lunes, 9 de mayo de 2022

LA HOZ Y EL MARTILLO

(Publicado en Diario16 el 9 de mayo de 2022)

Niños rubios uniformados y repeinados al viejo estilo de las SS; escuadrones fanatizados desfilando como un solo hombre; un mar de banderas embravecidas y hasta el avión del Juicio Final, que al final no ha podido despegar porque estaba nublado. Es la perfomance militar que ha organizado Vladímir Putin para celebrar el 9 de mayo, día que conmemora la victoria de la URSS sobre los nazis en la Segunda Guerra Mundial. La comunidad internacional contiene la respiración y mira hacia el palco principal del Kremlin, desde donde el nuevo jerarca global, el gran dictador del siglo XXI, mueve sus tropas, tanques y misiles por toda Europa. Moldavia es la siguiente en el punto de mira.

Había expectación por saber lo que Putin, el frío y cetrino abrigo del KGB, iba a decirle al resto de la humanidad desde su inexpugnable atalaya de poder. Sin duda, de su discurso dependía el futuro de la humanidad. Unos pensaban que el líder ruso aprovecharía para declararle la guerra a Ucrania, lo que, teniendo en cuenta que los ejércitos rusos llevan más de dos meses machacando a ese país y que los muertos se cuentan ya por miles, no dejaría de ser un sangrante ejercicio de cinismo político. Otros como Viktor Orbán, presidente de Hungría, habían dejado caer la posibilidad de que el sátrapa moscovita diera la orden de detener las hostilidades. “El 9 de mayo todo acabará”, había augurado, como en una siniestra profecía de Lourdes, el papa Francisco. Nadie acertó. La mente de un dictador no obedece a lógica alguna.

Tras los fastos militares, la noticia es que no hay noticia, el tirano se ha limitado a pasar revista a las tropas, ha soltado el manido mitin patriótico-nacionalista de siempre y con las mismas se ha vuelto para el búnker nuclear. Bien mirado, era lo que cabía esperar. Declararle la guerra a Ucrania cuando vamos camino de tres meses de combates hubiese dejado a Putin como un anciano ridículo y senil que chochea y que está fuera de la realidad. Por otro lado, proclamar el final de la confrontación militar con los ucranianos hubiese supuesto una rendición de facto, una humillante derrota y el princpio del fin del régimen putinesco. Se ha derramado tanta sangre rusa que a Putin ya solo le queda una salida: la huida hacia adelante.

Así las cosas, el tablero queda como está, la partida de ajedrez entre Rusia y Estados Unidos continúa y lamentablemente tenemos guerra para rato. Pero poco a poco vamos conociendo el extraño perfil psicológico del hombre al que nos enfrentamos y que quiere dominar el mundo. Para empezar, se está revelando como un maestro en el empleo del eufemismo, la neolengua orwelliana y la desinformación. También en darle la vuelta a la historia, en la tradición de la mejor escuela del revisionismo fascista, para convencer a su pueblo de que el retorno a la guerra es una continuación de lo que ocurrió en 1945, una operación para desnazificar no solo Ucrania, sino Europa desde los Urales hasta Gibraltar. Putin sabe cómo lavarle el cerebro al pueblo ruso: acabando con la libertad de prensa, encerrando periodistas en el gulag (15 años de prisión para todo aquel que se muestre crítico con el Gobierno y con el Ejército) y propagando el bulo de que Rusia se encuentra gravemente amenazada por el nazismo.

Hoy mismo, durante su discurso del 9 de mayo, ha lanzado la descabellada idea de que el país no hace otra cosa que defenderse de la OTAN y de sus planes para invadir la Federación Rusa. “Fue una decisión forzada, oportuna y la única correcta. Occidente preparaba la invasión de nuestra tierra”, asegura el líder ruso. Semejante patraña no se la cree ni la momia de Stalin. Pero de esta forma Putin va construyendo su narrativa delirante, contradictoria, totalitaria, retornando a la doctrina del ataque preventivo de la URSS –como decía Polansky y el Ardor, el mítico grupo musical de los ochenta– y saltándose el derecho internacional. Mientras tanto, entre mentira y misilazo, va ensanchando fronteras hasta volver al mapa de 1919. Ya lo ha hecho en Crimea, en Chechenia, en el Donbás, y lo hará también en Moldavia. A eso se refiere el tirano cuando habla de multilateralidad: a la creación de un nuevo orden global con Moscú y Pekín como dueños y señores del planeta y la democracia, que no les gusta porque son autócratas, postrada de rodillas.

La coartada del Amado Líder Putin para justificar sus genocidios no se sostiene por ningún lado. Pero entra dentro de la lógica totalitaria: cuando un dictador ve amenazado su poder se inventa un enemigo exterior, se envuelve en la bandera y declara la guerra a alguien, a quien sea, cualquier país vale con tal de que sea débil y fácilmente invadible. En realidad, aquí no hay más nazi que Putin, un fachón de manual, un carnicero feroz que ha ordenado matanzas como las de Bucha y Mariúpol y el éxodo masivo de más de tres millones de refugiados que recorren Europa huyendo de las bombas criminales. Algo así no se veía desde 1939, cuando Hitler dio la orden de invadir Polonia desencadenando la Segunda Guerra Mundial.

Rusia ha caído en manos de una mafia de oligarcas ultraliberales, unos jetas enrocados en su flotilla de yates suntuosos al mando de un iluminado bajo palio del patriarca Cirilo (nacionalcatolicismo a la rusa). No hay más que ver en lo que ha quedado el desfile del 9 de mayo: una nostálgica y decadente romería de flamantes Rolls-Royce atiborrados de viejos generalotes fatuos, enfermos y alicatados de medallas. El comunismo no era esto; si Marx levantara la cabeza los echaba a gorrazos de la Duma.

“No hay invasor que pueda gobernar nuestro pueblo libre”, proclama Zelenski al otro lado de la trinchera, frente a un edificio agujereado por las bombas. Bono da un histórico concierto en apoyo a Ucrania en el asediado metro de Kiev. Borrell propone destinar los fondos incautados a los magnates rusos a la reconstrucción de Ucrania. Atrapado entre dos fuegos –su propia derrota personal y el repudio del mundo entero– Putin desempolva la polvorienta bandera de la URSS que tenía arrumbada en un arcón (y de la que ya no se acordaba) para seducir y engañar a las masas manipuladas por el Gran Hermano ruso. Un nazi de manual poniendo sus sucias manos en la gloriosa insignia de la hoz y el martillo, símbolo de la lucha de los trabajadores contra la barbarie fascista. Un oligarca multimillonario forrado y corrupto usurpando la honrada enseña del proletariado, de los 27 millones de rusos que dieron su vida contra el nazismo. ¿Qué más nos queda por ver? El mundo ha entrado en una distopía incomprensible. El demente ha perdido la guerra, pero le queda el botón nuclear. Dice un corresponsal que los misiles ya van camino de Odesa.  

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL JAMÓN

(Publicado en Diario16 el 7 de mayo de 2022)

Leo en la web de un periódico de la derecha el siguiente titular: “Pillan a Alberto Garzón comiendo jamón y bebiendo cerveza en la Feria de Abril pese a desaconsejarlo”. Se nota que le tenían ganas al ministro. Ya puestos, podrían haber cargado un poco más las tintas: “Pillan al triste ecologeta Garzón poniéndose ciego de ibérico y alcohol como si no hubiera un mañana”. Si esto es lo que están enseñando en la Facultad de Ciencias de la Información, estamos perdidos. Tantas clases teóricas sobre lo que debe ser el periodismo de investigación, tantas horas perdidas sobre cómo se hilvana una información de calidad para terminar acusando a un político de haber cometido el gravísimo delito de echarse al coleto unas birras y unas lonchitas de buen jabugo. Y todo mientras la inocente presa ni siquiera se escondía de los periodistas, ya que compartía un rato agradable con unos amigos, a ojos de todos como cualquier hijo de vecino, en una caseta del recinto ferial. Patético.

No hay que ser muy listo para entender que el titular de nuestros colegas, tendencioso donde los haya, tenía dos objetivos. El primero, lógicamente, intentar convencernos de la supuesta incoherencia de un ministro que predica el veganismo pero le da al filete y al morapio. La segunda, quizá más censurable todavía desde el punto de vista de la deontología profesional, es tratar de sugerir que un rojo-comunista-bolivariano no tiene derecho a darse un placer gastronómico de vez en cuando. ¿Un bolchevique entregado a los deleites burgueses de las clases altas? ¡A dónde vamos a ir a parar!

En cualquier caso, ambos mensajes (dejar a Garzón como un hipócrita que predica el evangelio ecologista pero no lo cumple, o hacerlo pasar por un traidor al comunismo) constituyen un burdo ejercicio de periodismo torticero, cavernario y retrógrado propio de los tiempos decadentes que vive nuestra prensa patria. Para empezar, el señor Garzón jamás ha hablado de prohibir la carne y mucho menos el jamón, gran emblema de la cultura española. El ministro solo recomienda que el consumidor reduzca, en su dieta diaria, la ingesta de grasas animales, un abuso que está en el origen de la peligrosa epidemia de obesidad, infartos y cáncer que padecen las sociedades modernas. La ciencia, la salud y el más puro sentido de la lógica nos dicen que no podemos estar todo el día a base de hamburguesas y chuletones de macrogranja, como tampoco podemos beber cerveza y vino en las comidas como si fuese agua. Cientos de españoles mueren cada día por culpa de una mala dieta o alimentación y desde ese punto de vista Garzón no hace más que advertirnos, mediante campañas o declaraciones en los medios, de que estamos jugando con fuego. Resulta estúpido presentar al titular de Consumo como un inquisidor, o como un comisario político que trata de imponernos un menú marxista totalitario, o como poco menos que un dictador culinario al servicio de una ideología determinada. El ministro dice lo que tiene que decir como responsable de una Administración que debe velar por la salud pública. Si se desentendiera de su obligación de hacer campañas de difusión sobre los perjuicios de un consumo excesivo de carne y alcohol sencillamente estaría prevaricando u ocultando una realidad que cuesta muchas vidas cada año. A partir de ahí, que cada cual se mate como quiera, que para eso vivimos en un país libre.

