domingo, 11 de junio de 2017

EL HÉROE ECHEVERRÍA Y EL HORROR DE LONDRES



(Publicado en Revista Gurb el 9 de junio de 2017)

En medio del horror y la orgía de sangre desencadenada por los desalmados de ISIS en los recientes atentados de Londres, surgen las historias humanas de solidaridad y altruismo que no dejan de conmovernos. Como la de Ignacio Echeverría, el español de 39 años que estaba desaparecido desde el pasado sábado, cuando se produjeron los ataques indiscriminados contra la población civil, y que finalmente es una de las ocho personas fallecidas, según ha confirmado el Gobierno británico en las últimas horas. Echeverría fue el único que tuvo el valor de pararse a socorrer a una mujer que estaba siendo acuchillada por los yihadistas e incluso se enzarzó con uno de los asesinos golpeándole con su monopatín. Pese a la acción heroica del ciudadano español, que ha sido capaz de dar su vida por los demás, la actuación de la Policía británica ha dejado mucho que desear y no ha estado a la altura de un comportamiento tan bravo y heroico. Y no solo porque los forenses tardaron más de dos días en confirmar la identidad del fallecido (tiempo en el que no facilitaron información alguna) sino por la forma en que las autoridades de Londres han tratado a los familiares del desaparecido, a los que dejaron en la más absoluta incertidumbre durante un tiempo que se antoja excesivo, aumentando su angustia.
El extraño episodio no ha sido suficientemente aclarado por los agentes de Scotland Yard, por lo que urge una explicación completa y exhaustiva con urgencia. Todo lo que ha rodeado a Echeverría puede calificarse de extraño, inconcebible y misterioso. Primero se le dio por desaparecido, más tarde se filtró que podía encontrarse entre los heridos ingresados en los diferentes hospitales londinenses y solo finalmente, cuando todo el mundo se preguntaba qué estaba pasando con él y los medios de comunicación aumentaban la presión para obtener datos, el Gobierno británico confirmó su identidad. La noticia llegó demasiado tarde y fue un jarro de agua fría para la familia, que en todo momento se sintió olvidada y maltratada. Queremos pensar que en el kafkiano procedimiento de identificación de la víctima, en los retrasos, demoras y falta de información puntual, nada ha tenido que ver que el fallecido fuera español y que de haberse tratado de un ciudadano del Reino Unido los tiempos y las formas hubieran sido exactamente los mismos. Queremos pensar bienintencionadamente, pero mucho nos tememos que el desaguisado policial pueda tener algo que ver con la nueva política aislacionista y por momentos desdeñosa con algunos países de la Unión Europea que en los últimos tiempos, sobre todo a raíz del Brexit, está impulsando el gabinete de Theresa May. Hace meses que desde la cancillería de Londres se están difundiendo mensajes claramente discriminatorios contra los inmigrantes, y no solo contra personas llegadas de países del tercer mundo, sino también del entorno europeo. No olvidemos que Echeverría era uno de ellos, alguien que había dejado su tierra para ir a trabajar a Inglaterra. No queremos pensar ni por un momento que ese hecho haya podido influir hasta el punto de considerar al español como una víctima de segunda categoría, dejándolo para el final en el proceso de identificación de los fallecidos. Queremos pensar más bien que todo ha sido un inmenso error, necesidades de la investigación, y que a partir de ahora la Policía británica facilitará toda la información de que disponga hasta el momento sobre lo que le ocurrió a Echeverría en aquel encuentro fatal con los terroristas de Daesh. Por supuesto, la familia tiene derecho al informe con los resultados de la autopsia, que despejarán los rumores y bulos conspiranoicos que se han desatado en las últimas horas en las redes sociales y que apuntan a la posibilidad de que el gallego haya sido abatido por error, a manos de los propios agentes, en medio de la confusión.
Solo la transparencia y la sensibilidad con los familiares del fallecido podrán paliar en cierta manera la forma nefasta con la que la Policía anglosajona ha gestionado este caso. No vamos a pedir aquí que se le otorgue al ciudadano español la Cruz del Imperio Británico ni que se le entierre con todos los honores en un funeral de Estado por haber dado su vida en la defensa de esa mujer que estaba siendo atacada por los yihadistas. Pero al menos que el incidente sea debidamente aclarado. Mientras todos corrían despavoridos para escapar del terror que se había desatado en el Puente de Londres, Ignacio Echeverría decidió quedarse, comprendió que lo justo era ayudar a aquella mujer, ponerse de lado de quien más lo necesitaba en ese momento. Cualquiera de nosotros hubiera corrido para salvar la vida. Era lo lógico, algo humano y comprensible. Pero quizá haya llegado el momento de dejar de correr, de hacer frente a los asesinos con nuestras manos y nuestro corazón. Afortunadamente todavía quedan Echeverrías en el mundo. Fue un héroe con toda seguridad. O quizá solo fue un hombre que hizo lo que todos deberíamos hacer. Porque gracias a los pocos Echeverrías que aún caminan a nuestro alrededor, la civilización tiene un futuro. Y las bestias aún no han ganado la batalla.

