martes, 20 de septiembre de 2022

EL PROBLEMA DE FEIJÓO

(Publicado en Diario16 el 4 de agosto de 2022)

Feijóo tiene un serio problema y no se llama Pedro Sánchez sino Isabel Díaz Ayuso. La presidenta de la Comunidad de Madrid ya no se comporta solo como un verso suelto, sino que es un voluminoso poemario rupturista contra todo tipo de autoridad, norma o regla establecida. La papisa de Chamberí no reconoce ningún otro poder por encima de ella misma y se mueve con ese tumbao que tienen las chulapas de las zarzuelas al caminar, o sea manos en los bolsillos, parpusa calada, clavel en el ojal y siempre mirando por encima del hombro a todo aquel que pasa por su lado. Ayuso ya piensa a lo grande, viéndose a sí misma como futura presidenta de la nación incluso más aún: como reina misma de España. Isabel III por la gracia de Dios.

La indómita gobernanta castiza liquidó en su día a Pablo Casado y va camino de pasarse también por el esmeril al gallego presuntamente moderado. Así es ella, una mantis religiosa de la política que se traga a sus compañeros de partido y rivales con una voracidad que asusta, una killer del poder que no va a dejar ni uno solo vivo hasta que consiga hacer realidad su sueño de verse en el trono absolutista de la Moncloa. Estos días Alberto Núñez Feijóo está empezando a olfatear el rastro de su propia sangre. Su desleal delfina no solo le contraprograma el discurso, dejándolo en evidencia, sino que impone el suyo propio sin complejos. Si el presidente del PP dice que es preciso sacar la política española del “enfrentamiento y de la hipérbole permanente”, ella echa más leña al fuego de la crispación. Si el líder popular alega que estudiará el plan de ahorro energético de Sánchez, ella compara la medida con los “regímenes totalitarios” y sentencia que Madrid no se apaga porque ello la convertiría en una ciudad pobre, oscura y triste. Cada vez que Feijóo va a dar una paso en su estrategia de oposición tiene que pensar primero por dónde le va a salir la díscola aristócrata de la Meseta, la marquesona de Villa y Corte, la señorona ácrata, rebelde e insumisa que no respeta a nada ni a nadie, ni al Gobierno de España, ni a la Ejecutiva Nacional, ni a su jefe, ni siquiera al imperio de la ley, que ni le importa ni le preocupa porque ella es trumpista y los trumpistas se mean en las reglas del juego democrático.

Ayuso afila la faca y no será que no se veía venir. Cuando Feijóo llegó a la jefatura de Génova 13, tras las reyertas entre casadistas y ayusistas que estuvieron a punto de reventar el PP, todos le susurraban al oído, como con miedo, que esa mujer era un peligro, un problema sin resolver, un constante incordio y una amenaza para la unidad de la familia popular en el futuro. Entonces el pacificador Feijóo optó por lanzar un mensaje de reconciliación, coser el partido, suturar las viejas heridas y remar fraternalmente en la misma dirección aunque el barco hiciese aguas con tanto motín a bordo. Frente a ese discurso dialogante y enternecedor, Ayuso no engañó a nadie, pidió las cabezas de aquellos que habían estado conspirando contra ella y contra su hermano, el de los contratos de las mascarillas, y advirtió que por su parte seguiría yendo por libre como siempre. Una vez más, y como buena libertaria de derechas, se pasó el principio de autoridad por el arco de triunfo de la Puerta de Alcalá.

¿Qué hacemos con ella si sigue en ese imparable proceso de voxización ultra?, estará pensando a esta misma hora Feijóo a la vista de que el mito, el icono pop, la estrella del rock, sigue viniéndose arriba y cada día gana en gancho y tirón entre el electorado de derechas. El líder de la oposición, aunque comulga con la ideología neoliberal ayusista –sagrado derecho de propiedad, deificación del mercado, privatización de los servicios públicos y mínimo intervencionismo estatal– no practica el anarcocapitalismo salvaje que propugna la presidenta de los madriles. El gallego es un hombre de orden poco amigo de la política descerebrada, macarra y gore de su compañera de partido. Por utilizar un símil musical, Feijóo sigue una partitura política clásica, mozartiana, ortodoxa, mientras que Ayuso toca como los Sex Pistols, desafinando, aporreando la guitarra y soltando vómitos de odio contra el sistema sanchista bolivariano. Feijóo está hecho para la ópera y los escenarios más exquisitos y elitistas; la lideresa castiza toca en los garajes, tugurios grasientos y polígonos industriales de los extrarradios, de ahí que asuma su papel de tabernaria y barraquera. Tienen públicos distintos, hablan para votantes diferentes, son personajes creados para proyectos políticos irreconciliables. Uno pretende engatusar al socialista desencantado; la otra quiere recuperar al pepero rebotado, que terminó en Vox, seduciéndolo con propuestas delirantes al más puro estilo Trump como querer recluir el Orgullo Gay en un gueto de la Casa de Campo o las becas para ricos. Ninguna de esas disparatadas ocurrencias propias de la política gamberra ayusista ha gustado a Feijóo. Y sin embargo, ella le marca la agenda todo el rato.

Dicho lo cual, analizado cómo está hoy por hoy el patio genovés, cabe preguntarse qué puede pasar en el futuro con el PP. A corto plazo nada, los populares saben que las encuestas les son propicias, tienen las elecciones prácticamente ganadas y solo necesitan esperar a que estalle la temida recesión de otoño, a que la inflación siga alimentando el descontento en la calle y a que los españoles empiecen a sufrir cortes de luz y agua cuando a Putin le dé por cerrar el grifo del gas. A largo plazo cualquier cosa puede suceder, incluso que salgan a navajazos en prime time, tal como ocurrió hace unos meses con el cruento derrocamiento de Casado. Lo único cierto es que a Díaz Ayuso nadie la va a domar porque sabe que tiene unos cuantos millones de votantes que la siguen fielmente y la respaldan en su evolución hacia el lepenismo nacionalista. Será Feijóo quien tenga que mover ficha y tomar cartas en el asunto llegado el momento. De cualquier manera, este no es el PP unido que nos quieren vender. Hay dos almas que pugnan por hacerse con el cuerpo. Una batalla que promete ser encarnizada.

Viñeta: Artsenal

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