Lo peor de este asunto no es que los queridos compañeros de la caverna arremetan injustamente contra un hombre solo porque es comunista y les cae mal o porque lo ven como un Torquemada podemita, cuando no un saboteador dispuesto a arruinar el floreciente sector cárnico español con sus recomendaciones sanitarias. Lo más grave, colegas, tíos, troncos, es que todavía no habéis comprendido que ser de izquierdas no está reñido con querer vivir bien, disfrutar de la vida y aspirar a lo mejor. El primer principio del socialismo real (no la socialdemocracia de baja intensidad que nos vende Pedro Sánchez) se basa en el reparto equitativo de la riqueza entre todos los miembros de una sociedad. De esta manera, mediante el contrato social entre pobres y ricos y pagando impuestos universales de forma equitativa y proporcional al poder adquisitivo de cada contribuyente, se logra el avance político y social, el progreso económico y un país más justo y cohesionado. Si no existiera lo común y el Estado de bienestar, el egoísmo y la codicia camparían a sus anchas y esto sería la ley de la jungla.

Uno cree que lo que os está pasando, queridos compañeros de la derecha mediática, es que habéis caído en una versión distorsionada o aberrante de lo que significa ser de izquierdas. Por eso os da un parraque con derrame cerebral cada vez que veis al hijo de un obrero metiéndose una loncha pata negra entre pecho y espalda. Vosotros creéis que para ser socialista es necesario vivir en una chabola, como el santón eremita José Mujica, sin un duro en el bolsillo y leyendo El capital a la luz de una vela. Solo un tonto puede soñar con una vida de penalidades. Pensáis, seguramente por vuestra educación elitista, supremacista o de colegio de pago, que el pobre no tiene derecho a viajar en primera clase, que debe conformarse con un oficio de baja estofa sin aspirar a ir a la universidad y que su lugar natural está bajo tierra, o sea en el metro con los de su clase.

Lo que estamos viviendo estos días, la guerra, el subidón de la luz y la gasolina, la inflación desbocada, la asfixia de las clases humildes, no es más que parte de un plan mundial ultraliberal (neofascista también) para arrebatarle al proletariado sus derechos y conquistas del último siglo. No pararán hasta quitarle el coche al currante con la excusa de que contamina demasiado. Los hombres y las mujeres de izquierdas, queridos colegas periodistas al servicio del PP, de Vox, de la CEOE y del Íbex 35, sueñan con transformar la sociedad para acortar la brecha de la desigualdad, germen de todos los males de la humanidad. Por eso es perfectamente lícito que un rico vote al PSOE en España y al Partido Demócrata en Estados Unidos. Se puede ser millonario y al mismo tiempo tener afán filantrópico y conciencia social. Uno puede estar forrado y querer un mejor reparto de la riqueza entre todos sus paisanos. No sabemos si lo que no le perdonan a Garzón es que nos dé la turra con la carne y el vino, que sea un comunista que disfruta de la vida como cualquier otra persona o ambas cosas a la vez. Esta gente de la derecha carpetovetónica es que ni come ni deja comer. Deberían hacerse mirar los niveles de odio, que los tienen por las nubes. Como las transaminasas.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

LAS CLOACAS DEL PP

(Publicado en Diario16 el 6 de mayo de 2022)

Feijóo ha visto chollo electoral en el caso Pegasus y ha entrado a saco en el tema. Si ayer exigía elecciones anticipadas cuanto antes, hoy pide que rueden cabezas por el asunto del espionaje copiándole la estrategia a Pablo Echenique y Unidas Podemos. Al líder del PP todo este feo asunto le parece muy escandaloso, intolerable, de modo que ha dado un paso al frente para ponerse a la vanguardia de los activistas defensores de los derechos humanos, principalmente el derecho a la intimidad constitucionalmente consagrado. “Lo que vemos estos días con la gestión del espionaje a través de Pegasus parece tener como único o principal objetivo tranquilizar a los socios independentistas del Gobierno, en vez de velar por la seguridad nacional”, asegura poniéndose estupendo.

Llevamos años soportando la demagogia barata del principal partido conservador de este país, pero esto de rasgarse las vestiduras porque los espías espían es como para frotarse los ojos. No se había visto antes. Si damos un somero repaso al currículum reciente del Partido Popular no podremos más que concluir que estamos ante una fuerza política que ha practicado el espionaje a calzón quitado, con devoción y sin ningún pudor. Espiar a otros ha sido el gran deporte del PP, mucho más que el pádel que fue puesto de moda por Aznar. Hay tanto material y casos acumulados en los archivos de Génova que podemos hacer una lista de memoria, sin necesidad de tirar de Wikipedia. Por ejemplo, la Gestapillo, aquella red montada desde el Gobierno de la Comunidad de Madrid para vigilar a los rivales políticos de Esperanza Aguirre; o el espionaje a Ignacio González; o el escabroso asunto de las cremas que hundió la carrera política de Cristina Cifuentes (el famoso vídeo y la campaña para colgarle el cartel de cleptómana fue un claro ejemplo de fuego amigo). Todos estos turbios expedientes que pivotaron alrededor del PP madrileño, hundiendo reputaciones ajenas y la propia credibilidad del partido como organización respetuosa cien por cien con los valores democráticos, quedaron debidamente enterrados y sin condena firme.

Pero hay más, mucho más. Feijóo no se acuerda ya de la Policía patriótica, aquel grupo salvaje de mercenarios que hizo nauseabundos seguimientos a la disidencia durante la etapa de Jorge Fernández Díaz al frente del Ministerio del Interior. El dictamen final de la comisión parlamentaria de investigación, aprobado por todos los grupos parlamentarios excepto Ciudadanos, que se abstuvo, y el Partido Popular, que votó en contra (no solo espían sino que no quieren que se sepa), no pudo ser más concluyente y demoledor: “En el Ministerio del Interior, bajo el mandato del señor Fernández Díaz, usando de manera fraudulenta el catálogo de puestos de trabajo, se creó una estructura policial (…) destinada a obstaculizar la investigación de los escándalos de corrupción que afectaban al Partido Popular y al seguimiento, la investigación y, en su caso, la persecución de adversarios políticos”. Entre las víctimas del espionaje estaban el nacionalismo catalán (el exalcalde de Barcelona, señor Trias, a quien le inventaron cuentas en Suiza), el PSOE y Unidas Podemos (véase el tristemente célebre Informe PISA, acrónimo de Pablo Iglesias Sociedad Anónima, un falso montaje sobre financiación de Irán y Venezuela fabricado para hundir al partido morado en sus años emergentes). “Estas decisiones han supuesto una inaceptable utilización partidista de los efectivos, medios y recursos del Departamento de Interior y de las Fuerzas y Cuerpos de Seguridad del Estado, con un abuso de poder que quebranta reglas esenciales de la democracia y del Estado de derecho”, aseguraba el documento elaborado por el Congreso de los Diputados.

Más recientemente nos hemos encontrado con el presunto espionaje al hermano de Isabel Díaz Ayuso, que recibió una supuesta comisión por el contrato de compra de mascarillas para la Consejería de Sanidad en uno de los peores momentos de la pandemia. El PP siempre ha negado que se espiara al Hermanísino, pero Pablo Casado puso todos los números de las comisiones y mordidas encima de la mesa para airear la cacicada. “Cuando morían setecientas personas al día, ¿puedes contratar con tu hermana y recibir 286.000 euros?”, proclamó ante la prensa. Fue la primera vez que Casado denunció públicamente los chanchullos y tejemanejes en su partido (hasta ese momento siempre había mantenido que la corrupción del PP era cosa del pasado). Sin embargo, no le fue precisamente bien haberse puesto el traje de honrado Robin Hood, si tenemos en cuenta que terminaron decapitándolo políticamente y enviándolo al vertedero de la historia. Seguramente hoy el bueno de Pablo se arrepienta de haber dado aquel decisivo paso adelante para comportarse como un ciudadano honrado. “Si me hubiese callado como siempre, aún sería presidente del PP”, debe estar pensando. Pobretico, qué lastimica.

Hace bien Feijóo en pedir cabezas por el espionaje Pegasus. Cabezas van a tener que rodar (la de Paz Esteban, directora del CNI, tiembla ya como la de María Antonieta). Cualquier demócrata cabal pediría cabezas, responsabilidades, ceses, luz y taquígrafos en este lamentable episodio. Hasta Podemos lo hace. Nunca antes habíamos visto un Gobierno pidiendo la dimisión de sí mismo. Lo de la formación morada constituye un extraño y esquizofrénico caso de desdoblamiento de personalidad digno de estudio en las facultades de psiquiatría. Meter purgante o depurativo en ministerios como Defensa, Interior, Exteriores y hasta en el CNI se antoja necesario para limpiar las entrañas y cloacas del Estado. Pero cuesta trabajo entender que el PP, el partido que creó el caldo de cultivo perfecto para siniestros personajes como Villarejo (un hombre que iba con la grabadora a todas partes y que tiene reocogidas conversaciones con media España) se ponga ahora exquisito. En este país se espía demasiado, mucho y mal. Sobre todo el PP.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL CNI


(Publicado en Diario16 el 6 de mayo de 2022)

La casa de Tócame Roque, al final de la calle Barquillo, barrio de Justicia en Madrid, fue una corrala que se hizo popular en el siglo XIX. Su fama de lugar de parrandas, jaranas y francachelas (también de riñas y escándalos) llegó tan lejos que inspiró zarzuelas, teatro castizo y óleos costumbristas. Hoy el CNI es la nueva casa de Tócame Roque.

Después de tantas novelas negras, después de tanto cine basado en historias de Le Carré, Fleming y Patricia Highsmith, nos habíamos creído que los espías eran profesionales superpreparados, sofisticados, a la última. Nada más lejos. Si para algo va a servir el caso Pegasus es para airear los serios agujeros y brechas en nuestra seguridad nacional, que es cualquier cosa menos segura. Tenemos unos servicios secretos mal pagados, mal dirigidos, dotados de escasos medios y a menudo fallones, ya que por lo visto van dejando rastro por allá por donde pasan. No vamos a hacer el chiste fácil y con poca gracia de que esto es la TIA con Mortadelo y Filemón liándola parda en cada misión especial, pero dan ganas.  

Al CNI lo llaman “La Casa”, el Langley de la CIA española, pero en realidad es la casa de Tócame Roque, ya lo hemos dicho al principio de esta columna. Entre unos y otros (mayormente PP y PSOE) han terminado por enterrar la buena reputación internacional de nuestros espías. ¿Cómo puede ser que todos los gobiernos de Occidente hayan usado el programa Pegasus para sus cosas y el único país que ha quedado con el culo al aire y con el micro en la mano sea España? La única explicación es que el CNI ha caído en manos de incompetentes que usan el espionaje para lo que no se debe. Una vez más la politización, gran cáncer español, ha terminado por gangrenar una institución esencial para el buen funcionamiento del Estado. Ya lo hicieron con la Justicia, con la Policía, con la Guardia Civil y hasta con los bomberos, que están divididos en dos facciones irreconciliables (rojos y fachas) y cualquier día van a salir a hostias en medio de un incendio.

