viernes, 7 de junio de 2019

MUSSOLINI, JOSÉ ANTONIO Y VOX


(Publicado en Diario16 el 22 de abril de 2019)

“Nuestro sitio está al aire libre, bajo la noche clara, arma al brazo y, en lo alto, las estrellas”. Con estas palabras pronunciadas en el discurso fundacional de la Falange, José Antonio Primo de Rivera dejaba claro que su partido, antiparlamentario y antisistema, no iba a renunciar a la violencia como forma de alcanzar sus fines políticos. Corría el 29 de octubre de 1933 y las organizaciones juveniles tanto de izquierdas como de derechas se radicalizaban al extremo. Había enfrentamientos en las calles, refriegas constantes, heridos. Los primeros muertos no tardarían en llegar.
La democracia se degradaba por momentos; el Parlamento se reducía a una especie de inútil teatrillo. Las huelgas y reuniones obreras eran cruentamente reprimidas por grupos de pistoleros contratados por patronos. Se extendía la idea de que la política debía hacerse en las calles, pistola en mano. El ambiente se volvía irrespirable en todo el país. Las elites financieras y las derechas más reaccionarias, temerosas de la rápida expansión del socialismo marxista, veían necesaria la existencia de un partido ultraderechista que como en otros países de Europa sirviera de dique de contención ante la amenaza roja.
Las Juntas de Ofensiva Nacional-Sindicalista (JONS) de Ramiro Ledesma Ramos y Onésimo Redondo, apoyadas por un sector de los militares y el clero, no estaban funcionando. En realidad habían fracasado, ya que no tuvieron el respaldo popular que se esperaba de ellas. Mientras Hitler arrastraba a las masas en Alemania, y Mussolini seducía a los italianos, el movimiento fascista español no terminaba de arrancar. Había que encontrar un líder carismático lo antes posible. José Antonio Primo de Rivera era el hombre. Hijo del anterior dictador español, tenía presencia, estaba intelectualmente preparado y era un buen orador para encandilar al pueblo con su discurso enérgico trufado de lirismo y sentimentalismo exacerbado.
El partido de José Antonio, Falange Española, se presentó en sociedad durante aquel histórico mitin celebrado en el Teatro de la Comedia de Madrid el 29 de octubre de 1933. Desde el principio se inspiró en la retórica del fascio musoliniano. Los encendidos discursos de sus líderes políticos apelaron a la violencia verbal y física como forma de hacer frente a la revolución bolchevique que, según ellos, pretendía romper la nación española. Falange no iba a permitir la fractura del Estado. Ante todo Dios, patria y orden y esa máxima que sus militantes llevaban grabada a sangre y fuego en sus cabezas: “España es una unidad de destino en lo universal…”
Aquel momento histórico presenta curiosas analogías con lo que ha ocurrido en nuestro país en la actualidad. Podemos irrumpió con fuerza en la política española (cosechando cinco millones de votos) mientras la ultraderecha seguía estancada en grupúsculos minoritarios. Los líderes de los partidos xenófobos nacionalistas europeos se preguntaban qué diablos estaba pasando en España –un país con una enraizada tradición de pronunciamientos y autoritarismo–, para que el movimiento ultranacionalista no prendiera en la gente. No entendían cómo la izquierda española podía crecer tanto y la extrema derecha no terminaba de cuajar. Le Pen triunfaba en Francia, Wilders en Países Bajos y Michaloliakos en Grecia. Eran los tiempos en que Pablo Iglesias se felicitaba de que España y Portugal fuesen honrosas excepciones en el nuevo y negro mapa europeo de los populismos xenófobos. Poco le iba a durar la alegría al líder de la nueva izquierda española. Una violenta tormenta se estaba preparando.
Pero volvamos al año 1933. En octubre de ese año Primo de Rivera viajó a Italia para entrevistarse con Mussolini, que le regaló un retrato firmado. El fundador de la Falange colgó el cuadro en su despacho junto al de su padre. Se dice que momentos antes de la entrevista le dijo a un reportero: “Soy como el discípulo que va a ver al maestro”. Dos años después llegaba una jugosa subvención mensual italiana de 50.000 liras del Gobierno fascista para el partido de Primo de Rivera.
Al igual que en los años 30 la maquinaria fascista europea impulsó el falangismo joseantoniano en España, en 2018 los partidos ultras del viejo continente, y también los republicanos neocon de Donald Trump al otro lado del charco, han puesto algo más que su granito de arena para que la llama del neofascismo prenda en España. El nuevo teatro de Comedias ha sido el madrileño Palacio de Vistalegre; las camisas azules falangistas se han cambiado por banderas verdes de Vox; y en este caso el hombre carismático no ha sido un joven espigado de aspecto dandi y cabello engominado estilo años 30 sino un tipo con barba de soldado de los tercios de Flandes y ‘chaqueta de sport’ llamado Santiago Abascal. Han cambiado los escenarios y los personajes, pero el discurso del odio sigue siendo el mismo, aunque algo más atemperado y adaptado al siglo XXI, ya que mientras José Antonio recurría a la exaltación de la violencia física el líder de Vox solo emplea la violencia verbal para atacar a inmigrantes, feministas, comunistas y homosexuales. Por fortuna, la delgada línea roja que separa la teoría de la práctica aún no se ha atravesado.
Falange Española organizó a sus jóvenes escuadristas en grupos paramilitares canalizando su rebeldía y su odio hacia la democracia liberal mediante la práctica de la violencia. El proceso de selección se hacía con minuciosidad y tomando precauciones para no levantar las sospechas de las autoridades y de la policía. De hecho, en las fichas de afiliación de los nuevos falangistas se reservaba una casilla en la que se hacía constar si el candidato disponía de “bicicleta”, es decir de una pistola. Luego se les entregaban porras flexibles forradas de metal para batirse en la calle con los grupos de izquierda. En un documento interno de Falange, aireado por un periódico de la época, quedó en evidencia cuál era su hoja de ruta: “Fracasadas rotundamente las tentativas de actuaciones por procedimientos legales, e impotentes hoy para contener el avance de la ola roja, cuya práctica y procedimientos son genuinamente violentos, a la violencia habrá que recurrir para contener y luego destruir ese peligro que pretende acabar con la civilización”.
La mecha del odio estaba prendida. Solo quedaba sentarse y esperar a que todo saltara por los aires.​ Aunque Vox no sea un partido violento, emplea la misma estrategia política: encender a las masas, alimentar la ira contra el sistema, convertir a los adversarios políticos en enemigos a los que es preciso destruir y aniquilar. Jugar con fuego, en fin. ¿Con qué peligroso propósito?

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