domingo, 27 de junio de 2021

BIDEN

(Publicado en Diario16 el 17 de junio de 2021)

Biden y Putin se han reunido en Ginebra para firmar la paz fría. Dicen que se entienden y que se han reunido durante cuatro horas, un tiempo bastante más razonable para abordar las calamidades del mundo que el minuto escaso que le concedió Sleepy Joe a Pedro Sánchez en la cumbre de la OTAN. Se mire por donde se mire, el paseíllo atlantista del otro día fue un nuevo desplante o revés del “amigo americano” (el enésimo en la historia reciente) hacia España.

Hace ya tiempo que algunos venimos reclamando que el Gobierno de Madrid se replantee nuestras relaciones bilaterales con los yanquis, que vienen mofándose de nosotros desde que se autohundieron el Maine para acusarnos de terroristas, declararnos la guerra, arrebatarnos las colonias y hundirnos en la Generación del 98, una depresión secular de la que todavía no hemos levantado cabeza (la decadencia crónica es el estado natural de España desde lo de Cuba, Filipinas y todo aquel desastre de ultramar).

Cuestiones históricas aparte, es evidente que entre Joe Biden y Vladímir Putin hay mucho más feeling que entre el nuevo inquilino de la Casa Blanca y nuestro presidente. Por mucho que algunos medios progresistas se empeñen en pintar al líder demócrata como un rojazo, un tipo que quiere meter en cintura tributaria a las grandes multinacionales tecnológicas y que practica un estilo radicalmente distinto al incorrecto y faltón Donald Trump, no deja de ser un liberal conservador que cuando se sienta a departir con un socialista europeo cree estar viendo al mismísimo Diablo con rabo y cuernos. A Biden, como a todo buen mandatario americano, le llega la imagen distorsionada de una España revolucionaria y sovietizada. Ya se han encargado sus asesores de intoxicarle explicándole que Sánchez es el nuevo Zapatero de cejas mefistofélicas que cualquier día se burlará de los americanos haciendo una sentada al paso de la bandera de las barras y estrellas.

No es aconsejable poner demasiadas esperanzas en el somnoliento Biden, un prejubilado que entre las pastillitas, la siesta de la tarde por recomendación médica y los paseos para dar de comer a las palomas de Lafayette Square ya no le queda demasiado tiempo para leer ni hacer historia, de modo que la CIA le ha pasado un dosier urgente de un par de páginas en el que Sánchez sale mal parado al quedar reducido a una especie de Nicolás Maduro a la europea, un peligroso izquierdista con traje en lugar de chándal que acoge a comunistas en su Consejo de Ministros. Por si fuera poco, ahí están Pablo Casado y los agentes infiltrados de Vox en la Trump Tower para malmeter, conspirar, alimentar la leyenda negra del sanchismo bolchevique y poner piedras en el camino de cualquier tipo de negociación entre España y Yanquilandia. Así es imposible cerrar ningún tipo de acuerdo más profundo, más allá de los aranceles del vino y el aceite.

Nada de todo esto contribuye a crear un clima de cordialidad entre Washington y Madrid. Para qué vamos a engañarnos, Sánchez no le termina de caer a Biden, y fiarse, lo que se dice fiarse, se fía poco de él. Tiene trabajo por delante la diplomacia española si quiere ganarse la confianza del simpático pero receloso vejete de la Casa Blanca. Que no espere el presidente del Gobierno español llegar al rancho de su homólogo y poner los pies encima de la mesa a las primeras de cambio, como hacía el sumiso Aznar con el belicoso Bush. Todo lo que sea capaz de construir el premier socialista español en las siempre delicadas y tortuosas relaciones bilaterales con el Amo del Mundo deberá asentarse en el respeto mutuo entre ambos países, no en la docilidad aznarista; en la cooperación entre iguales, no en la relación de vasallaje; y en el plano de igualdad sin caer en el seguidismo del Tío Sam que en el pasado nos arrastró a guerras en el Lejano Oriente donde no pintábamos nada.

¿Y qué puede a salir de los contactos en la cumbre Biden/Putin? Aparentemente poco o nada. Ambas superpotencias siguen disputándose la hegemonía del planeta, tanto económica como militar, y van a seguir enfrascados en esa loca carrera hacia el Armagedón final. Rusos y americanos tienen ojivas nucleares y arsenales atómicos como para enviar el planeta al carajo más de diez mil veces. Ese apretón de manos entre ambos mandatarios no debe ser interpretado como un avance hacia el desarme y la paz. Aunque el Telón de Acero ya no exista, la CIA y el KGB siguen matándose soterrada y silenciosamente en los países del Tercer Mundo. Solo podemos aspirar a una paz relativa, inestable, efímera, que puede romperse en cualquier momento.

Putin es un dictador megalómano que se entretiene jugando a los espías y disfruta practicando el terrorismo cibernético con la videoconsola. Cualquier día sus avezados hackers del Kremlin revientan los servidores del SEPE, organizan una rebelión independentista en Cataluña y colapsan España entera sin que EEUU mueva un solo dedo por nosotros. En cuanto a Biden, con que consiga frenar a los halcones golpistas del Pentágono que sueñan con asaltar el Capitolio, logre controlar la violencia supremacista de extrema derecha y contenga el genocidio policial contra los negros ya podemos sentirnos satisfechos.

No parece que estos dos señores vayan a alcanzar grandes acuerdos en cuanto al cambio climático para los próximos cuatro años, que es lo que necesita la Tierra como agua de mayo. Pero al menos ya no está Trump en el poder y la guerra de los submarinos nucleares por los yacimientos gasistas del Ártico quedará aplazada para más adelante. Con esta gente jugando al Monopoly global no podemos esperar que el planeta vaya a mejor ni una paz duradera. Tras la pandemia, hemos aprendido que la estabilidad internacional se pierde en un minuto: el tiempo que tarda un chino en darle un mordisco a un pangolín infectado y estornudar, desencadenando una neumonía cósmica. Así funciona el nuevo desorden mundial que hemos construido. Por lo que respecta a Sánchez, si consigue que Biden le pare los pies a Mohamed VI en sus ansias expansionistas sobre Ceuta y Melilla ya podemos darnos con un canto en los dientes. Y a seguir tirando un siglo más.  

Viñeta: Pedro Parrilla

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