jueves, 21 de marzo de 2013

HUGO CHÁVEZ


Tras la muerte de Hugo Chávez, habría que hacerse una pregunta precisa y fundamental: ¿es mejor Sudamérica ahora, con el legado chavista? Y la respuesta debe ser necesariamente que no. Me explico. Es cierto que estamos ante un líder carismático que intentó acercarse a la miseria de un pueblo. Es cierto que repartió unas gotitas del petróleo venezolano entre los más oprimidos, lo cual siempre es de agradecer. Pero también es cierto que ha sembrado la semilla de la discordia entre el pueblo, que deja un país dividido en dos bandos irreconciliables y que el Ejército rige ahora los destinos de Venezuela. O sea: la misma leyenda negra que ha perseguido a Latinoamérica desde que un puñado de españoles se fueron de crucero caribeño hace quinientos años. 

Uno nota que escribe mejor cuanto más mala leche le corre por las venas. Pues eso es lo que hizo Hugo Chávez, escribir las páginas de la Historia solo para una mitad de acólitos, trazar los destinos del país con renglones de odio. Desde ese punto de vista no se diferenció mucho de los reyezuelos que han venido gobernando los trópicos americanos desde Juárez hasta Tierra de Fuego. 
El régimen chavista ha traído represión, control férreo de los medios de comunicación, sospechosas conexiones con el narcotráfico, inflación por las nubes, crecimiento económico estancado pese a ser un país riquísimo, asesinatos cotidianos en Caracas. La conclusión no debe ser que muchos pobres viven algo mejor ahora, sino que unos pocos ricos siguen llevándose crudo el dinero del crudo. Una auténtica revolución bolivariana no debería quedarse en unos cuantos mitines populacheros y folclóricos en la plaza roja, en unas canciones rancias sobre el Che Guevara y en unas consignas manidas antiyanquis. La auténtica revolución bolivariana está aún por hacerse en Latinoamérica y pasa necesariamente por instaurar verdaderas democracias en el continente, no chirigotas militares con aspecto de regímenes serios, como el castrismo cubano que aplasta la libertad.    
Tras su aspecto bonachón y parlachín, tras su fachada de militarote simpático y salvapatrias, tras su boina de paraca pasado de rosca y sus discursos televisivos plastas llenos de astracanadas, Hugo Chávez escondía la sombra de un líder absolutista con escasos ideales democráticos, por mucho que la palabra democracia esté cada vez más devaluada en la decadente y vieja Europa. Aquí, los políticos trincones como Bárcenas El Alpinista están haciendo que el pueblo pierda la fe en esa bella utopía que es la democracia. Aquí los pobres chipriotas abocados al corralito por los tiburones del Bundesbank están ya descreidos, incrédulos, impíos. Corre por el mundo el fantasma de un nuevo fascismo económico contra el que nada pudo o nada quiso hacer el afable Hugo Chávez. Ahora sus camaradas de batallitas embalsaman su cuerpo muerto como un Keops bolivariano, como queriendo atrapar y conservar lo único que queda ya de esa falsa revolución que se han inventado. Solo que las momias nunca vuelven.      
  

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