Hace tiempo que nuestro centro de inteligencia se ha convertido en un foco de problemas, una especie de coto privado para algunos, un negociado hermético donde no llega la luz purificante del Estado derecho. Son frecuentes las cuchilladas traperas entre mandos policiales, los escándalos, los errores imperdonables, las filtraciones interesadas a la prensa de la caverna, los bulos, las negligencias políticas, las prácticas antidemocráticas y –ojalá nos equivoquemos–, también el reaccionarismo militar y cuartelero. De tanto manosear el CNI, goloso juguetito, el bipartidismo ha terminado por cargarse un invento que hasta hace unos años funcionaba relativamente bien. Hoy todo político que llega alto sueña con controlar el Centro Nacional de Inteligencia para ponerse cachondo escuchando las conversaciones del partido de enfrente. Ya vimos cómo terminó la cosa en tiempos de Soraya Sáenz de Santamaría. La mierda de las cloacas llegó hasta El Pirulí. Y recuérdese que Pablo Iglesias no hacía más que insistirle a Sánchez con que quería la jefatura del CNI a toda costa como precio para la formación de un Gobierno de coalición. Por algo sería.

Ha tenido que estallar el Catalangate y el jaqueo a los teléfonos móviles del presidente Sánchez y varios ministros para que pongamos el foco en un cuerpo de seguridad del Estado del que apenas sabemos nada pero que intuimos que ha enfermado gravemente tras años de degradación y decadencia. A menudo los analistas tratan de convencernos de que tenemos los mejores espías del mundo a la altura de los de la CIA, del Mosad, del MI6 británico y del FSB de Putin (antes KGB), pero la realidad es que últimamente el CNI solo sale en la televisión por lo malo, por algún escándalo o alguna chapuza. Ayer, Paz Esteban, directora del organismo, se convirtió en la imagen patética y lamentable de nuestros servicios secretos durante la tensa comisión parlamentaria de gastos reservados. La mujer, experta en Historia Antigua pero que nunca ha participado en misiones peligrosas más allá de la M30, tuvo que reconocer que el CNI vigiló, con mandamiento judicial, a una veintena de soberanistas sospechosos de actividades sediciosas. Tragarse un sapo así de gordo supone una derrota difícil de digerir. Si los espías están para que nadie se entere de lo que el Estado hace soterradamente nos encontramos ante un fracaso monumental. Ningún alto cargo de ningún servicio de inteligencia en un país democrático occidental seguiría en su puesto ni un minuto más tras semejante bochorno o esperpento. Pero por lo visto a esta señora la mantienen porque es la protegida de Margarita Robles. O quizá sea por su look victoriano Agatha Christie que en la foto queda muy típico y muy de novela negra.

Si el CNI no es capaz de mantener en secreto un simple operativo de vigilancia mejor cerrar esa casa que nos cuesta miles de millones de euros a los contribuyentes y que desprende un fuerte hedor a incompetencia, a despilfarro de fondos reservados, a chiringuito político y a corrupción. Han convertido a nuestros brillantes agentes secretos de antaño en proletas del espionaje, en un precariado de los dosieres y expedientes X a granel que por cansancio, por desmotivación o porque unos mandos estólidos los han utilizado tan abusivamente, por puro interés político, que ya no culminan una misión con éxito ni por casualidad. Gente mal pagada, unidades mal equipadas, chapuceros del espionaje que van dejando huellas allá por donde pasan y hasta se olvidan de desconectar Pegasus cuando ya han grabado a Pere Aragonès cantando La Traviata.

Sabíamos que el mito del espía trajeado y con fijador, en plan 007 o Mario Conde, nunca existió, pero suponíamos que el CNI era algo más serio. Hoy mismo cuenta la prensa que Victoria Federica perdió el móvil en la Feria de Sevilla y están todos los agentes con el tema de la niña. Para lo que se han quedado.

Nada de lo que ayer se dijo en la Comisión de Secretos Oficiales podía filtrarse a la prensa y cinco minutos después de terminar la reunión Gabriel Rufián ya lo estaba cascando todo en el pasillo. Y no solo pio el líder de Esquerra, es sabido que los espías españoles son largones, cantarines, y hablan por los codos con los periodistas. Está claro que tenemos unos servicios de inteligencia poco inteligentes. Estados Unidos abrió una investigación en la CIA y el FBI cuando lo de las Torres Gemelas y fue cesado hasta el último bedel de la puerta. Aquí estalla el caso Pegasus y no pasa nada. En una de estas hasta reparten medallas. Lo dicho, la casa de Tócame Roque.

Viñeta: Óscar Montón

domingo, 8 de mayo de 2022

DEMOCRACIA A PUERTA CERRADA

(Publicado en Diario16 el 5 de mayo de 2022)

Paz Esteban, directora del CNI, comparece hoy ante la Comisión de Secretos Oficiales, a puerta cerrada, para dar explicaciones (o eso dicen) sobre el turbio asunto de Pegasus. Nos encontramos, sin duda, ante otro acto más del habitual teatrillo de variedades parlamentario. Nadie que sepa un mínimo sobre el funcionamiento del Congreso de los Diputados puede esperar que de esa comisión salga algo en claro sobre el misterioso programa informático de origen israelí que, a esta hora, nadie sabe cómo funcionaba, bajo qué requisitos legales, cuándo y por qué. Pegasus es un misterio insondable de la democracia española, una frontera gris donde la legalidad se diluye, un territorio comanche al margen de la ley.

A primera hora de la mañana Esteban llegaba a la Sala Mariana Pineda con un maletín supuestamente cargado de secretos oficiales. El currículum de la jefa de los espías españoles no deja de ser cuando menos curioso. Licenciada en Filosofía y Letras, experta en Historia Antigua y Medieval, su primera opción profesional fue opositar a archivera, una carrera muy loable y digna pero muy alejada del trepidante mundillo del espionaje, los microfilms y la guerra sucia. Doña Paz era lo más alejado del prototipo de Mata Hari o gélida espía capaz de ponerle un narcótico en el café a un embajador para sustraerle el mapa de una futura invasión. Saberse al dedillo La guerra de las Galias de Julio César no sirve de mucho en el invisible campo de batalla entre espías y naciones enemigas, pero ella le echó valor a la vida y al final, animada por un pariente de su padre, consiguió la plaza en el CESID.

Fue así como Paz Esteban llegó al Langley español siendo Manglano director del centro. Corría el año 1983 y los servicios de inteligencia patrios ya empezaban a dar los primeros titulares y escándalos de un felipismo que, apenas llegado al poder, ponía en marcha la formidable maquinaria de la corrupción. La trayectoria de Esteban en “La Casa” llamó la atención de sus superiores. Aunque nunca ejerció de agente especial como tal –se especializó en inteligencia exterior y se dedicó a elaborar informes más bien rutinarios y burocráticos– fue escalando en la pirámide de despachos hasta que el director Sanz Roldán, salpicado por el affaire entre el rey emérito y Corinna Larsen, la designó jefa de su gabinete. Cuando Beatriz Méndez de Vigo, secretaria general, renunció al cargo (ya en tiempos convulsos de Soraya Sáenz de Santamaría) Esteban la sustituyó de forma interina (estábamos en 2019 y el Gobierno se encontraba en funciones).

Hoy Paz Esteban se juega un póker, a cara de perro, con los representantes del pueblo. La mujer dirá lo que pueda y lo que le dejen, pero cabe suponer que se escudará en la sacrosanta seguridad nacional para no dar explicaciones cuando llegue el momento de las preguntas incómodas. En eso no ha mejorado la democracia española. El CNI vive en la más absoluta penumbra y falta de transparencia desde la Transición. Otro fleco franquista que quedó atado y bien atado sin que ningún Gobierno haya acometido las reformas necesarias para democratizar la institución. Y cuando hablamos de reformas necesarias no estamos cayendo en el buenismo ingenuo de pensar que los espías son hermanitas de la caridad o activistas de una oenegé que andan por el mundo predicando la paz y la solidaridad entre los pueblos. Somos perfectamente conscientes de que el espionaje siempre es algo inmoral, enlodado, cloaquero, y que gracias a nuestros agentes y confidentes se salvan muchas vidas en la lucha contra el terrorismo, la mafia y los capos de la droga. Pero en una sociedad democrática el espionaje debe estar siempre sometido al imperio de la ley, al control parlamentario y judicial y a la mayor transparencia posible. Lo contrario es darle todo el poder a Harry El Sucio con su soberano pistolón, su dudoso código ético y su licencia para matar y romper cabezas sin preguntar. O dárselo a Torrente, el brazo tonto de la ley, que es todavía peor. Por desgracia, en España tenemos experiencia de agentes incontrolados que han cometido graves crímenes de Estado y hasta se han forrado con fondos reservados precisamente por haber acumulado demasiado poder en la sombra.   

Esta mañana Paz Esteban da la cara ante los diputados elegidos por la comisión de secretos oficiales. Dirá que todo se ha hecho conforme a la ley, que en ningún caso se ha espiado a 60 personas, solo a 20 y con supervisión de un juez (como si el número de víctimas rebajara la gravedad del atentado antidemocrático), y que España es un país civilizado donde todo se hace conforme a derecho. Más mentiras, más coartadas, un paripé. Democracia secuestrada, a puerta cerrada, para que el hedor a descomposición no se filtre al exterior. Así las cosas, el único morbo de la mañana es saber si esta batalla la gana Margarita Robles o Félix Bolaños (la primera firme defensora de la gestión de Esteban, el segundo partidario de depurar responsabilidades en el ministerio de Defensa y el CNI). Pero nada podemos esperar de una comisión que no puede ser grabada, que exige que sus señorías dejen el móvil a la entrada y que impide, bajo severas sanciones, cualquier filtración a la prensa o hacer comentarios sobre lo que se diga en la sala. Ni siquiera se pueden tomar notas o extraer fotocopias de los documentos. Allí se va a ver, oír y callar y punto. Puro autoritarismo militar revestido de democracia. “No espero nada de algo que comporta esta opacidad”, se queja Gabriel Rufián. De esta comisión tendría que salir la verdad, mayormente si es Marruecos o el CNI quien está detrás del espionaje a los soberanistas y el jaqueo del teléfono de Pedro Sánchez y el resto de ministros espiados. Mucho nos tememos que nunca lo sabremos. Por sacar algo positivo, la decisión de Meritxell Batet de cambiar el reglamento para dar entrada en la comisión de secretos a las minorías políticas. Algo es algo.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

ABASCAL, LÍDER SINDICAL

(Publicado en Diario16 el 5 de mayo de 2022)

Ya han pasado cuatro días y todavía resuenan los ecos del ridículo espantoso protagonizado por Santi Abascal en su acto electoral en Cádiz durante el Primero de Mayo, día de los trabajadores. Recuerde el lector que ese domingo festivo el Caudillo de Bilbao se fue a tierras gaditanas dispuesto a darse un baño de multitudes y a llenar las alforjas de votos indignados, pero al acto no acudieron ni mil personas (sumando a los despistados, turistas que iban a la playa y se toparon con el mitin y a la gente que pasaba por allí). El alcalde Kichi fue quien mejor definió el fiasco de lo que iba a ser la supuesta fiesta de la campaña electoral ultra a las elecciones andaluzas: “Menos gente que en una mudanza”. Y es cierto, porque las fotos que inmortalizaron el momento fueron como para echarse a reír y no parar.

