viernes, 27 de mayo de 2016

EL PERIODISTA DEL PUEBLO


 (Publicado en Revista Gurb el 27 de mayo de 2016)

Homosexual, rumano, gitano, ateo y vagabundo. Lagarder Danciu, el activista sin techo de 35 años que el pasado martes irrumpió en un acto de campaña del Gobierno, al que asistía el presidente Mariano Rajoy, al grito de "el Partido Popular es la mafia", reúne todas las cualidades para ser considerado por la derecha como su enemigo público número uno. Los agentes de seguridad redujeron e inmovilizaron a Danciu tras forcejear con él, pero su grito de indignación, con el que trataba de llamar la atención de la opinión pública ante la dramática situación que viven 50.000 desahuciados y sin techo en toda España (5.000 solo en Madrid), se escuchó en todo el mundo. "Lo que más me impresionó mientras los escoltas me detenían y me tiraban al suelo, más que las risas de los ministros del Gobierno, fue la cara de torpeza de Rajoy", asegura. Profesor de Sociología y Trabajo Social, a Lagarder Danciu le gusta definirse como un "empleado del pueblo", un periodista que un buen día decidió dejarlo todo, abandonar su vida cómoda y ordenada como profesor y traductor de la policía para retratar de cerca a los que sufren, para vivir junto a ellos y documentar sus tragedias personales. Provisto de un simple teléfono móvil, ese que por las noches tiene que guardarse en los calzoncillos para que no se lo roben, el activista va subiendo a las redes sociales, día tras día, fotos e historias de gente anónima, fantasmas, invisibles a los que nadie ve ni escucha ya, personas que sin su cámara y sin sus textos quedarían en el olvido para siempre. "En la calle está muriendo gente de cáncer terminal, gente a la que este Gobierno ha abandonado. Esto para mí son asesinatos institucionales. Por eso me he propuesto documentarlo todo, para que quede constancia de los nombres y apellidos de estas personas en la memoria histórica". Danciu va de acá para allá, de ciudad en ciudad, con una mochila al hombro que siempre le acaban robando, haciendo su particular ruta por la pobreza de España, que es mucha y variada. Un día en Sevilla, otro en Barcelona, y el pasado fin de semana plantando cara a los ultraderechistas que recorrieron las calles de Madrid. "¿Qué si tengo miedo a que los nazis vengan a por mí? No se puede vivir con miedo, lo que tenga que pasar pasará". El entrevistador mantiene una intensa hora de charla con Lagarder y cuando termina la conversación siente una especie de síndrome de Estocolmo porque ha tenido la ocasión de escuchar a un espíritu libre, racial, indómito, un mesías de los marginados que predica en el desierto ruidoso de las redes sociales. "Si Pablo Iglesias llega a presidente algún día y acaba convirtiéndose en un Rajoy, allí estaré yo para decírselo, por supuesto". Hoy hablamos con Lagarder Danciu, el periodista de los sin techo, el empleado del pueblo, el hombre que le dijo las verdades del barquero, a la cara, a Mariano Rajoy.

