viernes, 9 de marzo de 2018

LOS SABIOS DE LA TRIBU


(Publicado en Revista Gurb el 9 de marzo de 2018)

Al final han tenido que ser los jubilados los que salgan a la calle a afearle al Gobierno sus políticas desalmadas. Mientras los jóvenes se desgastan en la guerra de las banderas inservibles y los patriotismos absurdos ellos, nuestros mayores, nos envían un valioso mensaje: que el único Estado por el que merece la pena dejarse la piel es el Estado de Bienestar. Nuestros viejos, aquellos que en los 70 salieron a la calle a partirse la cara con los grises, han tenido que volver a las barricadas, en vista de que sus hijos y nietos están a otras cosas mucho menos importantes. Habíamos dejado de escuchar a nuestros venerables ancianos, a los sabios de la tribu, a los depositarios de la auténtica sabiduría, pero ellos se han echado otra vez a la vida para defender lo esencial, el pan y el orgullo, y de paso demostrarnos que son los lúcidos en un país de locos, los clarividentes en un país de ciegos, los que ven la cosas con una agudeza que sobrecoge. Y eso que la mayoría está con cataratas. La gran verdad de la existencia humana es que todos terminanos en una mecedora, enterrados bajo un manto de cuadros, y que sin una pensión digna para los años seniles un ser humano está irremediablemente condenado a la humillación, la soledad y la indignidad. Lo demás, los himnos, las patrias, las soflamas nacionalistas, los fanatismos de uno y otro signo, no son más que monsergas, patrañas, fábulas con las que los de arriba pretenden tenernos entretenidos mientras ellos se dan a la buena vida, ya sea en la Moncloa o en una carísima mansión de Waterloo. Para este Gobierno, el anciano es, como dijo Heidegger, un ser de lejanías. Para Rajoy nuestros viejos son seres lejanos, muy lejanos. Nuestro presidente debe verlos como simples figurantes para sus mítines, votos a los que se compra con un bocadillo, una gorra del PP y un silbato, tumbonas arrumbadas en Benidorm, candidatos a la muerte anticipada, condenados a la cadena perpetua de la residencia de ancianos, carnaza muda para las tardes del Sálvame o los domingos decrépitos de la Campos, el sobrante humano de las estadísticas del CIS, en fin. Rajoy los tenía congelados como sus pensiones, los había dado por fallecidos en vida, pero ellos se han levantado con coraje y gallardía y se han echado a la calle para demostrarle al gallego indolente del puro y Marca que les sobra valor, dignidad y fuerza para trepar hasta los muros y los leones de las Cortes, sortear la menudencia de los fieros antidisturbios y decirle al presidente en su propia jeta que poseen mucho más honor que él. Seguramente Rajoy no se dará por aludido y seguirá condenándolos a la misma pensión de mierda que ya no da ni para tabaco. Quizá el gallego aún no sepa que un país que abandona a sus mayores es un país sin civilizar. Y así nos va.

GENOCIDIO SILENCIOSO. Ahí están, un día más, aguantando el frío y la lluvia, con sus reumas, sus diabetes, sus cánceres y las cornadas de la vida. Y ahí seguirán, valientes, dignos, honrados. No saldrán de la calle mientras no les den lo que les pertenece. Se acabó el tiempo de las mentiras, ha llegado la hora de rendir cuentas tras tantos años de desmanes y abusos. Rajoy, con una desfachatez intolerable, le ha dicho a los jubilados que no tiene dinero para pagar sus pensiones. Montoro les ofrece un cheque mensual, una limosna, una nueva humillación que nunca aceptarán. El 0,25 de subida es una burla que le quema la sangre a cualquiera. Nuestros mayores no se merecen el trato de un Gobierno psicópata e insensible a los desastres de la crisis. Hicieron oídos sordos cuando los desahuciados se arrojaban por las ventanas; miraron para otro lado cuando millones de trabajadores perdían sus empleos por culpa de una reforma laboral infame y cruel; abandonaron a su suerte a los enfermos e inválidos. ¿Qué podemos esperar de gobernantes así? Esta vez ni siquiera han dejado entrar en la Moncloa a los viejos para escuchar sus amarguras vitales, sus dramáticas odiseas existenciales, sus desgracias humanas. Así es Rajoy: un neoliberal hasta las cachas que confunde derecho con beneficencia; un hombre que trata a personas dignas como pedigüeños, peligrosos antisistema o insurrectos independentistas a los que hay que quitarse de encima a estacazo limpio de los maderos. Los antidisturbios tienen porras dolorosas; los jubilados tienen sus bastones de madera noble y unos cojonazos/ovarios curtidos en guerras civiles, convulsas transiciones, golpes de Estado y la pertinaz pobreza española que dura ya siglos. En los últimos años el PP ha dilapidado 80.000 millones de euros en vicios, juergas, asuntillos propios, paraísos fiscales y corrupción, mucha corrupción. Ochenta mil. Todo ese dinero era propiedad de los ciudadanos, de los jubilados, de los parados y estudiantes, de los dependientes. Con ese dinero se habría podido rescatar a muchos desahuciados. Pero ellos prefirieron hacer caja B, darse al caviar carísimo, al Jaguar de lujo y al volquete de putas. La historia los juzgará. La historia pondrá en su sitio a Rajoy y a su cuadrilla de banderilleros y picadores del Estado de Bienestar. España no es país para viejos. Están esperando que los ancianos se mueran de asco para maquillar sus números criminales. Están esperando que los jubilados caigan fulminados, en medio de la calle por agotamiento, para darle la puntilla definitiva al pacto de Toledo, a la socialdemocracia, al contrato social. Es un genocidio silencioso y a largo plazo. Pues si no hay dinero que lo traigan de Suiza, coño. Y si Rajoy no sabe arreglar el desaguisado que haga la maleta y se vuelva de una vez a Pontevedra. Que seguro que a él si le llega la pensión.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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