domingo, 8 de mayo de 2022

EL VINO

(Publicado en Diario16 el 28 de abril de 2022)

El Gobierno ha tenido que salir a desmentir que esté pensando en prohibir el vino y la cerveza en los menús del día del país. Durante toda la tarde de ayer había circulado el bulo de que Pedro Sánchez tenía previsto declarar la ley seca, como en el Chicago de los violentos años veinte, y el falso rumor se extendió como la pólvora en las redes sociales. Una rebelión popular de defensores de la bebida se estaba gestando como la peor de las tempestades (“¡todos a la calle a defender nuestro rioja!”, decía un tuitero sin duda cayetano) y Moncloa se apresuró a cortar la movida de raíz. A última hora, una nota de prensa emitida por Sanidad aclaraba que el Consejo Interterritorial no piensa prohibir los buenos caldos en bares y mesones, solo dar consejos, recomendaciones o sugerencias para que se sustituya el vino y la rubia por el agua del grifo, que es más sana y no cría ranas. Y ahí ha quedado la cosa. Cada cual podrá seguir dándole al bebercio cuándo y cómo estime oportuno.

Sin duda, los bots de Santi Abascal y los tuits de Isabel Díaz Ayuso habían vuelto a trabajar a destajo en tareas de desinformación para transmitir la sensación de que el Gobierno comunista preparaba un decretazo contra el vino. Nada más lejos. Nadie va a prohibir el morapio y la birra, en primer lugar porque hacerlo sería inconstitucional; en segundo término porque ello supondría la ruina de uno de los sectores económicos más potentes de nuestro país (no tiene ningún sentido proscribir un producto del que se hacen grandes campañas publicitarias en el extranjero); y por último, y más importante, porque eso sería el harakiri definitivo del Gobierno, la convocatoria de elecciones anticipadas y la victoria total de las derechas con Abascal como ministro del Interior de Feijóo y más arriba todavía. En una de estas el PP nos coloca al Caudillo de Bilbao de jefe del Estado, a fin de cuentas a Vox le sobra la monarquía tanto como las comunidades autónomas.

Ahora bien, aclarado el desmentido, cabe preguntarse quién ha sido el lumbreras al que se la ocurrido la brillante idea de tocar el tema del vino en un momento tan delicado, con la calle hirviendo por el descontento social. ¿Acaso ha estado Alberto Garzón moviendo al lobby vegetariano para liarla parda como ya lo hiciese con el asunto de la carne de macrogranja? No parece, ya que esta vez la idea parte del Ministerio de Sanidad, no de Consumo, es decir, del ala socialista, no de la podemita. ¿Puede ser que estemos ante una ocurrencia de Pedro Sánchez, que ya gobierna en plan presidencialista? Tampoco parece plausible, ya que el jefe del Ejecutivo anda enfrascado en asuntos internacionales de mayor enjundia, como evitar la Tercera Guerra Mundial y paliar los efectos de la decisión de Putin de cortarle el grifo del gas a los europeos. El premier socialista ni tiene tiempo para experimentos con gaseosa y tintorro ni es tan tonto como para meterse en ese jardín. Si muchos españoles ya lo ven como el Macron español, odiándolo a muerte, imagínense ustedes que se pone a quitarle el vaso de vino al pueblo. Se arma la marimorena, una Vicalvarada, un 36, y lo sacan a gorrazos de Moncloa.

A esta hora, se desconoce quién ha tenido la infeliz idea de incluir este debate estéril e inoportuno en la agenda de asuntos de Estado. ¿Es que la izquierda todavía no ha aprendido que unas elecciones se ganan con poquito, dando una tapa y una caña, sin más programa electoral, tal como hizo Ayuso en las pasadas autonómicas madrileñas? ¿Aún estamos así? Aquello fue un batacazo histórico y vino a demostrar que al electorado de hoy, poco exigente con la política, no se le convence con las nobles ideas y principios de un ilustrado azañista como Ángel Gabilondo, sino prometiendo mucha libertad, fiesta, toros, circo y una buena cogorza dominguera capaz de hacer olvidar los problemas de la vida, que no son pocos. Aquellos comicios los ganó la niña de Chamberí movilizando a su ejército de fieles hosteleros enfurecidos e indignados, pero por lo visto el Gobierno aún no se ha enterado de qué va esto. “Que me toquen el vino es como que me toquen a la madre”, advertía ayer un airado hostelero antisanchista en un programa de televisión de la máxima audiencia. Con eso está dicho todo. Así que Pedrín cuidadín, que la cosa viene calentita y no está el horno para bollos.

En este país mísero y estoico, el vino y la caña son dos pilares fundamentales de la democracia con el mismo rango en importancia que el derecho a la igualdad o a la libertad de expresión. En un mundo en convulsión, en medio del sindiós de la pandemia (ya tenemos encima la séptima ola) y a las puertas de la Tercera Guerra Mundial, quitarle la copita de vino al español no solo sería un error fatal sino un vacile y una falta de respeto al personal. Las recientes elecciones francesas han venido a demostrar que la izquierda está en franca decadencia y que la democracia ya es cosa de dos: de la derecha clásica y de los nazis. Si hemos llegado a ese punto es precisamente porque el socialismo ha metido en el cajón el viejo manual de Marx y lo ha sustituido por moderneces, por ideas extravagantes como la bicicleta, la prohibición del chuletón, el huerto ecológico y la guerra contra el vino. Mientras tanto, los obreros del extrarradio de Marsella (también de Vallecas) se van con Le Pen y Abascal, que les ofrecen poder adquisitivo, jubilación a los 60 y una vida de ricos.

Si nos quitan el oro rojo del vino o el oro amarillo de la cañita fresca, espumosa y bien tirada, sustituyéndolos por un insulso vaso de agua del grifo lleno de cal mortífera para el riñón, ¿qué nos quedaría a los españoles que estamos a la intemperie? ¿Cómo soportar la crisis, el paro, la inflación, los salarios de mierda, el virus pertinaz, el pánico nuclear, la plaga de golfos comisionistas que se lo llevan muerto, el subidón de la gasolina y otras tragedias globales insoportables? El vino es la quintaesencia de la cultura española mediterránea y dionisíaca, el colocón dulce y barato y el argumento para socializar, evadirse y seguir viviendo. Prohibirlo por paternalismo sanitario estatal sería un grave error porque cada uno se mata como quiere. Que se deje Sánchez de experimentos políticos y que se dedique a la izquierda real, a reforzar la Sanidad que está echa unos zorros, a subirle los impuestos a los ricos y a recuperar derechos de los trabajadores. Así que venga una cañita bien fría. O dos.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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