Foto: Joaquín Zamora

Entrevista completa en Revista Gurb

sábado, 21 de mayo de 2016

LA ESTELADA


En menos de veinticuatro horas, la estelada ha pasado de ser proscrita a ser legal. Parece que en este país todo lo que rompe el Gobierno tiene que arreglarlo un juez. Cuentan las crónicas que en 1925 Primo de Rivera clausuró el campo del Barsa durante seis meses, después de que el público pitara el himno español con mucha fuerza y tesón. No hemos cambiado tanto desde entonces. Los independentistas siguen abucheando borbones y nuestros gobiernos siguen siendo tan esquizofrénicos como siempre. Concepción Dancausa, no sabemos si porque estamos en campaña, porque Rajoy le ha ordenado echar la cortina de humo para tapar púnicas y gurteles, o porque simplemente le ha subido la fiebre patriótica (por algo es hija de falangista), ha reabierto la guerra de las banderas cuando no venía a cuento. Extraño ser el político español, siempre dispuesto a hacer de un problema menor una gran tragedia.
Una guerra de banderas era lo que menos convenía a España en estos momentos delicados, pero ahí estaba Dancausa, presta a echar más gasolina al incendio en Cataluña, por si no hubiera suficiente fuego ya. De todas las guerras de este mundo, las declaradas por el uso de las banderas son las más anacrónicas, estúpidas e inútiles. Hoy, en pleno siglo XXI, sigue habiendo guerras por el petróleo, por el agua, por la tierra y por la religión, pero resulta incomprensible que aún haya gente dispuesta a declarar la guerra (y gente dispuesta a dejarse embaucar) por un pedazo de trapo pintado con vistosos colores. Lo mejor que se puede hacer con una bandera, sea constitucional o estelada, es usarla como toalla, que en la playa queda muy típico, o como banderín colgandero para las alegres verbenas de verano. La derecha dura y recia a la que pertenece Dancausa siempre ha creído que España y la bandera les pertenece por herencia directa de don Pelayo. Todo aquel que no esté con la rojigualda o es un independentista o es un republicano/chavista o es de ETA. Aquí son ellos quienes reparten el carné de español con pedigrí y los que resuelven quién tiene derecho a ser español y quién no. No basta con haber nacido en Sevilla, Bilbao o Tarragona. Hay que demostrar que uno la tiene más larga (la españolidad) soltando un gañido prehistórico de ira y furia contra los nacionalismos irredentos.
Pero resulta que España, desde Finisterre a Cabo de Gata, es mucho más que un trozo de tela y cuatro mitos manidos del ultranacionalismo español. España, el Estado más antiguo y sabio de Europa, aglutina una historia homérica, extraordinaria, y una colección de pueblos, sentimientos, costumbres y culturas que hacen de ella una tierra única, especial. Tras quinientos años de singladura histórica deberíamos haber aprendido ya lo que es España, pero por lo visto parece que un alemán de Baviera entiende mejor nuestra idiosincrasia, el carácter diverso, contradictorio y genuino de lo español, que el ministro del Interior, que será muy bueno dando medallas a la Virgen pero no tiene ni idea de lo que es en realidad este enigma llamado España. A estas alturas de la película no deberíamos rasgarnos las vestiduras por ver estadios de fútbol ardiendo en banderas esteladas, banderas gays o banderas piratas. Si los catalanes se han inventado una nueva enseña olvidándose ya de la magnífica senyera, auténtico símbolo milenario