sábado, 31 de octubre de 2015

LA REVOLUCIÓN DEL CUARTO DE HORA


(Publicado en Revista Gurb el 30 de octubre de 2015)

En los tiempos revueltos que corren, las revoluciones duran lo que dura un pitillo. Hace apenas un par de meses, Podemos era una férrea apisonadora que lo arrasaba todo a su paso y Pablo Iglesias buscaba armarios de Ikea para amueblarse la Moncloa. El bipartidismo estaba destrozado, herido de muerte; el sistema hacía aguas por todas partes y ya se hablaba de abolir la Constitución y de mandar a los reyes a tomar las aguas de París; Rajoy estaba noqueado y soltaba incoherencias purulentas como la niña del exorcista; y Pedro Sánchez andaba como alma en pena por los pasillos de Ferraz, como un dependiente del Corte Inglés al que acabaran de despedir por sosainas. Estábamos a las puertas de una revolución silenciosa, imparable, de un vuelco político sin precedentes. Hoy, a falta de solo dos meses para las elecciones, con Cataluña a punto de romper con España, el PP vuelve a recuperar puntos en las encuestas, el PSOE se afianza en la oposición y un partido de laboratorio que se llama Ciudadanos y que no sabemos muy bien a qué juega pero que tiene toda la pinta de ser más de lo mismo, se convierte en la clave de la gobernabilidad de España. Rajoy se encuentra a gusto en su miasma de mentiras económicas y en esta nueva cruzada contra los que quieren romper la sagrada unidad de España hasta Pedro Sánchez le ha puesto el PSOE a su servicio y a los pies de su señora. Cambian los vientos, cambian las tornas.
La justa revolución de los indignados, de la famélica legión, lamentablemente ha durado cuatro telediarios, y ni siquiera eso, cuatro tertulias coñazo de la Sexta con Inda y Marhuenda, tendríamos que decir para ser exactos. Las encuestas dan un resultado aterrador para Podemos con un pírrico 13 por ciento de los votos, una representación casi testimonial que es la misma que tenía Izquierda Unida, de modo que solo le hemos cambiado el collar al perro. Las promesas de cambio, la ilusión por un futuro mejor para este país, la revolución de los parias, se ha desinflado a la griega, como se ha desinflado el propio Pablo Iglesias, que dice estar cansado antes de haber empezado a jugar el partido. Si a CR7 se le ocurre decir eso antes de jugar el derby contra el Barsa lo echan a patadas del Bernabeu. Flaco favor le ha hecho Iglesias a la causa mostrando sus debilidades a Risto Mejide, ese Mefistófeles con gafas de ciego que bendice y arruina las vidas ajenas postrado en su tranquilo sofá. Un caudillo como Iglesias que da síntomas de cansancio condena a su tropa a la desmoralización, al abandono, a la derrota. Y en esas estamos, vuelta otra vez a la pesadilla del bipartidismo, solo que ya no es bipartidismo, sino tripartidismo, que todo cambie para todo siga igual, como en un regreso al pasado, o al futuro, ahora que está de moda la película por el aniversario del que todo el mundo habla. ¿Qué error ha cometido la izquierda? ¿Por qué todo se ha venido abajo como un mal cupcake de programa yanqui de cocina? ¿Por qué ha fracasado un movimiento ciudadano noble, digno y necesario antes de que el juez de carrera diera el pistoletazo de salida? Porque, una vez más, se ha impuesto la maquinaria aplastante de la derecha, las formas sobre el fondo, las retóricas sobre las ideas, las propagandas sobre las realidades. En el fondo no es más que la política que inventaron los sofistas griegos allá por el siglo V antes de Cristo y que por lo visto sigue funcionando como un reloj suizo. El PP lleva años aplicando ese manual milenario a rajatabla. Nunca reconocer errores propios ni hacer autocrítica; siempre negar la corrupción, que es cosa del loco Bárcenas que pasaba por allí; hacer piña, prietas las filas aunque se aireen las trifulcas entre sorayos y margallistas; mantener siempre el mismo discurso, como un disco rayado, como una letanía que va cuajando en las mentes de los ciudadanos, poco a poco, gota a gota a modo de ácido corrosivo. España va bien, creamos dos mil empleos diarios, dejamos atrás la crisis, superamos la herencia mala de Zapatero, España es una gran nación, una, grande y libre, pam-pam, pam-pam, percutiendo sin descanso, machacando a la opinión pública como un martillo pilón. Y así es como el PP, que es un boxeador que encaja los golpes con la maestría de Floyd Mayweather, ha ido capeando la lluvia de golpes que durante meses le han caído desde Podemos. Así es como el PP ha mantenido el tipo en los peores momentos, con la ceja partida y el labio manando sangre, tambaleante pero de pie, encajando, zafándose, corriendo al rincón como un cobarde si era preciso. Ha superado el peor trago del combate y ahora pasa a la ofensiva con su catálogo de crouchés manidos, clásicos ganchos de derecha y escandalosas mentiras. Han puesto en marcha su poderosísima maquinaria de partido y ya no hay quien los pare; han desempolvado el viejo manual de campaña que sus líderes se saben de memoria y que recitarán, sin saltarse una coma, como un libro de salmos; contratarán cohortes de asesores de Harvard que medirán, sopesarán, encuestarán, analizarán y concluirán cuáles son las mejores estrategias para ratificar la victoria el 20D. A menudo tendemos a minusvalorar el poderío de ese partido. Nos creemos que está dirigido por paletos y mediocres que no saben hacer la o con un canuto. Es cierto que hay mediocres, como los hay en todas partes, pero también hay avezados expertos en la sombra que saben muy bien lo que se hacen, fontaneros y artesanos de la política que son capaces de resucitar a un partido muerto y llevarlo en volandas a la victoria.
Pablo Iglesias lo tenía todo en su mano para ser presidente del Gobierno, la confianza de una mayoría importante del pueblo, ideas nobles y elevadas, carisma, valentía y talante reformista. Ha tenido a su contrincante contra las cuerdas pero lo ha dejado escapar en el último momento. Le ha perdido el exceso de confianza y algo de soberbia, pensar que el combate ya estaba ganado por KO, creer que con su soniquete hip hop y su aspecto de profesor joven y honrado se llevaría de calle al pueblo. Quiso creer que con cuatro chistes malos sobre Rajoy le bastaba y le sobraba, Manitú, Manitú, Coleta Morada. Ha desperdiciado un tiempo precioso entre tertulias televisivas, idas y venidas a Bruselas y visitas al Rey para regalarle Juego de Tronos, que como es una serie infinita que nunca termina, le ha ocupado todo el tiempo. No ha sabido sortear las trampas que le han puesto sus enemigos políticos y mediáticos, la vinculación con Venezuela, las acusaciones de bolivarianismo, el dinero de la Tuerka, la declaración de renta de Monedero, para qué seguir. Si hubiera jugado mejor sus cartas hoy no estaría tan lejos de la Moncloa. Ni Rivera tan cerca.

