sábado, 17 de julio de 2021

EL CHULETÓN

(Publicado en Diario16 el 9 de julio de 2021)

Es cierto que hay pocas cosas en este mundo que sepan tan bien como un buen chuletón, si puede ser acompañado de un vino de Rioja mejor. Poco hecho, muy hecho o en su punto; a la parrilla, a la brasa o a la sartén, el chuletón es la máxima expresión de la gastronomía española, el culmen de nuestra historia, de nuestra cultura, de nuestra tradición mediterránea. El gran error del ministro Garzón no ha sido pedir a los españoles que rebajen la ingesta de carne roja (la ciencia le avala con datos empíricos, ya que el consumo excesivo de proteína animal es malo para la salud y esquilma el planeta), sino por no haber calibrado a tiempo que no era el mejor momento de declarar la “guerra del chuletón”.

En medio de una crisis galopante, con la factura de la luz por las nubes, con el sector turístico y hostelero arruinado por la pandemia y los ánimos de la ciudadanía a flor de piel, ir contra el chuletón es tanto como ir contra la bandera nacional. Una inmolación, un suicidio político. Y así ha sido. Apenas medio minuto después de publicar su vídeo de campaña en el que Garzón abría las hostilidades, medio país se le echaba encima instigado por Pablo Casado, que olía el rastro de la sangre roja (nunca mejor dicho) y veía en este asunto un nuevo argumento para poner en marcha uno de sus habituales montajes demagógicos. Los lobbies de la derecha, los poderes fácticos, los haters de Abascal, los ganaderos, los agricultores, los mesoneros y la prensa de la caverna veían la oportunidad soñada para exigir la cabeza del ministro, que a esta hora es la cabeza de un inofensivo lechoncillo servido en bandeja de plata y con surtida guarnición de patatas.

A Garzón le tenían ganas por comunista y por querer cerrar las casas de apuestas (gran negocio de la derecha ludópata de este país) y el ministro se lo ha puesto “a huevo”, como suele decirse, a sus adversarios políticos. El desacierto de bulto (bien por no haber sabido elegir el momento o por no haber sabido explicarse ante los españoles) fue inmediatamente interpretado por Pedro Sánchez como un peligroso incendio que era necesario controlar cuanto antes. Ya se sabe que las barbacoas en verano son letales y suelen terminar mal, generalmente con un bosque arrasado y una lluvia inútil de hidroaviones.

Avezado tahúr de póker, el presidente del Gobierno percibió enseguida que a Garzón se le había pegado la carne en el horno y empezaba a soltar un desagradable olor a chamusquina que tiraba para atrás. Por eso no se lo pensó dos veces a la hora de sacar la manguera y sofocar la polémica, aunque se encontrara a miles de kilómetros de distancia de España, concretamente en Lituania, donde se vio obligado a aparcar asuntos mucho más graves y urgentes, como tratar de escapar de los cazas rusos de Putin que sobrevolaban de forma amenazante sobre su cabeza.

El líder socialista tenía dos formas de acabar con la culebra veraniega de la carne. La primera, apoyar a su ministro sin ambages, ya que a fin de cuentas la controvertida medida de Garzón está contenida en el Plan España 2050 sobre transformación del modelo productivo para hacer frente a los efectos el cambio climático. La segunda, desautorizar a su ayudante, ponerlo a los pies de los caballos (más bien de las vacas) y tratar de aplacar la revolución de los ganaderos. Obviamente, optó por esta última cuando, sorprendentemente, soltó una de esas frases lapidarias para la historia: “A mí, donde me pongan un chuletón al punto… Eso es imbatible”.

Con su sentencia antológica, el premier español ha logrado aplacar los ánimos de los vaqueros, que ya amenazaban con sacar sogas, rifles y caballos para organizar una batida de persecución contra el cuatrero Garzón, ladrón de ganado, a la manera de los viejos westerns de Hollywood. A esta hora, el linchamiento público del ministro ha amainado, pero el cartel de “wanted” con su retrato de enemigo público número uno sigue colgado en las mejores posadas, ventas y fondas del Madrid ayusista, ciudad sin ley y tierra de promisión y libertad.

Con su defensa del chuletón, Sánchez consigue salvar el cuello y envía un mensaje claro y rotundo no solo a Garzón por meterse en ecologismos apresurados sin contar con el ministro Planas, sino a los sectores afectados y a la sociedad española en general: aquí el chuletón lo sirve él. El presidente sale reforzado de esta guerra de la carne como aquel James Stewart (Ransom Stoddard, licenciado en leyes), que se enfrentaba a los pistoleros para defender su filete en El hombre que mató a Liberty Valance. La política en España hace tiempo que se ha convertido en una película del Oeste y el presidente va camino de quedarse solo ante el peligro, o sea ante Abascal, en un duelo bajo el sol en OK Corral.

En Moncloa niegan que haya habido desautorización a Garzón, pero lo cierto es que el chiste del jefe del Ejecutivo sobre la carne roja esconde mucho más: una humillación en toda regla, un ninguneo descarado y un aviso a navegantes. En pocas palabras, le está diciendo al titular de la cartera de Consumo que su nombre está en la lista negra de la próxima parrillada gubernamental, o sea que cae fijo en la crisis de Gobierno que se avecina. Le guste o no, Garzón ya está churrascado, quemado, chamuscado, y su veganismo buenista y radical no se lo compra nadie porque los grandes cambios de conciencia de la humanidad se operan poco a poco y no por decreto gubernamental.

En este país se puede ir contra el tabaco, contra el azúcar, contra la publicidad del alcohol en la radio y la televisión, pero no se puede ir contra el chuletón, esencia idiosincrásica de lo español. Siendo cierto todo lo que dice Garzón, siendo verdad que la ganadería industrial genera gases de efecto invernadero, que fabricar un kilo de carne requiere 15.000 kilos de agua (un dramático despilfarro), que los bosques se talan para abrir pastos, que el Amazonas, gran pulmón del planeta, se destruye por los cultivos de soja para fabricar pienso y que un suculento bocado de ternera poco hecha es un paso más hacia el cáncer colorrectal, lo cierto es que al ministro le han perdido las prisas por salvar el planeta. Una vez más, se demuestra que las utopías se hacen realidad lentamente y con cabeza, no por las bravas ni asaltando los cielos de la noche a la mañana porque entonces el personal se asusta y vota extrema derecha. Lo que tocaba en este momento crucial para el país era más pragmatismo y menos Greta Thunberg, que por cierto no sabemos dónde está la niña.

Antes de quitarle el chuletón de la boca al pueblo para invertir el cambio climático, el ministro podría haber empezado por reducir la excesiva dependencia del petróleo, la escasa aportación de las energías renovables, los vehículos de gasolina, los plásticos, los grandes aviones, petroleros y cruceros marítimos y las monstruosas chimeneas de tantas empresas que se saltan las normativas ecológicas. Pero por lo visto es más difícil quitarle el yate contaminante al rico que el nutritivo muslito de pollo al pobre. Con el tiempo nos suprimirán la carne de la dieta diaria, eso ya se está viendo venir, pero mucho nos tememos que lo que ocurrirá realmente será que el chuletón de Ávila quedará como producto de lujo y delicatassen para millonarios mientras los humildes no podrán ni catarlo, tal como pasaba antaño con el caviar. Ya se sabe que somos lo que comemos y los pobres siempre han comido lo mismo: mierda, como decía Gabo.  

Viñeta: Pedro Parrilla

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