de Cataluña por el que lucharon y dieron la vida muchos catalanes, allá ellos con su invención y su ficción. Contra gustos colores. Por lo visto la estelada les parece más molona porque tiene una estrella como emblema, que siempre gusta mucho porque así la bandera parece más subversiva, más insurrecta y narcocaribeña, y además con la estrellita en la bandera parece que Cataluña ha ganado ese Mundial que le falta y que anhela aún más que el pacto fiscal. Ya se sabe que hoy todo es fútbol, hasta la política, y fueron los boixos nois quienes llevaron la moda de las esteladas flamígeras al Camp Nou. Así que lo que no pudo hacer Lluís Companys, o sea construir la identitat de la nació catalana, lo ha está haciendo Leo Messi a base de goles y copas. Resulta extraño comprobar cómo los catalanes de derechas y de izquierdas han renunciado a su cuatribarrada legítima y amada de toda la vida para sustituirla, de la noche a la mañana, por una bandera más llamativa, más colorista, más chic. Pero lo dicho, es la decisión soberana de un pueblo y hay que respetarla. Otra cosa es lo de nuestro querido gobierno nacionalpepero. Prohibir una bandera en un campo de fútbol, como si así se pudiera prohibir un sentimiento y una nación, no solo es un tic autoritario sino un error mayúsculo, un ataque de ceguera política y una pataleta de niño pequeño, una más de las muchas a las que nos tienen acostumbrados estos chiquillos del PP, inmaduros de juicio y de Historia de España, que por el día besan la bandera española y por la noche besan la de Suiza o Panamá, que en realidad son los países que aman porque es allí donde esconden sus botines de estraperlo. Pero es que, por si fuera poco, también ellos cambiaron de bandera en la Transición y nadie les dijo nada. En un momento dado, cuando Fraga se hizo demócrata de toda la vida, decidieron borrarle el pollo a la rojigualda, siquiera por limpiar un poco la imagen facha y que pareciera que los monstruos de la dictadura se civilizaban un poco. Solo que algunos monstruos el aguilucho lo siguen guardando con mimo en el cajón y lo sacan de cuando en cuando para darle de comer, para que no se acabe muriendo del todo el polluelo, pitas, pitas. Quién sabe, quizá algún día la gaviota se metamorfosee de nuevo en águila imperial, que es lo que esperan ciertos personajes con alergia a la democracia. Es evidente que este Gobierno considera que hay unos españoles, los que piensan y sienten España de forma distinta, que no merecen serlo, como los rojos-masones, los bolivarianos, los sociatas (pedristas o susanistas, da lo mismo), los comunistas, los catalanistas del Ampurdán, los vascos con txapela, los independentistas gallegos, los valencianos de Mónica Oltra, los ateos que se saltan la misa de doce, los republicanotes, los periodistas de la Sexta, los anarcoides con pendiente y los jipis con rastas, y por eso los condenan al exilio interior. Todo aquel que no sea de su misma patria, de su bandera y de su Dios no es español. Por eso muchos rojillos siempre nos sentiremos un poco exiliados en nuestro propio país, apátridas en esta tierra adusta gobernada por ministros del Opus, ultraperiodistas de bayoneta calada, rocieros talibanes e infantas pecatrices. Sardá, sin ser independentista, ha publicado una foto en su tuiter envuelto en una estelada. Y la verdad es que, visto lo visto, dan ganas de hacer lo mismo. Aunque solo sea por joder un poco.

