lunes, 21 de agosto de 2017

DEL HÉROE DE CAMBRILS, LOS NEONAZIS Y JERRY LEWIS


No era ningún héroe, ni un Rambo como los de las películas, solo un mosso d'Esquadra que quiso hacer horas extra para sacarse un dinero aquella noche en el paseo marítimo de Cambrils. Entonces vio el coche que conducían los terroristas y no dudó un instante en hacerles frente. Sacó su arma reglamentaria y dio el alto a los asesinos. Él solo, sin dudarlo un instante, abatió a cuatro alimañas. Dicen que su formación como legionario fue decisiva en ese minuto crucial. Pues bendita la Legión, si es que fue así. Nos hemos convertido en una sociedad pusilánime que repudia cualquier atisbo de violencia. Somos como niños hipersensibles y trémulos que tuercen la cabeza ante una gota de sangre, ante un cadáver tapado bajo una sábana, ante el espectáculo inevitable de la muerte y la maldad. Solo que la vida no solo es placer y belleza, no solo es dinero, éxito y emoción. También es violencia, horror, muerte. Siempre ha sido así y siempre lo será, por mucho que los quebradizos y hedonistas occidentales nos hayamos empeñado en construir un mundo de fantasía y confort que no es real. La violencia, en ocasiones, no solo es necesaria sino justificada y si no que se lo pregunten a nuestros abuelos que empuñaron el fusil para defenderse del fascismo. De no haber estado allí ese mosso, ese soldado del bien, ese héroe de Cambrils, decenas de personas inocentes, hombres, mujeres y niños que pasaban una velada tranquila en una zona de copas habrían sido pasadas a cuchillo por los bárbaros asesinos. Por fortuna estaba su mano benefactora y su ojo clarividente para disparar una, dos, tres y hasta cuatro veces con una puntería prodigiosa, casi milagrosa. Nada se sabe sobre él, salvo que ha pedido asistencia psicológica. La fortaleza también es vulnerable y aquel que mata a otro no lo olvida jamás, por mucho que ese otro sea una bestia inmunda. No lo olvidemos nunca. Hay que pelear por la paz, aunque sea la más bella de las utopías. Pero para que nosotros podamos vivir esa paz, otros tienen que hacer la guerra.

La reacción de los grupos neonazis tras los atentados de Barcelona y Cambrils no ha tardado en llegar, tal como cabía esperar. Si el radicalismo religioso es una bomba de relojería para toda la humanidad, el radicalismo político en forma de fascismo es tanto o más peligroso. Las pintadas que han aparecido en diversas mezquitas, amenazando a la comunidad musulmana que vive en España con frases como "vais a morir putos moros", son intolerables y el Gobierno debería investigarlas a fondo hasta poner a sus autores en manos de la Justicia. En España viven casi dos millones de musulmanes, en su mayoría gente que trabaja honradamente para ganarse la vida y mantener a sus familias, personas tolerantes que repudian el yihadismo. El primer objetivo del terrorista es matar y aterrorizar; el segundo dividir. La criminalización de toda la comunidad musulmana supone una nueva victoria de los integristas, que tendrían un nuevo argumento a su favor y terminarían aduciendo: "¿Veis como teníamos razón? ¿Veis como Occidente es racista y nos odia?". Contra la barbarie yihadista no cabe otro camino que la unidad, unidad política, unidad entre religiones diversas que profesan la paz, unidad entre razas y ciudadanos de todas las nacionalidades. El problema es global y el camino para erradicarlo es la tolerancia y el entendimiento. Nunca el odio racista. 
 
Antes de Jim Carrey fue él. Nos hizo reír en nuestra infancia, cuando éramos inocentes, aún no sabíamos lo que era el humor inteligente y un tipo resbalándose con una piel de plátano era el súmmum de la carcajada. Fue el rey del gag, la cara grotesca y descacharrante, el tonto del bote, el profesor chiflado y el mimo total. Un payaso encantador. Su pareja cómica de siempre, Dean Martin, era el guapo galán que cantaba como los ángeles; él simplemente el idiota, simplemente el rey de la comedia. Para los americanos fue "Jerry Luis". Para los españolitos de la época que nos asombrábamos con el technicolor fue "Yerry Legüis". Gracias por esos buenos ratos, tío Jerry.

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