domingo, 25 de julio de 2021

ONA

(Publicado en Diario16 el 21 de julio de 2021)

Ona Carbonell, una de nuestras mejores deportistas, está siendo víctima de la clásica cacicada machista. La nadadora sincronizada más laureada ha tenido un bebé y lógicamente tiene que amamantarlo como es debido. Sin embargo, los prebostes del comité olímpico, el Gobierno japonés o quien demonios tome las decisiones sobre esos asuntos que ya deberían estar superados han debido entender que la crianza de Kai (así se llama el niño) es una cuestión menor que puede quedar en un segundo plano, y ya le han notificado a la capitana de nuestro equipo que si quiere competir en Tokio debe dejarse al churumbel en su casa y centrarse en lo suyo. O sea, que la obligan a elegir entre criar a su hijo o su trabajo, en el que es una auténtica fuera de serie o crack, como dicen los milenials.

La medida es intolerable desde todo punto de vista y demuestra el alto grado de patriarcado e incomprensión que todavía anida en las altas esferas no solo del deporte sino de las instituciones políticas y sociales. A menudo escuchamos cómo desde los poderes reaccionarios se nos trata de convencer de que el feminismo ya no es necesario porque la mujer ha alcanzado las mismas cuotas de poder que los hombres. Falso, tal como demuestra el caso de Ona y otros que, de cuando en cuando, saltan a las primeras páginas de los periódicos para alertarnos de que aún queda mucho camino por andar.

Ahora, cuando vemos que el jurado y los jueces de silla del machismo le arrebatan a Ona su medalla más preciada, que es la de madre que cuida a su retoño con amor y diligencia, se está viendo que aquella foto de Carolina Bescansa sosteniendo a su bebé en su escaño del Congreso de los Diputados no era simple postureo comunista, como decían sus señorías de las derechas, sino que fue un grito de protesta y denuncia ante una situación sangrante para miles de mujeres. Si este abuso discriminatorio se está cometiendo sobre Ona Carbonell, una mujer triunfadora, un rostro popular y mediático, una figura histórica del deporte español, habrá que preguntarse qué injusticias y alcaldadas no se estarán cometiendo ahora mismo, en silencio y en el más absoluto anonimato, con miles de mujeres que no tienen la suerte de contar con la televisión como gran altavoz para denunciar su discriminación ni con una canguro de guardia con la que dejar a sus hijos para cumplir con sus tareas laborales cada día. Ona es, sin duda, la cara de una injusticia que se comete con absoluta impunidad en este país. Pero hay muchas Onas sin medallas ni diplomas que hacen frente al dilema de tener que dejar a su hijo con un familiar (generalmente los abuelos) o con la vecina del quinto si quiere seguir conservando su puesto de trabajo.

Con todo, el caso sangrante de una de nuestras primeras nadadoras promete ser solo el preámbulo de un nuevo episodio en la eterna lucha de la mujer por conseguir la igualdad y sus derechos que legítimamente le corresponden. Nada más denunciar su situación, a Ona le han seguido otras guerrilleras del feminismo que se han subido al carro del activismo para decirle a los prehistóricos vejetes del olimpismo que están tan desfasados en sus ideas y formas de entender la vida como Ignacio Camuñas, ese ministro de la UCD revisionista de la historia del que nadie se acordaba hasta que ha dado un golpe de Estado mediático para volver a la rabiosa actualidad con sus rancias teorías sobre la guerra civil y el franquismo. Así, Alex Morgan, estrella de la selección de fútbol de Estados Unidos, también ha salido a la palestra para relatar lo difícil que le va a resultar estar lejos de su hija Charlie durante los Juegos de Tokio. Otro golpe a la conciliación familiar, otro grave atentado a los derechos de la mujer.

Ona y Álex no son las únicas atletas que han sido puestas contra la espada y la pared por unos machirulos disfrazados de humanistas y envueltos en la bandera de los supuestos valores olímpicos. Deben andarse con cuidado los antediluvianos e inmovilistas patriarcas del COI porque así empezó el movimiento Me Too y miren ustedes por dónde va ya esa gloriosa revuelta en la que han caído poderosos sátiros de Hollywood y hasta algún que otro galán de opereta. Cuando una mujer empieza una revolución, el mundo tiembla. Al final, lo más probable es que Carbonell tenga que separarse de Kai, al que no podrá darle el pecho mientras ella se bate el cobre y el oro en el campo de batalla de las piscinas niponas. Será una decisión descabellada y antifeminista, además de un ataque a los derechos del niño, que necesita del calor de su madre en esos primeros momentos de la vida.

Las vanas excusas que esgrime el Gobierno japonés, como que la deportista tendría que salir de la Villa Olímpica para atender las necesidades alimentarias del pequeño –poniendo en riesgo la burbuja y exponiendo a la expedición a un posible contagio por coronavirus–, no son de recibo. Ya llevamos más de un año lidiando con el covid y existen múltiples medidas sanitarias para evitar la propagación del temido agente patógeno. Pero el miedo de los gobernantes del imperio del sol naciente se ha terminado imponiendo a los valores feministas y finalmente se ha zanjado la cuestión quitándole la teta y el amor de su madre al pobre Kai, que es quien va a pagar el pato de estas Olimpíadas. Aquella sociedad oriental sigue teniendo mucho de hermética, de tradicionalista y patriarcal, y quizá esa concepción retro del mundo haya pesado en la decisión de estos samuráis haters del feminismo. O tal vez lo que van buscando es que la gran Ona se descentre, se desmotive y pierda el ansiado oro. Qué cucos estos nipones.

Viñeta: Pedro Parrilla

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