jueves, 19 de mayo de 2016

LA ESPAÑA DE LA COLMENA


(Publicado en Diario16 el 19 de mayo de 2016)

Ahora que acabamos de celebrar el centenario del nacimiento de Cela, no podemos por menos que decir, aunque nos pese, que La Colmena, la obra universal del desmesurado y formidable escritor gallego, está más viva que nunca. Sin saber cómo ni por qué, nos han devuelto a La Colmena cuando parecía que la teníamos felizmente superada, y si abrimos ese libro fundamental por cualquier página, al azar, nos encontraremos con personajes, diálogos y situaciones que se repiten hoy, a esta misma hora, con una exactitud milimétrica, clónica, escalofriante, en cualquier rincón de España.
Seguimos atrapados en La Colmena (en realidad el español siempre vivió hacinado en una colmena sin salida hecha de falsas mieles y miserias) y ese libro nos enseña más de nuestro presente que de nuestro pasado de posguerra, que en realidad no nos queda tan lejos. En esa novela infinita, inabarcable, están inscritos todos nuestros males como individuos y como especie: la España hambrienta y decadente, la picaresca como modo de vida genuinamente hispano, la moral hipócrita, pacata, clerical. El español de hoy, como el de la novela, ha tenido que dejarse el café (demasiado caro), y volver a los vasos de agua que se dan solidaria y gratuitamente en nuestros bares, bares como el Doña Rosa que siempre estaba atestado de miserables, solitarios y perdedores.
Desde Cervantes y el Quijote, la pobreza y la penuria ha sido el gran tema de la literatura española, lo ha sido siempre y siempre lo será, porque aquí nunca cambia nada, porque aunque Rajoy quiera negarlo la gente pasa hambre y frío y no hay trabajo para nadie, al igual que sucede con los pobres insectos humanos de La Colmena. Los personajes celianos que transitan por la novela no tienen dinero para pagarse un alquiler, visten abrigos raídos, escupen como tísicos y tienen que recurrir a comedores sociales, como el gran Martín Marco, uno de los héroes homéricos de la odisea hispana y coral escrita por el gigante de Iria Flavia. En realidad la historia de Cela no tiene un protagonista único. El gran protagonista es Madrid, ese Madrid anónimo, gélido y sombrío de posguerra que se convierte en símbolo atemporal del horror y la estulticia humana. Hasta los escritores de hoy en día se parecen dramáticamente a los de entonces y la mayoría son unos muertos de hambre que han tenido que dejar de escribir para seguir cobrando la pensión, unos locos marginados que no interesa que sigan dando la vara con sus obritas de denuncia social.
Todo lo de hoy se parece trágicamente a aquello a lo que nos remite La Colmena. Las calles grises y enfermas, el mercado negro, la corrupción y hasta las casas de citas, entrañables y familiares como la de doña Jesusa, han vuelto para dar refugio, consuelo y sopa boba a los sin techo. Todos somos ya un poco personajes de Cela, con el miedo al futuro metido en el tuétano y la represión a la orden del día, mucha policía, poca diversión, la ley mordaza dando estopa al rojo y el árbitro futbolero que sale del armario para que lo linche el desgañitado ultra al grito de marica mamón. Cuando salió publicada La Colmena, el cura que hizo el informe de censura se preguntaba sospechosamente: "¿Ataca el dogma o la moral? Sí. ¿Ataca al régimen? No. ¿Valor literario? Escaso". La Iglesia siempre tan acertada en su juicio final. No atina nunca ni en lo divino ni en lo humano. Así que en esas estamos. Con España a un paso de la cartilla de racionamiento, del estraperlo y de su posguerra particular. Ya lo ha dicho Almudena Grandes, maravillosa zíngara de las letras españolas: "Esto no ha sido una crisis, ha sido una guerra". Pues ya nos hemos acostumbrado a caminar entre las ruinas de posguerra y al ladrido lejano de nuestros políticos que corren como perros enloquecidos en mitad de la noche. "Detrás de los días vienen las noches, detrás de las noches vienen los días", se lamenta un personaje de la novela amargado de todo. Así es nuestra colmena española. Aplastante, asfixiante, letal. Tediosa, desesperante, cruda. Pedro Sánchez poniéndole viejas caras nuevas al PSOE con Borrell, Margarita Robles, Jordi Sevilla y Ángel Gabilondo, todos caducados, todos pasados de rosca; Granados en la trena por gastarse un imperio en plumas estilográficas, como Catalina la Grande se lo gastaba en amantes; y el Gobierno entrante y saliente (antes al menos había bipartidismo, ahora solo unipartidismo) vuelve a prometernos el mismo programa de hace cuatro años, que es el de hace ocho y el de hace doce.
Aquí el programa siempre es el mismo, un programa rutinario, recurrente, endémico: machacar a la abeja obrera para que cuatro zánganos de la colmena se den la vida padre. "El trabajo fijo y seguro es un concepto del siglo XIX", dice Rosell, presidente de la patronal, tan frescachonamente. Eso es lo que quiere la elite económica, devolvernos no al XIX, sino a la XIX dinastía de las pirámides esclavistas. Pero como decía el maestro Cela, para mí que es un despropósito muy peligroso eso de no dar de comer a la gente. Así que mucho cuidado con no alimentar al perro porque el perro puede morder la mano de su amo. O lo que es lo mismo: la colmena puede reventar en cualquier momento.

martes, 17 de mayo de 2016

LOS POLITÓLOGOS

(Publicado en Diario16 y en Revista Gurb el 18 de mayo de 2016)

