sábado, 22 de julio de 2017

EL CAZADOR CAZADO



(Publicado en Revista Gurb el 19 de julio de 2017)

Un tiro en el pecho, una escopeta redentora todavía humeante, la soledad inmensa e inculta de un coto de caza bajo el sol sahariano del infierno cordobés. Eso es todo lo que queda de Miguel Blesa. La última escena sangrienta de su vida parece sacada, como una metáfora perfecta, de aquella película de Carlos Saura sobre la sordidez humana, el miedo y la muerte. La caza. Blesa vivió por y para la caza. La caza del dinero, la caza del rico contra el pobre, la caza del hombre contra el animal y al final, en un acto desesperado lleno de remordimientos, la caza de uno contra sí mismo. Dicen que andaba bajo de moral, deprimido, que le faltaba valor para afrontar los juicios, la deshonra, la cárcel que le esperaba como una amante paciente para que rindiera cuentas por todos sus desmanes. Muchas más razones para suicidarse tenían aquellos que lo perdieron todo por sus estafas y sus mafias, y ahí siguen, al pie del cañón, sobreviviendo como valientes. No, el suicidio no es ninguna deshonra siempre que se haga por honor y dignidad, no por cobardía, no por escapar cobardemente de una mancha indeleble que no se borrará nunca, ni siquiera con la muerte. Muchos de los más grandes se quitaron de en medio con la violencia. Sócrates tomó la cicuta para demostrar que era inocente; Hemingway recurrió a la escopeta porque odiaba lo humano en todas sus dimensiones; Larra lo hizo por amor, o por España, como dicen ahora sus herederos. "Uno no se mata por el amor de una mujer. Uno se mata porque cualquier amor nos desvela nuestra desnudez, nuestra miseria, nuestro desamparo, la nada", dijo el gran Pavese, otro suicidado. Blesa no lo hizo por una buena causa; ni siquiera debía leer poesía. Blesa solo leía números endemoniados, extractos bancarios, querellas y denuncias de la UCO. Y así le fue. Un hombre necesita la magia de los libros para no volverse loco.
Ahora, con el cadáver de Blesa en el Anatómico Forense, la culpa será de los periodistas que lo acosaban, de los jueces, de la gente que reclamaba legalmente su dinero. Ahora llegarán las condolencias hipócritas del partido por un hecho tan luctuoso, la consternación sobreactuada, que si fue un gran hombre, que si era una lumbrera de nuestro tiempo que hizo mucho por el país y por la banca, mayormente por la banca. En realidad Blesa no fue más que otro enfermo del dinero, la gran plaga de nuestro tiempo. En el Romanticismo se pegaban un tiro por amor o por tuberculosis, ahora lo hacen porque sube la prima de riesgo. Gente como Blesa, con sus vicios y costumbres ególatras, arrastraron al mundo a la crisis de 2008, causando la mayor depresión desde el crack del 29. Fue el símbolo de lo peor del sistema financiero. Los Madoff, los Blesa, los Rato y tantos otros terroristas financieros disfrazados de hombres buenos y decentes son los que convierten el mundo en un vertedero de miserias, en un infierno de injusticias para la inmensa mayoría. Blesa, con su timo redondo de las preferentes, con su atraco perfecto, en plan Kubrick, pasará a la historia por haber arruinado a familias enteras, trabajadores, ancianos y enfermos de alzheimer. Deja mansiones, fincas, coches, caballos, un imperio arruinado por las deudas, las fianzas, el polvo y la hiedra trepadora de la vergüenza que se lo come todo. También deja amigos poderosos como Aznar, esos que son muy fieles en el colegio pero dan la espalda cuando uno cae en desgracia. A Blesa siempre lo recordaremos con sus gafas oscuras para pasar de incógnito, desorientado, temblando de miedo y escoltado por la Policía mientras una turba de preferentistas cabreados lo perseguía por la calle tras zarandearlo y machacarlo a cartelazo limpio. Tener que andar perdiendo el culo por las esquinas para que no te cace la muchedumbre indignada no debe ser plato de buen gusto si has bebido el champán más caro del universo en diamantinos rascacielos como cumbres de oro. A Blesa lo recordaremos huyendo de sus clientes encarnados en demonios justicieros y también empuñando la escopeta de caza criminal y aplastando con su bota embarrada de infamia a los elefantes, leones y rinocerontes que se llevó por delante, bellos ejemplares que tuvieron la desgracia de tropezarse con el depredador insaciable. Porque Blesa, no lo olvidemos, no solo cazaba animales. También cazaba personas y donde ponía el ojo, donde ponía la mira telescópica de su rifle implacable, ponía la bala de la preferente letal para cualquier pobre diablo. Pocos llorarán su muerte y muchos se alegrarán de ella. Es el destino fatal que le espera a todo aquel que eleva el dinero a los altares, convirtiéndolo en su único dios y señor. Es el final trágico que aguarda a todo Fausto que vende su alma a Mefistófeles por una mala comisión o una vulgar black. Blesa, con su tiro loco en el pecho que no lleva a ninguna parte más que al callejón sin salida de la muerte, ha entrado hoy en el poblado panteón de inmolados de este país trágico llamado España que también se suicida cada cuarenta años. Lo único malo del caso es que ya no podrá hacerse Justicia. Al menos en este mundo.

Viñeta: Igepzio

No hay comentarios:

Publicar un comentario