viernes, 4 de junio de 2021

LA NASA ESPAÑOLA

 

(Publicado en Diario16 el 3 de junio de 2021)

Pedro Duque cree que es posible hacer realidad, ahora sí, el proyecto de Agencia Espacial Española. Está bien que nuestros ministros piensen a la grande, incluso a lo alto, pero en este caso, y aunque nos pese, tenemos que tomarnos el anuncio con todas las reservas. Y no porque no confiemos en la buena intención del español que llegó más allá de las nubes, sino porque tenemos serios antecedentes de que aquí sigue funcionando, como siempre, el viejo dicho unamuniano de “que inventen ellos”.

España es ese país que figura a la cola europea en investigación y desarrollo. También es ese país que cuando llega una pandemia deja tirados a sus médicos y enfermeros para que ellos se fabriquen chapuceros trajes de protección especial contra el virus con bolsas de basura y botellas de plástico. España es, en definitiva, ese país donde la ciencia se considera una cosa de cabezas cuadradas o alemanes, algo en lo que no merece la pena gastar dinero porque no da beneficios inmediatos. Aquí somos más de ladrillo que de probeta, de pelotazo fácil y rápido que de constancia y tenacidad, las dos principales cualidades que debe poseer todo científico.

Y no es que no dispongamos de buenas universidades y buenos investigadores, que los tenemos, sino que cuando llega la hora de la verdad, el momento de incorporarlos al mercado laboral para que pongan en marcha sus descubrimientos por el bien de la humanidad, los sometemos a contratos esclavos, les damos becas irrisorias y los condenamos al infierno del pluriempleo (por la mañana en el CSIC y por la tarde de dependiente en un McDonald’s). Lógicamente, con ese panorama nuestros jóvenes cerebritos, que no son tontos, deciden emigran a países más civilizados donde les acogen con los brazos abiertos. Nosotros los formamos dándole la teta de la sabiduría y después terminan fabricando chips para los americanos en Silicon Valley. Así de espabilados somos en este país.

Todos sabemos de algún familiar o amigo cercano al que el niño o la niña le ha salido con bata blanca pero al final, por circunstancias del sistema, ha terminado dedicándose a vender seguros o a la banca. Hagamos la prueba. Parémonos un momento a charlar con algún joven cajero o cajera de Carrefour y comprobemos, no con simples datos estadísticos, sino constatando la realidad pura y dura, que España no es país para científicos. A poco que entablemos conversación con ellos comprobaremos con estupor que hay expertos en astrofísica, en biología molecular y hasta en teoría de cuerdas. Y ahí están, envolviendo botes de gazpacho en bolsas de plástico en lugar de desentrañando los misterios de la materia oscura. Un auténtico drama nacional del que por cierto apenas se habla.

Que en los últimos diez años hemos perdido un par de generaciones de preciada materia gris es algo irrefutable que vamos a pagar en menos capacidad de innovación, más atraso y menos crecimiento económico. De ahí que no es que no confiemos en las palabras bienintencionadas del optimista ministro Duque (si hay un ejemplo de hombre que cumplió un sueño inalcanzable es él) pero es que esto es España, hombre, el país que espera con ansia viva el maná de los turistas británicos para salir de la crisis galopante en la que nos encontramos sumidos.

El español es impaciente e inconstante por naturaleza, exige PIB milagroso de la noche a la mañana, y cuando un presidente la habla del horizonte 2050 (qué menos que treinta años para enviar cohetes a Marte) se le toma por loco o por charlatán dispuesto a engañar al pueblo. Nos sobra talento para construir chatarra espacial y hasta píldoras energéticas con sabores, ya sea a paella, cocido, calçots o morcón murciano, pero nos falta el poderío económico y lo que es aún peor: el espíritu nacional.

El astronauta, esa divertida comedia producida por Pedro Masó y protagonizada por Tony Leblanc, nos advierte del primer pecado capital del español: querer llegar a la Luna cuando ni siquiera podemos llegar a Minglanilla porque la gasolina está por las nubes y no podemos pagarla. Salvando los tópicos landistas de una vieja España que ya no es, en esa película se esconde la gran verdad de un país al que desde los tiempos de los Reyes Católicos le sobran ínfulas y delirios de grandeza y le falta dinero, previsión, unidad y capacidad de trabajo para construir el futuro.

Al igual que aquellos singulares personajes de El astronauta se reunían en el bar del pueblo para fundar la SANA en lugar de la NASA y planear la construcción de una flamante nave con unos duros y unas cuantas tachuelas, la España de hoy tampoco está para tirar cohetes. Nos guste o no, seguimos siendo Quijotes, solo que ahora pretendemos sustituir a las carabelas de Colón por cacharros espaciales que no podemos construir y los molinos de viento como fementidos gigantes por planetas, estrellas y mundos inalcanzables.

La España insomne por el ruido de las lavadoras nocturnas, la España pobre de la colada a las tres de la mañana, la España que lava de noche, a la africana, para ahorrarse unas pesetillas practicando el noctambulismo de la lejía, quiere poner el pie en la Luna. Si al menos contáramos con el lógico consenso nacional de todas las fuerzas políticas que exige un plan de la envergadura de enviar señores de Cuenca al espacio exterior podríamos empezar a creer en el sueño de Sánchez, un Kennedy a la española. El problema es que, en este país, cuando se pone la primera piedra de algo, estalla una guerra civil.

Basta con que el presidente planee levantar un Cabo Cañaveral en Morata de Tajuña para que Casado quiera adelantársele, en un claro caso de cainismo extraterrestre, y plantar él primero la bandera española en el planeta rojo (el líder del PP debe creer que Marte está lleno de comunistas y la conquista le pone mucho). O basta con que el Gobierno quiera mandar paisanos al cosmos para que Abascal proponga un proyecto bélico alternativo en plan guerra de las galaxias contra las naves soviéticas de la coalición galáctica PSOE/Unidas Podemos. Por no hablar de los satélites con la estelada que Puigdemont pretende poner en órbita, haciéndole la carrera espacial y la Guerra Fría a la fascista España. Al honorable prófugo solo le ha faltado decir que sus cosmonautas tienen que ser inexcusablemente indepes, o sea de la parte pedigrí de Lleida, y parlar tots en catalá. Como si los marcianos entendieran de nacionalismos. Quita, quita, lo mejor que puede hacer Duque es guardar los planos de la NASA española en un cajón y dejarlo estar. Que ya tenemos bastantes quebraderos de cabeza.

Viñeta: Luis Sánchez

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