lunes, 3 de octubre de 2016

ADIÓS SÁNCHEZ, BIENVENIDO RAJOY


  (Publicado en Revista Gurb el 2 de octubre de 2016)

Pedro Sánchez ya es historia del PSOE. Los últimos días que se han vivido en la sede de Ferraz quedarán como los más vergonzantes y bochornosos de un partido centenario cimentado en nobles principios como la democracia y la lucha por la justicia social. Tras el golpe dado por los 17 críticos y la dimisión forzada del secretario general, el partido sale roto, con heridas que probablemente tardarán años en cerrarse, si es que finalmente se cierran, por mucho que Susana Díaz quiera coser ahora, deprisa y corriendo, lo que ella misma ha descosido. La guerra fratricida entre compañeros de partido ha sido demasiado sangrienta y cruel como para que el PSOE vuelva a recuperar la unidad a corto o medio plazo. Lo primero que cabe decir es que nadie ha ganado esta batalla, sino que todos la han perdido. Bueno, no todos: con la caída de Sánchez cae la última esperanza que quedaba de un Gobierno de izquierdas, lo que sin duda habrá sido motivo de gran alegría para Mariano Rajoy. Quizá Podemos se beneficie con el trasvase de unos cuantos miles de votantes socialistas que atónitos y desencantados ante la cruenta refriega que se ha vivido en el partido en los últimos días decidirán probar suerte en el partido de Pablo Iglesias. Pero probablemente esa subida de la formación morada no será suficiente para desbancar a la derecha del poder.
Tras la dimisión de Sánchez, una gestora se hará cargo del partido, curiosamente una gestora similar a la que dirige el PP de Valencia desarbolado por los casos de corrupción. Los críticos, inspirados por Felipe González (que dio la orden de salida a la conspiración) y secundados por algunos barones, encabezados por Susana Díaz y Ximo Puig, deberán plantearse a partir de ahora si su histérico y descerebrado comportamiento de los últimos días merecía la pena. La cabeza de Sánchez ha costado un precio demasiado elevado: el partido demolido y reducido a la ruina más espantosa, el odio enquistado entre hermanos y familias socialistas, la salida más lógica y digna que le quedaba al partido (la de intentar un Gobierno de izquierdas que superara los años de corrupción, ignominia y recortes del PP) enterrada para siempre. Si lo que querían los díscolos era quitarse de en medio a Sánchez bastaba con que le hubieran presentado una lista alternativa en un Congreso extraordinario e intentar ganarle en buena lid. Hacerlo de manera sosegada, pacífica, civilizada. Pero, lejos de optar por la solución democrática establecida en los estatutos y procedimientos del partido, optaron por la vía cruenta, por dar rienda suelta a los más bajos instintos, por darle matarile, con escarnio y humillación pública, a su secretario general, valiéndose de las peores artes del matonismo callejero. La encerrona no solo tiene que ver con los malos resultados cosechados por el líder socialista en las dos últimas elecciones generales y en los comicios vascos y gallegos, sino que tiene que ver también con las venganzas personales, con las luchas internas de poder y sobre todo con la imposición de una forma de entender el PSOE basada en postulados conservadores en lo social y en lo económico, directrices muy alejadas de lo que fueron los orígenes del PSOE fundado en 1879 por Pablo Iglesias. Los barones hacía años que estaban deseando esto: dar un golpe de timón y cortarle el paso a cualquier socialista que como Sánchez tuviera juveniles pretensiones de iniciar una vuelta a los postulados de izquierdas, refundando el partido y superando el felipismo pragmático instaurado en Suresnes que terminó en la devaluación del socialismo, en la economía neoliberal más propia de la derecha, en Luis Roldán, Mariano Rubio, los fondos reservados y los GAL.
Con la liquidación de Sánchez han ganado los burócratas del partido, el ala conservadora, los tecnócratas, el poder del aparato, los instalados, los barones, los socialistas de sueldos imperiales colocados en el Ibex 35, el felipismo más rancio y trasnochado que debería estar ya felizmente superado. Lo de Felipe González merece un capítulo aparte en toda esta truculenta historia. Queda demostrado que la sombra de un presidente que hace años abandonó la senda del socialismo real, dedicándose a sus negocios, a sus amigos millonarios y a sus yates de lujo, sigue pesando demasiado en el partido. Tanto que es como ese espectro del padre severo que, una vez fallecido, sigue aterrorizando a los inquilinos de la casa. La demostración palpable de que lo que le convenía a la derecha española era la dimisión de Sánchez y su sustitución por una gestora sumisa (que sin duda permitirá con su abstención la investidura del presidente más infame de nuestra democracia, como es Mariano Rajoy) es que anoche, en el plató de la Sexta, los periodistas Francisco Marhuenda y Eduardo Inda se felicitaban y hacían bromas con el final trágico de Pedro Sánchez. Sin duda, ayer fue una jornada triunfal en Génova y no nos extrañaría nada que en el despacho de Rajoy se hubiera brindado con champán. Con la crisis abierta por los críticos susanistas, no solo hemos dejado de hablar del juicio por las tarjetas black y todos los demás procesos que se avecinan contra el Gobierno, sino que ahora el PP parece ser la única salida seria a los problemas de España.
"El PSOE está roto", dijo a última hora de la tarde de ayer José Antonio Pérez Tapias, un socialista de los de siempre que no solo quiere recuperar la dignidad dañada del PSOE, sino los valores tradicionales de la izquierda. Mientras tanto, a las puertas de Ferraz se congregaban unas decenas de militantes que al grito de "fascistas", "no es no" (en alusión a la férrea oposición que Sánchez le ha hecho a Rajoy) y "Susana felipista" mostraban su indignación, por momentos de una forma exagerada, contra los críticos que han protagonizado la usurpación del poder por la fuerza. Lo que le queda ahora al PSOE, pese a lo que digan los discursos de cara a la galería de los corifeos de Susana Díaz apelando a la unidad, parece más que evidente: un puño duro y fuerte y una rosa cada vez más disminuida, una dura travesía en el desierto, las consiguientes purgas internas que se avecinan, un nuevo descalabro electoral al estilo de los partidos socialdemócratas de otros países europeos, la desconexión entre los cuadros dirigentes y buena parte de las bases, que ya no se fían de nada ni de nadie, y una más que probable victoria electoral del PP que, ahora sí, podrá seguir en el poder durante otros veinte años más.

Ilustración: Artsenal

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