miércoles, 4 de septiembre de 2019

EL VINO


(Publicado en Diario16 el 17 de junio de 2019)

El presidente de Estados Unidos, Donald Trump, sigue con su disparatada guerra comercial contra el resto del mundo. Ahora la ha tomado con el vino de importación, mayormente el francés, aunque también con nuestras viejas cepas. “Los franceses nos cobran mucho por su vino y nosotros les cobramos muy poco a ellos por el nuestro”, ha advertido el magnate, que de vino debe entender lo mismo que de política internacional, o sea más bien nada.
Trump debe pensar que criar un buen Rioja es como fabricar fritos barbacoa o microchips en serie para Huawei. Qué sabrá este lo que es un buen caldo, ni cómo hay que mimar la barrica, ni cuánta ciencia y paciencia hay que echarle a una bodega para que dé un morapio con eterno sabor y cuerpo. El ricacho de la Casa Blanca solo sabe de intrigar con Putin y con los hackers rusos, de aburridos aranceles, de arruinar el planeta con el cambio climático y de hacerle la vida imposible a Melania, que la tiene cada día más sojuzgada y mustia a la pobre.
Pero ahí está el tozudo presidente del mundo, declarándole una guerra injusta a nuestros sabios y milenarios viñedos que hunden sus raíces en la cultura clásica mediterránea. En realidad es una forma más de esquilmar la cultura occidental, que es a lo que ha venido este gordito Mefistófeles de rubio tupé. El vaquero millonetis ignora que en el fondo de una copa de vino, al final de la noche, está el secreto de todo, pero para eso hay que haber leído a Baudelaire, otro francés cuyos libros serán prohibidos con unos aranceles Trump, y si no al tiempo.
Al Tío Donald sus vinateros judíos de Wall Street le han dicho que los vinos de California y Oregón son buenos y él se lo ha creído, pero si somos serios no pasan de garrafón embotellado por la General Motors, calimocho barato para una noche de resacón en Las Vegas. “Los vinateros me han venido a ver y me han dicho: Señor, estamos pagando mucho para colocar nuestro producto en Francia y usted les está dejando a los vinos franceses –que son buenos vinos, pero los nuestros también lo son–, entrar gratis, y eso no es justo’”, insiste el presidente (por llamarlo de alguna manera) en otro de sus polémicos tuits capaces de incendiar el planeta a primera hora de la mañana.
Por las películas de cine negro sobre la Ley Seca y los violentos años veinte sabemos que Estados Unidos siempre ha sido más de whisky, la bebida con la que se matan los brókers anglicanos y la mafia siciliana. Que se lo pregunten si no a Bush Junior, que se agarraba una buena curda cada vez que tenía que invadir un país de Oriente Medio. Todo el mundo sabe que los vinos yanquis dieron para Falcon Crest, aquel culebrón de los ochenta, y poco más. Qué tiempos aquellos en los que media España vivía pegada al televisor siguiendo los vicios y costumbres, las peleas y bragueteos de los Gioberti y los Agretti en el ficticio Valle de Tuscany. Aquello sí que era una serie con morbo.
Pero volvamos al tema que nos ocupa. El presidente (por decir algo) ha amenazado con subir los aranceles a la importación del vino francés y las empresas españolas ya se han echado a temblar porque si Trump impone sus tasas al vino francés no tardará mucho en meterle el paquete al buen caldo español. EE.UU es desde 2014 el mayor consumidor de vino del mundo, lo cual no es de extrañar: hay que beber muchas botellas para olvidar la pesadilla que les ha caído encima con este hombre.
Cuando 40 millones de pobres que viven en el país más rico del mundo empezaban a aprender las bondades y los placeres de un licor sabio y noble como el vino, olvidando ese matarratas de bourbon que estaban bebiendo, va Trump y les corta el rollo. La clave está en saber si tiene alguna lógica comercial esta perra de los aranceles que le ha entrado al líder del mundo libre o es solo una venada más. Porque si es cierto que los norteamericanos consumen más vino del que pueden producir, el mercado perderá dinero con el cierre de fronteras al vino español. Trump primero debería tomar consejo en el vino y decidir después con agua, como decía Benjamin Franklin. Él parece que lo hace al revés.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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