Ilustración: Artsenal

MARTANIEVES FERRUSOLA Y LOS SIETE ENANITOS



(Publicado en Revista Gurb el 30 de octubre de 2015)

Érase una vez, en un país muy muy lejano de altas cumbres y frías nieves de invierno que bien podría ser Andorra la Vella, un abuelito encantador que se llamaba Florenci (Florenci en catalán, Florencio en castellano). El abuelito Florenci vivía en su masía andorrana (que no almorrana, ese es otro cuento) rodeado de verdes prados y campos de margaritas por doquier, tralará tralará, más un perrillo con un ojo a la virulé y algo abstracto pero muy listo, ya que parlaba molt bé el catalá y le seguía a todas partes sin rechistar, al que llamó Cobi. El abuelito Florenci, que para desayunar se metía entre pecho y espalda una pizza de Casa Tarradellas y un par de butifarras de primera (haciéndole la butifarra a la OMS, al colesterol y al cáncer de colón) amasó cuatro perrillas de nada, nadie sabe cómo ni dónde, y vivió muchos años feliz y contento. Hasta que al final de sus días, ya en su lecho de muerte, el abuelo Florenci llamó al seu fill Jordi para comunicarle que le hacía heredero único de su legado, la calderilla y el perrillo Cobi, además del amarilleado carné de sosi del Barsa, que por entonces, como no ganaba copas ni nada, apenas tenía valor. A Don Jordi sus amigos lo conocían como Pujol en honor a un defensa central de la selección española con mucha testosterona y tupida melena de león, y otros lo conocían como Joda, mayormente sus enemigos de la tribu de al lado, esos bravucones españolazos que siempre estaban durmiendo la siesta, matando vaquillas a hostias o dando golpes de Estado. Los españolazos eran unos pesados porque andaban todo el rato metiéndose con don Jordi por pesetero, por su corta estatura (Jordi enano, habla castellano) y porque se explicaba raro, siempre para el cuello de la camisa y entre toses, cof, cof, cof. Era don Jordi un hombre preparado y afable llamado a construir un gran país llamado Catalonia Is Not Spain (al final el nombre quedó en Catalonia a secas, por resumir y ahorrar, que para algo Don Jordi era muy catalán) un país que ha dado al mundo un pintor chiflado llamado Dalí, un jugador de fútbol que dribla como nadie a los defensas centrales de Hacienda y unos castillos humanos altísimos, auténtico deporte nacional en el que hay muchos lesionados por los guarrazos y leches que se pegan al caer.
Don Jordi era algo así como un conde en un pequeño condado decidido a hacer grandes cosas, un caudillo bajo en estatura y con muy mala leche, como deben ser los caudillos, y gracias a sus dotes de gobernante llegó a molt honorable president de la Yeneralitá, un cargo tan importante como el de presidente de la comunidad de vecinos, o incluso más. Durante años, don Jordi mantuvo en secreto el pastizal que había heredado del abuelito Florenci, mutis por el foro, en boca cerrada no entran moscas, cremallera total, por eso hablaba atolondrado y para el cuello de la camisa, para que nadie entendiera sus chanchullos, hasta que un buen día conoció a una princesa en el pueblo que no era Belén Esteban sino lady Marta, de la que se enamoró perdidamente y que le dio siete hijos, de ahí que, como en el cuento de hadas, el populacho rebautizara a la señora como Martanieves Ferrusola. Durante años, don Jordi se iba de cuando en cuando a los madriles a negociar muchas pesetes y transferencies con un tal Felipe, príncipe de los gitanos españolazos, y así fue como le sacó muchos pactos fiscales, buenos aves y hasta una