martes, 12 de julio de 2016

MARIANO, EL COLOSO




(Publicado en Revista Gurb el 8 de julio de 2016)

Parece mentira cómo ha crecido la figura de Rajoy en estas dos últimas semanas de resaca electoral. Quién nos lo iba a decir, ni el más experto marianólogo hubiera sido capaz de preverlo. Antes del 26J al presidente se le veía disminuido, menguante, acabado. Hasta se trabucaba más de la cuenta. Y hoy fíjate tú, ahí lo tienes: un titán, un gigante, el coloso de Rodas, coloso en llamas en un PP que arde por los cuatro costados, pero coloso a fin de cuentas. Los líderes de las demás fuerzas políticas achantan, bajan la cabeza, piden cita para pasar por vicaría, o sea por Moncloa, y charlar cinco minutos con el hombre del momento. Es la venganza fría de Mariano después de pasárselos a todos por el arco de triunfo.
Rajoy vuelve a estar de moda, el gran triunfador, el puto amo. Nos hemos estado riendo de él, hasta hartarnos, durante una legislatura entera, una legislatura que ha sido cruel, larga, sacrificada y llena de parados, de pobres y de indignados. Los periodistas le hemos dado a Mariano hasta en el carné de identidad, le hemos estado arreando estopa sin piedad, como si fuera un muñeco de pim pam pum, sin conseguir derribarlo. Le hemos atizado tanto y con tanta saña que al final lo hemos convertido en una víctima, en un mártir, en un señor mayor que daba pena porque le caían palos por todos lados. ¿Y ahora qué, listillos? ¿Cómo explicamos que el señor mayor tenía razón, que era él el elegido, el más querido por los españoles, el llamado a sucederse a sí mismo ante la falta de alternativas? Parecía tonto cuando lo veíamos balbucear todo aquello del vecino y el alcalde y el plato y el vaso y las máquinas son máquinas y lo de su primo el climatólogo y los chuches y tantas y tantas historias de viejas gallegas como nos ha ido contando el premier para tenernos entretenidos, embaucados y hechizados durante cuatro años de crisis y escándalos. Sí, eso es lo que ha hecho Mariano: hipnotizarnos con su retórica decimonónica tan eficaz como el más potente filtro de una bruja de Pontevedra, meternos la anestesia de sus chistes malos para que nos olvidáramos de lo mal que iba el país, distraernos con sus circunloquios enrevesados mientras la corrupción se desbocaba en su partido y las colas de Cáritas se llenaban de hambrientos.
Cuando las cosas iban mal salía él, siempre enchufado al humor absurdo en plan Groucho Marx, siempre on fire, soltaba una de las suyas para captar la atención y todos caíamos sin darnos cuenta en el show de Marianico El Corto. Nos reíamos de él a mandíbula batiente, nos descollonábamos vivos con sus ocurrencias y gozábamos con la idea de que a ese hombre raro, miope y barbudo con frenillo le quedaban cuatro telediarios en la Moncloa. Cada vez que lo escuchábamos desbarrar, pensábamos sin dudarlo que la victoria de la izquierda, con sorpasso o sin sorpasso, estaba más cerca que nunca. Creíamos que Rajoy caería por su peso víctima de sus propias simplezas. Pobres ilusos, qué equivocados estábamos. No nos dábamos cuenta del truco, no éramos capaces de ver que todo obedecía a un plan, que Mariano El Previsible conectaba a la perfección con las masas hispanas, con el ideal del español medio: el Marca, el fútbol, el puro y la buena vida del dominguero. El premier nos iba contando sus chascarrillos de fogón y brasero para despistarnos y nosotros nos mofábamos de él, como si fuera un viejo chocho, el loco del pueblo, un friki que no decía más que tontunas y que tenía las horas contadas. Un día Pedro Sánchez lo llamaba indecente, al otro día la liaba parda con un mensaje a Bárcenas o en una entrevista con Alsina o en la cocina de Bertín. Los politólogos de nuevo cuño, los tertulianos de plató, las falsas encuestas, Espe Aguirre y hasta los barones más aznaristas de su partido, daban a Mariano por desahuciado, por fracasado, por amortizado y hasta por dimitido. Los periodistas, cuando nos levantábamos por la mañana con el pie izquierdo, aburridos, escasos de ideas y sin otra cosa mejor que hacer, la tomábamos con el presidente y le dábamos caña sin ton ni son, hasta quedar exhaustos. Arrearle al tonto era el deporte nacional y cuando no se nos ocurría nada bueno para escribir íbamos a lo fácil, a fostiar al simple, al manso, al indolente presidente. Reíros, reíros, que quien ríe el último ríe mejor, debía pensar MR en su interior.
