lunes, 6 de mayo de 2013

EL CUARTO PODER


Acaba de cumplirse el Día Mundial de la Libertad de Prensa y como estábamos ocupados escribiendo sobre las andanzas de Rajoy no pudimos hacer el comentario oportuno. Ahora lo hacemos. 

La prensa nació como contrapoder, es decir, poder contra poder, y desde ese punto de vista el periodismo ha perdido todo su significado semántico e histórico. Queremos decir que los periódicos, al igual que el resto de medios de comunicación social que formaban el tradicional cuarto poder, ya no tienen la influencia que ejercían antes y no hay más que ver que no ha dimitido ni un solo cargo político tras airear El País los asuntillos de Bárcenas El Alpinista. ¿Por qué? Pues porque al político trincón se la trae al fresco salir en los papeles, porque nunca pasa nada y hasta le gusta, que la foto entrando en el juzgado quedará muy típica dentro de unos años en el álbum de recuerdos de los nietos. Yo mismo, como periodista, estuve nueve años denunciando los supuestos fraudes y pelotazos de Carlos Fabra Carreras y no sirvió de nada, salvo para que me mandaran a la cola del paro. Hoy Don Carlos sigue viviendo a cuerpo de rey en su lujosa mansión de Platgetes y yo tengo que hacer encaje de bolillos para pagar la comida del perro. Sirva este ejemplo trágico y personal para ilustrar nuestra tesis: que un periódico en España ya no es ningún poder influyente, que ha declinado en otra cosa, en una pantomima al servicio del sistema, en un residuo del pasado, como los sindicatos, las películas en blanco y negro o el Real Madrid. Un periódico hoy ya no sirve ni para envolver bocadillos (el papel es malo de cojones) y se ha quedado en un mercadillo ambulante que vende botellas de vino o vajillas chinas por entregas en la edición de fin de semana, vamos nena que se acaba. Hoy, los cajones de las redacciones están llenas de grandes reportajes que nunca verán la luz porque perjudican al político de turno, al banco de la esquina o lo que es aún peor, al centro comercial que se deja un pico en publicidad y que goza del estatus de intocable y sagrado. Eso es lo que nos queda después de dos siglos gloriosos de periodismo, eso y una sangría de diez mil despidos improcedentes de buenos profesionales que han sucumbido al poder financiero, que es el único poder, no nos engañemos.
Los periódicos perdieron su función social y su sentido romántico/idealista en el momento en que quedaron atrapados por los grandes grupos financieros y mediáticos. Entonces todos los valores de una profesión digna y honesta se fueron al carajo. Cuando los contables entraron a saco en los periódicos los periodistas saltaron por la ventana y ya solo quedan en las redacciones cuatro becarios asustadizos, adocenados y funcionariales que saben decir "sí buana" y que rellenan páginas como churros a cambio de un salario de miseria que no da ni para pagar el alquiler. ¡Qué diferentes estas nuevas generaciones de periodistas de aquellos maquis de la información, aquellos lobos esteparios de la Transición que morían por una buena historia y mataban por defender la libertad! Ahora vienen bien titulados, bien bebidos y bien follados de la Universidad pero la mayoría no sabe escribir una hache intercalada y cree que Franco vivió en el Edad Media. (A estos ágrafos con esperanza de rehabilitación se les recomienda Deadline, la maravillosa película de Richard Brooks; se aprende más con ella que en cinco años de tediosa carrera).         
El que quiera hacer una prueba de cómo está el periodismo español no tiene más que darse una vuelta por la redacción de algún periódico (regional, si es posible, son más cutres) y podrá comprobar que no hay ningún periodista en la calle, la calle que siempre fue el hábitat natural de todo reportero. Todos están sentados frente al ordenador, con caras de lelos, de robots alienados, esperando que llueva una noticia de teletipos o que le asciendan o que le den el finiquito redentor para irse a casa de una vez, qué más da. Quevedo hizo el mejor periodismo de la Historia, un periodismo valiente, audaz, bronco, incorruptible. Fue el flagelo del poder corrupto en el Siglo de Oro. Hoy también tenemos nuestro siglo de oro, de oro para unos pocos chorizos aprovechados, mientras el pueblo agoniza y ni siquiera le queda ya el arma de una prensa fuerte, independiente y libre para defenderse. Hoy esos valores se han perdido, o mejor, se los ha usurpado al periodismo un contable analfabeto y mafioso con puro y tirantes que sabe mucho de cifras y poco de letras. Porca miseria.           


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