Sin duda, el líder de Vox debió sufrir ese extraño espejismo que tantas veces ha nublado la vista a los ambiciosos y ávidos de poder. Ya le ocurrió a Albert Rivera, que se sintió presidente antes de tiempo y no vio llegar “la leche” (el descalabro electoral); y también a Pablo Casado, que cuando creyó acariciar con sus dedos los escalones de Moncloa recibió una cornada de tres trayectorias (los suyos le dieron un par de capotazos, el descabello y para los toriles, o sea a la cola del paro).

Abascal, el político emergente de moda, debió creer que había llegado su hora, que la historia le estaba llamando a gritos para su misión trascendental de salvar a la patria, que España ya estaba madura y presta para abrazar el “fascismo democrático” o “fascismo blando” que se abre paso en toda Europa. Tras las tumultuosas huelgas de los trabajadores del metal y los transportistas de las últimas semanas, y con la crisis pegando fuerte en la bahía de Cádiz, el líder de Vox pensó que los parias de la famélica legión, los marginados de las clases obreras, habían renunciado ya al socialismo para caer en sus manos como mansos corderitos. Presintió que su gran proyecto de sindicato vertical, de movimiento nacional y partido falangista había calado hondo, por fin, en la sociedad. Y por un instante se vio a sí mismo como un Francisco Franco aplaudido y vitoreado por las masas en la Plaza de Oriente. “Vámonos a Cádiz a recoger la cosecha”, debió decirle a su candidata Macarena Olona, una andaluza de Alicante de pura cepa. Y allá que se fueron los dos en la falsa creencia de que aquello era coser y cantar.

Sin embargo, cuando llegaron a Cádiz no encontraron la calurosa acogida que esperaban sino un baño de realidad que cayó sobre ellos como un jarro de agua fría. Al acto acudieron un puñado de fieles desperdigados, un grupo deshilachado de menos de un millar, y la verdad es que se veía más cemento que personas. ¿Qué había fallado? ¿Por qué los cantos de sirena del neofascismo no habían surtido efecto? ¿Cómo pudo ser que el Caudillo de Bilbao no hubiese obtenido la victoria arrolladora que esperaba en Cádiz, cuna de revoluciones?

Para empezar, si bien es cierto que la ultraderecha crece en España, no lo hace a la misma velocidad de vértigo que en otros países europeos como Francia, donde Marine Len Pen parece haber dado con la tecla para conectar de forma electrizante con el electorado. La candidata del Frente Nacional (hoy refundado en Reagrupamiento Nacional) ha moderado su discurso, tanto que pocos días antes de las elecciones, durante su debate televisado con Macron, parecía una centrista de la derecha clásica y convencional más empeñada en cautivar a las clases medias que en dar un golpe de Estado y reinstaurar el régimen de Vichy. Es cierto que cuando sale a la calle a echar un mitin, la dama de un rubio ario saca a pasear la loba facha que lleva dentro, pero de alguna forma ha sabido conjugar su indómito carácter antisistema con una cierta imagen institucional. Hoy, muchos franceses la ven como una política de derechas aseada y homologable (lo cual estaría por ver), y entienden que su nacionalismo patriótico puede encajar con los valores republicanos. Le Pen le ha dejado a Éric Zemmour el papel de nazi peligroso, una maniobra de blanqueamiento en la que ha colaborado activamente la prensa gala. No cabe duda de que Vox es otro producto político bastante diferente a Reagrupamiento Nacional. Su franquismo rancio e irrenunciable no logra calar en ese amplio electorado de centro-derecha liberal que, bien por convicciones o por miedo a un retorno al pasado dictatorial, no termina de comprar los disparates voxistas.

En segundo lugar, nadie en su sano juicio puede pretender arrasar en Andalucía prometiendo liquidar las autonomías para volver a la España centralista de antes. Hoy el sentimiento andaluz está firmemente arraigado. Tras cuatro décadas de democracia, el Estatuto autonómico es visto por muchos andaluces como una conquista histórica que afianza el carácter identitario y coloca a Andalucía a la misma altura de nacionalidades históricas como Cataluña y País Vasco. La autonomía ha sido una historia de éxito. Mejores escuelas, mejores hospitales, mejores carreteras. La prodigiosa modernización de una región que durante siglos durmió el sueño (más bien pesadilla) del señorito latifundista, el analfabetismo y el atraso secular.

Por último, está el efecto Feijóo. El Partido Popular empieza a remontar en las encuestas recuperando voto por el centro e incluso entre los desencantados desideologizados del PSOE que entienden la política como un mercadillo y son capaces de votar derecha o izquierda en función de lo que les prometan en cada momento. Buena parte de la indignación social a causa de la crisis no está desembocando en Vox, sino en el PP. Un reciente sondeo de Prisa da a los populares hasta 108 escaños (20 más que la anterior encuesta), mientras Vox mejora, pero mucho más tímidamente (64), síntoma claro de que hay un estancamiento de la opción ultra. En todo caso, por primera vez el bloque de las derechas (incluido lo poco que queda de Ciudadanos) roza la mayoría absoluta de los 176 diputados. Abascal sería ministro en ese Gobierno de coalición, es cierto, pero su proyecto radical queda muy lejos de seducir a la mayoría de los españoles. Desde luego, en Cádiz ha pinchado en hueso. El espíritu de La Pepa contra el absolutismo fanatizado sigue vivo más de dos siglos después. No todo está perdido.

Viñeta: Álex, la mosca cojonera

MARRUECOS NOS ESPÍA

(Publicado en Diario16 el 4 de mayo de 2022)

Más de 200 teléfonos móviles de nuestro país fueron pinchados por Marruecos con el programa Pegasus, según The Guardian. “El cliente aparentemente estuvo activo en la búsqueda de posibles objetivos para la vigilancia dentro de España”, asegura el periódico británico, que cita un informe filtrado por una supuesta plataforma bajo el nombre Forbidden Stories. O sea que alguien parece muy interesado en cargarle el mochuelo del espionaje Pegasus a nuestros vecinos marroquíes.

Conviene no perder de vista que el escándalo se hizo público tras conocerse que los teléfonos móviles de 63 personalidades soberanistas habían sido espiados en lo que ya se conoce como el Catalangate. A los pocos días (qué casualidad), el Gobierno salió a la palestra para convencernos de que los miembros del mundo indepe no eran las únicas víctimas, ya que las “pulgas” o virus de Pegasus también habían infectado los terminales telefónicos del presidente Sánchez, la ministra de Defensa, Margarita Robles, y la extitular de Exteriores, González Laya. Desde entonces, las especulaciones de todo tipo se han disparado, ha habido más confusión que información veraz y contrastada y más ruido que transparencia, en buena medida porque el Gobierno ha jugado a echar balones fuera en lugar de poner luz y taquígrafos sobre el escabroso asunto. Ante la ausencia de explicaciones oficiales convincentes, la prensa ha empezado a lanzar hipótesis de todo tipo sobre quién puede estar detrás de los pinchazos telefónicos. Se ha llegado a decir que el espionaje lleva la marca indeleble de Estados Unidos y la CIA, de los servicios secretos de Putin y hasta del Mosad, la siniestra central de inteligencia israelí. Todo para que no se hable de lo realmente importante: si elementos cloaqueros del CNI han llevado a cabo escuchas y seguimientos ilegales, por su cuenta y sin intervención judicial, a los secesionistas.

Es cierto que hay no pocos indicios de que Marruecos puede haber dado la orden de espiar a políticos españoles. Los pinchazos de Pegasus coinciden en el tiempo con la crisis internacional entre España y Marruecos generada por la hospitalización en un centro sanitario de Logroño del líder polisario Brahim Gali, con el posterior salto a la valla de Ceuta de miles de inmigrantes marroquíes –una operación de terrorismo demográfico de manual puesta en marcha por el rey de Marruecos en represalia por el acercamiento del Gobierno español al movimiento saharaui– y con la ruptura de relaciones diplomáticas entre ambos países. Toda esta crisis de proporciones mayúsculas se ha cerrado hace solo unos días, cuando para sorpresa de propios y extraños el Gobierno Sánchez, por boca del ministro español de Asuntos Exteriores, José Manuel Albares, reconocía que la propuesta de Marruecos del año 2007 que contempla una autonomía en el Sáhara Occidental bajo soberanía marroquí era la “base más seria, realista y creíble” para poner fin a una disputa que se remonta a 1975. Con esa sorprendente decisión, Sánchez traicionaba al pueblo saharaui, rompía con la postura oficial del PSOE –que durante décadas siempre se había puesto de lado de los habitantes del Sáhara– y pisoteaba las resoluciones de la ONU sobre la necesidad de convocar un referéndum de autodeterminación como única vía para resolver el conflicto. Desde el primer momento llamó la atención el brusco viraje del presidente del Gobierno en este espinoso asunto, quizá el más explosivo de la agenda internacional de nuestro país. Fue como si de la noche a la mañana Sánchez hubiese sido secuestrado por algo o alguien que le estaba susurrando al oído las instrucciones a seguir.