olimpiada en Barcelona, un pelotazo fuerte en el que enchufó de mascota a su perrito Cobi. Se ve que todo eso le dio dinero en cantidad y Felipe siempre miraba para otro lado cuando don Jordi se metía en el bolsillo unas migajillas de un 3 por ciento de nada. En poco tiempo, la calderilla del abuelo Florenci se multiplicó por once, creció como el milagro de los panes y los peces, hasta llegar a los 40 millones de eurazos, millón arriba, millón abajo. La princesa Martanieves y los siete enanitos estaban muy contentos y se dedicaban a gestionar la pela que don Jordi traía a la masía.
Por la mañana, la bella Martanieves (bella por decir algo, ya que con tanto dinero contrajo un hechizo malo y se le puso cara más de bruja que de princesa) se iba de bancos con su prole, los siete enanitos, y por la noche, ya extenuados de tanto patear bancos y más bancos, regresaban a casa cantando aquello de aihó, aihó, a casa a descansar. A la luz del candil, Martanieves contaba el dinero que traía el rey de Catalonia ante la atenta mirada de los pequeñuelos, que ya iban haciendo un cursillo acelerado de contabilidad a la catalana. Los siete enanitos eran muy alegres, simpáticos y vivarachos y vivían muy felices en la masía. Estaba Jordi Junior, que no era un cantante de música ligera sino el mayor de la prole, un gran aficionado a coleccionar coches de lujo, en plan chulo playa, venga porsches y ferraris, más algún que otro volkswagen con el motor trucado con los que se iba de rallys por la Costa Brava. También estaba Oriol Pujol, que se lo pasaba en grande jugando a las ITV, había que verlo, cómo disfrutaba el chiquillo moviendo maletines llenos de peles, de ITV en ITV, de oca en oca y tiro porque me toca. Martita, por su parte, iba para arquitecta, era la empollona intelectual de la familia con esas gafas de culo de vaso que ni una secretaria del Un, Dos, Tres, pero al final se quedó a medias y terminó de enchufada en el ayuntamiento de un reino muy lejano. Por supuesto, también llegó alto. Oleguer Pujol era el benjamín, el más pequeño en edad, que no en ingenio, y el más limpio del clan ferrusoliano, eso sí, porque el niño blanqueaba que daba gusto, todo lo dejaba muy limpio, los ferraris de la familia, los pasillos del Palau de don Jordi, la Moreneta, a la que le pasaba el plumero los días de misa, y sobre todo el dinero, el dinero que lo dejaba reluciente como nadie. Luego la pela, ya bien limpia y aseada, se iba para Panamá, México, Suiza, Reino Unido, Argentina, Liechtenstein, en fin, living la vida loca, como Ricky Martin. Todos los días don Jordi despachaba la cuentas con el secretario del partido, el señor Artur, un aprendiz avezado que ahora quiere hacer de Catalonia Is Not Spain otra Andorra independiente con bajos impuestos, mucho banco y mucho casino lleno de putas del barrio chino por todas partes. Hay más enanitos en este cuento y en esta fabulosa familia, pero nos llevaría un siglo contar todas sus aventuras y peripecias. De modo que aquí nos quedamos, así fue como el señor Don Jordi, rey de facto de Cataluña, su esposa Martanieves y los siete enanitos se hicieron ricos, vivieron felices y comieron perdices. Hasta que llegó la Policía a cortarles el rollo y un juez muy malo y muy anticatalino les tomó manía y los imputó a todos sin rechistar, a ellos, pobres, que solo tenían cuatro perrillas de nada legadas por el abuelito Florenci. Malditos maderos españolazos con sus jueces abominables. Si es que está claro que España nos roba. Colorín, colorado.

