viernes, 7 de junio de 2019

EL CHIRINGUITO ELECTORAL

(Publicado en Diario16 el 12 de abril de 2019)

Arranca la campaña electoral y toda idea nueva para captar votos se da por buena. Es lo que han debido pensar los líderes de Vox, que han puesto en marcha el “chiringuito electoral”, una serie de puestos ambulantes que se van distribuyendo por las ciudades españolas para informar a los ciudadanos y de paso “colocarles” el programa político ultra.
Las campañas electorales convencionales pasaron a la historia y nuevas estrategias de comunicación política se abren paso para atraer la atención de los votantes. Se trata de ser original, de innovar con el marketing, y en eso Vox parece estar a la última al importar las técnicas experimentales que nos llegan de Estados Unidos, donde Donald Trump ha inaugurado la nueva era de la mercadotecnia política cibernética durante las pasadas elecciones presidenciales.
El “chiringuito de Vox” es una especie de stand móvil de quita y pon que puede ser transportado con relativa facilidad por toda la ciudad. Detrás del mostrador hay un informante, un voluntario del partido que va vendiendo el producto como si se tratara del puesto ambulante de cualquier mercadillo medieval. Y decimos medieval porque muchas de las propuestas de la formación de Abascal –como volver a los tiempos de la Reconquista para recuperar la pureza de la “raza española” – plantean retroceder quinientos años en el tiempo.
Se desconoce si estos puestos de información necesitan de la pertinente licencia de actividad comercial expedida por el Ayuntamiento, como se le exige a cualquier negocio. Pero en ciudades como Gijón van a convertirse en parte del paisaje urbano.
Atrás quedaron los tiempos en que las campañas se basaban exclusivamente en mítines aburridos, en inauguraciones de autopistas y rotondas, en tradicionales pegadas de carteles y en performances con políticos besando indiscriminadamente a niños y ancianos en plazas y mercados. Se imponen nuevas técnicas, como la propaganda en redes sociales, el debate en foros y chats, la contratación de influencers y personajes mediáticos y hasta llamadas telefónicas personalizadas, como las que puso en marcha recientemente el equipo de Íñigo Errejón para convencer a los votantes. Espacios abiertos, actos informales; menos mítines y más puerta a puerta, esa es la idea.
Se impone la puesta en escena y si hay que colocar al candidato hablando con una vaca, vestido con un mono blanco en un laboratorio o montando en patinete o en bicicleta se hace y punto. Lemas impactantes, performances, mítines improvisados para grupos reducidos y escenarios repletos de simpatizantes arropando al candidato informalmente sentado en un taburete demuestran que los expertos en comunicación se devanan los sesos cada cuatro años por encontrar la fórmula mágica que dé el triunfo al jefe de filas. El éxito que pueda llegar a tener estas nuevas tácticas de captación es algo que está por ver.
“Esta tradición la hemos importado de Estados Unidos, donde se practica, por lo menos, desde hace una década. Estos actos, innovadores y hasta transgresores, son interesantes, cuanto menos porque consiguen atraer la atención del electorado y, también, de los medios. Los partidos logran hacer ruido y llegar a gente que jamás hubiese ido a su evento en un contexto normal. Votantes que no tienen nada que ver con su ideología pero a los que, de alguna manera, le han llamado la atención”, asegura a La Voz de Galicia Fernando Herrero-Nieto, presidente de la Asociación Española de Marketing Político (Asesmap). “Pueden funcionar pero no son determinantes para conseguir el voto”, recalca.
Conviene no olvidar cómo llegó Albert Rivera a esto de la política: como Dios lo trajo al mundo y tapándose las vergüenzas con las manos. Todo vale con tal de conseguir el ansiado voto y los vídeos de campaña se han convertido en armas fundamentales para convencer a los indecisos. Un vídeo demoledor y bien movido en redes sociales puede terminar con la carrera del más peligroso de los rivales.
Se impone la viralización, es decir, difundir a través de Internet un mensaje como si se tratara de un virus y crear un ‘efecto contagio’. Para ello se siguen técnicas como recurrir a lo sorprendente, a lo chocante y a lo estrambótico. El objetivo es humillar al partido contrincante o afearle la hemeroteca al candidato opositor, casi siempre con un tono humorístico o apocalíptico.
La videopolítica en redes sociales ha llegado para quedarse y suele tener un efecto asegurado. Es una herramienta barata (no exige grandes inversiones en publicidad) y genera un importante efecto de credibilidad, ya que son los votantes, por miles, los que comparten el vídeo y no el partido. Si funciona la campaña suele contar con una difusión añadida en las tertulias de televisión, que se encargan de amplificar el mensaje.
El cambio de escenografía es importante. Acudir a programas de televisión y tocar el “bajo”, como hizo Pablo Casado en El Hormiguero, mostrarse relajado como en casa de Bertín Osborne, o incluso activo en Youtube son ya prácticas obligadas en cada campaña electoral. La foto de rueda de prensa, fría e institucional, está terminantemente prohibida. Resulta mucho más eficaz enfundarse una camiseta de Paul Gasol o ponerse una montera de torero que echar un mitin aburrido.
También es importante la personalización, dirigir el mensaje a un colectivo concreto, y soltar un tuit polémico a primera hora de la mañana para encender tanto a followers como a haters. Se trata de que hablen de uno, aunque sea mal.
Las nuevas aplicaciones de teléfono móvil se han puesto de moda desde que Barack Obama recurriera a ellas en una campaña presidencial. Mensajes SMS y de Whatsapp, publicidad personalizada, globos sonda, fake news y memes gamberros en Facebook son imprescindibles en cualquier campaña moderna que se precie. Todo con ánimo de provocar y generar muchos ‘retuits’. Porque la clave para llegar a la Moncloa puede estar en 140 caracteres.

Foto: Carmen Fernández

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