Para entonces, es más que probable que el teléfono móvil del presidente ya estuviese siendo hackeado por Pegasus, consumándose un dramático chantaje a la democracia española. Y aquí las preguntas sin respuesta siguen acumulándose una tras otra. ¿Sabía el premier socialista que estaba siendo espiado? ¿Por qué no lo denunció entonces? ¿Qué material le había robado el programa informático spyware? ¿Le sustrajeron documentos que afectaban a la seguridad nacional o tan solo fotos, vídeos y selfis intrascendentes para el álbum de recuerdos? ¿Tuvo algo que ver el presunto espionaje de Marruecos con la decisión de cambiar la estrategia internacional de España respecto al problema del Sáhara? Todas esas cuestiones aún no han sido debidamente aclaradas y probablemente nunca lo serán. Hoy mismo, la ministra portavoz, Isabel Rodríguez, dejaba caer que quizá jamás sepamos la verdad, ya que Pegasus no deja huella y resulta imposible seguir su rastro para llegar a los autores últimos del espionaje. Es la excusa más fácil: quitarse de encima la patata caliente, pasar página, echar tierra encima. Desde ese punto de vista, todo apunta a que el pato lo terminará pagando Paz Esteban, la casi anónima directora del CNI sobre la que ahora recae toda la responsabilidad de los graves fallos y agujeros en la seguridad nacional.

Pero, más allá de que Marruecos haya podido emplear una poderosa arma informática para conocer secretos de Estado de Moncloa, el origen del escándalo sigue sin ser explicado. Asumamos como hipótesis plausible que a Mohamed VI le interesaba hacerle un seguimiento al presidente del Gobierno español para adelantarse a sus movimientos. Perfecto. Ahora bien, ¿también le interesaba al sátrapa de Rabat saber qué había en los teléfonos móviles de 63 líderes independentistas a los que ni siquiera tiene el gusto de conocer? No parece muy lógico. ¿Para qué iba a querer el monarca alauí saber qué desayunaba Oriol Junqueras, con quién quedaba Pere Aragonès o a quién recibía Carles Puigdemont en su lujosa mansión de Waterloo? Para nada, sencillamente se la traía al pairo. Los lejanos desiertos saharauis quedan muy lejos, en el espacio, en el tiempo y en el contexto geoestratégico internacional, de Las Ramblas de Barcelona.

Por tanto, estamos hablando de temas diferentes. Una cosa es el espionaje a los soberanistas catalanes y otra la pulga en el móvil de Sánchez. Pero a Moncloa le interesa agitar la coctelera y hacer un combinado fuerte que se le suba a la cabeza a los españoles. Un colocón colectivo de desinformación. Aquí lo único cierto es que todos espiaban a todos recurriendo a ese goloso juguetito que era Pegasus. Macron, Obama, Merkel, Johnson, Sánchez, Trump, Mohamed, Putin… Unos se espiaban a otros y viceversa. Pegasus era un arma universal que con toda probabilidad también ha podido emplear el CNI y no con fines precisamente legales. Por eso Sánchez vuelve a hacer un ejercicio de trilerismo político y de cortina de humo. Diciéndole al pueblo español que él también es una pobre víctima del Gran Hermano global, de ese monstruo tecnológico fabricado por Israel que por lo visto manejan todos los gobiernos, elude aclarar quién espió al independentismo catalán al margen de la autoridad judicial. Es evidente que el presidente pretende mezclar churras marroquíes con merinas catalanas, espías rusos con agentes indepes, un formidable galimatías propio de un thriller para ganar tiempo y ver si cuela. El problema es que mientras tanto Esquerra le ha dado el ultimátum, poniendo en hora el temporizador de la bomba de relojería que puede hacer estallar la legislatura. Pegasus, un misterioso caballo de Troya cibernético, puede terminar volando España entera más tarde o más temprano. Y mientras tanto Sánchez parapetado en el búnker de Moncloa. Incomprensible.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

SÁNCHEZ Y PEGASUS

(Publicado en Diario16 el 4 de mayo de 2022)

Si hay gente capaz de hackear impunemente el teléfono móvil del presidente del Gobierno de España, la segunda autoridad del Estado después del rey, ¿qué no estarán haciendo con los datos personales y la intimidad de cada uno de nosotros, sufridos españolitos de a pie? Más vale no pensarlo. Lamentablemente, el caso Pegasus viene a confirmar la progresiva y alarmante degradación de nuestra joven democracia, tanto que estamos a un paso de caer en la tecnodictadura de la máquina, en plan Gran Hermano, y de un ejército de oscuros espías/funcionarios que se saben al dedillo la vida privada de políticos y ciudadanos. Y mira que nos los avisó Orwell.

Ya no cabe ninguna duda, el modelo autocrático/autoritario, con su guerra cultural, ha ganado la partida a las democracias liberales, que hoy por hoy han entrado en franca decadencia y corren serio riesgo de liquidación. Lo militar se impone en todo el mundo, la seguridad gana terreno a la libertad, el espionaje se propaga sin control y los tiranos populistas son encumbrados con plenos poderes. Los Le Pen, Orbán, Johnson, Salvini, Abascal y otros personajes del “fascismo democrático” –un oxímoron que me viene al pelo para definir el nazismo perfectamente integrado en el Estado de derecho hasta fagocitarlo pero sin acabar con él porque no le interesa– son los gurús del nuevo sistema en ciernes, del nuevo desorden mundial sustentado en el ultraliberalismo salvaje, la ideología totalitaria, las cloacas estatales y la represión de las libertades. España camina claramente hacia ese modelo autoritario y retro en el que los derechos ceden y el espionaje emerge como arma legítima del juego político. Aquí el Gobierno espía a los independentistas, Marruecos y la CIA espían a Pedro Sánchez y al Polisario, el CNI espía lo que puede y lo que le dejan, las grandes empresas y corporaciones espían a los ciudadanos con fines comerciales y Putin nos espía a todos erigiéndose como gran Leviatán u omnímodo dictador planetario bien pertrechado tras sus ejércitos de hackers especializados en la guerra híbrida. Una época, la de los derechos humanos y los nobles valores de la Ilustración, se cierra definitiva y dramáticamente; se abre otra era de la historia de la humanidad mucho más oscura, tenebrosa, inquietante.

La prueba fehaciente de que la democracia española degenera por momentos, dando señales de rápida putrefacción, la tenemos en la actitud que está adoptando Sánchez frente al escándalo Pegasus. Él, como víctima directa del espionaje, debería dar un puñetazo encima de la mesa y ponerse a la cabeza de los demócratas que exigen luz y taquígrafos para que quienes están detrás de estas prácticas criminales sean desenmascarados y paguen por sus delitos. Sin embargo, lejos de tomar decisiones drásticas contra los que planean acabar con la democracia a golpe de virus informático, bloquea la comisión parlamentaria de investigación, se esconde detrás de Félix Bolaños y Margarita Robles, guarda silencio y reza para que el Gobierno de coalición no le explote entre las manos dando lugar a elecciones anticipadas. Gabriel Rufián, que puede ser muchas cosas, pero nunca va de farol, ya le ha advertido que está jugando con fuego: “Pegasus no solo se puede cargar la legislatura, se puede cargar la democracia”. Y no exagera ni un ápice.

Entonces, si el asunto es de la máxima gravedad, ¿por qué titubea el presidente? Ayer, PSOE, PP, Vox y Ciudadanos votaban en contra de la comisión de investigación por el espionaje contra soberanistas catalanes y ministros del Gobierno, entre ellos el propio Sánchez. Al mismo tiempo, la Junta de Portavoces del Congreso de los Diputados aprobaba con los votos del PP, Vox y los grupos nacionalistas que el premier socialista comparezca en Pleno para dar las explicaciones oportunas sobre el turbio affaire que rodea al programa Pegasus. El colmo del surrealismo es que el partido de Abascal votó a favor de la comparecencia solicitada por, ni más ni menos, que EH Bildu. O sea que el líder ultra también se pliega, cuando le conviene, a las exigencias de los “herederos de ETA”, como él mismo suele decir. Cuidado Santi, que por ahí se empieza a perder patriotismo, populismo y votos.

De la vertiginosa jornada de ayer queda la decepcionante sensación de que Sánchez tendrá que ir al Parlamento poco menos que a rastras, a regañadientes y maniatado por unos y por otros. Un grave error de Moncloa. El patetismo en el que está cayendo el Gobierno con el asunto Pegasus roza lo grotesco. La ciudadanía ya percibe el fuerte olor a cloaca que desprende el episodio y lo que es mucho peor: empieza a constatar que el presidente quiere escurrir el bulto porque tiene mucho que ocultar y porque el chantaje (de Marruecos, de la CIA, del Mosad, de Putin o de quien quiera que le haya jaqueado el móvil robándole 2,6 gigas de datos personales) empieza a surtir efecto. Un presidente secuestrado por poderes “externos” sería la peor noticia en este momento.

Para rematar el desastre político, el CNI filtraba ayer a diversos medios de comunicación el malestar de la plantilla después de que el Ejecutivo de coalición haya aireado, por medio de Bolaños, los graves fallos en la seguridad nacional que han permitido el hackeo del smartphone presidencial. Desde hace tiempo, Sánchez tiene encabronados a todos los sectores profesionales del país (siguiendo los pasos de Macron el odiado), y solo le faltaba ponerse a los espías, la última guardia pretoriana que le quedaba en la soledad de palacio, en su contra. Si es cierto que el Gobierno no tiene nada que ocultar porque también se ha convertido en una víctima directa de Pegasus, ¿no hubiese sido más sano y eficaz abrir una investigación de oficio, con todas las de la ley y liderando el bloque de los demócratas frente al PP y la extrema derecha? La gestión de este asunto está siendo desastrosa, una ceremonia de la confusión con demasiado patadón y balones fuera. Da la sensación de que la araña ha quedado atrapada en su propia tela. Y lo peor de todo es que el escándalo no ha hecho más que empezar. 

Viñeta: Alejandro Becares

LA CIBERGUERRA

(Publicado en Diario16 el 3 de mayo de 2022)

Quienes le conocieron dicen que Rubalcaba no usaba smartphones porque estaba convencido de que eran cacharros altamente inseguros. Don Alfredo no usaba teléfonos inteligentes. Él era el inteligente. Hoy toda Europa tiembla tras el estallido de la guerra cibernética total. Macron, Sánchez, Merkel, Johnson… Ministros, eurodiputados, diplomáticos, funcionarios… La nómina de presuntos espiados crece día a día. “Pero, ¿quién está detrás de Pegasus?”, se preguntan unos alarmados. “¡La democracia está en peligro!”, exclaman otros aterrados. La neurosis del espionaje se extiende por todas las cancillerías, nadie se siente a salvo, la paranoia es más contagiosa que el peor de los virus.

Ahora, por fin, Bruselas empieza a tomarse en serio el problema y anuncia comisiones de investigación a diestro y siniestro. A buenas horas. Las instituciones europeas llevan años sufriendo ataques hackers, intrusiones malware, bloqueos en sus sistemas de seguridad más sensibles y vulnerables. Acciones que pueden acabar colapsando un país. Por lo visto, nadie hizo nada ante la más seria de las amenazas. Durante décadas, los espías informáticos (muchos de ellos al servicio de Putin) se han paseado como Pedro por su casa por los servidores de la Unión Europea, de la Casa Blanca, del Pentágono y hasta de la NASA. Hay quien cree que los piratas informáticos han llegado a tener en sus manos incluso el botón del maletín nuclear.

