miércoles, 2 de abril de 2014

OBIANG


Juro por mi conciencia y honor que nunca pensé que llegaría a decir esto: Mariano ha tomado una decisión correcta, acertada, lúcida. Sí, nuestro querido presidente del Gobierno, nuestro desmañado, obtuso, tardo y zote presidente gaviotero ha atinado por una vez en esta tortuosa y desgraciada legislatura para olvidar. Y lo ha hecho a lo grande, en Bruselas, en plan gran estadista, arsa qué arte tiene mi niño. Andaba el señor de los hilillos por las cumbres y olimpos europeos cuando alguien, no sabemos si por despiste o con mala intención, le preparó la encerrona del siglo: sentarlo en una cena comprometida junto al dictador Obiang, una cena de etiqueta que tenía más peligro que Josefer esnifado en un puti de carretera. El premier gallego ya había avisado de que hablaría con el tirano, al igual que habla "con cualquier otra persona", ya que ése es su deber como jefe del ejecutivo. El escándalo y desaguisado de ver al canciller de la democracia española compartiendo mesa y mantel con el caníbal de Malabo estaba servido. Todo parecía perdido. Iba a ser una cagada más en los anales de la diplomacia hispana, y en el peor de los días, el día en que las gloriosas patrulleras de la Guardia Civil habían sido arrolladas en un nuevo Trafalgar por los buques de la Pérfida Albion, el día en que un episodio de los Simpson implicaba a la Roja (cándido Iniesta inclusive) en el fango de la corrupción patria. Uno cree que la Historia de la política internacional española es la historia del error contumaz y eterno, errores torpes en África, errores crueles en América Latina, errores inevitables con el amigo americano, un amigo que siempre se nos lleva algo, Cuba y las Filipinas, mayormente. Un diplomático español es alguien que se equivoca siempre. Sin embargo, a última hora, gracias al cielo, a Mariano se le encendía la lumbrera de emergencia y decidía dar plantón a Obiang. Rajoy, haciendo un discreto mutis por el foro, aunque haya pasado por un malqueda, ha demostrado su cintura política, qué duda cabe. Mejor salir por patas en el último momento que salir en la foto dándole a los langostinos belgas, servilleta al cuello y codo con codo, junto al sospechoso dictador. Estos reyezuelos ecuatoriales no solo se saltan los derechos humanos, sino que también se saltan el protocolo, y a los postres suelen salir con alguna petición de última hora para el papá colonial: que si un paquete de ayudas en nombre de los lazos de amistad entre los dos pueblos, que si un jugoso negocio de armas, que si un plan secreto para fumigar a los pobres desarrapados marxistas de la oposición guineana... Ha hecho bien Mariano en escurrir el bulto. El negrata venía con sorpresa, como un huevo Kinder, debió pensar acertadamente nuestro inefable presidente, y tampoco era cuestión de terminar compartiendo banco con él en la Corte Penal Internacional. Estas cosas de la diplomacia son así. Se empieza con una conversación inocente sobre lo mucho que llueve en Bruselas y a la hora de la tarta, después de un vino tras otro, le acabas prestando al tirano un par de cuerpos expedicionarios de la Legión española, para que vaya limpiando Guinea de disidentes. Si no estás ducho, si no te andas con ojo (y la verdad, no parece que tengamos un presidente muy puesto en política de ultramar), las cosas se desencaminan y acabas montando un conflicto internacional. Por eso, mejor dejarse de cenas con un fulano afrikáner al que no conoces de nada y que puede salirte rana a las copas. Has hecho bien en irte por peteneras, Mariano. Ahora solo te falta condenar el régimen de Obiang. Y ya quedas de puta madre. 

Imagen: eldescodificador.com

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