No hay más que poner la radio o la televisión para constatar, fehacientemente, que una nueva profesión ha nacido: los politólogos. Hay politólogos en todas partes y a todas horas, politólogos en las tertulias de la Griso y de Ana Rosa, politólogos en los telediarios, politólogos hasta en la sopa. Ayer mismo entré en el ascensor y me encontré con el vecino politólogo del quinto que iba a tirar la basura. Quiso echarme la charla urgente sobre el último barómetro del CIS y claro, tuve que cortarle por lo sano. Le doy un consejo de buena fe, amigo lector: nunca deje decir la primera palabra a un politólogo o estará perdido sin remedio. Son los nuevos sociópatas de nuestro tiempo. A un politólogo le das los buenos días y te echa una charla sobre las confluencias de padre y muy señor mío que te deja patas arriba y listo papeles para el resto de la jornada. Hoy todos quieren ser politólogos, es lo que mola, lo que vende en la tele, y si antes en las fiestas se ligaba preguntando aquello de estudias o diseñas hoy se le entra a la chai de turno diciéndole estudias o eres politóloga. Hay un overbooking de analistas de la cosa, de politólogos, ya digo. Un exceso, un stock, un pasote. Uno ya no puede dar un paso por la calle sin tropezarse con un politólogo. Siempre van muy repeinados, bien vestidos y arreglados (el chaleco es fundamental) y además de la buena presencia tienen un piquito de oro que para sí lo hubiera querido Sócrates. Manejan la jerga, hacen malabarismos con los números, tiran de encuestas y predicciones. Elaboran teorías muy sesudas que rara vez se cumplen pero todo el mundo les pide opinión, consejo y análisis de última hora. Los politólogos son como aquellos augures de Roma que abrían las entrañas de los pájaros para saber qué iba a pasar en las Galias. Solo que Roma terminó cayendo por los indignados de la época, que eran los bárbaros, sin que los politólogos de entonces, como los de ahora, las vieran venir.
Mi politólogo favorito es sin duda Ignacio Sánchez Cuenca, ese que ha escrito un libro bajo el título La desfachatez intelectual, donde pone a caldo a los escritores que escriben de política. Dice que gente como Vargas Llosa, Javier Marías, Fernando Savater o Pérez-Reverte, nada, cuatro indocumentados que no saben juntar dos líneas seguidas, y otros muchos, no deberían escribir de política tan alegremente porque dan contenidos "superficiales, poco meditados y poco informados" envueltos en un estilo "campanudo, prepotente y muy tajante". Además opina que no está seguro de que sea bueno que  haya "intelectuales de referencia", de modo que andábamos escasos de cultura pero a partir de ahora, de triunfar estas propuestas extrañas y coercitivas de la Ciencia Política moderna, iremos en taparrabos cultural. Por si fuera poco el hombre va y critica que en España los escritores no hayan salido aún del 98 y escriban todos desde el pesimismo y el desencanto, como si aquí se pudiera escribir de otra manera. Todo apunta a que este señor quiere cargarse el columnismo patrio y secular, tan brillante y potente, que tantas páginas gloriosas ha dado a la literatura española desde el patriarca Larra, e imponernos así la dictadura fuerte de los legajos de la Politología, tan escolásticos, aburridos y coñazo. Si de los politólogos dependiera, aquí todos hablaríamos raro, marciano, con muchos datos matemáticos, muchas encuestas y cálculos de probabilidades, eso sí, soltando palabros como sorpasso que deberían estar perseguidos por la Fiscalía. El señor Sánchez Cuenca nos quiere poner mirando para ídem en un nuevo alarde de talibanismo intelectual, cultural, cargándose de un plumazo todo lo bueno que tiene una columna literaria y política a la vez, y privándonos del último placer que nos queda ya: sorber el primer café de la mañana con aromas de escándalo y corrupción mientras se degusta, carajilleramente, un clásico Vargas, un fino Marías o un ardiente Pérez-Reverte. No parece que sobren escritores que se metan en harinas políticas en esta España ágrafa y enferma de incultura, sino todo lo contrario. Lo que sobran son fantasmas. Y politólogos.

Viñeta: El Koko Parrilla

lunes, 16 de mayo de 2016

LA CAZA DE BRUJAS

(Publicado en Revista Gurb el 1 de mayo de 2016)

