jueves, 5 de septiembre de 2019

SHOW AYUSISTA


(Publicado en Diario16 el 29 de agosto de 2019)

La novicia presidenta de la Comunidad de Madrid, Isabel Díaz Ayuso, ha empezado a vender su reino de color de rosa, su cuento de hadas, su próximo paraíso fiscal en la Tierra. En las últimas horas, la lideresa ha puesto en marcha una gran campaña de marketing para maquillar un poco la maltrecha sanidad madrileña, esa que ofrece a los pacientes vendajes sucios y ropa de cama manchada de orina y heces. Según la presidenta del “trifachito” castizo −que ha posado entre selfis y retratos con los sufridos usuarios del hospital de Guadarrama− “tenemos una sanidad que ya es una de las mejores del mundo, pública, gratuita, universal, humanizada y de gran calidad”. Además (cómo iba ella a dejar pasar la oportunidad de darse importancia), en su visita al centro sanitario Ayuso se ha dejado fotografiar con los solitarios abuelitos y sufridores enfermos, una escena conmovedora que detrás esconde una burda maniobra propagandística de manual. Allí estaba la chica, sonriente, feliz, tendiendo su mano cálida, afable y solidaria a todo aquel que la necesitaba, mostrándose como una abnegada nueva Teresa de Calcuta, como una enfermera de raza y de trinchera capaz de enfundarse la bata blanca y bajarse a los quirófanos con una jeringuilla para hacer frente, con riesgo para su vida si es preciso, a la peligrosa listeria que causa estragos en la población española.
No sabemos a quién pretende engañar Díaz Ayuso con esta grosera operación de imagen, ya que no hay un solo madrileño que no sepa a estas alturas que la sanidad pública ya no está en manos de los ciudadanos, sino de unos fulanos púnicos de la empresa privada que lo controlan todo, desde el catering (habría que empezar a llamarlo rancho malo hospitalario) hasta las aspirinas pasando por los ascensores de Urgencias. Madrid es esa comunidad autónoma donde el ratio de camas por cada mil habitantes se ha reducido a 0,15 frente al 0,35 del conjunto del país; donde más de medio millón de pacientes colapsan las listas de espera; y donde el gasto sanitario per cápita se ha reducido un 8,46%, quedando por debajo de la media nacional: 1.254 euros en Madrid frente a 1.370 euros en el resto del país.
Poco queda de aquella sanidad humanizada y de gran calidad de la que habla la entusiasta y cándida presidenta, que pretende pintar una sanidad pública que sencillamente ya no existe. Eso sí, leyendo entre líneas entre las cosas que va diciendo la señora presidenta, podemos deducir el maquiavélico plan que tiene preparado para los centros de salud y hospitales regionales. “Seguiremos garantizando la libertad de elección de hospital, centro y profesional sanitario y llevaremos a cabo –ha destacado– el plan de inversión que nos va a permitir modernizar los siete grandes hospitales de Madrid”. Es decir, traduciendo del siempre eufemístico y oscuro lenguaje ultraliberal que practica la lideresa al román paladino, más desvío de pacientes a los centros sanitarios privados (con el consiguiente gasto para los usuarios), menos plazas de médicos y enfermeros funcionarios y más suelo público y más poder para la sanidad privada. En definitiva, más privatizaciones de unidades y servicios clínicos básicos para la salud de las personas, que a fin de cuentas es donde pretende llegar Díaz Ayuso. Ella no lo dice abiertamente porque tiene mala prensa, pero lo que realmente le pone a la presidenta es vender hasta la última piedra de la hasta hace poco emblemática y puntera sanidad española (hoy una auténtica ruina merced a las políticas de Garrido, Aguirre, Gallardón y otros chicos del montón). Hoy la sanidad pública madrileña es un Titanic medio hundido donde las plantillas de médicos y enfermeros –esquilmadas por la masificación y la falta de inversiones– pelean cada día por dar una asistencia médica de calidad, cuando lo normal es que solo puedan ofrecer a sus pacientes cinco minutos de consulta de miseria. Eso sí, Díaz Ayuso ha destacado que el maravilloso hospital de Guadarrama permitirá que los ingresados puedan recibir a sus mascotas. Se nota que trabajar para Pecas, el perro de Aguirre, le ha dejado huella.

Ilustración: Artsenal

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