expresidente de la comunidad madrileña. Era como si la señora Aguirre no se enterara de nada. Hoy, después de más de cinco años desde que se destapara el escándalo, por fin se ha dado cuenta de que esto no es un juego, de que su partido en Madrid, el partido que ella ha dirigido, está podrido desde los cimientos hasta la última planta de Génova 13, esa sede que fue pagada con fondos de la mafia.
A Esperanza Aguirre y Gil de Biedma, condesa consorte de Bornos y de Murillo, grande de España, se le ha permitido todo durante demasiado tiempo. Ha mentido y se ha reído de los españoles (como cuando dijo aquello de "yo destapé la trama Gurtel") ha amparado y justificado a colaboradores cercanos acusados de delitos gravísimos e incluso ha llegado a decir que ponía la mano en el fuego por Ignacio González, cuando éste ya estaba siendo investigado por la compra de un ático a través de un paraíso fiscal. Es cierto: ha puesto la mano en el fuego y se la ha chamuscado. Cualquier político europeo hubiera dimitido por mucho menos y mucho antes, pero Aguirre es una de esas políticas de la vieja guardia de la derecha española que, sin haber entendido bien lo que es la democracia, pretendían perpetuarse para siempre en el poder, pasara lo que pasara. En 2012, perseguida por el escándalo del caso Púnica, que afectó a otro de sus fieles colaboradores, Francisco Granados, anunció una especie de "dimisión en diferido", ya que si bien es cierto que decidió dejar su cargo como presidenta de la Comunidad de Madrid, aquello solo fue una pantomima, un teatrillo. Acto seguido, y para estupor de todos, incluidos los de su propio partido, anunció que seguía en política, esta vez aferrándose a un escaño de concejal en el Ayuntamiento de la capital, donde ha ostentando el puesto de portavoz del grupo municipal del PP mientras chapoteaba en el fango. Es decir, fue algo así como "me voy pero solo un poco, me voy pero no del todo". Fue la dimisión más grotesca y patética que se le recuerda a un político español y eso que en España ha habido dimisiones ciertamente esperpénticas. El desparpajo, la desfachatez y la frescura de esta señora ha llegado a tal punto que mientras sus compañeros y colaboradores más allegados desfilaban por los juzgados, ella se paseaba ufana y tranquila con su perrito Pecas sobre las ruinas y solares en que ella misma ha convertido Madrid. Como si no hubiera pasado nada, como si todavía siguiera siendo aquella aristócrata digna y decente aparentemente limpia de polvo y paja que ganaba elecciones sin bajarse del autobús. Pues no, señora Aguirre, no. Usted ya no es aquella mujer, su tiempo ha pasado. Usted ha permitido que las instituciones madrileñas se hayan convertido en un nido de golfos, ladrones y aprovechados. Usted ha dejado que la democracia haya devenido en un establo maloliente donde los corruptos se arrojan el barro a la cara en medio del lodazal más repugnante. Usted, sin que entremos a valorar si estaba o no en el ajo, que eso ya lo dirán los jueces, ha desprestigiado las instituciones, causando un daño irreparable a los madrileños. Ahora, señora Aguirre, pretende que nos creamos que su amigo y confidente Ignacio González firmaba los contratos inflados con empresas de gran calado como Indra o OHL sin que usted estuviera al corriente; ahora pretende que nos traguemos que González manejaba los presupuestos del Canal Isabel II (del que supuestamente ha desviado fondos por valor de más de 23 millones de euros) sin que usted se coscara de nada; y ahora pretende que nos zampemos que su hombre fuerte, su mayordomo de confianza, ofreció 173 millones de euros a OHL para zanjar el fiasco escandaloso del tren a Navalcarnero sin que usted se enterara de la misa la mitad. ¿Dónde estaba usted, señora Aguirre, cuando todos estos asuntos se cocinaban en la ventanilla contigua a su despacho? ¿Dónde estaba cuando los mafiosos jugaban con el dinero de los madrileños, cuando se dilapidaban millones y millones de euros y cuando los filibusteros especulaban hasta con el agua de los ciudadanos?
Y todavía se permite ir de mujer digna y pulcra por los pasillos y salones de la política española. Resultaría cómico de no ser tan triste.
Llegados a este punto, a la lideresa solo le quedaba una salida airosa. La que ha tomado a regañadientes y sin duda forzada por Rajoy: presentar su dimisión e irse a su casa, ya que el estanque está tan lleno de "ranas", como ella dice, que ni siquiera se ve el agua. Es hora de que el PP se tome en serio el problema de la corrupción y limpie su casa, no solo porque está en juego su propia supervivencia como partido, sino la salubridad de la democracia española, que cada vez que estalla un nuevo caso sufre un perjuicio irreparable. Urge que el Partido Popular afronte esta etapa negra de su historia y haga examen de conciencia (arrepentimiento y propósito de enmienda, si es preciso, ya que sus miembros son tan católicos). Urge que depure a los representantes públicos que están implicados en asuntos turbios, no solo en Madrid, sino en Valencia −otra comunidad autónoma infestada de cargos contaminados−, en Murcia, donde 35 de sus 45 municipios están manchados por delitos muy graves, y en todas las regiones y ayuntamientos donde afloren casos de corrupción. Hoy, más que nunca, se antoja imprescindible la regeneración, la vuelta a unos mínimos valores éticos que el PP ha olvidado, que se refunde si es necesario tras expulsar a todos los miembros de la vieja guardia incursos en procedimientos judiciales, que son muchos. No es hora de juegos semánticos ni de coartadas cortoplacistas. Ya no es tiempo de circunloquios ni discusiones bizantinas sobre cuándo debe dimitir un político, si al ser imputado, si tras ser acusado, en el auto de procesamiento o cuando le llega la hora de la sentencia. Eso ya es lo de menos. Aquí lo realmente importante a estas alturas es que cualquier cargo público cuyo nombre aparezca en un sumario de corrupción abandone su escaño de inmediato por decencia, por respeto a la ciudadanía y por responsabilidad política. Pero que se vaya con todas las de la ley. No como había hecho hasta ahora Espe Aguirre, esa funambulista de la política que, mal que le pese a ella y para fortuna de todos, ya es historia. A casa como una jubilada, que es lo que toca, y a escuchar cómo cantan las ranas.

