viernes, 4 de junio de 2021

NO A TODO

(Publicado en Diario16 el 26 de mayo de 2021)

No se puede construir un país con una oposición permanentemente a la contra de todo y a la gresca. Se mire por donde se mire, es materialmente imposible. El país se acaba resintiendo por las tensiones y más tarde o más temprano aflora la desafección en la ciudadanía, que es tanto como cargarse el sistema. Es cierto que en cualquier democracia liberal la obligación del partido que está enfrente del Gobierno es criticar, fiscalizar y controlar aquello con lo que no esté de acuerdo. Faltaría más. Ahora bien, ¿es de recibo que una formación política como el PP de Pablo Casado esté siempre y por defecto con la lata de gasolina levantada para terminar de incendiarlo todo? Sencillamente no, y no solo porque ese obstruccionismo o filibusterismo irracional es absurdo por perjudicial para toda la nación, sino porque va contra el espíritu constructivo que debe inspirar cualquier tarea institucional.

Hay pruebas sobradas que demuestran que, desde que se hizo cargo de las riendas de la bancada conservadora, Pablo Casado viene practicando la política del “no a todo” y de la patada en la espinilla y tentetieso. Cuando se le propuso apoyar el estado de alarma contra la pandemia dijo no (luego dijo sí solo por fastidiar o llevar la contraria, este mastuerzo es así). Cuando llegó el maná de los 140.000 millones en ayudas europeas alegó que tampoco era el momento de hablar de nada (el muchacho quería gestionar el dinero él solo con el argumento de que Sánchez es un manirroto, como si el PP no hubiese dilapidado un potosí en corrupción). Y ahora que se le pide un poco de responsabilidad y sentido de Estado en asuntos como la renovación del Poder Judicial, la crisis con Marruecos o la pacificación de Cataluña con políticas de reconciliación e indultos, el eterno aspirante a la Moncloa también sale con que nones y se enroca otra vez. Definitivamente, Casado se ha convertido en parte del problema de España más que en parte de la solución.

Es justo reconocer que un partido de oposición tiene que hacer precisamente eso, oposición, ya que de lo contrario sería un partido vendido al Gobierno y el juego democrático de contrapoderes no tendría ninguna gracia. Pero la lógica de país aconseja pensar que se puede estar radicalmente en contra de muchas cosas y firmar pactos en aquello en lo que se pueda llegar a puntos de acuerdo concretos. Así se hizo la Transición.

Por ejemplo, en el espinoso asunto diplomático con el sátrapa rey de Marruecos no hay ninguna razón, ninguna, para que Pablo Casado se encierre en un rincón con su juguete roto como un niño malcriado en medio de una perreta incontrolable. Ante el ataque traicionero de un país vecino cualquier partido de oposición en cualquier país occidental serio estaría sí o sí, de forma incondicional, con su Gobierno, y más tratándose de un grupo político conservador que se jacta de ser el sumun del patriotismo. Pero no. Una vez más, Casado vuelve a hacer buena la frase aquella de Wellington: “España es el único lugar del mundo donde dos y dos no suman cuatro”.

No es necesario recordar aquí que en el año 2002 Zapatero se puso incondicionalmente de parte del Gobierno Aznar en el gravísimo asunto del islote Perejil, una operación militar contra el vecino marroquí que Trillo quiso rentabilizar políticamente con aquella narración infantil y cursi propia de un cómic de Hazañas Bélicas (“al alba y con tiempo duro de levante…”).

En aquella ocasión la postura de Zapatero, líder de la oposición, fue diametralmente opuesta a la que hoy adopta el PP: “Señor Aznar, cuenta con nosotros para defender los intereses de nuestro país ante la crisis en la relación con Marruecos, como ha hecho siempre el Partido Socialista, con plena lealtad a España, a sus intereses ya sus objetivos primordiales”. Igualito que el plañidero y rencoroso Casado, incapaz de soltar cuatro palabras que le reporten algo de grandeza para la historia.

Otro asunto que el presidente popular ha retorcido al extremo para consumar su oposición ciega y trumpista es el episodio de los fondos europeos. Si los dineros van a servir para que miles de familias y empresas levanten cabeza, si van a ayudar a que España salga de la grave crisis económica por la que atraviesa, en definitiva, si algo es bueno para el país en el sentido más platónico del término, ¿por qué entonces oponerse tan tercamente? Pues tampoco. También con esto tiene que hacer Casado su particular cruzada adolescente, estúpida y nihilista. Si lo que quiere el líder de la oposición es que el país se vaya al carajo que lo diga de una vez y cerramos el Parlamento, que últimamente se ha convertido en una gran pérdida de tiempo para todos.

Hoy tocaba sesión de control en el Congreso de los Diputados, una jornada que se preveía bronca y copera porque iban a debatirse los indultos para los presos soberanistas catalanes implicados en el procés. Más dinamita para Casado. El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez, ha dejado caer que la medida de gracia es inevitable porque está “a favor de la convivencia entre todos los españoles y porque hay un tiempo para el castigo y otro para la concordia”. ¿Cómo se puede decir no a eso?

El argumento del presidente es impecable desde el punto de vista moral (un Estado no puede estar en contra de una parte de su pueblo); desde el punto de vista político (la obligación de cualquier Gobierno es buscar solución a los problemas que se van planteando); y desde el punto de vista legal (los indultos constituyen una herramienta legítima reconocida en la Constitución y en nuestro ordenamiento jurídico, baste recordar que Felipe González indultó en su día al golpista general Alfonso Armada, ideólogo del 23F). Lamentablemente y para desgracia del país, tampoco en esto está dispuesto a sentarse a dialogar el negacionista Casado.

La respuesta a la mano tendida ha sido recibida por el líder del PP con uno de sus habituales exabruptos de zagal ofendidito y orgulloso. “Quiere indultar a los que han atacado las leyes, han reventado la concordia y han dinamitado la convivencia”. Peor diagnóstico del país no puede hacerse.

Llegados a este punto, cabe concluir que el jefe de la oposición ya solo tiene un proyecto para España: un rotundo y dramático no. No a todo, no a cada cosa que proponga el Ejecutivo, no por sistema y de forma obcecada, tozuda y terca. A Casado habrá que empezar a llamarlo ya El Empecinado, aquel que se echó al monte para hacer la guerra por su cuenta, solo que en este caso trata a la mitad de los españoles que no piensan como él como al invasor francés. Está tan delirantemente ciego de poder que ya confunde a los suyos con el enemigo.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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