martes, 27 de agosto de 2013

EL TIEMPO

     
     El último paseo por la playa. Las últimas olas mojando los pies. El último helado derritiendo los dedos. La última luna, el último libro, el último beso.     
     Los turistas meten sus bártulos en los maleteros y se echan a la carretera. La buena vida sabia y tranquila queda atrás; espera la gran ciudad, con sus acantilados de cemento, sus marejadas ruidosas y su aire envenenado de dióxido. La jungla de asfalto, ya lo avisó Huston. Guardamos en el cajón el taparrabos primitivo y tiramos de la hipócrita corbata. Metemos en el armario al simio que llevamos dentro y sacamos a pasear al homo tecnológico. Reprimimos el placer de vivir para darnos al masoquismo cómodo de la vida organizada. Del reloj de arena al reloj de pulsera. Yo me quedaría con el reloj de cuco, con su mueca burlona al hombre estúpido. Extraña especie animal la humana, siempre empeñada en ser lo que no es, siempre obcecada en matar lo sagrado. 
     El último sol chiringuito en las dunas, la última teta operada, la última birra espumosa, el último atardecer rojo en la terraza.
     Pasamos de los Beach Boys a los PP Boys, otra banda también gamberra pero algo más desafinada, antipática, hostil. Agárrense, que vienen curvas. Nos esperan las mismas historietas de siempre: la operación retorno, el otoño caliente, la vuelta al cole, el curso político, los bárcenas y griñanes, los que se ríen en nuestras narices, los recortes, los parados, los olvidados, las mentiras, el conflicto social, el odio social. A veces uno cree que la sociedad es como una gran guardería. "Juego de niños, eso es lo que hace la gente, van del coño a la tumba sin que les roce el horror de la vida", nos recuerda Bukowski. El tiempo, las prisas, las preocupaciones, los ascensores, las escaleras, entre puertas y escaleras se nos va la vida entera. Pero sobre todo el tiempo, el maldito tiempo que se va esfumando un verano tras otro, un bañador tras otro, un viaje tras otro. Nos roban el tiempo de la vida a cambio de un dos por uno en papel higiénico. Nos arrebatan el corazón del tiempo. Somos como esos replicantes alienados de Philip K. Dick, siempre buscando un poco más de tiempo, siempre ansiando más tiempo para darle esquinazo a la muerte. Proust redujo el tiempo a una simple magdalena empapada en una infusión burguesa. Einstein acabó con el tiempo de un plumazo. El que tiene un empleo tiene un tesoro, suele decirse, pero el que tiene tiempo, el que puede gozar del tiempo de oro, es el hombre más rico del mundo. 
     El último agarrao verbenero, la última vaquilla embolada, el último trago al porrón de tintorro, la última cogorza en la arena, la última siesta en la hamaca, la última palmera. 
     Ya lo estoy viendo, ya veo a esa reata de políticos volviendo al redil del Parlamento. Entre palmaditas y abrazos, entre sonrisas y miedos, entre delitos y faltas. Morenazos de tedio, beduinos de moral, envarados de orgullo. Ciegos y mudos, sordos y mancos (mancos algunos, porque otros parece que tienen cien dedos). Y ya llegan también a Siria los portaaviones, yunques gigantes de dolor y guerra. Pues que les vayan dando a todos, que yo me vuelvo a la playa con mi perro. Aquí me quedo, en la otra orilla, en mi verano frío, en mi verano perpetuo.  

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