A menudo escuchamos en las tertulias, en
la taberna y en la calle, esa curiosa frase que llama poderosamente la
atención: "Hoy han entrullado a fulanito por corrupto, al menos la
Justicia funciona". Aún nos sorprende que entre tanto lodo y tanta
mentira todavía queden jueces que se atrevan a meterse con el poderoso y
cuando lo hacen lo vemos como un gesto de valentía, de arrojo
profesional, casi de heroicidad altruista. Es como esa noticia que cada
cierto tiempo vuelve a los periódicos: "Gesto de honradez, un taxista se
encuentra un maletín lleno de dinero y lo lleva a la Comisaría".
Nuestros políticos han puesto el nivel de decencia a la altura del sucio
barro y por eso nos quedamos asombrados cuando nos encontramos con
jueces y magistrados dispuestos a cumplir con su trabajo, con su
obligación, como si aplicar la ley fuera algo excepcional y no lo normal
en un Estado de Derecho. En España, a un hombre que ficha a su hora y
no se lleva la mordida se le ve como a un bicho raro. A esta anormalidad
democrática han contribuido los chicos del Gobierno, que cuando les
pillan unas tarjetas black, unos viajes de follisqueo a las Canarias a
gastos pagados o una cuenta jugosa en la lejana y cimarrona Suiza se
ponen estupendos y suelen decir aquello que chirría tanto de "en el PP
estamos dispuestos a colaborar con la Justicia para aclararlo todo".
Vaya gracia, como si pudieran hacer otra cosa que colaborar con el
juzgado. Aún no han entendido que en democracia no hay nada más sagrado
que el imperio de la ley, al que todos, incluso ellos, están sometidos
sin distinción alguna.
En este país nuestros políticos se
sienten impunes, intocables santones, deidades absolutas que piensan que
colaborar con la Justicia es un favor que le hacen al pueblo llano.
Solo que en este país hace tiempo que hay Constituciones, leyes, normas
que cumplir, ya no es un cortijo franquista, por mucho que algunos se
empeñen en hacernos creer que España les pertenece. Y, ay señor mío, a
veces ocurre que salen jueces y fiscales encampanados que le echan un
par de bemoles al asunto a la hora de ponerle el sello de denominación
de origen al chorizo de turno. Qué le vamos a hacer, son las reglas del
juego, los riesgos de vivir en una democracia, y de vez en cuando sale
un fontanero Don Limpio como el juez Garzón y depura las cañerías
mugrosas de la Gurtel; o un avezado electricista como el juez Castro y
arroja algo de luz en los oscuros salones de la monarquía; o un buen
cirujano como Elpidio Silva va y extirpa a un banquero cancerígeno,
porque Blesa es como un tumor que se lo come todo, mayormente nuestros
ahorros. A menudo el poderoso suele tildar a estos profesionales de la
magistratura, despectivamente, de jueces/estrella, como si solo buscaran
salir en el Hola. Pero más que jueces/estrella algunos terminan siendo
jueces estrellados que como Garzón y Elpidio pagan la osadía de hacer
bien su trabajo y son injustamente apartados de la carrera judicial.
Entre la jet lo que se lleva ahora es cazar elefantes en Kenia, perdices
en Albacete y jueces en la Audiencia Nacional. La piel del togado se
cotiza más que la del leopardo. España se ha convertido en un gran coto
privado de monterías, la preciada cabeza del juez indómito colgando
sobre la chimenea, con la lengua fuera, y el pueblo al servicio del
señorito, como aquellos santos inocentes de Delibes, Milana bonita.
Al poder no le gusta que nadie vaya
hurgando en sus falsos ordenadores, en sus archivos ocultos, en sus
privilegios ancestrales y mucho menos un señor honrado
de Valladolid que
se sacó judicaturas con la mala costumbre del esfuerzo y del trabajo. A
la derechona (y por lo que parece tampoco al hoy disminuido PSOE) jamás
le ha interesado un poder judicial fuerte e independiente,
estructurado, bien dotado de medios humanos y materiales para desempeñar
su función. Va contra su concepción patrimonialista del Estado, contra
sus negocios espurios, contra su política basura del tres por ciento. Y
así han pasado los siglos, sin que los dos grandes partidos se pusieran
de acuerdo para arreglar los problemas de la Justicia, que al final ha
quedado como un viejo y polvoriento desván que a nadie le interesa
limpiar. Eso de que un señor vestido de negro vaya por ahí deteniendo
ladrones de guante blanco, azul o rojo, atenta contra el sistema,
introduce un elemento de orden en el desorden de la ley de la selva, que
es en lo que ha quedado hoy nuestro país, y va contra la ideología
imperante del butroneo, el favorcillo y el amigacho. Un juez honrado
molesta mucho. Por eso hay que largarlo a provincias, al Registro Civil o
a su casa a plantar coles. Y visto para sentencia.Ilustración: Adrián Palmas
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