Viñeta: Ben

CONVIVIR CON EL TERROR



(Publicado en Revista Gurb el 14 de abril de 2017)

Los últimos atentados terroristas ocurridos en Londres, Alemania y El Cairo han disparado el nivel de alerta en toda Europa, también en nuestro país, donde millones de españoles se disponen a vivir las fiestas de Semana Santa. Los fanáticos terroristas de ISIS han amenazado con cometer atentados en lugares masificados con la intención de causar el mayor daño posible. Lanzar un camión en una calle atestada de turistas o colocar un artefacto explosivo de baja intensidad en un lugar público, como ha ocurrido recientemente en el caso del autobús del Borussia Dortmund, es un plan relativamente sencillo que no exige mayor logística ni preparación que contar con un vehículo propio o robado y con un loco suicida dispuesto a llevarlo a cabo. Las fuerzas y cuerpos de seguridad del Estado han incrementado el nivel de alerta en nuestro país y se han reforzado las medidas de prevención para garantizar la seguridad de miles de personas que participarán en las multitudinarias procesiones previstas en las ciudades de todo el país. Así, en Sevilla, uno de los puntos calientes por la gran afluencia de turistas que se registra en estas fechas, se han destinado más de tres mil agentes de Policía a tareas de vigilancia, casi un 12 por ciento más que el año anterior. Además, se han instalado bolardos y pesadas jardineras a la entrada de las calles, cámaras de seguridad y vehículos pesados haciendo las veces de barreras de contención para evitar que un conductor kamikace pueda hacer realidad sus delirantes sueños. Estas medidas son sin duda positivas y necesarias y hay que aplaudir que el Ministerio del Interior las haya tomado con rapidez tras los últimos atentados registrados pero los expertos en la lucha antiterrorista ya se han apresurado a advertirnos que ningún plan especial puede garantizar al cien por cien nuestra seguridad. En el mundo de 2017 nadie está a salvo de verse atrapado en una pesadilla como la que han vivido las víctimas del atentado en el metro de San Petersburgo, los cristianos brutalmente asesinados en una iglesia copta en El Cairo o los turistas que paseaban tranquilamente junto al Big Ben cuando fueron sorprendidos por un camión conducido por un terrorista suicida.
Vivimos en sociedades constantemente amenazadas, tenemos que acostumbrarnos a convivir con el terrorismo, esa es la cruda realidad a la que nos han condenado los fanáticos de ISIS. Por eso no estaría de más que a partir de ahora tomemos conciencia de cómo actuar ante un hipotético ataque terrorista indiscriminado contra la ciudadanía. En otros países como Israel o Estados Unidos se educa a la población desde la infancia para que sepa reaccionar ante situaciones críticas. Cursos de seguridad y protección civil, así como de primeros auxilios, deberían formar parte fundamental de nuestros planes educativos. De esa manera podríamos gestionar sucesos como el ocurrido hace unos días en la Madrugá de Sevilla y durante la procesión de Lunes Santo en Málaga, donde una pequeña pelea callejera sembraba el pánico por las calles de la ciudad. En apenas un momento se desató una extraordinaria estampida humana entre el público que contemplaba la procesión, que por un momento temieron estar siendo atacados por los yihadistas de ISIS en plena fiesta religiosa. Carreras, empujones, gritos, gente corriendo en desbandada, caras de terror, una espiral de miedo que se apoderó de los cientos de asistentes al evento. La situación llegó a ser tan descontrolada que desde el propio Ayuntamiento de Málaga se tuvo que realizar un llamamiento a la calma y tuvo que ser el propio alcalde de la ciudad, Francisco de la Torre, quien saliera a desmentir públicamente que el suceso