España, cuyo escudo informático defensivo es tan endeble como un muro de nata, también viene sufriendo estas intromisiones de la nueva guerra de guerrillas tecnológica. Se sospecha que los hombres de Putin, los cerebritos del KGB, han bloqueado y puesto patas arriba, y no en una ocasión sino varias veces, todos los servidores habidos y por haber. Se han colado en los ordenadores de los ministerios de Trabajo y Seguridad Social, han violado los protocolos de seguridad de Defensa, hasta han hackeado los archivos de la Policía. Nada que funcione con chips, cables y comunicaciones vía satélite se les resiste.

Los gobernantes occidentales habían vendido a sus ciudadanos el cuento de que todo estaba bajo control. Han tratado de convencernos de que esto de la ciberguerra era cosa de los traviesos muchachos antisistema de Anonymous, de unos gamberros conspiranoicos con unas cervezas de más, de unos introvertidos adolescentes con sudadera, capucha y granos en la cara muy adictos a la PlayStation y a vivir en un garaje. Aficionados antisociales enganchados al ordenador que no tenían nada mejor que hacer el sábado noche que ver webs porno y andar hurgando en las entrañas de los gobiernos para desencriptar la sopa de letras de los códigos nucleares. Nada más lejos. Ahora comprobamos con estupor que nos enfrentamos a auténticos terroristas del espionaje virtual al servicio de siniestros intereses políticos, un ejército de hackers mucho más poderoso que los tanques rusos embarrancados en Ucrania.

Lo de Pegasus huele que atufa a un nuevo frente abierto de esta Tercera Guerra Mundial en la que estamos metidos hasta el cuello, aunque no lo queramos asumir. La “guerra híbrida”, como dicen los sesudos analistas y expertos en seguridad internacional. Una forma de entender el conflicto bélico en la que todo vale: la insurgencia o rebelión popular, los virus propagados de forma intencionada, el terrorismo internacional, la desestabilización política, la propagación del odio, el bulo y la desinformación en las redes sociales, la batalla comercial, el lawfare u ofensiva judicial, el pucherazo electoral a distancia y la inmigración descontrolada como arma de destrucción masiva entre estados enemigos. En el mundo globalizado, el aleteo de una mariposa provoca un terremoto al otro lado del mundo; un periodista que publica una noticia en cualquier parte del planeta es capaz de derribar un lejano Gobierno de la noche a la mañana. Que se lo pregunten si no a los colegas de The New Yorker que han destapado el Catalangate sin necesidad de haber pisado Cataluña, ni tener pajolera idea de quién es Carles Puigdemont, ni de saber por qué demonios el mundo indepe coloca el retrato de los Borbones boca abajo desde la batalla de Almansa de 1707.

El empleo de las nuevas tecnologías para acabar con un país es una forma más de la guerra moderna, de esta extraña y distópica guerra híbrida de todos contra todos en la que se encuentra inmersa la humanidad. “Nos preocupa mucho, no solo ahora que han espiado el teléfono del presidente, también antes”, se defiende el ministro Bolaños. Falso, rotundamente falso. Hasta anteayer, todo esto del ciberespionaje les parecía cosa de las novelas de Tom Clancy o John le Carré. No invirtieron suficiente dinero para tapar los agujeros y brechas en la seguridad nacional, se relajaron y se olvidaron de las reformas necesarias. Por pereza, lo delegaron todo en los viejos espías del CNI, un organismo que ya sabemos cómo funciona (si es que funciona, porque ese mundo es tan hermético y secreto que nadie sabe lo que pasa realmente allí dentro). Los servicios de inteligencia deberían ser el último bastión para garantizar la seguridad de los ciudadanos y se ha convertido en un gueto cerrado y oscuro que está consiguiendo precisamente todo lo contrario: comprometernos a todos y tenernos constantemente en vilo.

Lo peor de todo, ahora que estalla la crisis, es que las preguntas sin respuestas se acumulan encima de la mesa. Seguimos sin saber si el CNI utilizaba el programa Pegasus para espiar independentistas, cuánto tiempo trabajó con esta herramienta intrusiva y si se usaba bajo mandamiento judicial; seguimos sin que nadie nos explique para qué nuestro Gobierno compró este poderoso spyware creado por la firma israelí NSO, o sea la gente próxima al Mosad; y sobre todo seguimos sin que nadie nos aclare por qué el PSOE, a esta hora, sopesa votar en contra de una comisión parlamentaria de investigación mientras su socio en el Ejecutivo de coalición, Unidas Podemos, la reclama con insistencia. Los socialistas argumentan que prefieren esperar a las explicaciones de la directora del CNI, Paz Esteban López, en la comisión de secretos oficiales. Poco o nada debemos esperar de esa comparecencia. Nada que pueda afectar a la seguridad del Estado será revelado en esa ni en cualquier otra comisión. En España, cuando los servicios de inteligencia se meten por medio siempre se acaba echando tierra encima. El pueblo español lleva desde 1981 pidiendo las cintas secretas del Cesid sobre el 23F y ahí nos hemos quedado, con las ganas de saber qué pasó. Solo a través de investigaciones periodísticas, de historiadores y novelistas hemos podido conocer que el tejerazo fue la consecuencia del proceso de nazificación o fascistización del Ejército español. Curiosamente, un fenómeno que hoy, alentado por el auge de la extrema derecha, vuelve a repetirse tristemente y al que nadie presta la debida atención.  

Solo hay una forma de sanear nuestra enferma democracia: luz y taquígrafos. Llegar hasta el fondo del turbio asunto Catalangate. Dimisiones, juicio a los responsables de las escuchas ilegales (caso de que los haya) y limpieza en profundidad de las cloacas. No vemos otra manera de acabar con este cáncer. Pegasus cabalga sin control, las democracias occidentales tiemblan. Estamos en guerra contra un enemigo invisible. La mano negra de Putin, gran símbolo de las autocracias totalitarias, se presiente en todas partes.

ESPÍAS EN MONCLOA

(Publicado en Diario16 el 3 de mayo de 2022)

A esta hora alguien, una persona física, un gobierno extranjero o una multinacional, maneja más de dos gigas y medio de información privada sobre Pedro Sánchez. El dato es como para echarse a temblar. Quien haya logrado colocar la “pulga” de Pegasus en el teléfono móvil del presidente del Gobierno sabía lo que se hacía. Ahora no solo tiene secuestrado al líder socialista, también a la democracia española, a la nación entera. Si entre el material sustraído hay información sensible que pueda poner en apuros a Sánchez el chantaje está servido. Sin duda, los hackers pondrán precio a los archivos, documentos, imágenes y audios que PS tuviese almacenados en su móvil contaminado desde hace un año. No cabe duda, podemos estar a las puertas de una crisis política monumental.

¿Pero de qué tipo de chantaje estamos hablando? Depende. Si los ladrones son ciberdelincuentes de una compleja trama internacional organizada probablemente pedirán dinero a cambio del material sustraído. Y no serán cuatro perras. Si detrás del golpe hay espías mercenarios, la buena reputación del presidente puede tener los días contados. Y si la operación ha sido orquestada por los servicios de inteligencia de un gobierno extranjero, véase la Rusia de Putin o el Marruecos del sátrapa Mohamed VI, la cuestión adquiere tintes todavía más dramáticos, ya que podría verse seriamente comprometida la seguridad nacional, o sea la seguridad de todos y cada uno de nosotros. Es lo que tiene este mundo súpertecnologizado que hemos construido, que las vidas de millones de españoles dependen del wasap del presidente.

De cualquier manera, no parece que el teléfono inteligente más importante de España gozara de la protección que se supone debería tener. Un año con el virus Pegasus transmitiendo datos a los hackers, a destajo, es algo que escapa a toda lógica. ¿Dónde estaban los especialistas en delitos tecnológicos del Centro Nacional de Inteligencia? ¿Cómo puede ser que el propio presidente no ordenara una revisión diaria y a conciencia de su terminal telefónico para asegurarse de que no le habían colocado una incómoda “pulga”, tal como parece que ha sucedido? ¿Acaso no estaba Moncloa sobre aviso después de que relevantes personalidades mundiales como Obama, Macron, Merkel y Boris Johnson, entre otros, hayan sufrido ataques similares? Son preguntas que se hace cualquier ciudadano con sentido común y sin mayores conocimientos de informática.

De momento, y a expensas de que se aclare el suceso, la conclusión que debemos extraer de este turbio affaire que traerá cola es que si los archivos privados del teléfono móvil presidencial andan por ahí sueltos, perdidos y sin control, tenemos motivos más que suficientes para no dormir tranquilos por la noche. Más tarde o más temprano aparecerá algún titular escandaloso, propio de cloaca, en algún medio de comunicación de la caverna. Ya lo hicieron antes con otros políticos como Pablo Iglesias, a quien unos espías chuscos, eso sí, muy patrióticos, quisieron desacreditar y arruinarle la vida con el móvil robado a su asesora Dina Bousselham. ¿Se acuerdan de aquel feo asunto? Una persecución implacable que no llegó a nada en los tribunales pero que sirvió para desestabilizar al Gobierno de coalición.

Uno cree que el futuro de Pedro Sánchez, y lo que quede de legislatura, podría estar marcado por este turbio episodio de Pegasus. Y no solo porque los independentistas están que trinan tras conocerse que han sido espiados (ya amenazan con romper con el Gobierno), sino porque llegados a este punto nadie sabe, salvo el presidente, qué demonios había en el terminal jaqueado. Puestos a especular, podríamos lanzar algunas hipótesis sobre la trascendencia del material desvalijado; a fin de cuentas todos los analistas lo hacen en el periodismo de hoy, así que nosotros no íbamos a ser menos.

