lunes, 18 de noviembre de 2019

NADIE SE ATREVE CON ABASCAL

(Publicado en Diario16 el 5 de noviembre de 2019)

Una vez que se mete al caimán en la piscina muerde. Anoche Vox, durante el debate televisado a cinco, empezó a dar las primeras dentelladas a nuestra maltrecha democracia mientras los demás líderes políticos decidieron que era mejor dejar tranquilo al monstruo, no meterse con él, limitarse a mirarlo desde lejos con curiosidad, sorpresa y estupefacción. Santiago Abascal se sintió cómodo durante todo el debate sencillamente porque le dejaron. Todos rehuyeron el cuerpo a cuerpo con la bicha. ¿Miedo, estrategia política, simple casualidad? En política no hay casualidades. A PP y Cs no les interesa enfadar al amigo útil, mientras que al PSOE no le viene mal que Vox siga creciendo, ya que así erosiona a los populares. Todo está calculado.
A Santiago Abascal sus cuatro contrincantes lo trataron durante todo el debate como un convidado de piedra, un hombre invisible, un inofensivo fantasma del pasado que se aparece, suelta un “uh uh” para meter miedo al personal pero no molesta demasiado. Fue como si alguien hubiese dado la orden de taparse los ojos para no ver al gigantesco dinosaurio de Monterroso que coleaba húmedo y feliz por todo el plató. Solo que el reptil es real, ya está codeándose con los del club selecto, y nadie podrá sacarlo de ahí.
Pedro Sánchez optó por sumergirse en sus papeles y hacer como que escribía una novela, desviando la mirada y clavándola en los focos del techo cada vez que hablaba el líder ultra. Casado también dejó hacer al molesto invitado (soliviantar al socio preferente de “trifachitos” hubiese sido contraproducente para el negocio) y prefirió buscarle las cosquillas únicamente al presidente del Gobierno en funciones, como si aún estuviésemos en la España bipartidista de 1996. Tan solo Pablo Iglesias y Albert Rivera se atrevieron a jugar un rato con el caimán, aunque fugazmente y desde lejos, no fuera cosa de que el bicho se revolviera y abriera la mandíbula. Fue cuando el primero afeó a Abascal que Vox no sea un partido constitucional, a lo que el candidato posfranquista le respondió que nadie le dará lecciones en ese asunto, ya que mientras él se jugaba la vida con los terroristas en el País Vasco, el consejero de Cajamadrid Pedro Sánchez se entretenía con el baloncesto y el líder de Unidas Podemos visitaba las herriko tabernas de Navarra para decir que ETA tenía una “gran perspicacia política”. Estaba claro que en el fango de la política el caimán se movía mejor que nadie.
El otro episodio de la noche en que el monstruo se sintió un tanto incómodo llegó cuando el gran derrotado del debate, Albert Rivera, probó a sacar un palo de su maleta infinita donde cabe todo y a pincharle las escamas al lagarto para ver qué pasaba. “¿Anular el chiringuito de las autonomías? ¡Pero si usted formaba parte de él! Estuvo cuatro años cobrando. Un total de 331.525 euros…”, le afeó el candidato de Ciudadanos. Después Rivera volvió a su afición de cacharrero ambulante obsesionado con sacar de la caravana cachivaches, viejos papiros, amarillentos recortes de prensa, fotos del pasado y hasta adoquines de los CDR. ¿Era necesario mostrar un cacho de hormigón que podría haber cogido por la noche en cualquier obra de su lujosa urbanización? Todo el mundo sabe lo que es un trozo de piedra y ahí, en ese efectismo exagerado, se perdió el aspirante de Cs a la Moncloa.
Pero en todo caso el episodio del chiringuito de Abascal fue el único que logró ruborizar y hacer temblar por un segundo al líder de Vox. Más allá de ese instante, al rudo e ideológicamente hormonado Abascal se le vio como pez en el agua en la pecera del Palacio de Cristal y apenas se sintió amenazado. Los partidos demócratas, en su estrategia de ignorarlo, le dieron cada vez más oxígeno y el Tyrannosaurus Rex se fue haciendo más grande y fuerte. De ese modo, el candidato ultra consiguió colocar sus mensajes fraudulentos sin que nadie le replicara un solo dato, ante el estupor de los espectadores demócratas que al otro lado del televisor exigían réplicas que nunca llegaban. Las mentiras de Vox fueron cayendo como una gota fría arrolladora e imparable. Así, según Abascal las comunidades autónomas suponen un gasto de 90.000 millones de euros al Estado. Falso: las comunidades autónomas ingresan esa cantidad que luego se reparte vía presupuesto en cada departamento. Segunda patraña: la solución a los males de la economía española pasa por retirar la Sanidad a los inmigrantes. También falso: el porcentaje de gasto de los pacientes extranjeros resulta ínfimo en comparación con el presupuesto total. Y tercer bulo intragable que nadie rebatió y que fue directamente contra la línea de flotación de las mujeres: la mayoría de las denuncias por malos tratos se archivan por no tener fundamento. Falso de toda falsedad: según la Fiscalía sólo el 0’01 por ciento de las denuncias por violencia machista son infundadas.
Al fascismo no se le combate, se le rebate. Pero anoche los demócratas perdieron por incomparecencia. Fue el triunfo del ruido sobre el silencio, de la mentira sobre la verdad. Abascal consiguió conectar con sus bases, que era de lo que se trataba, y también con parte de los indecisos, esa porción de la sociedad española que ve con furia y con rabia los desmanes en Cataluña. Cumplió su propósito el jefe ultra y sin duda sacará tajada electoral. Atemperado en la forma −dentro de lo atemperado que puede ser un franquista− se mostró durísimo en el fondo (citando incluso a célebres falangistas) y nadie le discutió sus falsas recetas de vendedor de crecepelos. Un inmenso error que la democracia española pagará caro. En Polonia los demócratas también optaron por hacer el vacío a los ultraderechistas y los nazis ya van por el 37 por ciento de los votos. Lo cual demuestra que ignorar la amenaza no es la solución.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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