Fiel a su ritmo de trote cansino y a su estilo pasota, nunca se puso nervioso, capeó el torrente de críticas que le llovían en su propio partido y aguantó mofas y befas de la oposición como un santo varón, aferrándose a aquello de que quien resiste gana, como dijo su paisano Cela. Tuvo que apretar los dientes, tuvo que apretar el culamen, tuvo que apretar hasta desgastarla la estampita de Fraga y de la Virgen de Mondoñedo, a quien encomendó su suerte, pero al final, tras años de desgaste y procelosas mareas podemitas, salió vencedor contra todo pronóstico. Hoy ha llegado su hora, el día de la verdad, el momento del zasca en toda la boca a la izquierda, la moderada y la extrema, que se había construido el castillo en el aire de que España amanecería roja el 27J.  Hemos linchado tanto a Mariano que el ciudadano medio ha terminado espantado y creyendo que los periodistas éramos todos unos salvajes radicales, unos buitres carroñeros sin ninguna humanidad ni compasión con el pobre simple. Y así, de tanto darle al vejete, de tanto atizarle al abuelo, el golpe se ha vuelto contra nosotros mismos. Rajoy ha jugado a víctima maltratada y la maniobra le ha salido redonda. Nuestro gran error fue tomarlo por idiota, cuando no hay un solo gallego tonto, como me dice mi buen amigo Paco Cisterna, que sigue escribiendo con esa prosa ateniense y dorada dos pisos más arriba de esta columna.
Cuánto nos hemos reído con el running geriátrico, ortopédico y mañanero del presidente del Gobierno; cuántos pechos se habrán partido de la risa con el tic  de su ojo izquierdo, que se le desmandaba e iba por libre cada vez que soltaba una mentira; cuántos buenos ratitos hemos pasado viendo cómo Mariano se hacía el sueco con la Merkel o incurría en el ridículo más espantoso con Obama o no se enteraba de nada cuando le hablaban en inglés en las altas cumbres europeas. Nos lo hemos pasado en grande, lo hemos gozado a tope con las ocurrencias descacharrantes del presidente, sin darnos cuenta de que estábamos cayendo en la trampa. Ahora cabe preguntarse: ¿quién ha sido en realidad el tonto de esta comedia de enredo en que se ha convertido la política española? ¿Rajoy con sus despistes para despistar, sus dislates calculados y sus cosas de bombero torero o esa izquierda confiada y prepotente que había vendido la piel del oso gallego antes de cazarlo y que ya se daba por ganadora en una nueva campaña de ensoñación quimérica y metafísica?
Hoy, cuando aún retumban los ecos de la victoria en el balcón de los piratas genoveses, cuando aún resuenan los coros ganadores y el manido yo soy español, español, español, cuando los sobacos húmedos de tantos imputados aún siguen supurando el champán de la dulce victoria, todavía hay quien insiste, erróneamente, en que Mariano Rajoy es una especie de tonto a las tres que no se entera de nada. No han aprendido de la derrota. Mariano Rajoy es un genio de la política que nos la ha metido doblada sin que nos demos ni siquiera cuenta. A Mariano Rajoy hay que dejarlo en paz, a su aire, con su Marca y su puro, porque es un superviviente nato en la jungla de la política, un Rambo de la vida pública que cuanto más le atizas más elecciones gana. A estas alturas seguro que ya está pensando en la tercera vuelta. Ahora que le ha cogido el gustillo a ganar ya no hay quien lo pare, ni siquiera Ciudadanos. A Mariano que lo dejen tranquilo, que el presidente es como un gremlin que cuanto más le mojan la oreja más se crece. Cuanto peor lo hace más elecciones gana. Lo toman por tonto pero aquí el más tonto hace relojes (sobre todo suizos). Menos mal que el chico era corto. Si llega a ser listo saca la mayoría absoluta.

Viñeta: El Koko Parrilla

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