Viñeta: L'Avi

viernes, 30 de octubre de 2015

EL JUEZ DEL PUEBLO



Joaquim Bosch (Cullera, 1965) no es un juez al uso. En España, tradicionalmente ha proliferado el prototipo de juez estirado y hermético, muy alejado de los problemas reales de la sociedad, por lo general descendientes de familias de juristas de rancio abolengo, más bien de ideas conservadoras, cuando no reaccionarias, y con un punto de soberbia. Hasta hoy, ser juez en España ha supuesto pertenecer a una casta privilegiada, poderosa, intocable. Pero Joaquim Bosch, Ximo, como lo conocen sus amigos y allegados, no es de ese palo. Él ejerce la magistratura que le otorga el imperio de la ley con dedicación y humildad, sin endiosamientos, consciente de que ser titular de un órgano judicial supone, ante todo, una vocación de servicio público más que un privilegio dotado de poder. La puerta de su despacho en el pequeño Juzgado de Instrucción Número 1 de Moncada (Valencia) siempre está abierta para los periodistas y el ciudadano en general. Además, desde hace algunos años mantiene una intensa actividad como portavoz de Jueces para la Democracia, una asociación progresista que aglutina a diversos profesionales de la judicatura y que mantiene una actitud crítica constructiva con el Gobierno. En sus casi diarias apariciones en diferentes cadenas de televisión que le han granjeado la fama de juez mediático, Bosch nos explica con palabras llanas y directas, muy alejadas de la jerga farragosa y complicada que emplean los jueces, los males endémicos de la judicatura en España. “A ningún Gobierno le ha interesado resolver los problemas de la Justicia”, asegura Bosch, quien, sin tapujos, hipocresías ni corporativismos de ninguna clase, denuncia que la ley penal española “criminaliza al pobre y beneficia al político corrupto, al ladrón de guante blanco”. Hoy, Joaquim Bosch, colaborador habitual en la sección de Opinión de Revista Gurb, nos abre las puertas de su juzgado, que es tanto como abrir las puertas de la maltrecha, anticuada y defenestrada Justicia española.

Foto: Rafael Jorge

Entrevista completa en Revista Gurb

viernes, 16 de octubre de 2015

EL INFIERNO DE MARISCAL



El diseñador Xavier Mariscal (Valencia, 1950) ha pasado del cielo al infierno en el tiempo que se tarda en dibujar un boceto. Hace nada, al padre de Cobi, la mascota de los Juegos Olímpicos de Barcelona, le llovían las ofertas de todo el mundo, de Japón, Nueva York, París, y muchas las rechazaba "sencillamente porque no me interesaban". Hoy el teléfono ha dejado de sonar, el correo electrónico está vacío y su estudio creativo, en otro tiempo una factoría llena de artistas donde nunca faltaban bocadillos y cervezas, está en la más absoluta ruina. La crisis se llevó por delante el imperio Mariscal, como un vendaval imparable, y ahora el artista trata de reinventarse en otros proyectos como la película Chico y Rita que rodó con Fernando Trueba. "Me arruiné, no lo supe hacer, y al mismo tiempo tuve un desengaño amoroso y terminé en el psiquiatra tomando pastillas", asegura. Sin embargo, Mariscal dice sentirse ahora más libre que nunca para decir lo que piensa: "A este Gobierno tan franquista que tenemos no le gusta la cultura. Camps me decía: aquí está mi teléfono para lo que quieras, Rita sa cansó de invitarme al balcón del Ayuntamiento y de repetirme: aquí puedes hacer muchos negocios. Y yo le contestaba: Que no tía, que no, que no… Fue muy fuerte lo que pasó aquí ya desde Zaplana". Esta semana Mariscal pasó por la sala La Rambleta de Valencia, donde mantuvo un interesante cara a cara con la periodista Mariola Cubells. Allí contó cómo fueron sus primeros años en Valencia, su aventura en la Barcelona olímpica por la que sigue conduciendo "a toda virolla" en su vieja Vespa, que es lo único suyo que le queda ya y que ha puesto a nombre de su hija para que no se la quite Hacienda. "¿Que si vivo dejando pasar la vida? Qué remedio, estoy contemplativo porque no tengo trabajo, nadie nos llama ya". Al día siguiente de su charla en la Rambleta, nos concedió unos minutos a los de Revista Gurb. Fue una entrevista 'road movie' que le hicimos en varios momentos del día, en el bar de un hotel de Valencia, metidos en un taxi y en la cafetería de la Estación del AVE Joaquín Sorolla, mientras el diseñador esperaba su tren para Barcelona. Delante de un café que pagó él,  entrevistado y entrevistador se hablaron de tú a tú, sin corazas, a pecho descubierto. "Estoy sin blanca, soy un mantero", confesó el padre de Cobi. Al día siguiente, la entrevista fue portada en todos los periódicos, televisiones y radios de España. Hasta Sálvame de Luxe se hizo eco de la penosa situación del artista. Algunos se lanzaron sobre él como cuervos tratando de buscar carnaza rápida, el titular fácil, morboso, sensacionalista. Nadie se explicaba cómo un icono de la cultura española de los ochenta, un creador que lo había tenido todo, había podido acabar en tan triste final por culpa de la maldita crisis. El teléfono de Revista Gurb no paró de sonar en una semana. Muchos fueron quienes se interesaron por Xavier y por su penosa situación personal y laboral y empezaron a lloverle interesantes ofertas de trabajo. El lápiz de Xavier, del que antaño habían salido fabulosos personajes y magníficas genialidades, volvió al tajo de nuevo. Y Mariscal volvió a ser Mariscal.