Seamos optimistas y pensemos que en la galería de imágenes del smartphone presidencial no había nada importante ni diferente a lo que pueda guardar cualquier españolito honrado y de a pie. Solo cosas triviales, intrascendentes, como las fotografías de Sánchez con Zelenski durante su viaje relámpago a Ucrania; los pasados posados con Angela Merkel (a la que Sánchez tenía encandilada y cada vez que iba a Alemania o a Bruselas se traía un nuevo paquete de ayudas); el abrazo para el recuerdo con el propio Iglesias cuando se firmó el Gobierno de coalición (cómo hemos cambiado); alguna foto reenviada por Macron, que es un exhibicionista y le da por ir descamisado y mostrando su pecho lobo en las campañas electorales contra Le Pen; y quizá algún que otro selfi a los mandos del Falcon con las gafas de sol en plan Top Gun. Nada del otro jueves ni comprometedor. Todo lo más algunos montajes sarcásticos de esos que circulan por las redes sociales y que a todos nos terminan llegando por vía de algún amigo cachondo, en este caso Echenique, que es un guasón y no para de tuitear. Memes del moderado y centrista Núñez Feijóo envuelto en la bandera del pollo como un nuevo Caudillo gallego; memes de Ayuso como la libertad de Delacroix guiando a los hosteleros; memes del macho Abascal subido a una carroza del Orgullo, en plan reinona de España, o de la Familia Addams voxista con Rocío Monasterio en el papel de Morticia, Ortega Smith como Lurch El Largo y Jorge Buxadé emulando a Tío Fétido. En fin, gilipolleces varias que no dan para un chantaje con el que derrocar a un Gobierno.

Crucemos pues los dedos para que lo que haya caído en poder de los hackers sean puras frivolidades, simples banalidades, absurdeces sin importancia como las que todos llevamos en el teléfono para entretenernos en el metro, en el autobús o en la oficina y que no le interesan a ningún espía, ni a la oposición, ni a un país enemigo (ni siquiera al Kremlin o a Mohamed VI). Porque la otra hipótesis –que Sánchez tuviese guardadas en el móvil grabaciones de alto secreto, documentos de alta seguridad nacional, planos y audios altamente sensibles–, resulta aterradora por lo que tendría de letal para Moncloa y para la nación. Así que mucho cuidadín con la tontería de Pegasus, poderoso caballo alado capaz de derribar gobiernos. Por cierto, a Margarita Robles solo le han sustraído 9 megas, una miseria de datos. Por no tener, esta mujer no tiene ni un mal meme de Junqueras. Qué aburrida.

Ilustración: Artsenal

EL TELÉFONO DEL PRESIDENTE

 

(Publicado en Diario16 el 2 de mayo de 2022)

Los teléfonos móviles de Pedro Sánchez y Margarita Robles fueron pinchados por el programa Pegasus. El ministro de Presidencia, Félix Bolaños, ha convocado una rueda de prensa en día festivo (2 de mayo) para dar cuenta de unos “hechos de enorme gravedad”, mucho más teniendo en cuenta que el smartphone del presidente del Gobierno ha podido estar intervenido durante un año y que los hackers le han robado varios gigabytes de memoria, o sea, hasta las fotografías de la primera comunión.

De confirmarse el suceso, solo cabrían dos hipótesis explicativas: o estamos ante un ataque informático externo solo al alcance de los servicios secretos de un país extranjero (también de una gran multinacional) o el espionaje a Moncloa ha sido planeado desde dentro, es decir, desde los propios servicios secretos españoles.

En el primero de los supuestos, el Gobierno habría sido víctima de un complot internacional. No sería la primera vez que ocurre. Angela Merkel fue espiada y líderes europeos como Macron o Boris Johnson también han sufrido el acoso de las “pulgas” informáticas, aunque no lo hayan confesado oficialmente. No hace falta ser un avezado analista militar para entender quiénes son los posibles candidatos que podrían estar detrás de la amenaza: Rusia, Estados Unidos, Marruecos o el propio Israel. Los servicios de inteligencia de Moscú son los más poderosos del mundo y Putin siempre se ha mostrado interesado en desestabilizar la política interna española, mucho más después del estallido del procés de independencia en Cataluña y de la guerra en Ucrania, en la que nuestro país, no lo olvidemos, se ha implicado de lleno mediante el envío de material armamentístico a la resistencia ucraniana. Por tanto, no descartemos que el paranoico exagente del KGB haya vuelto a las andadas recordando sus viejos tiempos de la Guerra Fría. Putin es un nostálgico exacerbado y ya se sabe que todo exceso de nostalgia conduce a la melancolía y a la depresión, que en este caso se traduce en una recaída en el viejo vicio del micrófono oculto.

Estados Unidos podría ser otra mano que mece la cuna, sobre todo teniendo en cuenta que Joe Biden no se lleva con Sánchez, al que considera un peligroso rojo bolivariano (por eso le hace la cobra en las cumbres de la OTAN). Desde este punto de vista, la CIA podría no andar demasiado lejos. Recuérdese que el escándalo Pegasus fue aireado por primera vez por The New Yorker, una revista norteamericana que tiene más de suplemento cultural que de publicación política. En este asunto, como en casi todos, el contexto resulta determinante y la reciente crisis entre España y Marruecos (con el Polisario por medio) puede que tenga algo que ver. Es evidente que el Tío Sam posee sumo interés en saber qué está ocurriendo en la siempre inestable confluencia geoestratégica entre la puerta española del sur europeo y el norte de África. La región se ha convertido en uno de los puntos calientes del planeta, un polvorín, no solo por el trasiego yihadista y el terrorismo internacional sino porque por ahí pasa buena parte del tráfico de drogas mundial y las mafias de la inmigración ilegal. A Washington le interesa, y mucho, poner la oreja, estar al tanto de todo lo que ocurra en nuestro país y más concretamente todo lo que Pedro Sánchez esté pensando hacer en la zona. La hipótesis de que el espionaje viene del Pentágono no es descabellada por mucho que España y USA sean países aliados y socios en la OTAN.

Inevitablemente, la sospecha de la CIA conduce a Marruecos, el gran escudero estadounidense en África. En los últimos dos años las relaciones entre Madrid y Rabat se han deteriorado al extremo, hasta el punto de que ambos gobiernos llegaron a romper relaciones después de que a Mohamed VI le entrara un ataque de cuernos cuando España decidió dar acogida y hospitalización a Brahim Gali, el gran enemigo marroquí del Frente Polisario. Fue entonces cuando el monarca alauí abrió la frontera y una avalancha de espaldas mojadas se precipitó sobre la verja de la playa del Tarajal. Tras meses de alto voltaje en los que incluso se llegó a hablar de conflicto abierto por la soberanía de Ceuta y Melilla, la situación no se ha normalizado hasta hace unos días, cuando Pedro Sánchez ha decidido aceptar el plan marroquí para la autonomía del Sáhara, una claudicación impuesta por Washington con la que el Gobierno español reduce a papel mojado todas las resoluciones de la ONU sobre el derecho a la autodeterminación del pueblo saharaui. Resulta difícil creer que un país en vías de desarrollo como Marruecos pueda pinchar el teléfono del presidente español, pero todo puede ocurrir en esta realidad distópica en la que nos han metido. De ser así, de confirmarse semejante brecha en la seguridad nacional, deberían saltar todas las alarmas, ya que colocaría a España a la altura de una república bananera. Ya sabemos que este es el país de la chapuza nacional y no se puede descartar nada.

La segunda línea de investigación, la que apunta a que el espionaje a Sánchez y a Robles venga de dentro, de los propios aparatos del Estado, resulta todavía más inquietante. Aquí ya no estaríamos hablando de graves fallos en los servicios de inteligencia impropios de un Estado moderno y avanzado sino de un nuevo caso de cloacas, de espías con licencia para matar y de elementos incontrolados que en lugar de trabajar al servicio del Estado estarían trabajando para derrocar a un Gobierno. Es decir, una siniestra trama contra la democracia, de manera que ya podemos empezar a sospechar quién está detrás: los poderes fácticos fascistas de toda la vida.

Por experiencia sabemos que, desde 1978, en nuestras fuerzas de seguridad pululan grupos salvajes, sicarios en la sombra que trabajan con su propio código ético, mercenarios al margen de la ley y de la autoridad judicial. Ahí están casos como el GAL, la guerra sucia contra ETA, los fondos reservados, la policía patriótica, el comisario Villarejo y tantos tristes episodios de nuestra historia reciente. Por lo visto, Sánchez no ha querido o no ha sabido desinfectar esos sucios albañales del Estado. O en palabras de Rufián: si no limpias tus cloacas, no te quejes de que las ratas te muerden. Por eso esta vez los independentistas (masivamente espiados por Pegasus) tienen buena parte de razón al sentirse víctimas de una caza de brujas. Mucho más cuando Margarita Robles, desde su escaño de las Cortes, llegó a sugerir que el mundo indepe se merecía ser espiado por malos españoles, lo que motivó los aplausos y vítores de la extrema derecha de Vox. Otra mancha en la hoja de servicios de la belicosa teniente O’Neil doña Margarita. Ahora Esquerra, Junts y la CUP hablan de cortina de humo para convertir a los verdugos en víctimas y a Sánchez en cazador cazado. Todos ellos creen que las explicaciones del Gobierno “no cuelan” y que solo tratan de desviar la atención del escandaloso episodio de vigilancia a la disidencia catalana. Lo único cierto es que, a fecha de hoy y pese a la polvareda política, va a resultar casi imposible saber quién le ha metido la pulga, el virus, o lo que sea, al presidente socialista. Pegasus es un Gran Hermano tan perfecto que no deja ni huella.

Viñeta: Álex, la mosca cojonera

LA CABEZA DE DOÑA MARGARITA

(Publicado en Diario16 el 29 de abril de 2022)

Margarita Robles es la ministra más cuestionada del Gobierno Sánchez. A su atolondrada gestión de la guerra de Ucrania (en los primeros días de la crisis envió fragatas a la zona de combate antes que los propios norteamericanos) se une ahora su nefasta gestión del escándalo Pegasus, una trama de espionaje a 63 cargos independentistas catalanes. El feo y complejo asunto no sería plato de buen gusto ni siquiera para el ministro más experimentado, pero Robles se ha ido metiendo poco a poco, ella solita, en el lodazal. La gota que colmó el vaso cayó el miércoles cuando, en vísperas de la votación más importante de la legislatura en el Congreso de los Diputados –el trámite del decreto anticrisis que debe sentar las bases de la economía de guerra en los próximos meses–, a la ministra de Defensa no se le ocurrió mejor idea que arremeter contra los partidos independentistas, entre ellos Esquerra Republicana de Cataluña, uno de los socios preferentes del Gobierno cuyo apoyo resultaba trascendental para sacar adelante la nueva legislación. El decreto contempla medidas tan urgentes y necesarias como el control del precio del gas, la gasolina y la luz y un programa de préstamos ICO por importe de 10.000 millones de euros para los sectores más afectados por la recesión, véase la agricultura, la ganadería y la pesca. Había mucho en juego, tanto como la economía de millones de españoles.

