miércoles, 4 de septiembre de 2019

RIVERA EL ANTISISTEMA


(Publicado en Diario16 el 3 de julio de 2019)

Empezó diciendo que era un liberal convencido y ha terminado virando a la derecha. Más tarde aseguró que no pactaría nada con los ultras neofranquistas y ahí están los infames expedientes X de Andalucía y Madrid. Y ahora Albert, el “hombre contradicción”, culmina su disparatado viaje a ninguna parte advirtiendo que no irá a la Moncloa para verse con Sánchez y tratar de desbloquear la situación de parálisis que vive el país. Definitivamente, el presidente de Ciudadanos es un antisistema. Él todavía no lo sabe, pero en eso se ha convertido.
Travis Bickle, aquel fantástico personaje de la hechizante Taxi Driver de Scorsese, era un buen ciudadano hasta que cierto día, a fuerza de conducir en el turno de noche y de ver toda la podredumbre de Nueva York, terminó rapándose el pelo al cero, dejándose una cresta en plan indio apache y comprando un arma para cargarse al presidente de los Estados Unidos de América. Él no se dio cuenta de esa suicida transformación, simplemente ocurrió. El virus penetró en él, lo poseyó poco a poco, lo convirtió en un monstruo, un ser demoníaco. El diablo del fascismo es así: mata el espíritu silenciosamente, sin que la víctima se dé cuenta de que el mal se ha apoderado de su cuerpo.
Por descontado, sabemos que Rivera no es capaz de llegar al punto de fanatismo del personaje encarnado por Robert de Niro ni está dispuesto a empuñar una Colt del 45 (eso es más de Santi Abascal). Pero el símil con el radicalizado taxista Travis viene al pelo para explicar un curioso proceso de metamorfosis que se viene detectando en el joven ciudadano Albert desde que llegó a este sucio negocio de la política. Cuando salió de las Ramblas de Barcelona, Rivera parecía un hombre moderado, un centrista, un bon noi. Sin embargo, en estos años es evidente que el líder naranja ha cambiado, se ha convertido en otra cosa, ha caído en el lado oscuro, coqueteando fatalmente con el ‘hooliganismo’ ultra más rancio y casposo. Su última decisión, no acudir a dialogar con el presidente del Gobierno en funciones, es el peor de los síntomas de que Albert “Travis” Rivera está contagiado por el mal. Ese tipo de gestos, muy feos desde el punto de vista democrático, solo los hacen los que sueñan con destruirlo todo algún día, los outsiders, los antisistema que ya no creen en nada y se tiran al monte con el trabuco en la mano y mucho rencor en el corazón.
Lo que pretendemos decir aquí es que el líder de Cs, en su evolución-involución, parece que ha decidido empuñar la maquinilla de afeitar para raparse el cabello al ras. Travis empezó llevando a Betsy (Cybill Shepherd) a un cine porno −la chica salió horrorizada de la sala al comprobar que aquel tipo con el que había ligado era un machista recalcitrante−, y terminó planeando un magnicidio. Rivera ha empezado pactando con el patriarcado homófobo de Vox y va a terminar odiando tanto al presidente que no sabemos cómo va a acabar esta historia. “No tengo nada más que hablar con él”, ha insistido Rivera, al que cada día que pasa se le ensombrece un poco más el semblante, el rictus autoritario, adquiriendo una preocupante tonalidad verde-marciana, signo inequívoco de que el síndrome Abascal ha penetrado ya en su organismo.
Lo de saltarse los trámites sagrados de la democracia, lo de torear a las instituciones (humillándolas y riéndose de ellas) y romper con todo es una vieja táctica históricamente empleada por los líderes nacionalistas y ultras cuando intentan destruir el sistema desde dentro. Y para eso ya está Abascal. El consejo para Rivera es que se mire por un instante en el espejo, que examine la incipiente cresta que le está saliendo (calcada a la del infausto Travis) y que se pregunte por una vez si no se estará viendo afectado por esa grave gripe facha que como un horrible espectro recorre toda Europa.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

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