lunes, 18 de noviembre de 2019

PROFANACIONES Y EXALTACIONES

(Publicado en Diario16 el 26 de octubre de 2019)

Por ir clarificando cosas: según la RAE, profanar es tratar algo sagrado sin el debido respeto. Deslucir, desdorar, deshonrar, prostituir, hacer uso indigno de cosas respetables. En el caso de edificios religiosos supone la quema de templos, iglesias, conventos, monasterios, mezquitas y sinagogas o el saqueo de los objetos considerados sagrados de dichos edificios. En cuanto a la profanación de una bandera es un acto intencional de destrucción, daño o desfiguración de una enseña nacional.
En el caso de la exhumación de Franco no ha habido nada de todo esto. Hasta donde sabemos no se ha deshonrado, violado ni prostituido a la famosa momia de Franco. Tampoco se ha ultrajado su tumba. Es más, al dictador se le ha sacado de su fastuosa morada con toda la delicadeza del mundo, a hombros de sus familiares y cubierto por la bandera de su escudo de armas con la Cruz Laureada de San Fernando. Hasta se le ha trasladado en un Súper Puma pagado por todos los españoles –mover ese helicóptero que no es precisamente un low cost cuesta un dineral–, y finalmente ha tenido un segundo entierro en un panteón familiar que desde fuera parece el Hilton. Allí reposará junto a su esposa (aunque da que pensar esa obsesión de la familia por mantener a la pareja separada, uno en cada cementerio, por el resto de la eternidad).
En todo momento se le ha dado un trato digno al exhumado, un respeto que él no tuvo con las decenas de miles de personas que mandó fusilar en el paredón y enterrar en fosas comunes. Quiere decirse que aquí no ha habido nada que se parezca mínimamente a una profanación. Sin embargo, Federico Jiménez Losantos, esa cabecita tempestuosa del periodismo patrio, ha escrito: “Pedro I El Profanador, caudillo del heroico ataque a la tumba indefensa de Franco por la Acorazada Mediática del PSOE, escoltada por jueces sumisos, socios etarras, colegas golpistas y comunistas venezolanos que condenan el papel del PCE en la Transición, dijo ayer que lo ocurrido es un triunfo de la democracia”. Y el eurodiputado de Vox Herman Tertsch, al grito de “profanadores”, interrumpió el discurso de homenaje a las víctimas del franquismo que pronunciaba el eurodiputado socialista Javier Moreno mientras Franco salía del Valle de los Caídos. Ambos son buenos ejemplos del delirio que trastorna a la ultraderecha española mediática y política, cegada ya por el odio, el sectarismo atávico y la irracionalidad más absoluta. Ellos mismos se ahogan en su propia bilis y solo cabe decir aquello de “ladran, luego cabalgamos”.
Pero si unas mentes calenturientas por la fiebre del fascismo han perdido el juicio al hablar de profanación, en el otro lado a la izquierda extrema también parece que se le ha ido un tanto “la pinza” con este tema. A los comunistas la exhumación les ha parecido un funeral de Estado, lo cual no deja de ser otra exageración, y Pablo Iglesias, en un nuevo arrebato pasional (cuándo aprenderá este muchacho que el éxito en política está siempre en la moderación) habla de ceremonia de “exaltación fascista”. ¿Qué pretendía el líder de Unidas Podemos, que sacaran a la momia de la cripta a patadas, como hubiesen hecho los milicianos del POUM en el 36, que la arrastraran por los suelos, que la colgaran de los pies como un pelele, boca abajo, como hicieron los partisanos con el Duce? ¿O quizá que la arrojaran al mar para que los peces se dieran un festín, como hicieron los yanquis con Bin Laden? Cualquier tentación de venganza supone una derrota en sí misma. Cualquier acto de impiedad contra el tirano embalsamado habría supuesto la tumba del gobernante que la ordenara. La democracia no puede bajo ningún concepto rebajarse a emplear los mismos métodos brutales del fascismo caníbal. Eso es precisamente lo que distingue la democracia del franquismo: su superioridad moral, legal y humana; el triunfo de la civilización sobre la barbarie; la victoria del imperio de la ley sobre la ley del más fuerte. La fuerza de los derechos humanos sobre la dictadura de los humanos sin derechos.
No ha habido honores al dictador ni entierro oficial (los gritos fascistas fueron puntuales y ya se ha abierto una investigación por si alguien infringió la Ley de Memoria Histórica). Tampoco se han ultrajado los derechos de los familiares que, no lo olvidemos, han echado un pulso judicial de año y medio al Estado y lo han perdido. De haberse ordenado la exhumación por las bravas, pasando por encima de los herederos, el Gobierno socialista podría haberse metido en un serio problema con la Justicia (recuérdese que todavía queda algún que otro juez que lo mira todo con la lupa falangista y está dispuesto a impugnar cualquier acto administrativo que no cumpla la normativa al pie de la letra). Se ha permitido que la familia se llevara el cuerpo del abuelo; se ha respetado la ley escrupulosamente (no a la figura del dictador, como dice torticeramente la extrema izquierda) sino la ley; y se ha llevado todo con una sobriedad y una contención encomiables, permitiendo que la televisión retransmita un día histórico segundo a segundo, como no podía ser de otra manera en una sociedad madura que respeta la libertad de prensa y el derecho a la información de los ciudadanos. ¿Qué habríamos dicho si la exhumación se hubiese rodeado de secretismo? No habrían tardado en aparecer los conspiranoicos siempre dispuestos a ver fantasmas donde no los hay y el Gobierno habría quedado como cómplice de alguna oscura trama o componenda soterrada con los Franco. Pronto habrían corrido los rumores en las explosivas redes sociales, bulos como que el dictador nunca fue exhumado y que todo fue un montaje similar al de la llegada del hombre a la Luna.
Pero es que por no haber no ha habido ni electoralismo, ya que no ha sido el Gobierno quien ha controlado los tiempos, sino la Justicia al resolver la cadena de recursos y apelaciones de los Franco. Sin duda, Pedro Sánchez ha manejado el asunto de la exhumación de la mejor forma posible, dadas las circunstancias siempre especiales de este país cainita dividido en dos bandos irreconciliables que nunca reconocerán la importancia de un hecho histórico. Y ha salido airoso de un envite que, por momentos, se había convertido en una peligrosa trampa tendida por esas dos Españas que aún se tienen muchas ganas.

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