viernes, 15 de abril de 2022

PUTIN, PRESIDENTE DE FRANCIA

 

(Publicado en Diario16 el 12 de abril de 2022)

¿Cómo influiría una hipotética victoria electoral de Marine Le Pen en el futuro inmediato de Europa y en el devenir de la guerra en Ucrania? Esa es la pregunta del millón que se hacen a esta hora todos los franceses. Probablemente las consecuencias para la construcción europea serían aún más devastadoras que las generadas por el Brexit. En cuanto a la invasión de Putin, no se puede descartar que una fiel admiradora putinesca como Le Pen rompa con el actual orden mundial y dé un brusco giro a la política internacional de su país hasta alinearlo en un eje muy distinto, junto a los grandes aliados del sátrapa de Moscú. Nada sería igual a partir de ese momento, la historia entraría en una nueva fase de convulsión acelerada y cualquier cosa, por muy distópica que se antoje, podría ocurrir.

“Imaginemos la tragedia en Ucrania con Marine Le Pen en el poder”, asegura el profesor y analista Pedro Rodríguez cuando anticipa las consecuencias que para la geoestrategia mundial podría acarrear la llegada al poder de la ultraderecha francesa: “Mélenchon, Zemmour y Le Pen, todos tienen en común una profunda y rendida admiración hacia Putin. En el caso de Le Pen, no se ha molestado ni en distanciarse”. Y añade: “Los franceses se han tenido que comer panfletos electorales con la foto de Le Pen con Putin, y aun así esta señora está acercándose al Elíseo”. Demoledor.

El panorama no puede ser más oscuro para la vieja Europa. Las íntimas conexiones de Putin con Agrupación Nacional, el partido de Le Pen, se remontan a más de una década. Se sabe que el dictador exagente del KGB ha financiado el proyecto patriótico francés con hasta 9 millones de euros, mientras que la dirigente ultra no ha ocultado sus simpatías hacia el jerarca del Kremlin, aunque es cierto que desde que comenzó la invasión de Ucrania ha tratado de mantener ciertas distancias con su gran guía y referente autoritario. En los últimos días de campaña, Le Pen ha tenido que hacer auténticos malabarismos dialécticos para borrar su pasado putiniano. Así, al mismo tiempo que ha denunciado las “graves consecuencias” que tendría un hipotético embargo al gas y al petróleo rusos, se ha mostrado a favor de las sanciones económicas contra Rusia. Esa estrategia de equidistancia respecto al nuevo zar de Moscú parece haberle funcionado a la presidenta de Agrupación Nacional, ya que los franceses no le han pasado factura ni la han penalizado en las urnas. Al contrario, en medio de la guerra ucraniana Le Pen ha cosechado los mejores resultados de la extrema derecha francesa desde el final de la Segunda Guerra Mundial.

Parece claro, por tanto, que al votante ultraderechista le importan más bien poco las turbias relaciones internacionales que pueda mantener su partido, ya que sigue seducido por el idílico programa económico que le promete Le Pen, un compendio de medidas como la progresiva ruptura con la Unión Europea, una supuesta bajada de impuestos a la energía de hasta un 20 por ciento (según ella para “dar oxígeno al pueblo”) y un listado de propuestas ultraconservadoras que van desde la sustracción de derechos a los inmigrantes hasta un rabioso antifeminismo. Es precisamente en el capítulo de la xenofobia donde Marine Le Pen está cosechando su mayor granero de votos. La mano dura contra el migrante enardece a las masas proletarias, furiosas e indignadas con la izquierda francesa que no ha sabido dar respuesta a los problemas del país. El penoso resultado de la candidata socialista Anne Hildalgo (menos de un 2 por ciento de los votos en las elecciones del pasado fin de semana) es la mejor prueba de que la izquierda europea se hunde estrepitosamente.

Agrupación Nacional pretende establecer un estado policial que denuncie a los extranjeros sin papeles allá donde se encuentren; echar del país a todos aquellos inmigrantes que no hayan encontrado trabajo en el último año; y reservar los subsidios y prestaciones sociales solo para los franceses de pedigrí, o sea de origen. Es decir, se trata de crear un estado de apartheid laboral puro y duro. Pese a la monstruosidad de la ideología extremista de Le Pen, los cantos de sirena parecen haber embriagado a millones de franceses, que ya solo votan para ver a la heredera del nacionalismo patrio apoltronada en el Palacio del Elíseo.

Soplan vientos autoritarios (por no decir neonazis) no solo en Francia, también en el resto de Europa, un fenómeno que puede cambiar el curso de la historia. Si Marine Le Pen conquista finalmente el poder, es más que probable que el tradicional eje París-Berlín-Bruselas vire drásticamente hacia un nuevo eje París-Moscú-Pekín. Ese alejamiento de la UE dejaría indefensos a los europeos, que hoy por hoy dependen de las 300 cabezas nucleares francesas como única arma de disuasión frente a la amenaza de los misiles rusos. Ese arsenal atómico es la Línea Maginot, la única y última barrera que separa a las democracias occidentales de las ambiciones belicosas y expansionistas de Vladímir Putin. Si Marine Le Pen, caballo de Troya del dictador ruso en el corazón de Europa, pusiese las ojivas letales al servicio del siniestro régimen de Moscú nos veríamos totalmente indefensos y en manos del sátrapa. Una Rusia fuerte sería tanto como una Europa débil.

Francia es la tercera potencia nuclear del mundo. Tras la Segunda Guerra Mundial el miedo a ser invadida en el futuro por un nuevo Hitler impulsó a Charles de Gaulle a emprender una loca carrera armamentística. La paranoia llevó a los franceses a no suscribir acuerdos de no proliferación nuclear y durante treinta años se llevaron a cabo más de 200 pruebas atómicas en los atolones de Mururoa (los análisis médicos detectaron un alarmante incremento de cáncer de tiroides entre la población nativa). Toda esa locura (que llegó incluso a sanciones contra Francia y al embargo internacional del vino francés) terminó en 1996, cuando París se adhirió por fin al Tratado de Prohibición Completa de los Ensayos Nucleares. Hoy, todo ese polvorín repleto de misiles de largo alcance podría terminar en manos de dirigentes autoritarios como Le Pen. Y por ende, bajo control del amigo Putin. Espeluznante.

Viñeta: Álex, la mosca cojonera

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