(Publicado en Revista Gurb el 4 de noviembre de 2016)
El caso de Ramón Espinar, portavoz de
Podemos en el Senado, ha puesto de manifiesto la esquizofrénica
situación que vive la política española desde que Pedro Sánchez
anunciara en su entrevista en exclusiva con Jordi Évole que volverá a
presentarse a las primarias del PSOE para recuperar las riendas del
partido, devolvérselo a las bases y alejarlo del PP. En su charla con el
presentador de Salvados, el ya exsecretario general socialista
reconoció que cometió un grave error al no haber pactado con Podemos en
su momento y denunció las presiones que había sufrido por parte de
grupos mediáticos como Prisa y algunas empresas del Ibex 35 para que no
se acercara al partido de Pablo Iglesias. Desde ese mismo momento en que
Sánchez decidió tirar de la manta y airear los entresijos de las
complejas negociaciones para formar Gobierno que tuvieron lugar durante
los meses de bloqueo en España, algunos poderes fácticos han decidido
pasar al ataque y contrarrestar el efecto Sánchez. La finalidad última
no puede ser otra que ahogar cualquier esperanza de lograr una izquierda
española unida que pueda aglutinarse en una oposición eficaz contra
Mariano Rajoy capaz de cristalizar en una alternativa de Gobierno
consistente de cara al futuro.
Tras la emisión de la entrevista con
Sánchez, algunos decidieron que era el momento de cortar de raíz
cualquier pretensión de negociar con Podemos (y de paso lanzar un aviso a
navegantes para el exsecretario general dimitido) aunque para ello
hubiera que poner al partido de Pablo Iglesias, injustamente por otra
parte, al nivel de mezquindad de los políticos que se han enfangado en
casos de corrupción durante los últimos años. Al igual que William
Random Hearst le espetó a uno de sus dibujantes "tú haz las
ilustraciones, que yo pondré la guerra", poco antes de que estallara el
conflicto entre España y Estados Unidos a cuenta de Cuba, Juan Luis
Cebrián, magnate de Prisa, debió ordenar a sus plumillas algo parecido
aquella noche de domingo en la que Sánchez largaba en la Sexta. El plan,
sin duda, era diseñar una gran operación mediática bajo la apariencia
de una supuesta labor de investigación que salpicara a Podemos y a todos
aquellos que en el PSOE sueñan con una izquierda hermanada capaz de
conquistar el poder. Solo había que elegir al chivo expiatorio
apropiado, a la persona idónea sobre la que lanzar la "máquina del
fango", un concepto que se ha acuñado en los últimos días y que define a
la perfección la campaña de desprestigio, de acoso y derribo tan
desproporcionada como injusta, que se ha orquestado desde El País y la Cadena Ser, con el apoyo de otros periódicos de la derecha como La Razón, ABC o El Mundo.
El personaje elegido para desacreditar a
Podemos y al ala izquierdosa del PSOE partidaria de la confluencia con
la formación morada fue finalmente Ramón Espinar, un político joven al
que los periodistas de Prisa supuestamente han investigado en sus años
de juventud. Los hechos se remontan a 2007, cuando Espinar tenía solo 21
años y era un universitario que apenas ganaba 400 euros. Por aquellas
fechas, cuando Espinar ni siquiera estaba en política (la corrupción es
siempre achacable a los políticos profesionales), decidió comprar una
vivienda de promoción oficial para jóvenes de unos 60 metros cuadrados
(nada de lujos) como hacen miles de muchachos de su edad que tratan de
emanciparse y abrirse camino en la vida. Al poco tiempo, y al no poder
hacer frente al pago de la hipoteca, algo de lo más normal en España
dada la complicada situación que vive la juventud de nuestro país para
acceder a una vivienda, decidió venderla, obteniendo un beneficio de
unos 20.000 euros brutos con la operación. Y a partir de esos datos que
estaban a la vista de todos es como el grupo Prisa ha construido la
historia más delirante que recuerda nuestro periodismo reciente, y que
se ha pretendido vender como un caso de corrupción a la altura de los
latrocinios y tramas internacionales organizadas que hemos tenido la
desgracia de vivir en estos últimos años de Gobiernos del PP y también
del PSOE.
