viernes, 15 de abril de 2022

EL FIESTÓN DE MOHAMED

(Publicado en Diario16 el 1 de abril de 2022)

Mohamed VI ha invitado a Pedro Sánchez a viajar a Marruecos para sellar la nueva relación entre ambos países basada en “la transparencia, el respeto mutuo y el cumplimiento de los acuerdos”. Hay películas románticas de Hollywood que tienen un happy end mucho menos pastelón que este inesperado affaire político entre el sátrapa de Rabat y nuestro presidente del Gobierno. Ya lo estamos viendo: Pedro bajando del Falcón entre las arenas del desierto; una larga comitiva formada por soldados de época, mercaderes y dromedarios esperándolo a pie de pista para agasajarlo diplomáticamente y conducirlo a palacio; y una jaima gigante con todo tipo de lujos para celebrar la gran ceremonia de la reconciliación entre dos países que han estado a punto de llegar a las manos. ¿Habrá cachimba, danza del vientre y delicias orientales a los postres para consumar la nueva luna de miel entre españoles y marroquíes? ¿Se hablará de Ceuta y Melilla? Nunca lo sabremos. Cuando las puertas del lujoso recinto presidencial se cierren nadie se enterará de lo que ocurra allí dentro. Es lo que tiene tratar con las dictaduras del mundo árabe.

Cuando Sánchez sea trasladado a presencia del monarca marroquí en uno de los Maseratis de lujo de Mohamed VI (el tirano posee más de 600 coches de lujo aparcados en el jardín), sin duda tendrá tiempo de reflexionar sobre todo lo que ha pasado estos días para la infamia en los que decidió traicionar al pueblo saharaui. Y entonces se preguntará si ha merecido la pena claudicar, entregarse a la satrapía marroquí y ponerse de rodillas ante el Tío Sam. Ya sabemos que el líder socialista es un pragmático hasta las cachas capaz de cambiar de opinión de la noche a la mañana en función de sus intereses políticos y personales. Por eso, por si siente la tentación de pasar página, de hacer borrón y cuenta nueva, aquí estamos nosotros para recordarle que como jefe del Gobierno español ha cometido una de las mayores tropelías de la historia con el triste asunto del Sáhara Occidental.

Para empezar, la decisión de aceptar la autonomía saharaui bajo soberanía de Marruecos supone que Sánchez se pasa por el forro de sus caprichos nada más y nada menos que 74 resoluciones de la ONU sobre la descolonización de ese territorio, decenas de acuerdos que apostaban por celebrar un referéndum de autodeterminación para que sean los propios saharauis los dueños de su destino. Toda esa obra jurídica que la comunidad internacional había ido construyendo paso a paso, y con sumo esfuerzo, la desmonta de un golpe el señor presidente al firmar un acuerdo con Rabat que no es más que una deshonrosa muestra de unilateralismo contraria al derecho internacional. Por ahí, España ha dado al mundo la imagen de país pequeño, acomplejado y débil –que no ha sabido resolver su pasado colonial con la dignidad que se le presupone a una democracia avanzada– y de república bananera (en este caso monarquía bananera) que incumple los acuerdos firmados. ¿Con qué cara irá a partir de ahora nuestro presidente a la Asamblea General de la ONU? ¿Con qué legitimidad piensa denunciar a los dictadores que como Vladímir Putin pisotean los tratados internacionales si él mismo acaba de reducir las resoluciones de Naciones Unidas a la categoría de papel higiénico inservible?

Pero no estamos solo ante un tremendo atropello jurídico y político. Peor aún que todo eso es la injusticia, la inmoralidad y la traición cometida con un pueblo como el saharaui al que estábamos unidos por profundos lazos culturales y de sangre. Aquella gente son los españoles del otro lado, los españoles pobres del desierto. Gente que habla un perfecto castellano, paisanos que viven entre nosotros, amigos (hombres, mujeres y niños) a los que durante décadas acogimos en nuestras casas y a los que ayudamos con lo que pudimos en los campos de refugiados. No se merecían la patada que les hemos arreado. Felipe González ya los dejó tirados una vez; ahora Pedro Sánchez, el aprendiz de César, les da la puntilla.

Al aceptar la soberanía de Marruecos sobre territorios que históricamente les pertenecen, entregamos a nuestros hermanos saharauis a la peor de las dictaduras, lo que va en contra del deber que tiene todo país occidental avanzado de exportar democracia allá donde se pueda. Al suscribir el nuevo tratado de amistad con la monarquía alauita, Sánchez legitima la Marcha Verde de 1975, que fue, no lo olvidemos, la invasión en toda regla de una provincia española, de manera que el mensaje que enviamos al rey de Marruecos no puede ser más nefasto y peligroso: aquella anexión llevada a cabo por 300.000 civiles con unidades militares armadas camufladas fue totalmente legal y acorde a derecho. ¿Qué impedirá al dictador hacer lo mismo, en cuanto se le pase por la cabeza, con Ceuta y Melilla? Mostrar cobardía ante el enemigo supone una muerte segura.

Según un comunicado emitido hace unas horas por el Gobierno español, la propuesta de otorgar una autonomía al Sáhara bajo soberanía marroquí es “la base más seria, realista y creíble para la resolución del contencioso”. El ministro Albares quiere vendernos la burra (o el camello) de que a partir de ahora ambos países van a colaborar estrechamente en la lucha contra la droga, contra las mafias organizadas que trafican con personas y en la estrategia antiterrorista. Una mentira sobre otra. ¿Por qué no dice la verdad el presidente del Gobierno? La traición a los saharauis solo tiene un motivo y una causa: Estados Unidos ve con buenos ojos el plan y ha presionado a España para que lo firme. Así de simple. Trump dio un puñetazo en la mesa poniéndose incondicionalmente de lado del régimen de Rabat (lo que supondrá más bases militares, más armas sofisticadas, más colaboración estratégica yanqui-marroquí) y Joe Biden no va a hacer nada por cambiar la política exterior norteamericana en esa zona del Magreb.

Sánchez pudo haberse mantenido firme y no ceder al chantaje, pero ha optado por quitarse un problema de encima y tragar con lo que sea. Al menos Zapatero tuvo el orgullo de quedarse sentado al paso de la bandera de las barras y estrellas. Ahora produce estupor, asco y vergüenza tener que ver cómo las derechas enarbolan la bandera saharaui, apoderándose de otra causa emblemática y secular de la izquierda (una más y ya van unas cuantas). A Sánchez, el rey Mohamed le ha dado un soberano revolcón. Podría decirse que lo ha puesto mirando a La Meca. Y para más inri, el premier español acepta la invitación a la fiesta de la falsa paz y la engañosa fraternidad. Patético.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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