miércoles, 4 de septiembre de 2019

¿Y DE LA REGENERACIÓN QUÉ?


(Publicado en Diario16 el 11 de julio de 2019)

“¿Este Ignacio Aguado acaba de llegar de Patagonia? ¿Está acusando de la pésima Sanidad y todos los males de Madrid a los que no han gobernado en la Comunidad desde hace dos décadas? Mare mía, roza lo cómico pero no tiene ninguna gracia”, sentencia la periodista Nieves Concostrina en uno de sus tuits. Su comentario generó un gran debate en las redes sociales y de paso sirvió para que la formación naranja quedara una vez más en evidencia, esta vez durante el debate de investidura en la Asamblea de Madrid.
Concostrina no solo tiene razón en eso de que la Sanidad pública madrileña ha quedado en la más absoluta ruina tras largos años de gobiernos populares –en los que se practicó una agresiva política de privatizaciones, de recortes de plantillas y de falta de inversión– sino también en eso de que Aguado ha debido llegar de la Patagonia, visto su errático diagnóstico sobre la situación de los hospitales de esa comunidad autónoma que pretende gobernar algún día. Baste un ejemplo: hoy mismo se ha sabido que la plantilla del Hospital Príncipe de Asturias de Alcalá de Henares denuncia serios problemas de suministro por la falta de uniformes de trabajo. Es decir, más de 2.000 enfermeros y médicos de ese centro hospitalario no pueden desarrollar su función de atención al paciente en unas condiciones mínimas porque no les llega el vestuario apropiado.
Pero es que además, Madrid, esa comunidad gobernada por los Gallardón, Aguirre y Cifuentes, entre otros nombres de triste recuerdo, ha llegado a gastar un 7 por ciento más de lo presupuestado en desviar pacientes de la Sanidad pública a la privada; ha dejado en manos de los contratistas la gestión de los servicios de listas de espera y cita previa; ha llevado al borde de la quiebra centros que antes funcionaban relativamente bien como el Hospital del Tajo (Aranjuez), y ha recortado de tal manera las plantillas que hasta cinco grandes hospitales –La Paz, Gregorio Marañón, Ramón y Cajal, San Carlos y 12 de Octubre– han perdido más de 3.000 profesionales solo en un lustro. Eso por no hablar del 99,7 por ciento de los contratos de la Sanidad pública madrileña que se adjudican a dedo; de la millonaria explotación del hospital de Torrejón, que se puso a la venta (uno más); y de que en algunos centros hospitalarios la ropa llega sucia o mal lavada a los pacientes ingresados −incluso con manchas de sangre y restos de excrementos−, porque la empresa de turno que se encarga de la lavandería –privada por supuesto− no cumple con lo contratado.
Todos esos desmanes, por mucho que diga Aguado, no pueden atribuirse a la “chavista” Manuela Carmena ni al peligroso “sanchismo” rampante, ese al que alude Inés Arrimadas cada día, machaconamente y sin excepción. Tales ruinosas decisiones para los madrileños, lamentablemente, han sido producto de la aplicación de una política de corte neoliberal radical que ha promocionado el “capitalismo de amiguetes”, el chanchullo descarado, el nepotismo y el beneficio de complejos entramados de corrupción. Todo eso contra lo que Aguado y su partido decían querer luchar para regenerar la maltrecha democracia española. Por desgracia, esa supuesta intención inicial de Cs, devolver la limpieza, la honestidad y la transparencia en la gestión, han quedado en papel mojado a las primeras de cambio. Las buenas intenciones naranjas han durado lo que ha durado ese café de cinco horas que Albert Rivera mantuvo con el PP y los ultraderechistas de Vox.
Y tampoco pasemos por alto un dato importante en toda esta historia: el portavoz del Grupo Parlamentario de Ciudadanos, ejemplo perfecto de la política-contradicción que practica últimamente su partido, ha firmado con el PP un programa sanitario por el que la Consejería de Sanidad, negocio y refugio de corruptos, seguirá en manos del partido de Pablo Casado. De esta manera, el programa regenerador que Ciudadanos lanzó a bombo y platillo en 2015, y que contemplaba desprivatizar hasta cuatro hospitales madrileños, probablemente nunca se podrá aplicar, como tampoco podrá llevar a cabo otras muchas medidas que a buen seguro quedarán aparcadas en un cajón. Es el precio de estar en el poder a toda costa, incluso codo con codo con los neofranquistas.

Ilustración: Artsenal 

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