domingo, 8 de mayo de 2022

RUBI Y GERI

(Publicado en Diario16 el 19 de abril de 2022)

Una profesión emergente y con mucho futuro se abre paso en nuestro país: el conseguidor, el intermediario, el comisionista a calzón quitado. Aquí el que más y el que menos se busca un chollete, una ganga, un contacto o amigo en la Administración capaz de dar ese último empujoncito necesario hacia el éxito empresarial. Y mientras tanto la democracia devaluándose hasta quedar reducida a la categoría de establo o lodazal infecto.

Cuando todavía no nos habíamos repuesto del repugnante caso de las mordidas por las mascarillas a precio de oro en plena pandemia (un asunto que salpica a grandes de España, al alcalde MartínezAlmeida y a un misterioso viajante malayo que no aparece por ninguna parte) estalla un nuevo escándalo, esta vez con el turbio mundo del fútbol como gran escenario. No ganamos para sustos. En Madrid no se habla de otra cosa que no sea ese negocio que se llevaban a medias el presidente de la Real Federación Española de Fútbol, Luis Rubiales, y el futbolista del FC Barcelona Gerard Piqué. Por lo visto Rubi y Geri (así, con esa familiaridad que raya el compadreo, se tratan ambos en privado) habrían pactado una comisión millonaria de 24 millones de vellón para la empresa del jugador como precio por la organización de la Supercopa de España en Arabia Saudí, según cuentan los compañeros de El Confidencial. A cambio, la Federación se embolsa 240 kilos, 40 por cada uno de los seis años de contrato. Lógicamente, semejante pastel tenía que terminar reventando y al final ha reventado.

La operación huele a trato de favor, a conflicto de intereses, a enchufismo y a procedimiento sin la debida transparencia y, aunque en principio no hay nada ilegal ni contrario al Derecho, el affaire tiene no pocas aristas y aspectos que conviene entrar a analizar. Para empezar, la cuestión ética. Desde el principio llamó la atención que Rubiales, el presidente de los valores humanistas, el presunto estandarte de la democracia deportiva, eligiera un país como Arabia Saudí como gran escaparate de la Supercopa. Organizar un evento deportivo en un estado totalitario donde a la mujer se la considera poco menos que una mula de carga sin derechos siempre se nos antojó una mala idea. Ahora empezamos a saber por qué Arabia y no México, la India o Nueva Zelanda. Aquello debe ser algo así como el gran paraíso del comisionista, las mil y una noches de los nuevos mercaderes futboleros, tierra fértil para el negocio rápido, lejano, seguro. Y si no que se lo pregunten al rey emérito. Hoy mismo, precisamente, se ha sabido que los dos personajes de esta truculenta historia planeaban contactar con el mismísimo Juan Carlos I para terminar de rematar el asunto. “Rubi, ¿crees que acercándonos al rey… puede ayudar… que tiene muy buena relación con la gente de allí, con los reyes o quien sea de los saudíes? Porque podemos entrar fácil…”, sugería Piqué a su presidente convencido de que el viejo monarca podría echarles un cable. Resulta cuando menos curioso que el futbolista del Barça aparcara por un momento su republicanismo irredento y su coqueteo con la causa del catalanismo soberanista para recurrir al Borbón, gran símbolo del odioso centralismo mesetario contra el que siempre ha luchado el bravo defensa central. Está claro que la pela es la pela, que no hay más que una sola bandera (la gloriosa enseña del dinero) y una única causa por defender: forrarse a toda costa, aunque sea organizando un torneo de verano para jeques y beduinos que no han visto un balón en su vida.

Aún recordamos cuando Piqué denunció públicamente que en el palco vip del Bernabéu se movían “los hilos del país”. Incluso se atrevió a cuestionar los valores –más mercantiles y crematísticos que deportivos y olímpicos–, que según él transmite el club merengue. Cómo ha cambiado el bueno de Geri, ahora resulta que tenía más poder y movía más hilos y marionetas, entre bambalinas, que el propio Florentino. Él solito es un palco de Chamartín con patas. De la noche a la mañana, el jugador culé ha pasado de dar el pelotazo a la grada en el córner al pelotazo empresarial, mucho más jugoso y apasionante. Así es la vida trepidante del comisionista a ratos. Entre partido y partido, entre concentración y hotel, Geri saca tiempo para sus cosas. Ya no da un pase en profundidad sin cobrar antes una comisión; ya no tira un penalti sin trincar el debido tanto por ciento (el 10 de Messi ha dejado de interesarle, ahora se mueve más por el 10 de su caché o porcentaje); ya no le hace un túnel a un contrario sin pillar cacho antes y cualquier día se mete a tunelar el desierto por el que circula el AVE a La Meca. Y así, sacando una tajada de campeonato, es como se desvirtúa y adultera el espíritu limpio y el fair play del deporte. Una tragedia más, un drama propio de los tiempos cínicos que vivimos.

Pero si reprobable resulta que Piqué aproveche el deporte para meter goles financieros por la escuadra, más reprobable aún es la conducta de Rubiales, el presidente del Renacimiento futbolístico que cada vez que abre la boca parece que habla Erasmo de Rotterdam. El adalid del humanismo balompédico debería velar por la pureza de la competición y no parece que convertir a uno de sus futbolistas en bróker a tiempo parcial sea la mejor forma de hacerlo. No todo vale, ni siquiera un pedazo de contrato de 240 millones de euros por seis temporadas a repartir con los amigachos, como en la peor de las cacicadas. Al final, toda la metafísica barata sobre las esencias del deporte, toda la filosofía cutre sobre los valores del fútbol, queda en pura impostura que no engaña a nadie. Rubi y Geri, Geri y Rubi, que tanto monta monta tanto, no han cometido ninguna ilegalidad (hasta donde se sabe) y probablemente tengan razón en que el delito lo comete el hacker que ha pirateado sus conversaciones y chats privados. Pero uno cree que este asunto va a traer cola, que hay muchas cosas por aclarar y que aquí está faltando con urgencia un nuevo José María García, un butanito desinfectante que ponga en su sitio al nuevo Pablo, Pablito, Pablete del fútbol español.

Viñeta: Pedro Parrilla

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