A Rita Maestre (Madrid, 1988) su pasado de activista juvenil se ha revuelto contra ella como una repentina tormenta que a punto ha estado de arrasar su carrera política. La protesta estudiantil que llevó a cabo en la capilla de la Universidad Complutense de Madrid, hace cinco años, donde se quitó la camiseta mientras coreaba consignas contra el mantenimiento de templos católicos en instituciones públicas, le ha costado una multa de doce meses (4.300 euros) y días de angustia y tensión en los que la fiscal llegó a pedir para ella un año de prisión por delitos contra los sentimientos religiosos. "Han sido meses duros, por supuesto. Es duro de alguna manera que haya quien utilice esto para erosionar políticamente un proyecto que emociona a mucha gente. Es duro y yo siempre he dicho que no voy a entrar en esa batalla del fango de los titulares y los insultos", asegura.  La portavoz del Ayuntamiento de Madrid y mano derecha de la alcaldesa, Manuela Carmena, ha recurrido la sentencia ante la Audiencia Provincial y todavía confía en que los magistrados le den la razón y crean su versión de que no pretendía ofender a los católicos, sino llevar a cabo una "protesta legítima y pacífica de carácter político". "Pensar que esto ha sido una caza de brujas sería tanto como asumir que la Justicia no es justa y eso es mucho decir", asegura Maestre, aunque observa "comportamientos de jueces que no son del todo justos". El arzobispo de Madrid ya la ha perdonado demostrando que hasta la Iglesia es más tolerante que muchos políticos y periodistas, pero como siempre sucede, en este país hay más papistas que el papa, y todavía hoy sigue recibiendo improperios e insultos de la caverna mediática. Hasta la fiscal del caso, en un ejercicio más propio de los autos de fe de la sagrada Inquisición que de una jurista del siglo XX, la ha comparado con las "señoritas que están en su derecho de alardear que son putas". Ella dice que prefiere callar y seguir trabajando. Pero bien sabe que con la Iglesia se ha topado.

Entrevista completa en Revista Gurb.

martes, 10 de mayo de 2016

EL PACTO DE LA BIRRA


(Publicado en Diario16 el 10 de mayo de 2016)

A poco que Podemos e Izquierda Unida han firmado la esperada coalición, la derecha se ha echado a temblar y ya hablan de frentepopulismo, de vuelta al 36 y de la llegada del coco comunista rojo y masón. Solo les ha faltado cursar la orden pertinente a los afrikáners franquistas para que salten el Estrecho y entren triunfantes en la Península. La imagen de Pablo Iglesias y Alberto Garzón abrazándose fraternalmente y firmando el 'pacto de la birra' (se tomaron unas cañas vallecanas nada más salir del histórico acuerdo) ha puesto muy nerviosos a populares y socialistas. Rajoy avisa de que España no está para novatos, sino para equipos curtidos en la gobernanza, políticos veteranos, lobos de mar experimentados como él. Suponemos que el presidente se refiere a los Bárcenas, Granados, Rodrigo Rato, Gerardo Camps (que se ha comido medio millón de euros en restaurantes) y un largo etcétera, todos ellos avezados profesionales en el arte del birle y el afane. A Rivera tampoco le ha gustado demasiado el 'pacto de la birra' y ya se ha apresurado a gritar aquello tan atávico y español de "¡que vienen los comunistas!". Solo que afortunadamente España ya no está en el 36, por mucho que un juez saque del foso a un puñado de fantasmas republicanos enterrados en el Valle de los Caídos, y aquí el gentío pasa mucho de quemar iglesias y conventos, del himno de Riego y de las barricadas en el Alcázar. Los ocho millones de parias de la famélica legión que viven del negocio del hambre y la misera solo piensan en llegar vivos a final de mes y en que les den un minijob de mierda, aunque sea por media hora de salario, que es la última moda minimalista impuesta por la santa patronal. Iglesias está jugando sus cartas con gran inteligencia y talento político (más algo de oportunismo, no hay que negarlo) y nada más firmar con Garzón le ha lanzado un órdago a Pedro Sánchez para que se sume al acuerdo. Un regalo envenenado, sin duda, ya que si Sánchez firma quedará como perdedor que implora una limosna y si lo rechaza solo le quedará el sulfúrico Albert Rivera (que es flor de un día, como Rosa Díez) y la solitaria travesía en el desierto de la campaña. Por si fuera poco, los viejos barones sociatas, siempre tan arrogantes y estupendos, le advierten de que con El Coletas ni a la esquina, un nuevo error de la curia de Ferraz, ya que más temprano que tarde el PSOE se tendrá que sentar a negociar con Podemos/IU por propia supervivencia. Negociar o morir, ésa es la idea. No se puede ir contra el signo de los tiempos. De modo que el pacto Iglesias/Garzón no es la revolución de clase siempre prometida y nunca alcanzada, ni una vuelta al guerracivilismo rampante de siempre, sino una estrategia de mercadotecnia muy bien pergeñada y diseñada por ambos jóvenes líderes de la nueva izquierda española, que no estarán curtidos en la guerrillera clandestinidad de antaño pero se saben al dedillo los manuales escolásticos y aritméticos de la Complutense para llegar al poder. Aquí no se trata de resucitar al abuelo Marx, sino que a los dos les interesa el plan, por pragmatismo, por necesidad: a Podemos porque no está para perder un solo escaño, y a Izquierda Unida porque ya va siendo hora de que su millón de votantes tenga voz y voto en el Congreso. "Me encanta que los planes salgan bien", ha sentenciado Iglesias con la Mahou en la mano, parafraseando a un personaje de la serie 'El Equipo A'. Iglesias siempre tan intelectual. El ansiado sorpasso queda más cerca. Todos en la izquierda están muy contentos con el 'pacto de la birra', mientras la derechona invoca el contubernio imaginario y judeomasónico contra Dios y contra España que no le servirá de mucho porque nadie se cree ya lo del cuento del demonio rojo. Todos se abrazan en las casas humildes de Lavapiés. Todos menos Llamazares, ese pitufo gruñón.

