miércoles, 4 de septiembre de 2019

TODO O NADA


(Publicado en Diario16 el 2 de julio de 2019)

Pedro Sánchez se jugará su futuro político y el de los españoles el próximo día 22 de julio. Caso de no conseguir la investidura, como parece más que probable, el segundo intento tendrá lugar el 25. Esos tres días trepidantes marcarán el devenir de la historia contemporánea de España. De momento todo está por decidir. Sánchez ha fiado su destino a la suerte, esa baraka suya que tantas veces lo ha rescatado del fango en el último segundo, de modo que ha decidido lanzar la moneda al aire y esperar a que salga cara. Es consciente de que no tiene los apoyos necesarios para gobernar y sabe que lo normal es que pierda la investidura en la primera vuelta. Tampoco lo tiene claro en la segunda ronda de votaciones del día 25. De ahí que cada día que pasa se materialice un poco más la posibilidad de unas nuevas elecciones.
Esto es lo que verá Sánchez cuando entre en el hemiciclo en la mañana del día 22: un trío de derechas (PP-Ciudadanos-Vox) con las filas prietas y bien atrincherado en el “no es no”, unos nacionalistas a la defensiva –los catalanes además muy dolidos y enrabietados por el juicio al ‘procés’– y unos diputados de Podemos a la expectativa de lo que pueda ofrecerles el presidente en su discurso ante el Pleno.
Pablo Iglesias no solo quiere un programa ambicioso de medidas sociales sino carteras concretas, ministerios y altos cargos en la Administración. Sánchez ya ha dicho que lo primero es negociable, aunque por lo que se ha filtrado sobre las negociaciones secretas no querría llegar demasiado lejos a la izquierda para no ponerse en contra a las élites del Íbex 35. En cuanto a los sillones y carteras, su postura sigue siendo la misma: Gobierno de cooperación sin caras de Podemos en el Consejo de Ministros. Las posiciones de los dos principales partidos de la izquierda española están más enfrentadas que nunca, en ningún momento a lo largo de estas semanas se ha visto posibilidad alguna de un acuerdo programático de mínimos y este enconamiento ha llevado al bloqueo y al fracaso de la mesa de diálogo.
Y ahí es donde surge la gran pregunta: ¿Llevará Sánchez un as de bastos en la manga preparado por el mago Iván Redondo que soltará justo cuando suba a la tribuna de oradores de las Cortes? ¿Tiene guardada el presidente una oferta bomba de última hora para el líder podemita que solo él y sus más íntimos colaboradores conocen a fecha de hoy? No parece probable, pero con Pedro Sánchez nunca se sabe. Es un resistente nato, un excelente jugador de póker político que nunca da la partida por perdida, como demostró hace tres años, cuando consiguió pacificar el PSOE y recuperar el liderazgo tras su cruenta defenestración durante aquel famoso Comité Federal de las traiciones y los ajustes de cuentas entre sanchistas y susanistas. Si finalmente saltara la sorpresa y el jefe del Gobierno en funciones llegara a ofrecer algún ministerio a Iglesias, ya en la prórroga del partido, el camino quedaría allanado para un Ejecutivo socialista (con impulso de Podemos) en los próximos cuatro años. Esa sería la jugada maestra que generaría un acelerante “efecto torbellino” en el Congreso de los Diputados tras semanas de tedio, depresión y parálisis. Estaríamos ante el momento culminante de la investidura y los pasillos hervirían de negociadores en cada rincón. Las ofertas, acuerdos y pactos con los nacionalistas estarían servidos y allí se hablaría de la posibilidad de indultos a los acusados del ‘procés’, de reformas en el modelo territorial del Estado y de más transferencias e inversiones para quienes apoyen una investidura, esta vez sí, al alcance de la mano.
Otra cosa es lo que suceda en la bancada azul. De las derechas no se puede esperar nada constructivo, ningún gesto de generosidad por el bien común de la nación, ninguna propuesta que desbloquee la situación. Ni siquiera una simple abstención que pudiera resolver el problema de la ingobernabilidad del país de los últimos años. Prueba de ello es que esta semana Pablo Casado ha impulsado el no a Sánchez con todo su vigor. Quiere elecciones porque, desinflado el efecto Vox y con Ciudadanos en caída libre, confía en volver a aglutinar el voto de centro-derecha. Considera que está en la buena onda, en una buena racha.
Mientras tanto, Rivera vivirá su particular zozobra hamletiana tras sus peligrosos devaneos y acuerdos con los ultraderechistas, las deserciones de importantes altos cargos como Toni Roldán y Javier Nart –además de Manuel Valls, su gran estrella en la pasada campaña en Cataluña– y las críticas de los liberales europeos. Haría bien en reconsiderar su negativa a abstenerse en la votación para que Sánchez pueda gobernar. Las encuestas no auguran nada bueno para Ciudadanos, donde al menos uno de cada cuatro votantes no está de acuerdo con la estrategia de obstrucción al candidato socialista. Si hay un hombre que se la va a jugar durante esos tres días tórridos de julio ese es sin duda Rivera. Si aún le queda algo de sentido común debería volver con urgencia a la senda de la cordura y la moderación para taponar la sangría de votantes y cargos, evitando así un más que posible descalabro de proporciones bíblicas solo comparable al de UPyD de Rosa Díez en el caso de que se convoquen nuevas elecciones.
De Abascal poco podemos decir. Está aquí para volarlo todo por los aires. Así que se limitará a dirigir la sinfonía de patadas, abucheos y golpes en los escaños de sus huestes. Además de observar, tomar nota y ver dónde puede seguir haciendo aún más daño a nuestra maltrecha democracia.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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