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Cada vez que ocurre un bárbaro y salvaje atentado yihadista tenemos que escuchar las mismas palabras y argumentos previsibles de los políticos, tertulianos y analistas, las mismas condenas internacionales y minutos de silencio que no sirven de nada, las propuestas para aumentar el número de policías que tampoco valen para mucho contra este nuevo terrorismo suicida. Horas y horas de televisión que serán olvidadas al día siguiente.
Sin embargo, el auténtico debate y el más fundamental de todos, que no es otro que el infierno de hambre y pobreza en que vive cada día más de la mitad de la población mundial, siempre queda en segundo plano. La previsión para la estación del hambre en el Sahel en 2017 resulta aterradora: 8,6 millones de niños sufrirán desnutrición severa. Casi nueve millones de niños condenados a una muerte segura. Cientos de personas pierden la vida cada año intentando cruzar el Mediterráneo en una patera y ya ni siquiera acudimos a socorrerlos para que no perezcan ahogados. Miles de seres humanos agonizan en Palestina tras décadas de guerra y opresión. ¿Y Siria? ¿Qué podemos decir de esa vergüenza para la raza humana? Se desangra sin que ni la ONU ni las potencias mundiales pongan freno al desastre humanitario. ¿No es ese infierno diario en el que viven millones de personas la mejor cantera para que ISIS reclute a sus futuros terroristas, cada día más violentos y descerebrados, prometiéndoles un futuro mejor si descargan su ira contra el opulento Occidente? ¿Por qué cuando se produce una matanza en Londres, París o Berlín nadie habla de las verdaderas causas del terrorismo islamista, del colonialismo blanco humillante y no resuelto, del expolio económico al que las grandes multinacionales someten a los países pobres de Oriente Medio, África y buena parte de Asia? ¿Por qué nadie pone el dedo en la llaga del genocidio a gran escala de más de un tercio de la población mundial?
No estamos ante un exclusivo problema de seguridad, sino ante un inmenso problema económico de índole global, un drama de explotación y miseria que los países ricos hemos tolerado y potenciado durante siglos y que tiene consecuencias políticas y sociales, como la formación de grupos integristas fabricados con los mimbres de la desolación de miles de individuos. Destinar más policías no resolverá el problema. Pongamos un agente en cada esquina y seguirán apareciendo locos dispuestos a colocarse un chaleco de explosivos o a empuñar un modesto cuchillo en nombre de Alá y de sus oprimidos hermanos musulmanes. Fichados, no fichados, retornados, lobos solitarios, células durmientes, reclutados de primera o segunda generación no son más que etiquetas vacías. ISIS no ha surgido de la noche a la mañana. ISIS es la consecuencia histórica de una macroestructura económica diabólica, injusta y delirante. Cuanto antes empecemos a cambiar el chip, el enfoque del problema, antes empezaremos a encontrar las soluciones. No lo olvidemos nunca. El terror de la Yihad nace de lo de siempre, de algo tan viejo como la Tierra: de que hay unos que lo tienen todo y otros que no tienen nada. Y de esos que nada tienen solo pueden nacer tres cosas: fanatismo, odio y terror.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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