tuviera algo que ver con un ataque del ISIS/Daesh. La escena recordó inevitablemente a la Madrugá del Jueves Santo del año 2000 en Sevilla, cuando desde distintos puntos del casco antiguo de la capital andaluza, de repente, comenzaron a volar sillas y decenas de personas desesperadas buscaron refugio en portales y bares para evitar ser aplastadas. Los pasos religiosos quedaban abandonados a su suerte, los nazarenos corrían sin destino y los autobuses de la periferia se llenaban de personas huyendo a sus hoteles. La psicosis desatada en un momento provocó un caos como nunca se había visto en esa ciudad. Han pasado ya 17 años desde aquel misterioso fenómeno de neurosis colectiva y la Policía no ha conseguido aclarar qué fue lo que sucedió aquella noche extraña en Sevilla.  Lo que sí sabemos es que no debemos caer en el pánico descontrolado, que no hace sino agravar una situación ya complicada. Eso lo saben bien los terroristas de ISIS, que han aprendido a explotar la neurosis y el miedo fácil de los occidentales.
Las sociedades modernas han caído desde hace tiempo en la inmadurez, el infantilismo y el miedo al dolor y la muerte, que ha sido convenientemente ocultada. Hemos vivido durante demasiado tiempo en una burbuja de cristal, entre anuncios de televisión que nos venden sueños inalcanzables, redes sociales que proyectan mundos virtuales tan falsos como inexistentes, dietas adelgazantes, tratamientos de belleza y tecnologías de última generación que anestesian las conciencias humanas. Hemos estado tan confortablemente instalados en nuestro mundo de mentira y fantasía, en nuestros sofás futbolísticos, en nuestros centros comerciales, coches ultrarrápidos y casas inteligentes, que nos habíamos olvidado de que la mayor parte del planeta es un lugar inseguro donde hay hambres, guerras, plagas y destrucción. Las tres cuartas partes de la población mundial vive en infiernos como el de Irak, Siria, Sudán, Nigeria o Afganistán, lugares de pesadilla donde se registran atentados con decenas de muertos cada día, donde los niños aprenden desde bien pequeños que la vida es corta, efímera, que ahora están vivos pero cinco minutos más tarde pueden estar muertos tras pisar una mina antipersona, ser disparados por un francotirador o acribillados desde el aire por un dron. Conviven con la muerte, se han acostumbrado a ella y lo llevan con una dignidad y una resignación que espanta. Tenemos mucho que aprender de ellos. La amenaza de ISIS está aquí, entre nosotros, ha llegado para quedarse durante décadas y tendremos que acostumbrarnos a hacerle frente con la mayor naturalidad posible, asumiendo que en cualquier momento el azar caprichoso puede hacer que nos crucemos con un terrorista suicida. Sin neurosis ni histerias, afrontando la idea de que el mundo globalizado del siglo XXI es así, inseguro, inestable, caótico, injusto. Ese es el precio que tenemos que pagar por ser unos privilegiados, por haber tenido la suerte de vivir en el paraíso mientras otros muchos, la inmensa mayoría, vivía en el infierno. Las fuerzas de seguridad del Estado harán todo lo posible para garantizar nuestra seguridad durante estas fiestas de Semana Santa y debemos dar las gracias a los agentes que estarán trabajando mientras nosotros nos divertimos. Demos las gracias por haber nacido en un país civilizado y avanzado donde se respetan los derechos humanos. No tengamos miedo a salir a la calle, a mezclarnos con los otros, a disfrutar de la vida. Vivir con una enorme sonrisa, mostrarles que somos tan fuertes como ellos, que no les tenemos miedo, que no han conseguido el objetivo de doblegarnos ni de acabar con todo lo bueno de los valores occidentales. Ese es el mejor mensaje que podemos enviar a los terroristas.

Ilustración: La Rata Gris