martes, 27 de septiembre de 2022

GIORGIA MELONI

(Publicado en Diario16 el 25 de septiembre de 2022)

Su nombre suena a chiste, a personaje de una película de Jaimito, o mejor aún, a actriz del cine porno, pero ella no es ninguna broma sino una tragedia para Italia, para Europa, para el mundo. Giorgia Meloni. La líder fascista de Hermanos de Italia (FdL) va camino de conquistar el poder en las elecciones que se celebrarán el próximo domingo en el país transalpino. Todos los sondeos la dan como gran ganadora mientras los demócratas del viejo continente se preguntan cómo ha podido ocurrir, cómo es posible que un partido que honra la memoria de Benito Mussolini resucite con tanta fuerza cien años después.

El ascenso del fascismo del siglo XX tuvo mucho que ver con el humor negro. En realidad, fue una ópera bufa, un vodevil o astracanada muy bien representada por un grupo de payasos y caricatos que ni en sus mejores sueños llegaron a imaginar que sus ideas políticas tendrían tanto éxito. Mussolini, el gran histrión, se metió al pueblo en el bolsillo a fuerza de chascarrillos y violencia en la calle. “Envidio a Hitler. Él no tiene que arrastrar vagones vacíos”, dijo mofándose de los judíos. “No hay revolucionario que en un momento dado no sea conservador”, ironizó hipócritamente. “Hay dos cosas con las que uno no puede luchar; contra la Iglesia y las modas de las mujeres”, sentenció dejando su impronta de machista. Todo fascista lleva dentro de sí a un farsante o showman, a un charlatán sin complejos, a un cínico comediante que no cree en nada, ni en la dignidad y bondad del ser humano, ni en la democracia liberal, ni siquiera en sí mismo, ya que el nihilismo y el odio delirante le corroe por dentro hasta enfermarlo (algunas veces lo arrastra al suicidio mediante el pistoletazo en la sien o la píldora de cianuro, según, véase el propio Hitler). El fascista solo cree en la fuerza de la palabra como arma de manipulación de conciencias y en la voluntad de poder.

Ayer, cuando los periodistas abordaron a Santiago Abascal para preguntarle qué le parecía que García-Gallardo, su vicepresidente en Castilla y León, llamara “imbécil” al procurador de Ciudadanos Francisco Igea durante una sesión parlamentaria, el líder de Vox se permitió bromear con un asunto tan grave y delicado. “¿Que si es imbécil Igea?”, respondió ante los periodistas soltando una sarcástica sonrisilla y creyéndose muy gracioso. Eso es el fascismo, la carcajada permanente como negación del otro, el escarnio y la humillación pública del demócrata, la cínica burla como forma de hacer política. Ver cómo García-Gallardo –aristocráticamente repantigado en su escaño del parlamento castellano-leonés–, levantaba la barbilla, entre arrogante y orgulloso y sin retractarse ni pedir perdón por su insulto al adversario, pone los pelos de punta. Hasta un cocodrilo muestra menos frialdad y menos falta de sentimientos que esta gente salida de alguna caverna de la historia.

El partido de Meloni ha llevado la farsa fascista hasta el final y los italianos le han comprado el subproducto. ¿Por qué? No hay que ser un fino analista político para entender cuáles son los factores que han llevado al éxito a Fratelli d’Italia. Años de estafa al pueblo, hastío popular con la corrupción, un enloquecido carrusel de partidos que se han ido alternando en el Gobierno hasta degradar el sistema, en definitiva: el fracaso estrepitoso de la democracia liberal, tal como ocurrió durante la Primera Guerra Mundial con el nacimiento del Fascio de Milán de Mussolini. Si a ello le unimos el cabreo de muchos italianos con las políticas neoliberales de la Unión Europea, el sentimiento de orfandad del patriota nacionalista (todo italiano lleva uno dentro), la inflación, la pérdida de poder adquisitivo y el rechazo a los partidos de izquierda y a los sindicatos –unas veces incapaces de aportar soluciones, otras vendidos al gran capital y al poder financiero–, tenemos el retrato perfecto de una época que parece repetir escenas del pasado y que amaga con encumbrar a Meloni como la nueva redentora y salvapatrias del momento.

Hermanos de Italia ha tratado de dulcificar su discurso para no infundir demasiado miedo a las puertas de unas elecciones decisivas. Pero algunos integrantes de este esotérico grupo político ya han enseñado la patita anunciando lo que pueden llegar a hacer si alcanzan el poder. Uno de estos fulanos, Calogero Pisano, coordinador del partido en Agrigento y candidato al Parlamento, ha sido cazado soltando loas y alabanzas a Hitler. “Meloni me recuerda a un gran hombre de Estado de hace 70 años”, dice, y no se está refiriendo expresamente al Duce, sino a cierto célebre “alemán” con bigotito que soltaba espumarajos por la boca. Otro, un concejal de la región de Lombardía, un tal Romano La Russa (el apellido de este apunta maneras putinescas), hizo el saludo fascista, sin pudor, durante un funeral. Obviamente, ante semejante manada de nazis hasta el ex primer ministro italiano, Silvio Berlusconi, parece ya un rojo peligroso que anda lanzando propuestas socialistas para consolidar el Estado de bienestar.

La suerte está definitivamente echada. Algunas encuestas dan a Hermanos de Italia una victoria por amplia mayoría este fin de semana que marcará un antes y un después en la historia de Europa. Una inmensa tragedia si tenemos en cuenta que Meloni aboga por la salida de Italia de la UE, por la vuelta a las fronteras nacionales, por el supremacismo étnico y religioso y por los viejos conflictos nacionalistas de antaño. Van a entrar en la democracia por la puerta grande para destruirla después desde dentro. La rubia Meloni no tendrá el rostro fiero del Duce, pero las ideas son las mismas. La gordura fatua del fascista con uniforme militar del siglo XX se transforma hoy en una señora bien, de peluquería y perfumada con Chanel Number Five. Fascismo cosmético. Tras 75 años en el basurero de la historia, han aprendido que los tiempos de los golpes de Estado ya pasaron y que un país no se conquista con violencia ni por asalto, sino a fuerza de chistes malos, gamberradas, mofa y escarnio contra el demócrata y lo que representa. Este Reich de la bufonada sí puede ser que dure mil años. 

Viñeta: Becs

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