sábado, 24 de septiembre de 2016

JUGANDO A PASAR EL TIEMPO

(Publicado en Revista Gurb el 23 de septiembre de 2016)

España ha optado por el suicidio colectivo, como pueblo y como nación, mientras majadas de políticos de todas las especies y colores bajan rebuznando San Jerónimo abajo. Cada mañana hay un nuevo detenido, que por la tarde da una conferencia en el Club Siglo XXI. Entran por una puerta y salen por la otra, como en aquellas películas de cine cómico. Rita sigue agarrada con uñas y dientes al escaño, que es su clavo ardiendo, mientras Valencia es una gran Falla que se quema por los cuatro costados por la ambición de unos coleguitas y unos pitufos azules que no han dejado nada en la caja. Rajoy anda de mítines por Galicia, reserva espiritual de la derecha patria. Últimamente el presidente se larga de Madrid con cualquier excusa; es como un marido cansado de su mujer (su mujer es España) o mejor, un jubilado que de cuando en cuando agarra la maleta y se va de viajes con el Imserso para echar una canita al aire. Rajoy ante todo es eso: un escapista de la realidad. Ahora trota por Galicia, donde pasan cosas muy raras, como de meigas. Allí lo mismo podemos ver a Marianiño haciendo el running codo con codo con un sospechoso de acoso sexual que a Núñez Feijóo alternando yates con traficantes de droga. Todo muy surrealista, como en El perro andaluz de Buñuel. Uno ya no sabe quiénes son los buenos y quiénes los malos, porque esto de España se ha convertido en una funesta película de Tarantino con mucho gángster y todos revueltos. Ya lo avisó Torrente Ballester, este sí, gallego universal: "No puedo desear que ganen los buenos, ya que ignoro quiénes son".
Pasan las semanas y aquí nadie se atreve a decir ni mu para formar Gobierno. Todo es odio, estulticia, enconamiento y disparate. Tardamos cuarenta años en traer la democracia a España, tejerazos mediante, y cuarenta días en cargárnosla. Aquí todos juegan a las tragabolas, tratando de comerse la mayor cantidad posible de bolas, o sea de votos, olvidándose del pueblo y fiando el futuro del país a las vascas y a las gallegas, como si fueran unas señoras estupendas que vienen para arreglarnos el cuerpo. Una mentira más de nuestros políticos, que solo viven para ganar tiempo. Nos gobiernan mentes cortas y obtusas que no saben ver más allá de su nariz egoísta. Por eso estamos donde estamos, en la misma casilla de salida de siempre, y por eso lo volveremos a estar después del 25D, cuando votaremos por tercera vez al mismo puzle. El español es cerril por genética, pertinaz y cabezota, y cuando se empeña en destruir algo no para hasta conseguirlo. Mas y Homs montan festivales folclóricos con mucha sardana, coros y danzas catalanas a las puertas del Supremo; Otegui vuelve a su verborrea política de siempre, ya sin la Nueve Parabellum; los barones del PSOE ultiman el matarile de Sánchez; Chaves y Griñán preparan el traje a rayas y en Podemos los pablistas y errejonistas, desistidos ya del asalto a los cielos, se gastan jugarretas tuiteras entre ellos y se navajean con las mareas bajas. Tal cual como siempre han hecho sus mayores de la vieja política, poco han tardado en copiar los vicios y las malas artes los nuevos cachorros parlamentarios. De Rivera mejor ni hablamos. El chico es un Frankenstein del bipartidismo que fue inventado para un roto y un descosido, solo que los costurones del país han saltado por todas partes y esto ya no lo arregla ni el José Antonio de la Barceloneta con sus pespuntes improvisados para que no se rompa España. Vamos, que no. El sistema ha gripado y no hay nadie dispuesto a arreglarlo. Estamos en manos del caos, la mediocridad y el fanatismo. Todo se viene abajo, los nobles ideales, la izquierda internacionalista, la democracia. No es España la que se rompe, es Europa entera. Es como si no hubiéramos avanzado nada desde el XIX, cuando a Napoleón se le ocurrió unificar el viejo continente bajo la bandera de la razón volteriana y lo encerraron en la isla de Santa Elena, arrojando la llave al mar, para que se le quitaran las ganas de civilizar el mundo. Aquel sueño napoleónico de una Europa unida lo truncaron entre Inglaterra (siempre la pérfida Albión) los curas españoles con sus bandoleros paletos de Sierra Morena, los nacionalistas alemanes inspirados por Fichte, la nieve de la estepa rusa y algunos borbones borrachos que escaparon de la guillotina. Ahora se repite la misma historia. Ya casi no quedan reyes en Europa (Felipe El Preparado y cuatro más) pero están sus herederos directos: los monarcas del dinero que guardan sus fortunas en Suiza. Para el caso es lo mismo. Europa se desploma con estrépito mientas los neonazis toman los escaños del Parlamento alemán y los refugiados sirios, acorralados como ganado, agonizan en el matadero infinito de Lesbos. Europa se desintegra en pequeños terruños nacionalistas a cada cual más autárquico, insolidario, mezquino. Surgen paisitos por doquier, banderas pintorescas, las rencillas domésticas de toda la vida. Vuelven los principados, los condados, los ducados, los marquesados y las nacioncitas que tanta sangre costaron a Europa. La historia es un ajo que se repite. Los peores fantasmas del pasado han resucitado y recorren el mundo como una mala peste. Hitler, Mussolini y Franco, que también fueron muy nacionalistas, se frotarían las manos al ver que su legado ultra reverdece. Solo falta que el loco Trump gane las elecciones en USA y encienda la mecha del fascismo. Aquí, en esta España guerracivilista, ya hemos empezado a suicidarnos un poco. Aún no tenemos a un vaquero racista con flequillo pero sí a un gallego con frenillo. Spain es que is different. Spain siempre va por libre.

Viñeta: El Koko Parrilla y Elarruga

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