jueves, 5 de septiembre de 2019

EL SILENCIO DEL VATICANO


(Publicado en Diario16 el 20 de agosto de 2019)

Salvini advierte al mundo de que los italianos son “buenos cristianos, pero no tontos”. Es su forma cínica de recordar que no piensa dar un solo paso atrás en su orden de que se prohíba la entrada a puerto del Open Arms. De modo que en solo un minuto el ministro del Interior se ha cargado el mensaje milenario de Cristo, el Nuevo Testamento y dos mil años de filosofía cristiana. Con sus bravatas racistas, Salvini está destruyendo no solo el Derecho Internacional que tanto costó implantar sino los pilares básicos de la religión monoteísta más importante del planeta, ideas fundamentales como la solidaridad, la ayuda mutua y la compasión. Con su infame y lapidaria sentencia que quedará para la historia, el bufonesco y desmesurado político italiano pasa a convertirse en un transgresor del cristianismo, un outsider pecador que se salta los dogmas principales de la Iglesia católica para hacer prevalecer sus intereses políticos. Pero no nos engañemos, Salvini es solo el hombre que los italianos han elegido para que los gobierne. El payaso, la marioneta. Detrás de Salvini hay miles de Salvinis pidiendo que se deje morir a los migrantes en el mar. Lo cual nos lleva a aquella frase de Bernard Shaw: el Cristianismo podría ser bueno, si alguien intentara practicarlo.
Para el ministro del Interior italiano, como para todo buen fascista, Dios está al servicio del hombre, en este caso del superhombre, que decía Nietzsche, y la religión es un fastidio con el que hay que convivir, un obstáculo que sortear antes de llegar al totalitarismo, por mucho que sirva como argumento y muro de contención contra el comunismo. Los supremacistas como Salvini entienden que por encima de Dios está siempre la patria, el Estado, la raza, el orden y la disciplina y no va a venir ahora una anciana divinidad con túnica y barba blanca de Matusalén a decirle lo contrario a un buen italiano, a un patriota macho de la Liga Norte. Los valores cristianos como “amaos los unos a los otros”, la paz, la fraternidad entre los pueblos y la bondad infinita entre prójimos son solo trasnochados cuentos de viejas, cuando no cosas de comunistas, intelectuales y maricones. Así, vuelve a imponerse la voluntad de poder, el dominio del más fuerte sobre el más débil, el determinismo biológico, la raza superior, la violencia y la guerra entre las tribus. El retorno a la ley de la jungla.
Sin embargo, extraña que esa irreverencia del psicópata Salvini para con la ortodoxia y el catecismo católico, ese revolcón total al pensamiento cristiano, no haya provocado ya una pastoral urgente de la Iglesia. Llama la atención el silencio del Vaticano, la pasividad del Papa en un asunto, el del Open Arms, que le coge a dos barrios de Roma. Francisco I no tiene más que calzarse las sandalias del pescador, cruzar la plaza de San Pedro, asomarse a la bahía de Lampedusa y empezar a pescar a los hombres y mujeres que llegan asfixiados a la costa. El santo padre ya no tiene que hacer largos viajes y peregrinaciones a África para constatar la espantosa verdad, la infinita crueldad y el drama humano en todo su esplendor. Es África la que viene a nosotros para devolvernos nuestros pecados coloniales en forma de esqueletos de ojos saltones, de embarazadas pariendo bebés muertos de Ébola y de niños huérfanos aturdidos por las bombas. Ya tarda el Sumo Pontífice en echarle el sermón del domingo al listo de Salvini, ese que dice que es de “tontos” socorrer a náufragos y a personas en riesgo de morir ahogadas. Ya va tarde el “rojazo” Francisco en poner algo de orden en este sindiós del Open Arms, vergüenza y oprobio de Europa.
El líder ultra de la Liga Norte hace tiempo que está pidiendo a gritos una reprimenda vaticana, una sanción papal, una penitencia como Dios manda que no se salda con un simple padrenuestro y cuatro avemarías. Pero Francisco sigue callado y encastillado en sus museos vaticanos, secuestrado entre el oro y el boato, como si tuviera miedo del fascismo que viene, como si dudara en cometer el mismo error de tolerancia y simpatía que cometió Pío XII con Mussolini. Y mientras tanto el cementerio del Mediterráneo sigue llenándose de cadáveres asustados que no entienden nada y las mareas escupen a Occidente sus pequeños “aylanes” asesinados y la sangre llega ya a los muros cristalinos de Bruselas. Lo justo sería excomulgar al dictadorzuelo matón y pendenciero enganchado al caballo del Twitter antes de que termine acabando con todo lo bueno del ser humano. Lamentablemente, la Iglesia siempre llega tarde a todo. Tanto como dos mil años.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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