viernes, 4 de junio de 2021

BRAHIM GHALI


(Publicado en Diario16 el 2 de junio de 2021)

Brahim Ghali, el líder del Frente Polisario que ha desencadenado la guerra diplomática entre España y Marruecos, pasó ayer por la Audiencia Nacional para declarar sobre asuntos turbios relacionados con su actividad militar. Es caprichosa la historia. De este hombre enjuto y recio del desierto no se acordaba nadie, pocos tenían constancia de su existencia, y la prensa apenas le dedicaba alguna noticia breve en los periódicos matutinos. Hasta que Mojamé abrió la valla fronteriza y dejó pasar a miles de inmigrantes desarrapados en protesta contra el ingreso del jefe polisario en un hospital de Logroño, el casus belli que ha terminado en el agrio conflicto entre ambos países. 

De un día para otro y sin querer, Ghali se ha convertido en un personaje principal de la historia contemporánea de España. Con él han retornado los viejos desastres del pasado, la decadencia colonial, la ruina moral y económica, las nostalgias del imperio perdido, la insurrección de Abd el-Krim, la Marcha Verde, el resurgimiento del nacionalismo españolista, la amenaza mora sobre Ceuta y Melilla y las humillaciones del “amigo americano” siempre de lado de su oscuro socio marroquí. De la mano de Ghali entramos en una nueva Generación del 98, con su sensación de derrota constante y su depresión colectiva a cuenta de la crisis de Estado que, de una forma o de otra, nunca terminamos de superar.

Ghali es un sultán pobre salido de algún lugar del desierto, un espectro magro y demacrado que viene para recordarnos los pecados de aquella España imperial que no supo hacer una descolonización medianamente racional y humana y de paso para que nos hagamos las preguntas pertinentes que aún no hemos sabido responder como país: ¿somos una nación o el producto inacabado de la historia? ¿Somos monárquicos o republicanos ¿Superaremos alguna vez la eterna maldición de las dos Españas? ¿Por qué los mismos infortunios y calamidades de siempre (separatismos, corrupción, decadencia monárquica, caciquismo, miseria del pueblo, cainismo ibérico) se nos aparecen una y otra vez, cada cuarenta años, sin que podamos escapar de ese bucle cíclico e interminable?

Si aquellos prodigiosos escritores del 98 se plantearon el problema de la personalidad histórica de España (Unamuno estudió el casticismo, Macías Picavea el problema nacional y el regeneracionismo, Altamira la psicología singular de nuestro pueblo, Joaquín Costa la sustancialidad histórica de lo español) hoy debemos hacer catarsis, psicoanálisis como sociedad, y enfrentarnos a los fantasmas decimonónicos encarnados en este hombre de las dunas que por una razón o por otra no hemos sabido o no hemos podido exorcizar.

Ese señor Ghali al que hasta ahora solo conocían en su jaima del Protectorado se ha convertido en la clave de todo, en la explicación, en la llave del enigma español sin resolver que debemos tener el valor de desentrañar. ¿Seguiremos estando con Marruecos por pura cobardía o seremos capaces, de una vez por todas, de dar respuesta a los legítimos derechos del pueblo saharaui, esos últimos de Filipinas del desierto magrebí, esa parte olvidada de aquella España que a menudo, secularmente, deja en la estacada a los suyos?

No debemos tener miedo a las amenazas y chantajes del sátrapa marroquí; no debemos caer en la política del avestruz escondiendo la cabeza debajo del ala ante las resoluciones de la ONU siempre incumplidas y pisoteadas; ni siquiera nos deben intimidar los aviones argelinos que se adentran en nuestro espacio aéreo, sin previa petición de permiso, para rescatar al tal Ghali, llevárselo en volandas y que no pueda ser procesado en España, si es que tiene algo por lo que ser juzgado, que en eso anda el juez Pedraz. Esta vez tenemos que estar a la altura como país porque todo el mundo nos está mirando y quiere comprobar si los españoles de hoy hemos superado ya nuestros viejos complejos como tribu, nuestros vicios, nuestros tics atávicos y africanos y nuestras neurosis históricas.

Ayer, Ghali negó ante el juez, por videoconferencia desde el hospital de Logroño, cualquier implicación en las graves acusaciones de violación de derechos humanos y lesa humanidad que se le atribuyen. Una vez más, el magistrado instructor le tomó declaración y decidió que no hay lugar a las medidas cautelares –ni prisión provisional ni retirada de pasaporte– ya que no aprecia riesgo de fuga ni indicios de delito.

Por tanto, será la Justicia la que diga si el enigmático espíritu disfrazado de general de la guerra del 14 que ha entrado de extranjis en España por mediación de la ministra Laya es inocente o ha cometido todos esos crímenes horrendos contra disidentes saharauis refugiados en los campos de Tinduf entre 1976 y 1987. Solo los jueces pueden determinar si el líder del Polisario es un genocida o está libre de culpa (el propio Pedraz ya ha concluido que “el informe de la acusación (…) no ha suministrado elementos siquiera indiciarios que avalen la existencia de motivos bastantes para creerle responsable de delito alguno”).

Si no hay nada contra Ghali, volverá con los suyos. Si es cierto que es una especie de Billy El Niño con chilaba tendrá que pagar por sus delitos como no podía ser de otra manera. Ni más ni menos, como en cualquier democracia occidental. Y ni las pataletas de Mojamé –el rey de los seiscientos coches y los relojes de un millón de dólares–, ni una legión de pobres enviados como escudos humanos desde la satrapía de Rabat podrán hacer nada por evitarlo.

Ha llegado la hora de que España se comporte como lo que supuestamente es: un país moderno y avanzado que no se deja chantajear ni amedrentar por un reyezuelo con turbante de por ahí abajo. Ha llegado la hora de saber si este es un país que ya no tiene miedo de sí mismo y de su negro pasado. Código Penal y resoluciones de la ONU para hacer justicia con el pueblo saharaui. No hay más. Solo así conseguiremos que Europa empiece a respetarnos y deje de creerse el tópico aquel de que África empieza en los Pirineos.

Viñeta: Igepzio

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