Viñeta: Pedro El Koko Parrilla.

sábado, 7 de mayo de 2016

LA NOSTALGIA DE EL PAIS


(Publicado en Revista Gurb y Diario16 el 4 de mayo de 2016) 
 
Cumple El País cuarenta años, un día que debería ser dulce y feliz para el periodismo español pero que nos deja, en cierto modo, un poso de amargura. La profesión está hecha unos zorros, hay más periodistas en el paro que destapando escándalos políticos en las redacciones y la credibilidad internacional de nuestro periodismo está por los suelos, ya lo han dicho los catedráticos de Oxford. A todo esto se ha abierto una batalla sin cuartel entre los pequeños diarios digitales, que hacen un periodismo alegre, valiente y barato, contra los poderosos grupos mediáticos en papel, millonarios arruinados que viven anclados en las viejas portadas del pasado que ya nadie lee. Los barquitos virtuales de Infolibre, Diario.es, El Confidencial y otros muchos, formados en buena medida por veteranos lobos de mar del periodismo que fueron injustamente despedidos, pese a sus hojas de servicio intachables, le están haciendo la guerra de guerrillas a los oxidados portaaviones de papel, cuyos almirantes y contables aún no se han dado cuenta de que su tiempo ya pasó, de que el casco tiene demasiadas grietas y que hace aguas por todas partes. Es una guerra todavía desigual entre mundos completamente distintos: por un lado la era digital con su nuevo lenguaje, sus tuits, sus hashtags y sus noticias virales de vértigo, y por otro el viejo y romántico titular en tinta negra del día siguiente, que solo lo leen cuatro jubilatas de barra y bar, y ya ni eso, que ahora los yayoflautas están muy puestos y le hacen la jodienda cibernética a Rajoy con una tablet bajo el brazo. Asistimos pues a una lucha sin cuartel entre el periodista hacker y el antiguo régimen de las grasientas rotativas imperiales, entre los pequeños medios digitales que surgen como setas por doquier y los holdings mediáticos que tanto daño han hecho a la profesión. Buena parte de culpa de la crisis del periodismo la tienen ellos, los yupis de cabellos engominados medio analfabetos que han aplicado sus asquerosos balances contables sacados de la Escuela de Empresariales a un oficio tan bello y noble como es el periodismo. Esos diablos de traje y corbata que son tan corruptos como Bárcenas y sus amigos genoveses han llevado a la prensa libre a la ruina al venderse al poder financiero, a la publicidad y a los políticos que les cierran el pico con el chupito de las subvenciones.
Pero no todo está perdido porque hay un puñado de reporteros que han vuelto a la calle, a las libretas de gusanillo, a los cuarteles y comisarías y a los juzgados para hacer periodismo del bueno y servírselo a diario a Ferreras, en bandeja de plata cocinada al rojo vivo, mientras los directores de los anticuados pergaminos, funcionarios adocenados que bostezan en las redacciones de los rotativos convencionales (cada día más frías y desoladas por tanto despido) no son capaces de ver lo que se les viene encima. Son como ciegos dinosaurios de papel que entonan el último canto de cisne antes de su extinción total. Uno, que ya no recuerda la última exclusiva que dio El País (me dice un compañero informado que fue la del juez Dívar y sus viajes sonrojantes, ya ha llovido) asiste atónito a los coqueteos del rotativo madrileño con la banca, el poder monetario y hasta con el Gobierno del PP, al que ya le compra sin rubor los engaños económicos para venderlos a cinco columnas. Ha sido El País, durante décadas, nuestro periódico, el periódico que nos sacó de la cueva del golpismo y nos dio de mamar la leche fértil de la democracia, el periódico que alumbró aquella portada mítica del 23F. La Biblia de toda una generación que ha crecido en libertad. Siempre estaremos agradecidos a aquellos periodistas barbudos y gafapastas de chaquetas de pana (los hipsters de la Transición) que empapelaron la historia de España con las páginas del diario independiente de la mañana. Pero aquellos tiempos dorados de independencia y rigor se perdieron sin remedio y ahora El País ha pasado de ser el periódico del PSOE al periódico de una parte del PSOE, mayormente los jerarcas adinerados (lo cual es todavía peor) mientras Cebrián, el rey de Prisa que va deprisa para no llegar a ninguna parte, se dedica a despedir a los periodistas que cuentan la verdad sobre sus negocios y a desacreditar a la izquierda real, Podemos mayormente. Este País, aunque nos duela reconocerlo, ya no es nuestro País. Tan triste como cierto.

