domingo, 8 de septiembre de 2019

QUE DEJEN EN PAZ A BLANCA

(Publicado en Diario16 el 6 de septiembre de 2019)

Nadie se acordaba de Blanca Fernández Ochoa hasta que desapareció en los montes abruptos de Cercedilla, encontrando su triste destino. Es entonces cuando hemos sabido que una de nuestras mejores deportistas españolas de todos los tiempos vivía una existencia anónima y apartada, como una más, sin que nadie se acordara de ella. No es el primer caso. Nuestro deporte, ese que sirve de pantalla propagandística y patriótica cada vez que se produce un éxito a nivel internacional, devora a sus hijos, como aquel Saturno de Goya, y los deja en la estacada cuando se retiran de las pistas por viejos o averiados en alguna lesión.
Blanca había caído en ese anonimato cruel que impone el sistema y del que solo ha salido por su tragedia personal. Los medios de comunicación ya han olido la carnaza del caso y se han aprestado a repartir a las audiencias la habitual ración de quincalla, cochambre y bazofia televisiva. Tras conocerse la noticia de la muerte de la esquiadora, los titulares lacrimógenos como “Adiós Blancanieves” y “Blanca ya esquía en el cielo” han dado paso a otros más sórdidos y cutres sobre cada circunstancia concreta que ha rodeado la desgraciada muerte de la deportista. Preparémonos por tanto para largas horas de machaque televisivo sobre cada momento de la autopsia, sobre cada efecto secundario del Sinogan (los comprimidos fatales que han sido encontrados en su estómago) y sobre si la medallista olímpica murió de un infarto o de un derrame cerebral.
La maquinaria del show mediático ya carbura a pleno rendimiento y nadie va a frenarla mientras dé buenos resultados en los índices de audiencia. Así, es seguro que por los platós de la telebasura nacional empezarán a circular personajes de todo pelaje y condición (ya lo están haciendo), supuestos amigos que la conocieron y que por un puñado de billetes serán capaces de contar si Blanca estaba deprimida, si atravesaba por un duro trance personal o si era feliz con su vida de ahora. Los reporteros se lanzarán a la caza y captura de ese cabrero que la vio por última vez en el pico de La Peñota, ese conductor que la vio pasar fugazmente por el arcén cuando caminaba en dirección a su última meta o ese voluntario del pueblo que participó en las tareas de rescate. Y porque los perros rastreadores de la Guardia Civil no hablan, que si no también serían invitados a una tertulia para dar su versión sobre el suceso en prime time.
Todo esto tendría su sentido si estuviésemos hablando de una muerte violenta tras un secuestro, un atraco o un crimen y se tratara de aportar algún dato importante de la investigación que permitiera esclarecer el caso. La función pública de los medios de comunicación hubiese justificado tal despliegue de medios y de horas de emisión en horario de mañana, tarde y noche. Pero es que la historia de Blanca tuvo su punto final en el mismo momento en que el cuerpo fue hallado entre los roquedales de Cercedilla y se intuyó el motivo de tan infortunado desenlace.
A Blanca siempre la recordaremos deslizándose con elegancia sobre un mar de cristal y un oleaje de nieve, entre eslalons imposibles y peligrosos requiebros, y colgándose una medalla al cuello en un momento en que las mujeres estaban vetadas en el deporte. Fue ante todo una pionera en la lucha por la igualdad, y querer retorcer su historia para convertirla en un suceso apto para las páginas criminales no es ético ni justo. Que la dejen en paz y que dejen de usarla para titulares cursis con faltas de ortografía. Fue nuestra mejor campeona y merece un respeto.

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