viernes, 15 de abril de 2022

FEIJÓO

(Publicado en Diario16 el 1 de abril de 2022)

Arranca en Sevilla el congreso extraordinario del PP que debe servir para elegir al nuevo líder (el padre Feijóo), cerrar heridas (foto de unidad), fijar posiciones políticas (absurdo, el partido hace tiempo que no tiene programa reformista para España más allá del oportunismo demagógico del momento) y mirar hacia el futuro (con Vox comiéndole el terreno es más bien oscuro). Tras los dramáticos idus de marzo, que quedarán para la historia como los días del cruel magnicidio de Pablo Casado (todos lo apuñalaron a una como en Fuenteovejuna), se respira ambiente de expectación, de optimismo y hasta de cierta euforia entre la militancia.

Los asistentes al congreso llegados de todos los puntos del país recogen sus acreditaciones, carpetillas con las ponencias y souvenirs y aprovechan para reencontrarse con los viejos amigos en la cafetería. Las venganzas, conspiraciones, ajustes de cuentas y apuñalamientos en legítima defensa quedan atrás como un mal recuerdo del pasado. El que más y el que menos llega con aires renovados, aunque con el canguelo todavía en el cuerpo tras haber visto peligrar su carguete en la cruenta batalla entre casadistas y ayusistas.

De cualquier manera, lo malo queda atrás, se abre un nuevo tiempo, o al menos eso repiten al unísono como un mantra, aunque todo está por ver y por escribir. La sombra de la implosión, que por momentos planeó sobre Génova, parece haber pasado como una mala tormenta preñada de nubarrones y hay coincidencia general en que el PP ha salvado los muebles sobre la bocina, lo cual es mucho. “Pa’ habernos matao, ¿eh tronco?”, dice un militante susurrando para el cuello de la camisa. “Y que lo digas, macho, jiji”, contesta otro entre sonrisillas nerviosas. Ese diálogo captado en los corrillos de los congresistas refleja a la perfección el estado de ánimo de los populares. Aliviados por lo que se les vino encima en un momento pero esperanzados en la buena nueva que desde Galicia les trae el padre Feijóo. Con todo, el lema del congreso, Lo haremos bien, demuestra cierta inseguridad en las ideas y proyectos. Tener que hacer hincapié en la fiabilidad de un partido que viene gobernando España, alternativamente, desde 1996, denota que ni siquiera ellos mismos confían en que esto pueda llegar a buen puerto. Es propio de partido pequeño que echa a andar y tiene que convencer al votante de que son un negocio de fiar.

La primera incógnita del congreso, o sea quién va a dirigir los destinos del PP en los próximos años, ya está despejada. La película empieza sabiéndose ya el final, todo está decidido de antemano, así que por ahí se pierde interés mediático. El elegido presidente gallego encarna el personaje de consenso, el gran pacificador. Cualquier otro candidato no habría hecho sino alimentar las luchas intestinas por el poder y las facas habrían seguido destellando al amanecer. Tras haber recorrido las baronías autonómicas para explicar su plan a los afiliados –recupera rostros de la vieja guardia (véase Cuca Gamarra)–, Feijóo llega en medio de la aclamación unánime de todos. Ese caudillismo del hombre fuerte sin listas alternativas gusta mucho en la parroquia pepera, siempre en la mejor tradición autoritaria. Nada que ver con Pablo Casado, que proyectaba una imagen de fragilidad, de calzonazos y de tipo ninguneado cada vez que Ayuso le lanzaba alguno de sus dardos envenenados. Está claro que uno y otra tendrán un papel secundario en este congreso extraordinario.

Al líder depuesto se le ha hecho un hueco en el programa, casi con calzador, para que suelte el discurso de la despedida, sin molestar demasiado, y salga finalmente de los libros de historia. Su intervención llegará después de la de los expresidentes José María Aznar y Mariano Rajoy. Un telonero que nunca ganó nada después de dos estrellas triunfadoras cuyos retratos cuelgan en cada despacho de Génova. Un puro trámite para completar el certificado de defunción. Esa parte del cartel, la intervención del derrocado, no le interesa a ningún compromisario, así que lo más probable es que cuando Casado suba al atril para echar el sermón del adiós muchos se levanten de la silla, hagan mutis por el foro y se den una vuelta por el vestíbulo para hacer como que hablan por teléfono, echarse al coleto un canapé sobrante o fumarse un pitillo. Todavía no ha llegado a Sevilla y el exlíder ya ha empezado con la cantinela victimista de que el partido ha cometido una injusticia con él al cargárselo sin compasión y sin derecho a defensa. Nadie le hace caso ya.

Tampoco Ayuso llega en su momento de máximo esplendor. Acorralada por el escándalo de las mascarillas que persigue al Hermanísimo (hasta la Fiscalía Europea ha tomado cartas en el asunto) y vista por muchos como gran culpable de la crisis del PP, a la muchacha rebelde de Chamberí le conviene quedarse calladita y en segundo plano. No es esta su guerra, ya vendrán tiempos mejores.

Sea como fuere, Juanma Moreno Bonilla emerge como el flamante delfín del nuevo jefe y a partir de ahora su voz se tendrá muy en cuenta. Feijóo llega con la intención de cerrar heridas, no dejar cadáveres en el armario y lograr la unidad de las diferentes corrientes, familias o sensibilidades (si es que las hay más allá del discurso de la España una, grande y libre). Pero está por ver qué PP quiere construir el recién elegido capitán del barco: si una fuerza política centrada, con personalidad propia y con fuerza suficiente como para ser el partido que fue, o un ente acomplejado por la extrema derecha y entregado sumisamente a Vox. Mucho nos tememos que el congreso no sea más que otra pantomima, un teatrillo ameno pero teatrillo a fin de cuentas, ya que los conservadores españoles llevan cuarenta años viajando hacia la moderación y todavía no la han encontrado. Ya lo dijo Alfonso Guerra: estaban tan a la derecha cuando murió el dictador que no llegarán nunca al centro.

Viñeta: Artsenal

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