martes, 20 de septiembre de 2022

LA ESPADA DE BOLÍVAR


(Publicado en Diario16 el 10 de agosto de 2022)

Con su desplante a la espada de Simón Bolívar, el rey Felipe VI está a punto de provocar un nuevo cisma en el Gobierno de coalición. Algunas mentes retorcidas aseguran que era eso precisamente lo que el monarca andaba buscando: hacer estallar una crisis interna en un Ejecutivo que se sostiene ya con palitos y cañas, como suele decirse; darle la última y definitiva estocada al gabinete Sánchez; ajustar cuentas con los chavistas del Gobierno de coalición por algo que ha disgustado, y mucho, en Zarzuela. Algo que quizá tenga que ver con la gestión del caso del rey emérito. Quién sabe.

La cuestión es que el rey ha hablado sin hablar para dejar claro que está en contra de los regímenes bolivarianos, para sugerir que no acepta esa visión de la historia que convierte a los españoles en verdugos de un genocidio y que no se siente responsable de los crímenes cometidos por sus tatarabuelos borbones en el pasado. Todo eso es lo que ha alegado el monarca con su pataleta inmóvil, con su discurso enmudecido desde el palco colombiano. Nada más y nada menos.

Tiempo les ha faltado a las dos Españas para volver a atizarse de lo lindo. Por un lado los defensores de esa España imperial que ya no existe y que tanto gusta a los correligionarios de Abascal; por otro los jacobinos de la izquierda radical que por lo visto todavía deben creer que Bolívar fue un gran hombre. Se nota que ambos bandos van escasos de instrucción. Por eso hay tanta guerra en el mundo últimamente, por falta de libros. Sin duda, quien mejor ha estado ha sido Iceta. El ministro, tratando de quitarle hierro al asunto, ve “disparatado” que nuestro país tenga que pedir disculpas por sus siglos de dominación en tierras americanas y cree que todo esto obedece a una “polémica veraniega” o serpiente de agosto. Tirando de su habitual retranca catalana, recuerda que lamentablemente los españoles ya no podemos pedirle a Cristóbal Colón que “se vuelva para atrás”, dando a entender que la historia es como es y nadie puede cambiarla. Difícilmente se puede demostrar más juicio socrático con tan pocas palabras.

Obviamente el discurso elevado del ministro va dirigido a Unidas Podemos y a Rufián, que ha sacado a pasear la guillotina contra el Borbón como en tiempos de Luis XVI. En las últimas horas ambos, morados e indepes, no han dejado de rasgarse las vestiduras por el desplante de Felipe VI a la tizona de Bolívar. Calma muchachos, que no es para tanto. Para empezar, el Libertador podrá ser un gran héroe al otro lado del charco, donde se le rinde culto como a un semidiós, pero la historia ya lo ha puesto en su sitio. Hasta Marx, al que por lo visto ya no leéis, camaradas, colegas, trons, le hizo en su momento la oportuna crítica (un traje en toda regla), pintándolo como un noble aristócrata, un desertor –el “Napoleón de las retiradas” por su tendencia a abandonar a sus tropas en medio de la batalla–, un rico criollo que instauró la funesta tradición del espadón bananero, o sea la mala costumbre del patriarca caribeño que ha llegado hasta nuestros días para miseria y desgracia de tantos países sudamericanos. Marx dijo de él que fue un gran traidor que entregó a su más directo rival y competidor, Francisco de Miranda, a los realistas españoles; el autor de masacres aborrecibles (fusilaba con fervor); un atrabiliario capaz de recitar a Voltaire antes de saquear sin pudor; un mujeriego narcisista y déspota que sumió a su país en la anarquía militar y en la ruina para provecho de una camarilla de favoritos. Terrateniente, esclavista, explotador de pobres (negros y blancos) y déspota tropical, Simón Bolívar no liberó nada, viene a decirnos Marx, ya que lo único que hizo fue cambiar una cadena por otra, un yugo por otro, un amo por otro. Los grilletes españoles por los de los revolucionarios instalados como nuevas clases pudientes. Basta ver cómo dejaron Latinoamérica. Todavía no ha levantado cabeza.

Pero volvamos a nuestro polémico rey. No podemos dejar de preguntarnos a qué viene ahora esa extraña y súbita rebeldía de Su Majestad contra el bolivarianismo del recién elegido Gustavo Petro, una protesta que lo sitúa peligrosamente en los límites de la Constitución, ya que la Carta Magna obliga al monarca a comportarse en el extranjero como lo haría cualquier embajador, esto es, con exquisito respeto al protocolo, con reverencia a las costumbres de un país amigo (más si es hermano de sangre) y reservándose para sí mismo sus ideas políticas particulares o tesis históricas propias. Durante años la propaganda monárquica nos había dicho que teníamos un rey preparado, versado en leyes y con másteres en relaciones internacionales, moderno, reflexivo y prudente, un hombre muy alejado del temperamento caliente y campechano de su padre, del que todavía hoy recordamos aquel célebre “¿por qué no te callas?” con el que quiso reprender al presidente de Venezuela, Hugo Chávez, por sus reiteradas interrupciones a Zapatero durante una Cumbre Iberoamericana de Jefes de Estado. En aquella ocasión Juan Carlos I salió en defensa de un líder socialista ninguneado por un dictador de baja estofa, un señor con chándal para mayor inri, lo cual tenía su sentido. Hoy hemos de preguntarnos a quién defiende Felipe VI quedándose sentado al paso de la espada de Don Culo de Hierro, que así llamaban sus soldados al gran libertador latinoamericano por su gran resistencia de nalgas a la hora de montar a caballo. ¿Reivindica nuestro monarca una España imperial que ya no existe? ¿Avala a aquellos que mantienen una visión rancia y grandilocuente, casi de opereta, de la conquista, uno de los episodios más oscuros y turbios de nuestro pasado? Demasiadas preguntas inquietantes.

Lo mejor para España, desde un punto de vista diplomático, político y estratégico, hubiese sido levantarse de la silla y hacer el paripé al paso del sable bolivariano, aunque fuera de mala gana y en plan protocolario. La muda reivindicación de Felipe que ha dado la vuelta al mundo solo nos traerá problemas. Ya nos los está trayendo. Aquí, dentro de nuestras fronteras, un nuevo gallinero político con partidos a la gresca fratricida; fuera, probables protestas de las cancillerías latinoamericanas e indignación popular en la calle. Más antipatía y más leyenda negra contra el gallego conquistador. Un absurdo vallenato que podríamos habernos ahorrado, sobre todo teniendo en cuenta que no está el patio internacional como para ir abriendo conflictos y frentes bélicos.

A Felipe VI se le paga para que sea el rey de todos los españoles, no solo de los que piensan que la conquista de América fue una gesta heroica y no un genocidio colonial. Para eso ya está Abascal, del que tenemos que sufrir, casi a diario, sus revisionismos históricos de parvulario, indocumentados y de brocha gorda, en plan cómic Hazañas Bélicas. Resulta difícil pensar que el monarca no sabía que con su decisión de quedarse sentado al paso de la polémica espada –engañoso símbolo de la revolución de los oprimidos pueblos americanos–, estaba tomando partido. La teoría del error o del despiste queda por tanto descartada. Más bien creemos que Felipe VI decidió dejar sus regias posaderas pegadas a la butaca con toda la intención del mundo. Por un momento, siquiera por un minuto, decidió darse el gustazo de vivir la ficción de sentirse el dueño y señor de todas las Indias. El dominador de un imperio donde nunca se ponía el sol.

Viñeta: Igepzio

No hay comentarios:

Publicar un comentario