martes, 20 de agosto de 2013

CIPRIANO TORRES

Hace unos días me enteré de que a Cipriano Torres, el escritor granaíno que nos desmenuza cada día la cochambre ominosa de la televisión, le ha fallado por un momento el gran corazón con que bombea al mundo sus palabras, sus metáforas, sus emociones y sentimientos. Tiene la prosa de Cipri la frescura cristalina del Genil fluyendo entre olivares y choperas, el eco telúrico de la poesía lorquiana, la fuerza primitiva del autor forjado en el pueblo, por el pueblo y para el pueblo. A Cipri le conocí en La Opinión de Murcia hace ya muchos, muchos años. Yo entonces era un novato que buscaba noticias de sucesos hasta en los cubos de basura y él un escritor en ciernes enamorado de la radio que aparecía por la redacción, de cuando en cuando, con su estilo dandi, su sonrisa templá de califa y su columna de oro debajo del brazo. Ahora le ha fallado el motor, siquiera por un momento (un lapsus cardiaco insignificante), pero me cuenta por el feis que su maquinaria creadora está intacta y ya me lo imagino tranquilamente sentado en el jardín de su casica de Graná, entre atardeceres azafranes y africanos, entre libros y naranjos, entre macetas llenas de albahaca y ceniceros vacíos, ya sin ceniza, ya sin colillas (eso sí, se te acabó el chollo del fumeque, tronco). En su columna diaria, en su Maldeojos sagaz y divertido, Cipri desmonta como un relojero minucioso el mecanismo diabólico de esa hoguera de imágenes siempre encendida en medio de nuestro comedor. Por sus columnas literarias pasan a diario los monstruos horrendos que forman la grotesca fauna de nuestra televisión patria: políticos trincones y torpes periodistas, artistas de éxito y viejas glorias olvidadas, poligoneros y chonis, friquis y tronistas. En fin, toda la galería inagotable de pájaros, pajaritos y pajarracos televisivos nos llega cada mañana con el sorbo humeante del primer café, de la mano de Cipri, un columnista siempre eficaz y certero que disecciona como nadie a las criaturas feroces de la televisión, ese espejo inquietante y extraño en el que todos nos vemos reflejados de alguna manera. Ver la televisión es mirarnos a nosotros mismos. Cipri nos mira y nos sicoanaliza, se pasa cada programa, cada anuncio, cada serie, por el ojo y por la piedra, y escribe sin miedos ni facturas, con valentía y libertad, y unas veces reparte bellas metáforas como ráfagas de pólvora y otras reparte hostias como panes a quien se lo merece con toda justicia. Sin un San Cipriano escribiendo contra la herejía televisiva, sin un Cipri dándole a la tecla del ordenador sin descanso, yo vería aún menos esa mierda de tele que tenemos, porque lo que más me gusta de todo no es ver la televisión, sino leerla a través de sus ojos, con ese estilo barroco del mejor siglo de Oro, con su poquito de malafollá andaluza en cada crítica y con su despelleje elegante del personal. El artista tiene que sufrir para crear, eso lo sabes bien, amigo. El dolor es la pieza clave de la obra, de la creación artística, y ahora tú estás sufriendo y creando a la vez. El artista que se duele de algo, de algún achaque, de algún tormento, muere un poco en su dolor para renacer después como un dios fuerte y pleno de inspiración. Cipri acaba de salir de su temporada en el infierno, en plan Rimbaud. Me dices que vas mejor, que has salido del hospital y que vas a ponerte a escribir, sin perder ni un segundo en infartos, hasta que te salgan callos en las manos. Pues olé tus cojones.                   

3 comentarios:

  1. Cipriano es un artista, pero tú no le andas a la zaga, poeta.

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  2. Cipriano más bien es un rojete andaluzón y resentido. Qué asco.

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