lunes, 11 de marzo de 2013

HA NACIDO UNA ESTRELLA


El problema de Cospedal es que ya no vemos a una secretaria general de partido superprofesional, a una mujer fuerte de brazo férreo, confiado, seguro. El problema es que ahora vemos, hablando por su boca, a Chiquito de la Calzada, a Mariano Ozores, a Cantinflas, a Pajares en sus mejores momentos tartajosos. 

Se viene diciendo que su intervención el día que trató de explicar los chanchullos de Bárcenas fue surrealista y lamentable. Y es verdad, pero lo fue solo políticamente, porque desde el punto de vista del humor, desde la perspectiva de la actriz cómica en ciernes, hemos ganado una superstar destinada a dar grandes momentos de gloria. Sin duda, ese día nació una estrella. 
Cospedal, el día que intentó farfullar una explicación seria y coherente sobre las andanzas delictivas de Luis El Cabrón, el día infausto que acabó diciendo que el tesorero ha disfrutado de un contrato "en diferido-simulado" y no sé cuántas monsergas más, abandonó la política coñazo y dio el salto al gran monólogo surrealista, un género nada fácil de dominar. 
Desde André Breton sabemos que el surrealismo entronca con el inconsciente humano y eso fue lo que hizo Cospedal aquel día, dar rienda suelta a sus remordimientos más secretos, soltar su inconsciente más oculto, liberar la región de su cerebro donde no se objetiva la realidad para hablar con lengua de trapo, como un bebé balbuceante y limpio de pecado. Con su brillante actuación, Cospedal se despojó de tensiones insanas y problemas, se liberó de su encorsetado estilo dama de hierro, de su look de peluquería cara, y se hizo niña otra vez, desnudando su alma, volviendo al parvulario, donde la vida es más sencilla y divertida, sin mentiras, ni sobres llenos de dinero, ni tesoreros mangarrufos que andan por ahí aireando papeles comprometedores. 
Por un momento, la mujer triunfadora del PP se tumbó en el diván freudiano del teatro sin saberlo, relajó su lengua e hizo una regresión a la niñez, donde el primer lenguaje es un juego desenfadado y sin control, sin la intromisión de la conciencia. La infancia rebelde y feliz es el paraíso edénico del ser humano y cuando llega el maestro represor con la primera lección (la ma con la no, mano; mi mamá me mima) ahí la cagamos, ya lo dijo Rousseau en El Emilio. 
Aquel día de la rueda de prensa ebria y disparatada, Cospedal se despojó de las órdenes rígidas del preceptor Rajoy, se quitó de encima traumas y delitos, se purificó de pecados y enredos, de mentiras y cintas de video. Fue una terapia pública y febril, a pecho descubierto, una sesión de hipnosis teatral y surrealista en la que, en lugar de echar espumarajos por la boca y dar convulsiones, se bañó en el Ganges de la prensa y afloró el cómico pueril que ella lleva dentro, el cómico asqueado de la vida al que ya solo le importa el humor. Y ese acto de purificación inconsciente, ese exorcismo del que salieron palabras inconexas, fue su forma directa y sincera de decirnos: ya no puedo con tanta neurosis, la mierda me llega hasta el cuello.    
Mucho se ha criticado la explicación esotérica de Cospedal sobre los supuestos robos de Bárcenas, pero uno cree que lo que pasó realmente fue un automatismo cerebral, un mecanismo de propia defensa, un resorte mediúmnico/espiritista pero sin espíritus, ya que el que afloró en último lugar fue el inconsciente plagado de secretos calientes y mal guardados. A Cospedal solo hay que pedirle una cosa: que deje fluir también su imaginación onírica si es que le toca declarar ante un juez. En diferido o simulado.      

Imagen: Paperblog

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