Entrevista completa en Revista Gurb

viernes, 2 de octubre de 2015

UNA GENERACIÓN LITERARIA ES COSA DE DOS

 (Entrevista publicada en Revista Gurb el 2 de octubre de 2015)

Mary Shelley y Percy Bysshe; Henry Miller y Anaïs Nin; Jean Paul Sartre y Simon de Beauvoir. Parejas unidas por la literatura, parejas de novela. Unas tuvieron final feliz (prevaleció el amor o el respeto profesional o ambas cosas); otras acabaron como el rosario de la aurora. A Antonio Muñoz Molina (Úbeda, 1956) y Elvira Lindo (Cádiz, 1962) no les ha ido mal. Han formado, tras más de dos décadas de convivencia y esforzada dedicación a la literatura, algo más que un matrimonio de escritores bien avenido. Ni siquiera se pisan las frases cuando hablan, ni se dejan en mal lugar en público, ni compiten por soltar la idea más genial en las ruedas de prensa. Son, por encima del éxito y la fama, como un equipo, un equipo al servicio de las letras. "Ya es como si fuéramos una generación literaria", dice Elvira Lindo, medio en broma medio en serio, para referirse a la estrecha relación profesional y personal que les une desde hace años. "Pues es una generación que va bastante bien, la verdad, tenemos estilos muy diferentes, leemos las cosas de uno y de otro, corregimos los textos, nos contamos argumentos o por dónde van los tiros, y no nos tenemos envidias ni nada de eso. Vivimos, yo creo que como propios, los éxitos del otro. Creo que es el ideal como generación. Si fuéramos tres ya sería peor. ¿Tú lo ves bien como generación?", le pregunta Elvira a Antonio con picardía. Él sonríe y asiente, sabe que ambos viven el oficio de escritor de forma muy similar, como algo íntimo, privado, algo muy alejado de las modas y las pasarelas de los festivales literarios. "Eres escritor porque escribes, no porque actúes como escritor públicamente; a veces actúas públicamente pero eso no puede ser parte de tu vida cotidiana porque en ese momento te conviertes en un personaje, ya no eres tú". Lindo y Muñoz Molina, Muñoz Molina y Lindo, que tanto monta monta tanto. Su nuevo sello editorial, Lindo&Espinosa, acaba de editar Memphis-Lisboa, el libro de fotografías y textos que la escritora y periodista fue almacenando mientras su marido trabajaba en la recopilación de datos para su última novela: Como la sombra que se va (Seix Barral, 2014). Antonio seguía los pasos de James Earl Ray (el asesino de Martin Luther King) por el corazón de esa Norteamérica profunda sobre la que aún planea el fantasma del Ku Klux Klan. Elvira le seguía a todas partes en ese proceso de investigación, por momentos fascinante, por momentos obsesivo, que les llevó a ambos hasta el balcón de la habitación donde el carismático líder negro fue asesinado a quemarropa. Revista Gurb recoge ahora los diálogos que la pareja mantuvo durante la pasada Semana Negra de Gijón.

Entrevista completa en Revista Gurb.