domingo, 25 de julio de 2021

RATAS

(Publicado en Diario16 el 22 de julio de 2021)

Y justo cuando Susana Díaz volvía a acaparar todos los focos, como gran estrella del Parlamento andaluz, una rata parda le robó el protagonismo al colarse en el hemiciclo y provocar el revuelo general. La diva socialista debió pensar, sin duda, que el extraño episodio era cosa de Pedro Sánchez que no la quiere bien. Pero no. Esta vez no hubo mano negra ni boicot al susanismo. El roedor simplemente se adentró en la Asamblea de forma fortuita cuando se votaba la designación de Díaz como senadora, se dio unas cuantas vueltas por el sagrado templo de la democracia y al presentir que aquel lugar peligroso no era para ella decidió largarse con viento fresco. Las alcantarillas son un hábitat mucho más seguro y respetable que un Parlamento español, aunque sea de categoría regional.

La rata es un animal simpático e inofensivo al que la cultura occidental ha cargado con una injusta leyenda negra que no se corresponde con la realidad. Nuestras amigas subterráneas no tienen nada de bichos diabólicos o malignos como cuentan las leyendas y la literatura que las ha estigmatizado cruelmente. Según los últimos estudios científicos, se trata de un mamífero mucho más inteligente y noble que algunas de las especies políticas que habitan en las cloacas autonómicas de este país. De hecho, humanos y ratas comparten el noventa por ciento del material genético, de tal forma que somos más parecidos de lo que creen algunos.

Sin duda, es por esa relación ancestral, por ese eslabón perdido que compartimos ambas especies, que las ratas nos conocen tan bien. De ahí que la intrusa de ayer se largara rauda y veloz de la sede parlamentaria en cuanto olisqueó la presencia de algunos especímenes y depredadores de dudoso pelaje y condición. Normal. Se le activó el instinto de supervivencia al sentir el miedo a recibir un escobazo de algún airado cazador de la extrema derecha. De hecho, la prueba de que por esa casa pululan entes mucho más amenazantes es el tuit que colgó el sindicalista y exdiputado Diego Cañamero: “Si cada vez que se cuela una rata en este lugar tuvieran que suspender la sesión plenaria, no habría pleno en todo el año”. Touché.

No hay que tenerle miedo a esos visitantes silenciosos de cuatro patas que nos han acompañado desde la noche de los tiempos. Cuenta la historia que la peste negra de 1347 llegó a Europa en barcos repletos de ratas infestadas de pulgas portadoras de la bacteria yersinia, de ahí la leyenda negra que persigue al defenestrado animal. En todo caso, el malo de aquella película fue el insecto, nunca el roedor, que pagó como villano pese a ser una víctima más. Hoy la rata de laboratorio se ha convertido en nuestra arma más potente y eficaz contra los virus mortales y a ella debemos agradecérselo todo. A la rata (y también a la mosca de la fruta) Antonio López tendría que levantarle un monumento en cada plaza y en cada pueblo porque gracias a ese genocidio clínico hoy tenemos medicinas, remedios contra enfermedades graves y vacunas contra el terrible coronavirus. El señor Pfizer y todo su imperio farmacéutico se vendría abajo, como un castillo de naipes, de no existir los múridos.

Tenemos que empezar a tratar con dignidad a los animales de laboratorio que son sacrificados para que nosotros podamos vivir porque cualquier día llega a la Tierra una especie alienígena, encaramada a uno de esos cacharros espaciales de Bezos, Branson, Musk y otros millonarios horteras, y nos esclavizan y nos reclutan como cobayas y hasta nos sirven como merienda, como ocurría en V, aquella mítica serie de televisión de nuestra infancia en la que una dominatrix extraterrestre de cabello cardado y nombre Diana se tragaba las ratas dobladas y a algún que otro humano.

El gran Delibes, cazador empedernido, vio en nuestras acompañantes velludas un destello de nobleza que le dio para el argumento de uno de sus novelones. En Las ratas, de lo mejor de la literatura española, Nini, un niño que vive con su padre en una cueva, es una especie de sabio al que todos consultan sobre las cosechas, la lluvia y la crianza de los animales, ya que atesora conocimientos innatos. La obra viene a ser una defensa cerrada de la naturaleza contra aquellos depredadores que quieren alterar el orden ecológico, esquilmarlo todo y matar ratas por diversión. Todo un símbolo de este tiempo dominado por turistas psicópatas que desorientan a las ballenas en sus rutas migratorias solo por llevarse a casa el vulgar trofeo del selfie. Como trasfondo de la novela, la pertinente denuncia social delibesiana contra los caciques y tiranos que someten al pueblo empobrecido, sojuzgado y oprimido.

A la rata hay que tenerle un respeto. Por eso no se entiende cómo sus señorías del Parlamento andaluz, diputados y diputadas hechos y derechos, se dejaron llevar por la histeria colectiva cuando vieron aparecer al roedor moviendo graciosamente el hocico y los bigotes y mirándolos a todos con esos ojillos vivarachos que dicen tanto en su misteriosa oscuridad. Cuentan los cronistas que la rata entró por la bancada de Ciudadanos y salió de escena por el escaño de Juan Marín. Premonitorio. Pero no vamos a ser nosotros los que caigamos en el chiste fácil de decir que cuando el proyecto naranja hace aguas por todas partes las ratas son las primeras que abandonan el barco. Ya hemos dicho aquí que este es un animal noble, apolítico, que no se mete con nadie y que accedió al Parlamento de forma fortuita sin saber en qué antro se internaba. Algún malpensado podría insinuar que a la rata la soltó algún diputado de Vox como gamberrada antisistema, broma o sabotaje contra el susanismo pijoprogre, bolivariano y feminazi. No es el caso ni se puede afirmar tal cosa, por mucho que los ultras hayan convertido la Asamblea en un establo maloliente y por mucha manía que le tengamos a Ignacio Camuñas.

Si estuviéramos en la Antigua Roma, alguien llamaría de inmediato a los augures de San Telmo para que se pusieran a adivinar qué demonios significa esto de los roedores campando a sus anchas por la catedral de la democracia. ¿El final del régimen del 78? ¿La decadencia de la socialdemocracia susanista? ¿Un nuevo auge del fascismo, como en el 36? Por cierto, se acaba de cerrar el año de la rata en el calendario chino, el peor de nuestras vidas. Simple casualidad.

Viñeta: Pedro Parrilla

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