(Publicado en Revista Gurb el 27 de mayo de 2015)
Lo que se vivió ayer a las puertas de
los juzgados de Plaza Castilla, y me refiero a lo de Bárcenas versus
Maroto, prometía mucho, pero al final quedó en un espectáculo
ciertamente decepcionante. Todos esperábamos que los pistoleros del PP,
que se habían citado en duelo al amanecer para explicarle sus cosas al
juez, nos brindaran algo que estuviera a la altura de los escándalos
rutilantes, algo con mucho morbo, fango, navajazos y golpes bajos por
doquier. Sin embargo, al final todo quedó en nada, en un juego de niños,
en un pasatiempo de monjitas, en un bluf. Maroto se lo quitó de encima
deprisa y corriendo llamando "delincuente" a Bárcenas y Bárcenas le
respondió a Maroto con un escueto y soso "es un político de escaso nivel
que me da un asco tremendo". Qué decepción. Ni siquiera se mentaron a
la madre o a las hermanas, como manda el manual de la vieja política
patria desde los tiempos de Witiza el visigodo. Ni un mal cabrón ni un
hideputa tan castizo, tan nuestro, tan castellano. Uno cree que un
envite judicial de semejante categoría como el de ayer merecía algo más,
pero ninguno estuvo a la altura de lo que se esperaba de ellos.
De un tiempo a esta parte, el nivel
dialéctico de nuestros conspicuos políticos está decayendo mucho, y
hasta para insultarse están perdiendo el ingenio y la gracia. El
insulto, al igual que la democracia, ha devenido en algo rutinario,
burocrático, gris, un salir del paso, y eso no podemos permitirlo ni
tolerarlo de ninguna de las maneras. A nuestros gobernantes anodinos,
soporíferos y escasos de neuronas les pagamos para que nos roben el
dinero delante de nuestras narices, para que nos mientan cada cuatro
años y para que se mofen de nosotros pero también, y mayormente, para
nos diviertan como bufones que son insultándose con arte y salero.
Faltaría más. No les pagamos para que se crucen por los juzgados sin
mirarse a la cara, fría y distantemente, como hacen Iglesias y Sánchez,
ni para que cubran el trámite del rifirrafe de mala gana y sin ponerle
una pizca de pasión. Aquí podemos consentir que nos trinquen la pasta y
se la lleven a Suiza, que oculten nuestro parné en la offshore y hasta
que nos chupen la última gota de la sangre. Pero que dos machos alfa del
PP como Maroto y Bárcenas pasen de largo sin soltarse leña y estopa
duramente, sin darlo todo ni arrearse una mala corná en condiciones, nos
parece un fraude, un tongo y un biscotto intolerable para el
respetable.
Uno que hace tiempo ha perdido la
esperanza de ver un debate serio y edificante sobre política nacional y
que ya se sienta delante del televisor solo para asistir a la refriega
sangrienta del día, al combate de la mañana, a la pelea matutina
Marhuenda/Sardá en Al Rojo Vivo o a la velada pugilista de La Sexta Noche
entre Iglesias, el potro rojo de Vallecas, e Inda, la víbora relamida
de Salamanca, que le sustraigan el placer de contemplar a dos venados
embistiéndose cornúpetamente, a cara de perro, le parece una estafa
imperdonable. Este país que siempre insultó con la prosa culteranista y
afilada del gran Quevedo está perdiendo el gusto y la costumbre sana del
insulto, de la ofensa bien hecha, sal y pimienta de la vida política
española de siempre, y aquí parece que ya solo usamos la imaginación y
el talento para engañar a Hacienda o para evadirnos al paraíso panameño.
Nos estamos olvidando de lo bueno de lo español, del insulto elegante y
literario, y no podemos dejar que nuestros políticos caigan en la
apatía, la abulia y la vulgaridad de un insulto poco trabajado,
funcionarial, blando o sin brillantez. El castellano es rico y fértil en
expresiones e injurias, no debemos quedarnos en el primer "fulanito es
un delincuente" que se nos venga a la cabeza (algo que por otra parte ya
sabemos todos) o en el manido "y tú más". Desde aquí aconsejamos a
Maroto y a Bárcenas, dos consumados sicarios de partido, que se pongan
las pilas, porque ellos saben hacerlo mejor, que se preparen el
teatrillo y que la próxima vez que se den cita en el páramo yermo y
apartado del juzgado para batirse en duelo mortal por la caja B del PP,
por las comisiones de los constructores, por el filesón del partido, por
las chapuzas de Génova y otras corruptelas, se lleven unos cuantos
agravios y oprobios bajo el brazo, aunque sea escritos en una chuleta,
insultos potentes y cañeros como gaznápiro, palurdo, mamacallos,
fantoche, bellaco, bucéfalo, cornudo, alimaña, pusilánime, haragán,
tontivano, papamoscas y pendón desorejado. Porque a un político español
no podemos pedirle que sea listo y preparado, ni honrado y trabajador,
ni que sea honesto y le diga siempre la verdad al pueblo. Eso sería
tanto como obligarle a ir contra su propia naturaleza. Pero sí podemos
exigirle al menos que esté a la altura de lo que pide el público, o sea
un insulto ocurrente y chisposo para jolgorio y solaz del sufrido y
mortificado pueblo español tan necesitado de alegrías. Ya que tenemos
que aguantar sus desmanes, al menos que lo hagan con gracia y salero,
que para eso les pagamos. Qué menos, coño.
Viñeta: El Koko Parrilla
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