Pues en ese contexto de máxima tensión, Robles decidió lanzar su histórica diatriba contra el soberanismo. “Qué tiene que hacer un Estado o un Gobierno cuando se vulnera la Constitución, cuando alguien declara la independencia, corta las vías públicas o está teniendo relaciones con dirigentes políticos de un país que está invadiendo Ucrania. Les viene bien aparecer como víctimas, pero no les he oído nunca defender los principios básicos del Estado de derecho y los derechos y libertades de todos los ciudadanos”, alegó Robles en una declaración que sonó a justificación del espionaje sin control mediante el misterioso Pegasus, un programa de escuchas supuestamente empleado por el CNI. Tal como era de esperar, los diputados soberanistas catalanes se llevaron las manos a la cabeza, acusaron a Robles de mantener un discurso ultranacionalista más propio de Vox que del PSOE y anunciaron que al día siguiente (ayer para el lector) votarían un rotundo “no” al decreto anticrisis, no solo por la “pasividad” del Gobierno a la hora de depurar responsabilidades en los servicios de inteligencia (“rodar cabezas”, como dice Echenique) sino por lo que consideraron una provocación de la titular de Defensa. El propio Gabriel Rufián, portavoz de Esquerra en el Congreso, calificó de “burradas” las cosas que dijo la ministra y le sugirió que “pida la entrada en el PP”. Demoledor.

Obviamente –no hacía falta ser un avezado analista para verlo–, doña Margarita se acababa de pegar un tiro en el pie, aunque más bien se lo había pegado al propio Gobierno, que unas horas después se jugaba el futuro de la legislatura y del país. De cara a la galería, Sánchez respaldó a su ministra frente a quienes pedían con insistencia su dimisión por el turbio caso del espionaje, pero es más que probable que de puertas para adentro, en privado, haya habido llamada a capítulo, tirón de orejas y reprimenda por la nefasta gestión de la crisis Pegasus. Entendemos que así ha sido porque, tras ser abordado por los periodistas que querían saber si respaldaba a la titular de Defensa, el presidente se limitó a soltar un lacónico y frío: “Eso por supuesto”. Y hasta ahí. Ni una palabra más. Ni un solo párrafo adicional de agradecimiento o cariño o para ensalzar la virtudes y habilidades políticas de su colaboradora de gabinete. Un escueto “eso por supuesto” y punto. Acto seguido, Sánchez pasó a otra cosa, sin entrar en más detalles sobre la polémica pese a que el Gobierno se encontraba ante la crisis más morrocotuda desde la formación de la coalición gubernamental, lo cual ya es decir teniendo en cuenta que las relaciones entre PSOE y Podemos han transitado entre el enfrentamiento abierto y la convulsión al borde de la ruptura, o sea, rollo Pimpinela pero con facas y a muerte.

Ayer, Sánchez logró salvar, in extremis, su decreto anticrisis. La bomba Pegasus estuvo a punto a hacer descarrilar el paquete de medidas para tiempos de guerra (176 escaños, es decir, un aprobado raspado regalado por Bildu y gracias). De haber sido rechazado el decreto, el panorama para el Gobierno hubiese sido más bien oscuro tirando a negro. Sin apenas apoyos parlamentarios y con las calles rebosantes de manifestantes, de camioneros protestando por el precio de la gasolina y de indignados hartos de la inflación y de no poder llegar a final de mes, la sombra de las elecciones anticipadas hubiese planeado peligrosamente sobre Moncloa. El presidente ha logrado salvar otra bola de partido (la segunda, la primera fue la reforma laboral que salió milagrosamente adelante gracias a un diputado del PP que suele hacerse un lío con el voto telemático). No obstante, nuestras fuentes en Moncloa (algunas nos quedan todavía) nos dicen que Margarita Robles está siendo fuertemente criticada no solo por el ala podemita del Ejecutivo de coalición (muy irritada por los últimos acontecimientos) sino también por los suyos de la parte socialista. Aunque parece que las aguas vuelven a su cauce, la ministra Robles sale seriamente tocada de este envite y no nos extrañaría nada que Sánchez la dejara caer en una de sus remodelaciones ministeriales por sorpresa. Con lo fácil que le hubiese resultado a doña Margarita decir que Pegasus es cosa de los tribunales o incluso recurrir al socorrido no comment o al “no puedo entrar a valorar asuntos de seguridad nacional”. Quiso quedar como la más patriota de los patriotas y casi se carga el Gobierno. Y esta es la señora que tiene en sus manos los asuntos de la guerra con Putin. Que Dios nos coja confesados.

Viñeta: Iñaki y Frenchy

EL ERROR DE RUFIÁN

(Publicado en Diario16 el 28 de abril de 2022)

El Gobierno de coalición ha salvado, sobre la bocina y por la mínima, su plan anticrisis. Al final Bildu y el BNG han dado los apoyos necesarios mientras que el PP ha votado en contra. El partido de Feijóo no se diferencia demasiado del que dirigió aquel Pablo Casado siempre filibustero, antisistema y rupturista. Hoy, el Ejecutivo progresista se jugaba a todo o nada no solo su futuro en la legislatura, también el destino del país. Necesitaba más que nunca esos ansiados 176 escaños para sacar adelante su nuevo programa para tiempos de guerra. En medio de una crisis galopante a causa de la pandemia, con la invasión de Putin recrudeciéndose por momentos y la extrema derecha seduciendo a los ciudadanos en toda Europa, era un buen momento para sumarse a un gran pacto de Estado capaz de resucitar la economía y rescatar a millones de españoles que sufren los estragos de la diabólica coyuntura internacional. Unos y otros, los que han antepuesto sus intereses partidistas y los que han hecho un ejercicio de responsabilidad por el bien común, han quedado retratados para la posteridad.

El plan que se debatía hoy en el Congreso de los Diputados no solo era positivo para el país, sino imprescindible para evitar una quiebra social. Ayudas contra la subida del precio de los carburantes, subvenciones agrícolas, pesqueras y ganaderas, créditos ICO por valor de 10.000 millones euros para reactivar a los sectores más afectados y una prórroga a la rebaja del IVA en la factura de la luz son propuestas más que meritorias que no deberían encontrar el rechazo de ninguna fuerza política responsable. Pero el PP, el supuesto nuevo PP de Feijóo, ha vuelto a decepcionar una vez más. Del principal partido conservador se esperaba un cambio de rumbo, un viraje desde la demagogia trumpista en que cayó Casado a la realpolitik. Muchos esperaban que los populares, siquiera por un momento, aparcaran su política de bloqueo sistemático y parálisis por puro electoralismo para dar un aval a la iniciativa del Gobierno, que en definitiva era el aval a mejoras en la calidad de vida de los trabajadores españoles. Sin embargo, cada vez está más claro que el Partido Popular ya solo vota lo que vote Vox. Feijóo, el presunto centrista Feijóo, el supuesto hombre de Estado Feijóo, sigue en las mismas. El complejo que sienten los populares ante los ultras parece incurable.

Lo del PP lo tenemos asumido, no podemos esperar nada de ese partido que se ha entregado al nuevo fascismo posmoderno. Pero lo de Esquerra Republicana de Cataluña duele. Un grupo político que se llama a sí mismo socialista, un aliado habitual del Gobierno en programas sociales, no puede, no debe, mercadear con el futuro de millones de personas. Los republicanos están indignados con el caso Pegasus, el escándalo de espionaje contra 63 cargos del independentismo catalán. Y tienen toda la razón en su enfado monumental. Ahora bien, hoy no tocaba hablar de eso. ¿Qué tiene que ver un asunto de cloacas del Estado que debe dirimirse en comisión parlamentaria y en sede judicial con el bienestar económico del pueblo? Cuéntele usted a un camionero, señor Rufián, que las familias de los transportistas no van a tener derecho a unas ayudas al carburante por una historia de espías del CNI que ni les va ni les viene y que suena a mala novela negra para las tertulias de unas élites políticas, de una casta, de un establishment que medra por ahí arriba en las altas esferas de la democracia. No lo entenderá. Es más, probablemente no lo perdonará y terminará votando a la extrema derecha. Y así va cuajando el nuevo nazismo 2.0, a base de errores de una izquierda desnortada y enfrascada en cuestiones que no sirven para que las clases humildes puedan llevar un plato de lentejas a casa.

De alguna manera, tras estallar el caso Pegasus, el Rufián socialista volvió a evaporarse, una vez más, dando paso al Rufián nacionalista. Hasta ahí llegó el supuesto izquierdismo del brillante parlamentario catalán. Al dirigente republicano no se le puede negar su valía y su talla política (su chiste de ayer sobre el PP, “son ustedes de centro, de centro penitenciario”, es sencillamente sublime). Pero hay algo que con demasiada frecuencia le pierde para la causa de la maltrecha izquierda europea: sigue fallándole el internacionalismo al que ha renunciado (una cualidad esencial en alguien que se considera socialista). Lo cual le lleva a confundir al enemigo principal, que no es el malvado Gran Hermano del Estado español que nos espía a todos, sino el gran capital, ya sea el Íbex 35 o la burguesía puigdemontista de Canaletas. Rufián sigue viendo el mundo convulso del siglo XXI desde su ombligo chovinista y territorial, desde el faro decimonónico de su terruño en Santa Coloma de Gramanet, del que parece no haber salido todavía, y eso que es un hombre viajado, leído y cosmopolita. Todo ello nos lleva a la misma conclusión de siempre (y mira que se lo hemos explicado aquí muchas veces): el nacionalismo irredento es absolutamente incompatible con la izquierda internacional porque, de una forma o de otra, siempre deviene en una suerte de aislacionismo endogámico, identitario, provincial, y en un egoísmo patriótico que termina por confundir el plan original, que no es otro que la lucha de clases y la derrota de las injusticias provocadas por el ultraliberalismo salvaje.

Entendemos que Margarita Robles no se lo ha puesto fácil a Rufián para votar sí. El alegato de ayer de la ministra de Defensa (“¿qué tiene que hacer un Estado cuando alguien vulnera la Constitución y declara la independencia”) fue más propio de 2017 que de 2022, un error mayúsculo en el peor momento. Si lo que pretendía el Gobierno era recabar los apoyos de Esquerra al plan anticrisis, horas antes del decisivo debate parlamentario, consiguió precisamente todo lo contrario. A doña Margarita deberían atarla en corto en Moncloa porque da la sensación de que su ardor guerrero, con esto de la guerra de Ucrania, la hace venirse arriba con demasiada frecuencia. Hasta los diputados de Vox aplaudieron su intervención. Con eso está todo dicho. 

Viñeta: Iñaki y Frenchy