miércoles, 4 de septiembre de 2019

LETIZIA


(Publicado en Diario16 el 12 de julio de 2019)

La prensa alemana se ha hecho eco del penúltimo incidente, discusión o riña matrimonial entre los reyes Felipe y Letizia. Según la revista germana Gala, ambos participaban en una recepción oficial cuando un “error comprometido” de la primera dama “delante de las cámaras” propició una suave reprimenda por parte de su marido. Por lo visto, según este medio de comunicación, a la hora de la foto oficial la reina se quedó unos pasos por detrás, “riendo y riendo” con alguien, y no siguió caminando a la par que su marido, como manda el manual de protocolo, lo cual fue “poco correcto”, según la prensa alemana. En el siguiente plano de la secuencia se puede apreciar claramente el disgusto del rey, que por lo bajini, y discretamente, le echa la charla a Letizia mientras ella se coloca sumisamente a su costado derecho.
Cuando llega el momento de la foto de grupo, “el mundo vuelve a estar en orden, la pareja real española vuelve a hacer buena cara (…) Pero no fue la mejor imagen la de dar la espalda a los participantes que estaban esperando a ser recibidos”, critica Gala, marcándose un Peñafiel en su crítica al comportamiento de la reina.
Se desconoce con exactitud qué fue lo que ocurrió entre ellos en esos breves segundos de tensión profesional y matrimonial, pero parece evidente, por la mueca de reprobación y de disgusto del rey y el gesto de contrariedad de ella, que hubo una pequeña crisis a cuenta del maldito protocolo. Gala quizá tenga razón en que ese “Letizia style” basado en que a la reina le gusta saltarse las rígidas normas de la etiqueta, ese ir por libre en los actos oficiales, puede acarrear riesgos innecesarios en las presentaciones y eventos públicos. Ahora bien, ¿no existe también un cierto riesgo en que la pomposa ceremonia, el fasto y el boato impuestos por las estrictas normas de una monarquía decimonónica puedan llegar a asfixiar la libertad de una reina y la frescura de una mujer con personalidad e ideas propias?
Letizia, como alta dignataria del Estado que es, tiene derecho a expresarse libremente en su libre ejercicio de la función política. No se trata ya de una cuestión de mecánica institucional, sino de respeto a los derechos de la mujer. De ahí que el gesto de recriminación de Felipe se antoje no solo anticuado y anacrónico desde el punto de vista de lo que debe ser una monarquía moderna del siglo XXI, sino una reprimenda trasnochada y fuera de tono que solo puede obedecer a una cierta concepción patriarcal, supremacista y masculinizada de la política. Es decir, cuando el monarca le ordena a su pareja que no se desmande, que vaya a la par siguiendo las reglas del ritual y se coloque sumisamente a su diestra (completando a su divino rey en todo momento) le está marcando cuál es el papel que le corresponde. Y ese rol viejuno −contra el que desde el principio, nada más llegar a la Zarzuela, se rebeló la feminista Letizia−, no es otro que el de simple acompañante, el de agregada, el de mujer florero.
Lo que hacen Felipe y Letizia ante las cámaras de televisión adquiere una proyección internacional, es analizado con lupa y queda como emblema del comportamiento de los matrimonios españoles. Lo que muestran y dicen los reyes en público permanece como esencia de la forma de relacionarse hombres y mujeres en España. De ahí que esa reprimenda entre labios, ese chorreo, bronca o sermón del rey a su esposa deje en muy mal lugar a una monarquía que nos habían vendido como moderna y que quizá esté un poco más anclada en el pasado de lo que parece. Tan desfasada como el medievo, cuando el rey, tocado con su corona, adornado con el armiño y el cetro en una mano, se mostraba poderoso y altivo en el trono mientras su consorte permanecía un escalón más bajo, sonriente y serena, solo para hacer bonito y dejar bien a su señor. “Tanto monta, monta tanto”, decían de Isabel y Fernando, ya que tanto pintaba uno como otro. Pues a Letizia que la dejen montar. Y también pintar.

Viñeta: El Koko Parrilla

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