viernes, 7 de febrero de 2014

EL PASEÍLLO


Novecientos millones de personas vieron por televisión la boda de Cristina y otros tantos esperan ver mañana a la princesa en su paseíllo humillante, ominoso, tudoriano, hacia el cadalso judicial. Joder, cómo ha cambiado el cuento. Ese paseíllo histórico se ha convertido en el centro de todos los debates y tertulias, en una cuestión nacional, y ayer vi a Mariñas y a Karmele repartiéndose estopa duramente a cuenta del paseíllo. Unos exigen que la infanta baje por la cuesta a pelo, a pecho descubierto, para que el pueblo pueda lapidarla y despellejarla a gusto y placer, mientras que otros piensan que no sería necesario un linchamiento callejero. Eso es lo que ha sido España durante cinco siglos: dos bandos irreconciliables y una reina tan amada como odiada en medio de la contienda. Que la Infanta haga el paseíllo a pinrel, en coche blindado, en carriola o en cuadriga egipcia debería ser lo de menos y uno no sabe a cuento de qué viene tanto coñazo con el dichoso paseíllo. Lo que de verdad supone un paseíllo adelante en nuestra bisoña democracia es que una princesa de España entrará por primera vez en un juzgado, que se sentará ante el juez Castro y ante el retrato del Rey (Juan Carlos moverá los ojos vigilantes como en los cuadros de los castillos encantados) y explicará lo que hasta ahora no ha explicado. Que aclare qué ha hecho con la paga semanal que le daba su papá, que aclare tanto chalé de Pedralbes con decoración japonesa y tanto viaje por países exóticos. Urdangarín ya pasó por el trago del paseíllo embutido en su enfermo gabán, como un aristócrata de otra época, como un barón demacrado, viejo, arruinado. La Historia dirá algún día si fue el Rey quien arrojó los despojos de su yerno a las fauces de los periodistas. Sea como fuere, lo del paseíllo es una tradición española que nos trae muy malos recuerdos. A los rojos se les daba el dulce paseíllo en la noche de la fría Guerra Civil y luego a dormir a la cuneta. El paseíllo de los toreros antes de la corrida, entre luces de sangre, tintorro malo, pasodobles y gritos de olé tu madre, también debería ser una costumbre atávico/hispánica a desterrar. Y qué decir de los pasacalles o las procesiones de Semana Santa: un paseíllo funesto tras otro con señores del Ku-Klux-Klan metiendo miedo por ahí. De modo que deberíamos empezar por dejar de celebrar los paseíllos, cosa tan española como nociva, atrasada, primitiva. Los talibanes afganos, cuando quieren castigar a una adúltera, primero le dan el tranquilo paseíllo por el pueblo y luego dejan caer unas cuantas piedras sin importancia sobre ella. A Ana Bolena le dieron el paseíllo antes de aplicarle la suave hoja, doble afeitado. Hay en Cristina algo de Ana Bolena, solo que a Ana le cortaron la cabeza y a Cristina el juez Castro le va a cortar las cuentas en Suiza, de modo que en eso ha avanzado la civilización humana. La prensa ha hecho del paseíllo de Cristina hacia el juzgado una cuestión nacional, lo más importante del escándalo en Zarzuela, cuando lo verdaderamente relevante es saber si trincó hasta los tapices de Palacio, si se lo llevó crudo, entero o por partes, o sea. Los republicanos acérrimos que hacen noche a las puertas del juzgado esperando caer sobre su presa fácil no han reparado aún en que un paseíllo siempre es algo fascista, inhumano, cruel, y que la Justicia, si llega, siempre lo hace de forma silenciosa, discreta, sin ruido ni gritos ni linchamientos, ya sean físicos o morales. Cristina que cante hoy en el juzgado. Y los del paseíllo a casita. Que llueve. 

Imagen: noticiasdenavarra.com

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