Viñeta: El Koko Parrilla

domingo, 1 de mayo de 2016

LOS FANTASMAS DE EGUIGUREN

 (Publicado en Revista Gurb y Diario16 el 29 de abril de 2015)

"Pasé una depresión de la leche, me quedé sin cargo, sin nada en el partido, y encima me quedé un poco solo. Lo he pasado muy mal, sí, muy mal".  A Jesús Eguiguren (Aizarna, Guipúzoca, 1954) el hombre que fue designado por el Gobierno de Zapatero para negociar con ETA, el proceso de paz le ha terminado costando la salud y el puesto de diputado socialista que siempre ha llevado con orgullo. En 2002 era el presidente del PSE pero hoy, catorce años después y pese a su impagable contribución al final de la violencia en el País Vasco, no solo no tiene un merecido monumento en su honor en una plaza pública, sino que vive apartado de la vida política. "El enfrentamiento con la gente del PSOE no fue grato, me hicieron el vacío, me tomaron por un loco, caí enfermo, y ya llevo años así. Había mucha gente que estaba acostumbrada al terrorismo y no lo veían como un problema histórico. La paz para muchos fue una putada", asegura. Todavía lo paran por la calle para abrazarle y agradecerle que ya no haya bombas ni tiros en la nuca, pero España es un país que se olvida fácilmente de aquellos que dan lo mejor de sí mismos por una causa noble y justa. "Pues sí, es una cosa muy rara, es como si los partidos hubieran estado acostumbrados al terrorismo y al final dijeran: joder, este cabrón nos ha hecho la paz, ahora se va a legalizar Bildu, nos van echar del Gobierno…" Hoy los ciudadanos de Euskadi pueden caminar con tranquilidad por la calle sin miedo a que estalle un coche bomba, y eso es gracias a un hombre que cierto día lo empeñó todo a cambio de terminar con la violencia, un ciudadano de a pie que un buen día cogió una furgoneta y se plantó en Ginebra para vérselas, cara a cara, con Josu Ternera. El final de ETA es un hecho histórico, pero detrás de la historia siempre hay nombres propios, valientes, heroicos, aunque Eguiguren quiera ser modesto y diga que solo cumplió con su obligación. Nombres que con frecuencia, y más en este país cainita, son condenados al escarnio y al olvido.

Entrevista completa en Revista Gurb y Diario16