No será necesario recordar que vivimos
en una democracia regida por la libertad de expresión y de prensa, ni
que los políticos tienen el deber de dar las explicaciones oportunas
cuando salen salpicados o bajo sospecha por algún titular. En eso
consiste el juego democrático. Hasta ahí ninguna objeción. El único
problema es que si nos detenemos un instante a analizar los datos
objetivos de esta truculenta historia, dejando al margen las
consideraciones políticas, no podremos por menos que concluir que el
grupo Prisa no ha hecho más que caer en el peor de los periodismos que
se pueden hacer: el que se ejerce buscando de antemano a una víctima
propiciatoria para descargar sobre ella todo su poder mediático. Con la
historia de Ramón Espinar, El País, y en consecuencia la Cadena Ser,
han caído en lo peor que puede caer un medio de comunicación: en el
sectarismo político más atroz y en la venganza al más puro estilo de los
años de Pedro J. Ramírez, aquel periodista que, cuando se lo proponía,
arruinaba la vida de todo aquel que osaba ponerse en su contra.
Con la noticia de Espinar, El País
no ha hecho otra cosa que vender humo, engordar una anécdota y elevarla
a la categoría de gran affaire periodístico, revestir una información
inocua y sin interés público alguno bajo la apariencia de un gran
escándalo político, cuando en realidad no hay tal escándalo, sino que en
el trasfondo de la noticia subyace una lucha intestina de poder entre "susanistas" y "pedristas" y una intención clara de mantener cuotas de
poder. La venta del piso de Espinar no solo no es delito, sino que es
una práctica habitual en las relaciones económicas de cualquier país. Si
tuviéramos que meter en la cárcel a cada español que ha vendido una
vivienda lucrándose con la operación no habría celdas suficientes en
España para meternos a todos. Cebrián necesitaba un tema fuerte, una
cortina de humo para desviar la atención del auténtico bombazo
informativo: las acusaciones que contra él lanzó Sánchez en la magnífica
entrevista que concedió a Jordi Évole (este sí, un auténtico ejemplo de
periodismo de calidad del que tendrían mucho que aprender los actuales
redactores jefes, subdirectores y directores de Prisa, más acostumbrados
ya a hacer política que a hacer periodismo del bueno).
Nada se sostiene en el pretendido escándalo que ofrece El País.
Se dice que Espinar dio un "pelotacillo" inmobiliario cuando en
realidad lo que se ha dado es una exclusivilla de medio pelo. Se dice
que la conducta del senador de Podemos no es delictiva pero se le acusa
de lo peor. Se le lincha públicamente por haber hecho algo que cualquier
joven español sin recursos hubiera hecho: sacarse un dinero con la
venta de un piso que no puede pagar. Y lo que es mucho peor y aún más
barriobajero y repugnante: los periodistas que han lanzado la
información han tratado de asociar la imputación del padre de Espinar,
implicado en el caso de las tarjetas black, con la compra de la vivienda
por parte del senador de Podemos, como si un hijo tuviera que pagar por
los pecados de su padre. Una jugada no solo sucia, sino cruel para una
persona que nada tiene que ver con los desmanes del PP, más bien todo lo
contrario. En cualquier caso, la noticia daba, todo lo más, para una
portada matutina en el blog amarillista OK Diario de Eduardo Inda. Pero que un periódico con la trayectoria gloriosa de defensa de los valores democráticos como ha sido El País
caiga en estas prácticas y abusos de la profesión produce estupor y
sonrojo. A los responsables de Prisa habría que recomendarles que
desempolvaran los viejos manuales de estilo y volvieran a ofrecer a sus
lectores periodismo de calidad, no bazofia política revestida de
supuesta investigación seria. Aunque bien pensado, viendo quién dirige
ese negocio –magnates más que periodistas, especuladores bursátiles más
que reporteros–, quizá ya sea demasiado tarde.
Viñeta: El Koko Parrilla
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